La construcción idílica del contrabandista rural en la novela Astucia. Del bandido del siglo XIX al (narco)bandido moderno.

The idyllic construction of the rural smuggler in the novel Astucia. From the 19th century bandit to the modern (narco)bandit.

 
 

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Gerardo Castillo Carrillo
Universidad Iberoamericana-Puebla (MÉXICO)
CE: gerardocastilloc@hotmail.com
https://orcid.org/0000-0002-8167-1169

Liliana Hernández Ramos
Adscripción (PAÍS)
CE: liliana.hernandez@udlap.mx
https://orcid.org/0009-0009-7532-3270

 

DOI: 10.32870/sincronia.axxvii.n83.25b23  
 

Recibido: 30/03/2023
Revisado: 12/04/2023
Aprobado: 15/05/2023

 
 

Cómo citar este artículo (APA):

En párrafo:
(Castillo y Hernández, 2023, p. __)

En lista de referencias:
Castillo, G. Hernández, L. (2023). La construcción idílica del contrabandista rural en la novela Astucia. Del bandido del siglo XIX al (narco)bandido moderno. Revista Sincronía. XXVII(84). 587-604 DOI: 10.32870/sincronia.axxvii.n83.25b23

 

 

Resumen.
La novela mexicana Astucia (1865) de Luis Inclán, publicada en plena intervención francesa, relata principalmente la vida de Lorenzo Cabello, contrabandista de tabaco, líder de la Hermandad de la Hoja. Uno de los elementos centrales de la obra es resaltar los códigos de honorabilidad, justicia y lealtad por parte de los integrantes de esta banda. Bajo dicha premisa, consideramos que en este texto el bandido está construido desde una visión idealista y romántica, que contrasta con la imagen del bandolero desalmado que se expone en obras del mismo periodo, tales como El Zarco (1869), de Ignacio M. Altamirano y Los bandidos de Río Frío (1893), de Manuel Payno. A partir de estos antecedentes, en este trabajo se demostrará que esta perspectiva idílica del malhechor compasivo prevalece en la literatura mexicana con temática narco, en la que mitos populares como Jesús Malverde o capos del narcotráfico son idealizados de manera semejante que en Astucia; así se puede corroborar, por ejemplo, en la narrativa de escritores como Élmer Mendoza, Alejandro Almazán o Bernardo Fernández. Para sustentar estos planteamientos nos apoyaremos en las aportaciones teóricas de Vanderwood, Dabove, Hobsbawn, entre otros.

Palabras clave: Literatura mexicana. Siglo XIX. Bandidos rurales. Idealización. Narconovela.

Abstract.
The Mexican novel Astucia (1865) by Luis Inclán, published at the height of the French intervention, mainly recounts the life of Lorenzo Cabello, a tobacco smuggler, leader of the Brotherhood of the Leaf. One of the central elements of the work is to highlight the codes of honor, justice and loyalty on the part of the members of this band. Under this premise, we consider that in this text the bandit is built from an idealistic and romantic vision, which contrasts with the image of the heartless bandit that is exhibited in works from the same period, such as El Zarco (1869), by Ignacio M. Altamirano. and Los bandidos de Río Frío (1893), by Manuel Payno. Based on this background, this paper will show that this idyllic perspective of the compassionate criminal prevails in Mexican literature with a drug theme, in which popular myths such as Jesús Malverde or drug lords are idealized in a similar way as in Astucia; this can be corroborated, for example, in the narratives of writers such as Élmer Mendoza, Alejandro Almazán or Bernardo Fernández. To support these approaches we will rely on the theoretical contributions of Vanderwood, Dabove, Hobsbawn, among others.

Keywords: Mexican literature. XIX century. Rural bandits. Idealization. Narconovela.

 
 
 

Sección
Los bandidos también son mito, asevera Paul Vanderwood a partir de analizar las vicisitudes a las que estos se enfrentan para evadir la justicia; sus circunstancias anómalas causan de manera frecuente la simpatía y la admiración del pueblo, subraya. Sin embargo, comúnmente la muerte de dichos sujetos suele ser violenta y trágica, aspecto que en muchas ocasiones motiva su “inmortalidad”, tal es el caso de Jesús Malverde, Heraclio Bernal “el Rayo de Sinaloa” y Chucho el Roto, entre otros. La subversión contra la clase gobernante, la clandestinidad y la ruptura de las leyes son algunos factores determinantes para que los actos de estos bandoleros trasciendan en el tiempo y en la memoria colectiva del país, además de que sean representados en la literatura, en la música y en la cinematografía.

