ISSN: 1562-384X
Año XXVIII / Número 86. Julio-Diciembre 2024
DOI: 10.32870/sincronia
Revista semestral de Filosofía, Letras y Humanidades  
       

La identidad cubano-estadounidense en
The Marks of Birth de Pablo Medina.

Cuban-American Identity in
The Marks of Birth by Pablo Medina.

   
                  DOI: 10.32870/sincronia.axxviii.n86.14.24b    
 

Anamalia Iglesias González
Facultad de Lenguas Extranjeras. Universidad de la Habana.
(CUBA)
CE: anamaliaiglesias2000@gmail.com
https://orcid.org/0009-0007-7890-9117

Ida María Ayala Rodríguez
Facultad de Lenguas Extranjeras. Universidad de la Habana.
(CUBA)

CE: imar82017@gmail.com    
https://orcid.org/0000-0001-7101-0159


       
                  Recepción: 11/04/2024 Revisión: 03/05/2024 Aprobación: 22/05/2024    
 

Cómo citar este artículo (APA):

En párrafo:
(Iglesias y Ayala, 2024, p. _).

En lista de referencias:
Iglesias, A. y Ayala, I.M. (2024). La identidad cubano-estadounidense en The Marks of Birth de Pablo Medina. Revista Sincronía. XXVIII(86). 262-291
DOI: 10.32870/sincronia.axxviii.n86.14.24b

 

Resumen.
La siguiente investigación profundiza en los conceptos de cultura e identidad de manera individual y en su conjunto. Estos se abordan como el producto de la interacción humana en un contexto social cambiante. Además, se analiza el papel de la migración en la construcción y el desarrollo de nuestra identidad cultural. Todo lo que contribuye al objetivo de la investigación que pretende establecer las bases teóricas para explorar la identidad cubano-estadounidense como puente entre dos culturas aparentemente diferentes. Particularmente, se centrará la atención en la novela The Marks of Birth del escritor cubano-estadounidense Pablo Medina, quien pertenece a la generación conocida como Los Atrevidos por haber sido la primera generación de inmigrantes cubanos en Estados Unidos que se atrevió a escribir en inglés. Realizar el análisis literario de esta obra nos ayudaría a desentrañar las características del pueblo cubano-estadounidense en la diáspora.

Palabras clave: Identidad cultural. Migración. Identidad cubano-estadounidense.

Abstract.

The following research delves into culture and identity individually and as a whole. These key concepts are approached as the product of human interaction in a changing social context. It further analyzes the role of migration in the construction and development of our cultural identity. All of which contributes to the objective of the research that aims to establish the theoretical basis for exploring the Cuban-American identity as a bridge between two seemingly different cultures. Particularly, attention will be focused on the novel The Marks of Birth by Cuban-American writer Pablo Medina who belongs to the generation known as Los Atrevidos, for having been the first generation of Cuban immigrants in the United States that dared to write in English. Conducting the literary analysis of this work would help us unravel the characteristics of Cuban-American people in the diaspora.

Keywords: Cultural identity. Migration. Cuban-American identity.

   
               
 
 

Introducción
Los seres humanos somos criaturas eminentemente sociales que interactuamos con el entorno que nos rodea. Desde edades muy tempranas participamos inconscientemente en un proceso de aprendizaje que contribuye a la formación de nuestra identidad. La cultura está omnipresente en todos los aspectos de la actividad humana e influye en la forma en que percibimos el mundo y a nosotros mismos.

Definir el término identidad cultural plantea una tarea de gran envergadura, ya que en la bibliografía se pueden encontrar numerosas referencias desde distintos enfoques. Especialistas de diversos campos de las ciencias sociales como la psicología, la antropología y la sociología han propuesto sus propias definiciones. Esto ha aumentado la complejidad de su ya intrincada naturaleza. Por lo tanto, es necesario dilucidar qué significan cultura e identidad por separado antes de profundizar en la identidad cultural en su conjunto.

En este sentido, Spencer-Oatey (2012, pp. 1-2) ofrece una esclarecedora recopilación de los significados que se han atribuido a cultura. La autora señala que la popularidad del término aumentó durante el siglo XIX, ya que muchos antropólogos lo utilizaban de forma diferente. Por ejemplo, Matthew Arnolds describió la cultura en su libro Culture and Anarchy (1867) como un fenómeno de élite al que sólo unos pocos tenían acceso, asociándola así con los términos ‘alta cultura’ y su homólogo ‘cultura popular’. Desde esta perspectiva, la cultura sólo estaba restringida a una pequeña parte de la sociedad. La absurda idea de que no todos los miembros de la sociedad tienen acceso a la cultura fue refutada posteriormente por Edward Tylor en Primitive Culture (1870). En su estudio, Tylor afirmaba que todos los grupos de la sociedad tienen una cultura, independientemente de su estatus económico o social. Según el autor, la cultura es un todo que engloba «el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, la costumbre y otras capacidades y hábitos adquiridos por el hombre como miembro de la sociedad» (como se cita en Spencer-Oatey, 2012, p. 2).

Sin duda, la comprensión de la cultura ha evolucionado a lo largo de los años y sigue haciéndolo en la actualidad, lo que nos hace reflexionar sobre la naturaleza cambiante del término. Esto significa que la cultura no debe considerarse un fenómeno fijo. Esto nos lleva a la siguiente pregunta: ¿Qué es la identidad?

Muchos autores (Hall, 2019; Kim, 1994) creen que la respuesta está en las siguientes preguntas: ¿Quiénes somos? ¿A qué lugar pertenecemos? ¿En quién podemos convertirnos? Es el caso de Spencer-Oatey (2012), quien afirma que la identidad no debe confundirse en absoluto con la cultura. Aunque se intercepten, no son lo mismo. Según esta autora, la identidad “se basa en imágenes y estereotipos mutuos y en emociones vinculadas a las capas externas…” (p. 20).

En Communication in the Real World: An Introduction to Communication Studies (Jones, 2016), se pueden distinguir tres tipos de identidades: la identidad personal, la identidad social y la identidad cultural. La identidad personal se define como “los componentes del yo que son principalmente intrapersonales y están conectados con nuestras experiencias vitales” (p. 345), mientras que la identidad social “se deriva de la participación en grupos sociales con los que estamos comprometidos interpersonalmente” (p. 345). Por último, la identidad cultural “se basa en categorías construidas socialmente que nos enseñan una forma de ser e incluyen expectativas de comportamiento social o formas de actuar” (p. 347).

La migración ha estado en el centro de la raza humana desde tiempos inmemoriales. Empujados por la necesidad de sobrevivir y/o mejorar las condiciones de vida, los humanos hemos viajado de un lugar a otro desde los albores de nuestra existencia hasta nuestros días. Abandonar nuestro lugar de nacimiento puede ser una experiencia traumática que puede reforzar nuestra identidad cultural ya formada o borrarla; sin embargo, el proceso siempre es doloroso y fructífero al mismo tiempo (Kim, 1994).

Cuba no ha escapado a la problemática mundial de la emigración, que aumentó considerablemente en la isla tras la Revolución Cubana en 1959 (Duany, 1999). Impulsados por razones económicas, sociales y políticas, muchos ciudadanos cubanos optaron por emigrar, siendo Estados Unidos su principal destino. Este éxodo masivo ha creado las condiciones para el nacimiento de una nueva identidad cultural: la identidad cubano-estadounidense (Bliss, 2012).

Prieto (2021) afirma que durante el auge de los escritores cubano-estadounidenses en la década de 1990 surgieron muchas obras literarias fascinantes. Sostiene que la primera referencia a la identidad cubano-estadounidense se hizo en la antología Los Atrevidos de Carolina Hospital en 1988. En ella se reunieron las obras de los primeros autores cubano-estadounidenses que se atrevieron a escribir en inglés. Pablo Medina es una de estas figuras notables. Su novela de ficción The Marks of Birth (1994) retrata su realidad como inmigrante y la de muchos cubano-estadounidenses en Estados Unidos cuyas identidades, ni cubanas ni estadounidenses, se encuentran en un punto intermedio (Roh & Chang, 2020).

Por lo tanto, conocer los diferentes procesos socioculturales que influyen en el desarrollo identitario de los inmigrantes cubanos en Estados Unidos y la identidad cubano-estadounidense resultante puede contribuir a entender el comportamiento de las nuevas generaciones formadas en el exilio, pero arraigadas en la isla.

Las investigaciones sobre identidad cultural y en especial el análisis de la identidad cubano-estadounidense son relevantes en tiempos en los que la migración es un punto clave en el cambiante entorno cultural mundial.

El trabajo tiene como objetivo establecer las bases teóricas para explorar la identidad cubano-estadounidense en la novela The Marks of Birth (1994) de Pablo Medina.

Para cumplir con el objetivo de la investigación se utilizaron los métodos de revisión bibliográfica, para recopilar las definiciones aportadas por autoridades en la materia sobre los temas principales de este trabajo y recopilar información sobre el desarrollo de la identidad cultural y los procesos que la conforman. El método histórico-lógico, para establecer y describir el contexto socioeconómico de la novela y las características de la identidad y la literatura cubano-estadounidense. Se analizó y sintetizó toda la información recogida para poder llegar a conclusiones.

Marco teórico
Cultura
Matsumoto (1996, p. 16, como se citó en Spencer-Oatey, 2012) concluyó que la cultura es “[…] el conjunto de actitudes, valores, creencias y comportamientos compartidos por un grupo de personas, pero diferentes para cada individuo, comunicados de una generación a la siguiente” (p.2).

En opinión de Schwartz (1992, citado en Spencer-Oatey, 2012):


     

[…] la cultura consiste en los derivados de la experiencia, más o menos organizados, aprendidos o creados por los individuos de una población, incluyendo aquellas imágenes o codificaciones y sus interpretaciones (significados) transmitidas de generaciones pasadas, de contemporáneos, o formadas por los propios individuos. (p. 2).


 


Sin embargo, Spencer-Oatey (2012) afirmó que:


     

[…] vida, creencias, políticas, procedimientos y convenciones de comportamiento que comparte un grupo de personas y que influyen (pero no determinan) el comportamiento de cada miembro y sus interpretaciones del 'significado' del comportamiento de otras personas. (p. 2).


 


Estas definiciones ponen de relieve interesantes puntos de vista sobre la cultura. Matsumoto y Schwartz llaman la atención sobre cómo la cultura es compartida por una comunidad, pero también es individual. Esto significa que, dentro de un mismo grupo de personas, la cultura se manifiesta de forma diferente. Por lo tanto, se puede deducir que la cultura es tanto el resultado de experiencias compartidas como de experiencias personales. Además, Schwartz subraya que la cultura puede aprenderse de distintas generaciones, tanto pasadas como contemporáneas, lo que significa que la cultura se está formando constantemente al verse influida por el entorno que la rodea. En correspondencia con esta idea, Spencer-Oatey aclara que las porciones culturales aprendidas desempeñan un papel en la conformación de nuestra personalidad, pero no determinan nuestro comportamiento.

Sobre la base de este análisis, se sugiere la siguiente definición proporcionada en Communication in the Real World: An Introduction to Communication Studies (Jones, 2016): la cultura es “la negociación continua de creencias, actitudes, valores y comportamientos aprendidos y pautados” (p. 345).

En otras palabras, la cultura no se limita al lugar o la época en que nacemos, sino a los diferentes factores que influyen en nuestro comportamiento y comprensión del mundo. La complejidad de determinar los límites culturales y la naturaleza cambiante del término indican que la cultura no es un producto acabado, sino la suma de todas las experiencias vitales, aprendidas o vividas. “La cultura en sí misma no es estática, es muy fluida. La cultura evoluciona, se adapta y adopta. En este sentido, las identidades itinerantes forman parte de una etapa de iniciación” (Voicu, 2013, p. 172).

Identidad
Al interactuar con otras personas en la sociedad, aprendemos normas y comportamientos de una cultura determinada que influyen en el desarrollo de nuestra identidad (Wenger, 1998). Dado que el contexto en el que viven los individuos cambia constantemente, la identidad no es estática (Hall, 2019). Park expresa que la identidad se ha considerado el resultado de la participación humana en contextos sociales y, por lo tanto, la identidad es un producto inacabado que es remodelado por el contexto social y cultural (Park, 2015).

Dos factores cruciales de la identidad antes mencionados son la cultura y la sociedad, que han sido analizados por los estudiosos. Es el caso de Erick Erikson (1968, citado en Park, 2015), que señaló el papel de la historia en el desarrollo de la identidad. Desde su perspectiva, la identidad se sitúa en un contexto sociocultural específico y es el resultado de elecciones individuales. Erickson definió la identidad como “un proceso 'localizado' en el núcleo del individuo y, sin embargo, también en el núcleo de su cultura comunal” (1968, p.22, como se cita en Park, 2015, p.2), destacando así las características tanto individuales como sociales de la identidad como parte de un entorno histórico y sociocultural.

Mead (1934, citado en Park, 2015), por su parte, se centró en los intermediarios de la formación de la identidad. En este sentido, señaló cómo el estatus y el papel de una persona en la sociedad conforman la identidad y cómo estos elementos vinculan a los individuos con la sociedad.

Según Vygotsky (1930), todas las formas de actividad mental se sitúan dentro de un contexto. Al igual que Erickson y Mead, hace hincapié en el desarrollo de la identidad a través de prácticas e interacciones sociales que dan lugar a una identidad única y a una identidad de grupo. A diferencia de Meads, que se centra en el vínculo entre el yo y la sociedad, Vygotsky ve la identidad en desarrollo. Además, Vygotsky (1981, p. 137, como se cita en Park, 2015), cree que sus mediadores no son sólo artefactos materiales, sino también simbólicos como “el lenguaje; varios sistemas de contar...obras de arte; escritura; esquemas, diagramas, mapas y dibujos mecánicos, todo tipo de signos convencionales […]” (p. 3). 

Aunque los anteriores académicos abordan el tema de la identidad de forma diferente, todos coinciden en la naturaleza cambiante de la identidad y en cómo ésta siempre se sitúa en un contexto mediante el intercambio y la participación social. Así, la identidad es una autorreflexión de nuestro propio yo a medida que tomamos conciencia de nuestro lugar en el mundo. Por lo tanto, está definitivamente influida por la cultura, ya que es a partir de la interacción con el entorno circundante cuando empezamos a reflexionar sobre quiénes somos. Al igual que la cultura, no debe considerarse un fenómeno estático, sino dinámico. Está ligada a experiencias e interacciones con diferentes grupos de personas que conforman nuestra identidad como individuos y como parte de una comunidad.