La novela Astucia, El jefe de los Hermanos de la Hoja, o Los charros contrabandistas, está catalogada por su propio autor como una obra histórica de costumbres mexicanas, ambientada en el siglo XIX, en pleno periodo post-independentista. En ella se relata la vida y las aventuras de seis traficantes de tabaco (Lencho Cabello, Pepe El Diablo, El Tapatío, Tacho Reniego, Chepe Botas y El Charro Acambareño), quienes conforman una hermandad de respeto, amistad e intereses económicos. La agrupación está comandada por Lorenzo Cabello alias Astucia, hombre sagaz, valiente y justo ante sus adversarios, fiel reflejo del héroe comunitario que es respetado por sus valores de equidad y rectitud. La ruta por la que transitan estos personajes se ubica principalmente en la región centro del país, aunque el campo de acción de la banda abarca desde la región de Orizaba hasta la zona de Tierra Caliente de Michoacán.

La crítica literaria ha referido que la novela, además de la variedad y riqueza lingüística que manifiesta, también destaca por su valoración sobre la charrería, la amistad y la justicia. No obstante, como bien asevera Margo Glantz, en Astucia los personajes se ubican fuera de la ley, en la periferia del poder político, aspecto similar en obras como El periquillo sarniento y Los bandidos de Río Frío. Sin embargo, el texto de Luis G. Inclán está suscrito, apunta Glantz, a una representación narrativa absolutamente popular, al margen de la literatura oficialista, así como de los círculos intelectuales, pues sus personajes están basados en las experiencias personales del autor, que de alguna manera trata de reivindicar los ideales de los criollos insurgentes, quienes a través de sus descendientes buscan crear   

[...] leyes que muy bien pudieran haber sido dictadas por algunos de los antiguos insurgentes desterrados totalmente de la escena política y obligados a vivir fuera de la ley como contrabandistas; en la escritura, son los hacedores de un buen gobierno que hubiese podido cambiar de manera radical la historia de México si los triunfadores de la guerra de Independencia hubieran sido los caudillos del sur, mulatos como Guerrero o criollos como los Rayones. (Glantz, 1997, p.88)

Astucia fue valorada, entre sus pares escritores, como una novela que exalta el fervor patriótico, así como la identidad de las costumbres mexicanas. Sin embargo, Federico Gamboa, en una conferencia dictada en 1914 sobre “la novela mexicana”, afirmará que la falta de estilo de esta obra la vuelve cansada y difusa, equiparándola con El periquillo sarniento y Los bandidos de Río Frío[1]; de igual modo, subrayará que los autores de estas narraciones (Fernández de Lizardi, Inclán, Payno) no siguen patrones estilísticos convenientes, lo cual motiva una estructura descuidada y una lectura cansada, además de promover un exacerbado localismo; no obstante, la riqueza oral de Astucia será uno de los elementos que gran parte de la crítica destacará, tal es el caso de Mariano Azuela, quien en una serie de conferencias realizadas hacia los años cuarenta en El Colegio Nacional afirmará que el texto de Luis G. Inclán sobresale por su acertado dominio del lenguaje popular y la representación verosímil que hace del charro y de su entorno.

Al igual que Azuela, Salvador Novo, en el prólogo y edición de Astucia para Porrúa en 1948, sostendrá que el ambiente campirano, así como el México rural recreado en la novela, también estará reflejado en el cine nacional de los años cuarenta, resaltando los valores y la figura del charro[2]. Ante todo, Novo identificará la identidad mexicana como el aspecto fundamental de la obra: “Los personajes de Inclán son mexicanos. Él mismo es sus personajes. Porque habla su lenguaje; porque se ha impregnado en su forma, ha sido capaz de asimilar y de polarizar su espíritu” (VX). Un hecho relevante que Novo subraya sobre la novela es la convivencia y la complicidad entre bandidos y campesinos; para el autor, esta asociación siempre estará orientada a desacreditar a la policía o al gobierno, debido a que el talante moral y humano de los Hermanos de la Hoja es superior a cualquier orden institucional o político y, por consiguiente, esta condición legitima la actividad ilegal del contrabando del tabaco. 