Identidad cultural
La identidad cultural es clave para la presente investigación. El término se ha descrito de distintas maneras; por lo tanto, antes de comprometerse con una definición, es obligatorio analizar sus múltiples facetas.

Los estudios sobre la identidad cultural se remontan a las teorías de Erik Erickson que situaban la identidad “en el 'núcleo' del individuo y, sin embargo, también en el núcleo de su 'cultura común'” (Kim, 1994, p.4).

Altugan (2015) define la identidad cultural como “la naturaleza y la crianza del individuo que incluye sus experiencias, talentos, habilidades, creencias, valores y conocimientos […]” (p. 1160).

En opinión de Sysoyev (2001, p. 37-38, citado en Voicu, 2013), la identidad cultural es:

     

[…] la toma de conciencia por parte de un individuo de su lugar en el espectro de las culturas y el comportamiento intencionado dirigido a su inscripción y aceptación en un grupo particular, así como ciertos rasgos característicos de un grupo particular que asignan automáticamente a un individuo la pertenencia a un grupo. (p. 162).

 


Sin embargo, Kim (1994) cuestiona los enfoques académicos predominantes sobre la identidad cultural, como los anteriores. Según el autor, la identidad cultural se ha considerado mayoritariamente un término fijo y se le ha atribuido una positividad exagerada asociada a las emociones y valores de un grupo concreto. Se dice que compartir esta identidad comunitaria está relacionado con la autoestima y la seguridad en uno mismo, lo que, según la autora, no ha resultado concluyente en estudios empíricos. Explica además que los científicos sociales creen firmemente en los límites de la identidad, lo que significa que no conciben la identidad fuera de la cultura que uno se ha atribuido. Por el contrario, afirman que no percibir los límites de nuestra identidad cultural o no comprometerse con ella sería perjudicial para el bienestar general del individuo y conduciría a la homogeneización cultural.  Sin embargo, Kim afirma que esta visión de la identidad cultural basada en la positividad pasa por alto otros aspectos cruciales del término. Según el autor, esto se debe a varios conceptos erróneos sobre la identidad cultural que exageran su compleja naturaleza, como los siguientes: exclusividad, que significa que un individuo sólo tiene una cultura; uniformidad, que asume que los individuos asociados a un grupo concreto se comportan igual y tienen las mismas características; y permanencia, que se refiere al desarrollo de la identidad como un proceso que trasciende la identidad cultural primaria.

De este análisis se desprende la siguiente conclusión: la identidad cultural suele percibirse como un fenómeno estático que no experimenta transformaciones. De lo contrario, daría lugar a experiencias vitales poco saludables, por lo que suele evitarse.

En este sentido, Kim (1994) apuesta por un enfoque diferente de la identidad cultural centrado en la flexibilidad, la apertura y la diversidad. Un enfoque en el que la identidad cultural no se limite únicamente al lugar y al momento en que nacen los individuos, sino que sea una perspectiva que abarque diferentes identidades culturales. El enfoque principal de Kim es abordar los puntos en los que las diferentes culturas se tocan y coinciden, en lugar de donde divergen, para comprender “la construcción, negociación, expansión y transformación de las identidades” (p.8).

Kim (1994) intenta definir el desarrollo de la identidad más allá de la cultura; por lo tanto, prefiere utilizar el término identidad intercultural como contrapartida de la identidad cultural. Al hacerlo, hace hincapié en la conexión entre una persona y más de una comunidad o grupo social. Por lo tanto, concluye que, al analizar la identidad, la pregunta no debería ser “quiénes somos”, sino “en quiénes podemos convertirnos” (p. 10). Además, aclara que estar expuesto a varias culturas e incluso comprometerse con ellas no implica renunciar o traicionar la cultura asignada, sino ampliar los horizontes de la identidad cultural. Según Kim, hay que borrar esta noción de ver otras culturas como una amenaza.

Del mismo modo, Peter Adler (1982, p. 391, citado en Kim, 1994) afirma que la identidad se basa:


     

[…] no en la pertenencia que implica poseer o ser poseído por la cultura, sino en un estilo de autoconciencia que es capaz de negociar siempre nuevas formaciones de la realidad. No forma parte ni se separa totalmente de su cultura, sino que vive en la frontera. (p. 10).

 


Sin embargo, Hall (2019) ofrece un análisis sobre la identidad cultural que muestra dos puntos de vista diferentes que prevalecen en la literatura. La primera afirma que la identidad cultural es “una cultura compartida, una especie de 'yo verdadero' colectivo, que se esconde dentro de muchos otros 'yoes' más superficiales o artificialmente impuestos, que las personas con una historia y una ascendencia compartidas tienen en común” (p.223) Según Hall, esta postura destaca la similitud como característica crucial de la identidad cultural. La segunda interpretación define la identidad cultural no como “el redescubrimiento, sino la producción de identidad. No una identidad basada en la arqueología, sino en la narración del pasado” (p.224). Por lo tanto, este punto de vista hace hincapié no sólo en la similitud, sino también en las profundas diferencias que nos hacen únicos entre el resto; en esta diversidad es donde reside nuestra singularidad. Este último enfoque es el adoptado por Hall y el que se seguirá en esta investigación.

Lo más atractivo de la concepción de Hall sobre la identidad cultural, y uno de los principales motivos por los que se ha elegido, es que escribe desde el corazón y como testigo de este fenómeno. Al fin y al cabo, “todos escribimos y hablamos desde un lugar y un tiempo concretos, desde una historia y una cultura […] Lo que decimos está siempre en contexto, posicionado” (Hall, 2019, p. 222).

Con esto en mente, Stuart Hall (2019) como jamaicano-británico, ofrece una profunda y sentida reflexión sobre el significado de la identidad cultural:


     
La identidad cultural es una cuestión de 'llegar a ser' tanto como de 'ser'. Pertenece tanto al futuro como al pasado. No es algo que ya exista, que trascienda el lugar, el tiempo, la historia y la cultura. Las identidades culturales […] tienen historia. Pero, como todo lo que es histórico, experimentan una transformación constante […] Lejos de basarse en una mera “recuperación” del pasado, que está a la espera de ser encontrado y que, una vez encontrado, asegurará nuestro sentido de nosotros mismos hasta la eternidad, las identidades son los nombres que damos a las diferentes formas en que nos sitúan y nos posicionamos dentro de las narrativas del pasado. (p.225).
 


La anterior concepción de la identidad cultural resume la naturaleza humana en su sentido puro, caracterizada por la resiliencia y un espíritu siempre cambiante. En el mundo actual, marcado por fenómenos como la migración, nuestra identidad cultural se remodela constantemente, lo que nos lleva a cuestionarnos quiénes somos.

Identidad cultural y migración
Bhugra (2004) afirma que la migración puede ser una experiencia traumática; implica abandonar el lugar de nacimiento y los grupos sociales ya establecidos y encontrar nuestro propio lugar en un territorio geográfico desconocido. Desde la perspectiva del autor, estos cambios suelen ir asociados a sentimientos de “pérdida, dislocación, alienación, aislamiento y niveles de estrés” (párr. 1). Afirma que hay dos posibles resultados de este proceso: adquirir un sentimiento de pertenencia o uno de aislamiento total. En este viaje, la identidad cultural de los inmigrantes tiende a cambiar como mecanismo de entrenamiento para encajar en la nueva sociedad.

El choque cultural comenzó a ser estudiado por los antropólogos a finales del siglo XIX (Pérez, 2010). Este popular concepto fue definido por Benett (1977, p. 46, como se cita en Kim, 1994) como “la consecuencia natural del estado de incapacidad de un organismo humano para interactuar con el nuevo y cambiado entorno de una manera eficaz” (p.11). Kim (1994) también sugiere el uso del término autochoque para referirse a la relación desequilibrada entre las fuerzas internas del individuo y el entorno, que provoca estrés.

En opinión de Adler (1975, 1987/1972, citado en Kim, 1994), la mayoría de las definiciones de choque cultural pasan por alto el hecho de que “las experiencias de choque suelen ir seguidas de una profunda experiencia de aprendizaje que conduce a un alto grado de autoconciencia y crecimiento personal” (p.11). Por lo tanto, podría decirse que el choque cultural no tiene por qué asociarse necesariamente a experiencias negativas, sino más bien enriquecedoras.

Kim (1994) afirma que el estrés y la adaptación forman parte del proceso de choque cultural. Forman una unidad paradójica en lo que Kim describe como el “ciclo estrés-adaptación-crecimiento” (p.12). Explica que el estrés es omnipresente cuando se afrontan experiencias interculturales que provocan una ruptura entre las capacidades internas del individuo y la realidad circundante. Kim se refiere al medio externo como un espacio extraño para la persona que se esfuerza por recuperar el equilibrio, entrando así en la fase de adaptación del proceso. Según el autor, esto implica encontrar nuevos caminos más allá de la identidad cultural primaria de la persona. Por último, Kim afirma que la adaptación implica la desintegración del viejo yo y el nacimiento de una nueva persona, lo que allana el camino para el crecimiento e indica que el proceso de transformación de la identidad ha concluido.

El término aculturación fue utilizado por primera vez por John Wesley Powell en un informe para la Oficina de Etnología de Estados Unidos en 1880 y veinte años después los psicólogos ya estaban elaborando teorías sobre la aculturación (Rudmin, 2009). Stanley Hall fue el primer psicólogo que escribió sobre el tema, mientras que William Thomas y Florian Znaniecki fueron los primeros en elaborar una teoría en 1918 basada en el examen de inmigrantes polacos (Rudmin, 2009). Desde entonces, a la aculturación se le han atribuido diferentes definiciones debido al creciente interés en el área.

Rudmin (2009) en su libro Catalogue of Acculturation Constructs: Descriptions of 126 Taxonomies ofrece una recopilación de las diferentes formas en que se ha interpretado la aculturación desde 1980 hasta 2003. En esta fuente se pueden encontrar las siguientes definiciones dadas por diferentes especialistas:

Powell (1883, como se cita en Rudmin, 2009) explicó que la aculturación “se refiere a los cambios psicológicos inducidos por la imitación transcultural” (p.5).

Según Redfield, Linton y Herskovits (1936, p. 149, citados en Rudmin, 2009), la aculturación “comprende aquellos fenómenos que se producen cuando grupos de individuos con culturas diferentes entran en contacto directo y continuo, con los consiguientes cambios en los patrones culturales originales de uno o ambos grupos” (p. 3).

Simons (1901, part I, pp. 791-792, citado en Rudmin, 2009) lo define como:


     
[…] proceso de ajuste o acomodación que se produce entre los miembros de dos razas diferentes, si su contacto es prolongado y si se dan las condiciones psíquicas necesarias. El resultado es la homogeneidad del grupo en mayor o menor grado. En sentido figurado, es el proceso por el cual la agregación de pueblos pasa de ser una mera mezcla mecánica a un compuesto químico. (p.4).
 

Para Thurnwald (1932, citado en Rudmin, 2009):
     
[…] conlleva procesos de decisión sobre a) qué aspectos de una cultura extranjera adoptar, b) qué aspectos rechazar activamente, c) qué aspectos de la propia cultura eliminar, y d) cómo transformar las adaptaciones extranjeras para que encajen con las normas y prácticas culturales básicas. (p.15).

 


Cole (2019) ofrece una definición más concisa de aculturación que refleja los matices del término en el mundo actual, abarcando su desarrollo y posible resultado. Después de todo, el término ha sufrido cambios significativos a medida que la sociedad ha evolucionado. Cole afirma que la aculturación es “un proceso de contacto e intercambio cultural a través del cual una persona o grupo llega a adoptar ciertos valores y prácticas de una cultura que no es la suya originalmente, en mayor o menor medida” (párr. 4). Explica además que los individuos mantienen su cultura de base, pero ésta se transforma a lo largo del proceso. Además, la autora señala que cuando dos culturas en contacto se fusionan, los grupos minoritarios, que es el de los inmigrantes, son generalmente los que adoptan los comportamientos y costumbres típicos del grupo mayoritario, que es la cultura del país de acogida.

Además, Cole (2019) hace una observación válida sobre la diferencia entre aculturación y asimilación, dos términos que, según el autor, a veces se consideran intercambiables, pero no lo son. La aculturación es el proceso y la asimilación es uno de sus posibles resultados.

El etnólogo cubano Fernando Ortiz se interesó por el estudio de los diferentes factores que contribuyeron a la formación de la identidad cubana. En su obra Los factores humanos de la cubanidad (1991), retrata magistralmente la imagen de Cuba como un crisol abierto en el que han confluido y confluyen diferentes culturas. Basándose en su análisis, Ortiz (1987, p.93) llegó a la conclusión de que el término aculturación no era adecuado para comprender la compleja identidad cubana. Por ello, introdujo el neologismo transculturación (Ortiz, 1987, p. 92) que, no sólo se refiere a la adquisición de una nueva cultura, sino también a un proceso más doloroso y complejo que conlleva la pérdida de la cultura primaria. El término transculturación propuesto por Ortiz engloba tres etapas cuando se produce la transición de una cultura a otra. Estas etapas son la aculturación, que es la adquisición de una cultura diferente; la desculturación, que es el desarraigo de la propia cultura adscrita; y la neoculturación, que se refiere a la adopción de nuevos fenómenos culturales (Ortiz, 1987, p.96).

En otras palabras, la transculturación es un proceso de adquisición y transformación que tiene como resultado la formación de una nueva cultura que porta elementos de las dos culturas en contacto. Por el amplio alcance del término y su estrecha relación con la realidad cubana, la transculturación ofrece un enfoque más preciso del encuentro entre culturas, por lo que será adoptado en este trabajo.

Antecedentes para realizar el análisis literario de The Marks of Birth de Pablo Medina
Identidad cubano-estadounidense
Bliss (2012) clasifica la identidad cubano-estadounidense como una identidad étnica basada en la idea de que los cubano-estadounidenses comparten una herencia común y están asociados a un grupo étnico y un lugar en particular. Además, afirma que es una identidad asentada en Estados Unidos y los miembros de este grupo de exiliados pertenecen a una comunidad de la diáspora.

Una comunidad de la diáspora es “un grupo de personas que viven fuera de lo que consideran su patria” (Bliss, 2012, p.20). William Safran (1991, como se cita en Bliss, 2012, p. 21), identifica seis características de las comunidades de la diáspora:

  1. Ellos o sus antepasados se han dispersado desde un centro específico y original a dos o más regiones extranjeras.
  2. Conservan una memoria colectiva, una visión o un mito de la patria, incluida su ubicación física, su historia y sus logros.
  3. Creen que no son, y tal vez no puedan ser plenamente aceptados por su país de acogida.
  4. Creen que deberían implicarse colectivamente en intentar ayudar a restaurar su patria a una posición de seguridad y prosperidad.
  5. Consideran que su patria ancestral es su verdadero hogar ideal y el lugar al que podrían regresar cuando se den las condiciones adecuadas.
  6. La solidaridad de la comunidad diáspora se define por esa relación, más que por la construcción de vidas en el nuevo lugar. El nuevo lugar es un anfitrión, no un hogar.

Aunque la descripción anterior ofrece una idea general de la identidad cubano-estadounidense, no debe considerarse el único punto de referencia. Profundizar en esta identidad conduce a la exploración de un universo complejo que sólo puede entenderse a través de las experiencias de quienes se categorizan bajo esta etiqueta. La generación 1.5, como la cubano-estadounidense, se encuentra en el punto intermedio de dos culturas que han convergido para formar una nueva cultura distintiva. El resultado de este proceso nunca es el mismo, ya que son muchos los factores que pueden influir en él. Por lo tanto, encontrar una definición exacta de la identidad cubano-estadounidense es imposible. Sin embargo, pueden detectarse algunas características, algunas de las cuales pueden ser compartidas o específicas de un individuo. Las siguientes experiencias de cubano-estadounidenses ofrecen una visión de la complejidad de una identidad que no es ni cubana ni estadounidense.
Tres estudiantes universitarios cubano-estadounidenses fueron entrevistados en la Universidad de Brown en función de su identidad (Hartmann, 2017). Estas son algunas de las reflexiones más destacadas:

1.- Elisa Glubok González:


     

Durante las seis semanas que pasé en Cuba el verano pasado, tuve esta extraña y maravillosa experiencia de sentir que todo era familiar y desconocido a la vez. Con los cubanos me sentía como en casa porque compartíamos una misma cultura, pero hubo momentos en los que mi condición de estadounidense me pareció tan obvia como evidente. La gente que me encontraba por la calle solía estar muy confusa conmigo. Por ejemplo, cuando hablaba, a la gente le costaba mucho determinar de dónde era. Mi acento no tiene ni pizca de inglés, pero es lo bastante diferente como para que los cubanos me miraran dos veces y procedieran a enumerar países. También destaqué por ser una mujer joven con el pelo corto, algo que sólo vi una vez en las seis semanas que pasé allí el verano pasado. Mis elecciones de ropa y mi desconocimiento general de cómo moverme por La Habana (al menos al principio) también me delataron. La experiencia de navegar por la línea que separa lo cubano de lo estadounidense me permitió comprender mejor mi propia historia e identidad […] (párr. 15).

Desde el momento de nuestra llegada, supe que éramos familia. Son mi familia no sólo por la sangre, sino por la calidez y la franqueza con que nos recibieron y nos aceptaron en sus casas. Lo más sorprendente de todo fue ver los gestos, el sentido del humor y la alegría de mi abuelo en mis primos. Era como si esos momentos confirmaran una historia compartida, a pesar de la distancia y el tiempo. Incluso al pasear por la calle y ver cómo actuaba y hablaba la gente, me invadían extrañas emociones y pensaba: espera, ¿esto no es sólo mi familia? Hay todo un PAÍS de gente como nosotros […] (párr. 26).
 


Esta es la experiencia de una inmigrante de primera generación. Su familia nació en Cuba, pero ella nació en Estados Unidos. Sin embargo, la influencia de su familia y su herencia cubana la convirtieron en una cubano-estadounidense. Como describe anteriormente, cuando visitó Cuba sintió los verdaderos límites de su identidad. Aunque se sentía identificada con los cubanos, al mismo tiempo era una extraña para ellos. Aunque podía relacionarse con ellos y entenderlos, se percibía como una estadounidense, una extranjera.  Sin embargo, al conocer a la parte de su familia que vivía en la isla, se reencontró con una parte de su esencia que desconocía y que podía ver reflejada en otras personas, dándole un sentido de pertenencia y plenitud.

2.- Anónimo:

     

En realidad, en Brown estuve hablando con otros dos cubanos nacidos en Cuba que ahora viven en Miami. Uno de mis amigos me presentó a ellos y dijo que yo era cubana. La persona respondió: ¿De qué parte de Cuba eres? Cuando les dije que era de Miami, respondieron: “Ah, entonces no eres cubano de verdad”. Aunque no me molestó mucho, en casa todo el mundo es cubano, así que siempre sentí que Miami era, en cierto modo, una extensión de Cuba, así que me sentí rara cuando alguien me dijo que no era cubana. También tengo que entender que la gente que vive ahora en Cuba lleva una vida totalmente distinta a la mía y tiene visiones del mundo diferentes. Tal vez no debería haberme molestado, pero mi identidad cubana nunca había sido cuestionada así antes. (párr. 18).

 


En este caso, la entrevistada también es tratada como forastera por los cubanos; sin embargo, ella es tanto de educación cubana como estadounidense. Esto fue un shock para esa persona que siempre ha reconocido sus raíces cubanas. Sin embargo, como ella afirma, la experiencia de los cubanos es muy diferente a la de los cubano-estadounidenses. Aunque Miami se considera una versión de Cuba, ya que ha sido el hogar de muchos exiliados cubanos y cubano-estadounidenses, ha sido testigo de la fusión de las culturas cubana y estadounidense.

3.- Diego Luis:
     
Como no he estado en Cuba y por la relación de mi familia con la isla, siento una especie de idealismo sobre el lugar. Si me quedara en Cuba por un largo período de tiempo, probablemente aprendería algo sobre el lugar que pondría en jaque mi idealismo... (párr. 21)
 


Diego, como muchos cubano-estadounidenses, sólo tiene recuerdos de Cuba a través de los relatos de su familia, lo que ha creado una idea mítica de la isla basada en una memoria colectiva. Del mismo modo, Elisa Glubok González dice:

     
Mientras que nuestra cubanidad se sentía como el núcleo de la identidad de mi familia, Cuba se sentía como un lugar mítico que sólo existía en la infancia de mi madre. Cuando escuchaba las historias de los primos de mi madre y miraba las fotos, miraba con nostalgia a estas personas que se parecían a mi propia familia y, sin embargo, eran casi desconocidas para mí. Parecían ocupar un universo paralelo de posibilidades en el que mis abuelos habían decidido no marcharse... Una de las cosas más interesantes de experimentar ha sido la diferencia generacional entre mis abuelos, mi madre y yo. La actitud hacia Cuba y el regreso es muy diferente entre las tres generaciones. Mientras que mis abuelos lidiaron con la tragedia y la angustia de dejar su hogar y sus familias como adultos, mi madre era una niña y estaba mucho más abierta a reunir a nuestra familia y sanar ese dolor en generaciones posteriores. Como me crié en gran medida con su perspectiva de Cuba, sólo conocí ese sufrimiento de segunda mano y pude tomar perspectiva con un par de pasos atrás. (párr. 23)
 


Este comentario final destaca las diferencias entre las generaciones de cubano-estadounidenses, a saber, la primera generación, la segunda generación y la generación 1.5, que han conformado la percepción respecto a su identidad cultural. Como afirma Elisa, los miembros de mayor edad, pertenecientes a la segunda generación, estaban más reacios a regresar a la isla porque ello reviviría el sentimiento de pérdida que experimentaron tras abandonar su tierra natal. La generación 1.5, la de los padres, tiene una postura abierta y está dispuesta a hacer las paces con el pasado en Cuba. Por último, el conocimiento de la primera generación sobre Cuba proviene de una fuente secundaria, la de los recuerdos e historias familiares.

Mendible (2003) narra su experiencia como cubana que emigró con su familia a los cinco años y ha vivido la mayor parte de su vida en Estados Unidos.  Explica que la conciencia de la comunidad de exiliados está formada por dos factores: la implicación a través de experiencias personales o “testimonios orales, memorias, autobiografías, tradiciones familiares e imaginación” (p.275). Tanto los exiliados como sus descendientes atesoran las piezas de una historia dispersa como ‘equipaje’ (p.273). Como cubano-estadounidense, Mendible se refiere a su generación como “una y media” (p.269), que según ella resume el “estatus intermedio” (p.269) de los cubano-estadounidense que viven “en el guión” (p.269). En este sentido, argumenta que los exiliados arrastran “pérdida, ausencia, separación y fragmentación” (p.274) como parte del fenómeno migratorio. Además, Mendible señala que la narración de historias es crucial a la hora de examinar la identidad cubano-estadounidense debido al papel instructivo y formativo de los recuerdos a la hora de preservar y compartir los valores de la comunidad. Crea una idea del pasado sobre la que se construye el futuro. La autora llega a la conclusión de que estas historias no son un mero entretenimiento, sino que recuerdan la historia de familias fracturadas y “la historia de toda una cultura en el exilio” (p. 277). Por lo tanto, cree que la identidad cubano-estadounidense pertenece al pasado tanto como al presente e inclusive para algunos no existe presente alguno.

Basándose en este análisis, Mendible (2003) describe la identidad cubano-estadounidense como el acto de “navegar por las fronteras fluidas que dividen nuestras identidades culturales 'cubana' y 'americana', la condición de ser ambas y ninguna al mismo tiempo […]” (p.269). 

Literatura cubano-estadounidense
Como se mencionó en la sección anterior, la memoria es la columna vertebral de la identidad cubano-estadounidense. Según Mendible (2003), estas historias son atesoradas y difundidas a través de un cuerpo de literatura; por ejemplo, “autobiografías, testimonios y ficciones históricas” (p.274). Se podría argumentar que la memoria y la historia no son lo mismo. Sin embargo, Mendible hace una observación relevante cuando afirma que la historia y la memoria desempeñan un papel crucial en la formación de la comunidad porque ambas utilizan “la imaginación y la experiencia para mirar al pasado; ambas están sujetas a revisión; y ambas entremezclan la conciencia personal y la pública” (p. 271). Teniendo esto en cuenta, analizar la literatura cubano-estadounidense es esencial para comprender la identidad que subyace en ella.

Prieto (2021) remonta los orígenes de la identidad cubano-estadounidense a finales de los años setenta y mediados de los ochenta. Describe este período como el reflejo de un exilio histórico y del cruce entre dos culturas que dio origen a un nuevo grupo de personas que se englobaron bajo la categoría de cubano-estadounidense. Prieto explica que, como muchos descendientes de diversos grupos étnicos, la identidad de los inmigrantes cubanos pasó a formar parte del crisol que es Estados Unidos. El autor da cuenta de la identidad cubano-estadounidense en la literatura de la siguiente forma:

La categoría cubano-estadounidense se reflejó en la literatura por primera vez en la antología Los atrevidos (1988) de Carolina Hospital. Este libro recoge las obras escritas por cubano-estadounidenses que tuvieron el valor de escribir en inglés por primera vez. Entre ellos estaban: Pablo Medina, Roberto Fernández, Oscar Hijuelos, Achy Obejas, Cristina García y Pérez Firmat. Formaron parte del boom de escritores cubanoamericanos que tuvo lugar durante la década de 1990. Tuvieron una enorme repercusión en la industria, ya que editoriales como Arte Público Press (Hospital, 2004) empezaron a incluir en sus programas a escritores de diversos orígenes étnicos. Esto dio voz a una generación de cubano-estadounidense que sufrieron el desarraigo durante su infancia o adolescencia temprana y por ello eran de naturaleza bicultural, lo que significa que tenían que interactuar tanto en español como en inglés.

Sin embargo, Ramírez (2008) profundiza en el origen de la huella literaria cubano-estadounidense. En opinión de la autora, sus raíces están en la cultura hispanoamericana, parte de la cual recibió también la influencia de las culturas africana occidental y taína. Basándose en esto, concluye que las obras literarias nacidas de esta mezcla no son en absoluto homogéneas debido a la diversa procedencia de los escritores cubano-estadounidense. Ramírez ofrece un resumen de las oleadas de escritores cubano-estadounidenses de los siglos XIX, XX y XXI.

Ramírez (2008) considera que el inicio de la literatura cubano-estadounidense estuvo marcado por autores que apoyaron la independencia de Cuba en el siglo XIX. Debido a este ideal, tuvieron que huir de la isla como asilados del gobierno colonialista español que gobernaba el país en aquella época. Entre los cubanos exiliados que vivían en Estados Unidos se encontraban José Martí, José María Heredia y Cirilo Villaverde, todos ellos figuras notables en el panorama literario cubano. En sus obras reflejaron los mismos valores anticolonialistas y antiesclavistas.

La segunda oleada de autores cubanos a Estados Unidos se produjo tras la Revolución Cubana de 1959. Este grupo incluye a Heberto Padilla, Antonio Benítez y Guillermo Cabrera. Se opusieron al sistema político establecido en Cuba y abogaron por la causa de los derechos civiles. Los temas principales de sus obras fueron la decepción ante la Revolución Cubana, seguida de una migración masiva de cubanos, y la experiencia en el exilio.

La tercera contribución importante a la literatura cubano-estadounidense fue la de los escritores que emigraron a Estados Unidos de niños o adolescentes en diferentes oleadas. Escritores como Reinaldo Arenas, Lino Novás y Matías Montes forman parte del grupo comprendido entre los años sesenta y ochenta. Mantuvieron una actitud hostil hacia el gobierno de la isla y criticaron la persecución de homosexuales y religiosos al comienzo de la Revolución. Además, trataron temas como la nostalgia de la patria y las penurias de la emigración.

Por último, hay autores cubano-estadounidense contemporáneos que ahondan en la naturaleza dualista de su existencia, moldeada por dos culturas y lenguas diferentes. Se ven constantemente empujados a redefinirse en términos de identidad. Por eso «los escritos autobiográficos y la autobiografía ficcionalizada» (p. 83) son omnipresentes en la literatura escrita por cubano-estadounidenses. Uno de esos autores es Pablo Medina, que explora temas relacionados con la aculturación a partir de su propia experiencia y añadiendo también un toque de fantasía. En su libro Exiled Memories: A Cuban Childhood (1990), explora el tema de la división familiar como resultado de la emigración y la pérdida de identidad como parte de su condición de exiliado. La experiencia de Medina, como la de otros autores, fue especialmente difícil porque se fue a vivir a Nueva York que, a diferencia de Miami, no comparte ningún vínculo con Cuba. Él, junto a escritores como Oscar Hijuelos, es proclive a producir sus obras en inglés, expresión de su biculturalidad. Sin embargo, otros como María Irene Fornes, Hilda Pereira y Benítez Rojo optan por escribir en español como forma de preservar su cultura de raíz. Este es otro ejemplo de lo heterogénea que es la literatura cubano-estadounidense debido a las diferentes necesidades de los autores. Como parte de esta generación, el papel de las escritoras es digno de mención porque abrieron el camino a temas inexplorados dentro de la producción cubano-estadounidense. Escribieron desde sus experiencias como grupo minoritario que vive en una sociedad desigual y basada en el género. Una de ellas es Achy Obejas que, desde su perspectiva de autora cubano-estadounidense lesbiana, hace hincapié en la tolerancia y la identidad sexual en novelas como Memory Mambo (1996). Otras representantes de la literatura femenina cubano-estadounidense son Ruth Behar, Eliana Rivero y Dolores Prida.

De esta cronología proporcionada por Ramírez (2008) se puede concluir que la literatura cubano-estadounidense ofrece un recuento de primera mano de la identidad cubano-estadounidense, reafirmando su diversidad y complejidad. Aunque se aprecian diferencias generacionales y de intereses, existen varios temas que se superponen, haciéndonos reflexionar sobre los valores personales y comunitarios que encierra dicho corpus literario.

Según Rodríguez (2015), en los últimos años se ha producido una renovación de la literatura cubano-estadounidense al surgir escritores cubano-estadounidenses de primera generación. A diferencia de la generación anterior, estos escritores noveles ya no se detienen en la narración del pasado o en los recuerdos del exilio. De hecho, sus historias comienzan en Estados Unidos. Make Your Home Among Strangers (St. Martins Press, 2015) de Jennine Capó Crucet, y White Light (Shade Mountain Press, 2015) de Vanessa García, son el comienzo de una renovada voz cubano-estadounidense centrada en el presente y desligada de los hilos que una vez la unieron a la isla. Dejan atrás sus orígenes y se sienten más identificados con los valores culturales de Estados Unidos, donde nacieron. 


Después de presentar las diferentes generaciones de escritores cubano-estadounidenses, es necesario aclarar que la atención se centrará en la generación de escritores cubano-estadounidenses conocidos como Los atrevidos, según Carolina Hospital, por haber sido los primeros en escribir en inglés.  En particular, Pablo Medina y su novela The Marks of Birth (1994), escrita durante el boom de los escritores cubano--estadounidenses en la década de 1990, son el centro de este trabajo.

Contexto socioeconómico de The Marks of Birth de Pablo Medina
The Marks of Birth (1994) es una novela de ficción escrita en 1994 por Pablo Medina. Está dividida en tres partes y se dice que es la autobiografía ficcional del autor (Ramírez, 2008). El escenario es una isla imaginaria del Caribe, una versión de Cuba. Narra la historia de la familia García-Turner, concretamente la vida de Felicia Turner y su relación con los miembros masculinos de la familia: su hijo Fernando, su hermano Antonio y, sobre todo, su nieto Antón. Cambios políticos radicales les obligan a abandonar su tierra natal y emprender un viaje cuyo destino era Estados Unidos o El Norte, como se denomina en la novela. Esta expresión recoge todas las tribulaciones a las que tuvieron que hacer frente en el exilio, marcado por la separación familiar, la pérdida y el desarraigo. La novela recoge la llegada de la familia a Cayo Hueso y posteriormente a Nueva York, marcando el inicio de la búsqueda de identidad de Antón.

La trama gira en torno al personaje de Antón García-Turner a través del cual el autor refleja su experiencia, al menos hasta cierto punto. Antón nace en el seno de una familia económicamente estable. Lleva la misma marca de nacimiento de su abuela Felicia en la parte baja de la espalda.  Esto se utiliza como un símbolo y leitmotiv a lo largo de la novela que representa el origen y la problemática existencia de Antón. Cuando Nicolás Campion sube al poder, él y su familia huyen de la isla. Pasa su adolescencia en Nueva York, mientras que su vida adulta está marcada por un matrimonio fracasado. En general, Antón experimenta frustración y desorientación como inmigrante cubano que vive en Estados Unidos. Tras la muerte de Felicia, viaja ilegalmente a la isla en avión para esparcir las cenizas de su abuela como último acto de amor y en honor a su legado, que al fin y al cabo era la familia. El destino de Antón al final de la novela es enigmático, ya que el lector no puede saber si el personaje muere o se pierde.

Aunque The Marks of Birth (1994) es fruto de la creatividad e imaginación de Medina, está muy inspirada en su vida en Cuba y en el exilio, convirtiéndose así en un retrato de la identidad cubano-estadounidense. La novela está a medio camino entre lo irreal y lo factual. Sin embargo, lo cierto es que el punto de partida de la historia es La Habana, Cuba, y la agitación política a la que hace referencia el autor es la Revolución Cubana.

La novela puede dividirse cronológicamente en dos períodos tomando como referencia principal la Revolución Cubana de 1959 por ser el punto de inflexión de la historia. La novela abarca la Cuba prerrevolucionaria tardía y la posrevolucionaria temprana, aproximadamente de 1949 a 1962. Analizar las características económicas y sociales del contexto en el que se desarrolla la novela se convierte en un aspecto crucial para comprender la historia y las motivaciones que la impulsaron. Esto servirá de base para realizar el análisis literario de la novela en la segunda etapa de la investigación que se llevará a cabo posteriormente.

Como señala Álvarez (2019), durante la década de 1950 Cuba era una seudorepública de Estados Unidos. Este último ejerció una gran influencia en el escenario económico, social y político de la isla.

Desde la perspectiva económica, Álvarez destaca que los dos sectores primarios de Cuba eran la producción azucarera y la agricultura. La dependencia de estas áreas dio lugar a una economía débil y subdesarrollada cuyo destino dependía de la fluctuación de los precios del azúcar. De hecho, la industria azucarera cubana, que en su día había convertido al país en una de las principales economías del mundo, empezó a decaer en la década de 1950 como consecuencia de la caída en picada de los precios del azúcar. Los inversores estadounidenses poseían la mayor parte de las tierras, que adquirieron a bajo precio debido a la deplorable situación de Cuba tras años de guerra contra el gobierno español.

El latifundio impregnaba el campo cubano. Según Geiling (2007), a finales de la década de 1950, Estados Unidos dominaba


     
[…] el 90 por ciento de las minas cubanas, el 80 por ciento de sus servicios públicos, el 50 por ciento de sus ferrocarriles, el 40 por ciento de su producción de azúcar y el 25 por ciento de sus depósitos bancarios -unos mil millones de dólares en total. (párr. 10).
 


Álvarez continúa explicando que Cuba dependía de las exportaciones de azúcar y tabaco como principales fuentes de ingresos. Estados Unidos dominaba no sólo las exportaciones cubanas, sino también sus importaciones como principal vendedor y comprador. El turismo fue otro ingreso crucial, siendo Cuba una destacada atracción turística desde la década de 1920.

Geiling (2007) también señala que la sociedad de la época seguía los mismos patrones culturales de su vecino estadounidense. Los cubanos, especialmente una clase media alta predominante, vivían ‘a la americana’. Los coches americanos, los televisores y las películas de Hollywood eran la tendencia de la época. También se adoptaron aspectos de la cultura estadounidense, como el fútbol americano, la moda y la música rock and roll. English (2015) afirma que en la década de 1950 La Habana era considerada la joya del Caribe y una de las ciudades más prósperas de América Latina, pero también el patio de recreo del crimen organizado y un importante destino para los líderes de la mafia. Geiling (2007) afirma que la asombrosa vida nocturna de la ciudad atrajo a ricos y poderosos que invirtieron en fastuosos clubes nocturnos y hoteles-casino con el consentimiento de Fulgencio Batista, presidente de la época. La corrupción, la prostitución y el juego infectaron La Habana durante toda la década de 1950. Otra característica visible de este periodo fue la división de la sociedad en clases. Por un lado, había una clase media que podía permitirse un estilo de vida lujoso siguiendo los pasos de la cultura dominante estadounidense. Por otro lado, había una clase pobre que sufría el desempleo y un bajo nivel de vida, especialmente en el campo.

Desde el punto de vista político, Álvarez (2019) señala que el gobierno de Cuba estaba subordinado a Estados Unidos. Este último controlaba la mayoría de los asuntos del país a través del nombramiento de presidentes que respondían a los intereses del imperio del norte. El autor sugiere que la Enmienda Platt fue la piedra angular del dominio político estadounidense sobre Cuba. Este documento legal, aprobado como Apéndice de la Constitución en 1901, otorgaba a Estados Unidos los derechos para intervenir la isla siempre que fuera conveniente o necesario. La enmienda marcaría las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, restringiendo la libertad de esta última.

Graseck et al. (2006) afirma que Cuba vivió un periodo de estabilidad política desde que Fulgencio Batista llegó al poder en 1934. Contaba con el apoyo del gobierno estadounidense como aliado esencial dentro de la isla. Era un servidor de los intereses de Estados Unidos, por lo que inspiraba confianza entre los círculos políticos de élite. Sin embargo, Graseck et al (2006) explica que tras la derrota presidencial de Batista en1944, éste dio un golpe de estado en 1952, tomando el poder por la fuerza. Esta acción supuso un freno a las expectativas de la población de un gobierno más democrático y progresista. El golpe violó los principios dictados por la Constitución de 1940, lo que provocó un creciente descontento entre la sociedad. La represión contra las fuerzas antigubernamentales y la corrupción marcaron el período comprendido entre 1952 y 1959. Entre los opositores más destacados al régimen se encontraba Fidel Castro, que lideró una gloriosa lucha que desembocó en la caída de la dictadura de Batista en 1959.

Analizar los patrones migratorios durante este período también es relevante para comprender el contexto socioeconómico de la novela. Duany (1999) sostiene que durante las décadas de 1940 y 1950 aumentaron las tasas de emigración. Afirma que miles de cubanos emigraron a Estados Unidos en busca de estabilidad económica y oportunidades. En este sentido, destaca el éxodo de artistas, músicos y deportistas cubanos como una tendencia digna de mención. Según él, 40 000 cubanos vivían en Estados Unidos en 1958, la mayoría de ellos en Nueva York. Obras literarias como La vida real (1984) de Miguel Barnet y The Mambo Kings Play Songs of Love (1989) de Oscar Hijuelos se inspiraron en gran medida en este período.

Duany (1999) divide el escenario migratorio en cuatro etapas tras la Revolución Cubana. El primer período, de 1959 a 1962, conocido como el Exilio Dorado, es de especial interés para el contexto de la novela. Comenzó poco después del fin del régimen de Batista. Oficiales militares, trabajadores y dirigentes del gobierno, así como partidarios de Batista, fueron los primeros en huir del país. Después de que la Revolución empezara a tomar medidas y políticas drásticas para revertir los problemas heredados de la seudorepública, los ciudadanos de clase media, es decir, “profesionales, técnicos, gerentes y administradores” (p. 76), decidieron abandonar el país. Esta primera oleada migratoria de la Cuba posrevolucionaria se denomina el Exilio Dorado porque la mayoría de los emigrantes pertenecían a las clases altas de la sociedad, impulsados por causas políticas y económicas. El autor estima que alrededor del 23 % de los emigrantes cubanos en Estados Unidos abandonaron la isla durante este período.

Según Duany (1999), el creciente deterioro de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos también influyó en los flujos migratorios. En este sentido, se refiere al año 1961 como crítico porque Estados Unidos rompió oficialmente todos los lazos con la isla. Antes de 1961, los cubanos podían tomar aviones directamente a Estados Unidos. Sin embargo, la invasión por Bahía de Cochinos y la Crisis de los Misiles Cubana indicaron que no había vuelta atrás en la ya tensa relación entre Cuba y la potencia imperialista. Esta situación frenó la emigración masiva y allanó el camino a la emigración ilegal. 

Conclusiones
Como se ha demostrado a lo largo de este trabajo, la identidad cultural, lejos de ser un producto definido, es un proceso que se redefine y reconfigura constantemente por el contexto y las experiencias de los individuos. Es un fenómeno cíclico que se transforma y crece con el tiempo sin perder su esencia. Ese sentido de continuidad dentro del cambio reafirma nuestra identidad y orientación vital.

La emigración ha desempeñado un papel primordial en el enriquecimiento de la identidad cultural. A medida que personas de diversos orígenes culturales fluyen por el mundo, diferentes identidades culturales se encuentran y de ese encuentro nacen otras nuevas. Es el caso de la identidad cubano-estadounidense, resultado del exilio cubano en Estados Unidos. Cada generación de cubano-estadounidenses muestra una serie de características únicas. La generación 1,5, en particular, tiene la condición de situarse en los límites entre las identidades cubana y estadounidense. Sus miembros están marcados por la pérdida y la nostalgia de una patria ideal y la búsqueda de identidad. Por lo tanto, su existencia está tan relacionada con el pasado como con el presente. A veces, ese pasado les impide centrarse en el presente o el futuro.

De esta maravillosa diversidad surgió un nuevo corpus de obras literarias: la literatura cubano-estadounidense. Sus producciones alcanzaron su apogeo durante la década de 1990 junto con una nueva generación de autores cubano-estadounidenses que fueron los primeros en escribir en inglés. Uno de ellos fue Pablo Medina con su novela The Marks of Birth. Esta biografía ficcional refleja la experiencia de la generación 1,5 de inmigrantes cubanos en Estados Unidos. Por lo tanto, es una representación de la identidad cubano-estadounidense en su esencia.


     

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