Por su parte, Carlos González Peña afirmará, quizá de manera más bien entusiasta, que Luis G. Inclán posee mejores cualidades literarias que sus antecesores y coetáneos, debido a que en Astucia sabe implementar el interés dramático, esto como consecuencia de conocer “el arte de la composición novelesca”, ya que, en sus antecesores, apunta el crítico, predomina la pasión desbordada y la sensiblería. En este sentido, Manuel Sol considera que escritores contemporáneos a Inclán como Manuel Payno, Justo Sierra O'Reilly, José María Ramírez, Eligio Ancona, entre otros, pertenecieron al periodo romántico, y en consecuencia, su obra literaria se produce bajo los lineamientos de esta corriente; por tal razón, el pesimismo, los sucesos históricos, así como el exacerbado idealismo caracterizan los textos de estos autores, incluidos, opinamos, los del propio Luis G. Inclán.

Por su parte, Manuel Sol destaca que Astucia, además de tener un desarrollo narrativo encomiable, también proporciona humorismo, aventuras y fluidez en las acciones, generando “una epopeya sinfónica de la vida mexicana”. Asimismo, subraya que los capítulos de la obra están estructurados de manera deliberada por el autor en múltiplos de tres, concernientes, en principio, a la vida de Lorenzo Cabello y después, a modo de enlace, a la historia de cada uno de los Hermanos de la Hoja. A pesar de la crítica hecha por Federico Gamboa, Astucia, enfatiza Sol,es un texto adecuadamente organizado, con un conjunto de relatos equilibrados que propician una lectura placentera, así como entretenida de las costumbres y la geografía rural del México del siglo XIX.

Un aspecto relevante que Manuel Sol destaca es la admiración e idealización que Luis G. Inclán manifiesta hacia los Hermanos de la Hoja, tal como lo expone el autor en la parte introductoria de la novela. De hecho, Inclán advierte al lector que la mala fama que tuvieron, tildándolos de bandidos o asaltantes es equívoca, pues si bien ellos traficaban y comercializaban con el tabaco, siempre trataban de ser justos. Además, no andaban de buscapleitos, aunque cualquier ofensa a sus padres, novias o algún indefenso era resuelta por el grupo de manera inmediata. El único propósito de la Hermandad era mantener económicamente a su familia, montar a caballo y de vez en cuando festejar. Estas cualidades o atributos a favor de los integrantes de la Hermandad de la Hoja están asociados con la premisa del “buen bandido”, elemento que estará presente de manera regular en la novela.

En este mismo sentido, Ricardo Torres Miguel destaca que los personajes de Astucia, pese a ser transgresores de la ley, nunca actúan como simples criminales; asimismo, enfatiza que su autor, Luis G. Inclán, los delinea con atributos y virtudes muy semejantes a las de la gente del campo, al buscar la unión familiar, la justicia, así como la paz y la armonía entre los integrantes de la comunidad; por consiguiente, la cualidad del contrabandista rural

[...] consiste en tener una amplia conciencia social capaz de reflejarse en su entorno —ser querido y admirado por su pueblo— y de obrar por él. Es definitivo que el autor señala a un héroe mítico y totalmente idealizado; sin embargo, sus características son muy lógicas para representar las carestías de la vida rural y los tipos de protesta y rebelión de las sociedades campesinas. (p. 49)

De este modo, en Astucia la figura del bandido social es la de un individuo que valora el trabajo, la humildad, el respeto; el contrabandista, por tanto, no es juzgado por su comunidad como criminal, porque el tráfico no es considerado un acto ilícito, sino una forma de ganar dinero sin robar a nadie, además de ser una práctica que fomenta el desarrollo económico de la región en un momento histórico en el que el Estado se halla francamente incapacitado para generar el bienestar social, tan necesario entre la población. Por estas razones, se configura la imagen de un héroe marginado, quien comparte las mismas necesidades de supervivencia y padece idénticos agravios que sus coterráneos.

El bandido nace, como apunta Hobsbawm (1999), de comunidades basadas en la agricultura, las cuales tradicionalmente han sido explotadas por la oligarquía política y económica. Estas circunstancias motivan el surgimiento “epidémico” de un cierto tipo de personajes transgresores, aspecto que será semejante en todas las sociedades campestres del mundo. El bandolero se subleva contra un régimen opresor, y aunque en principio sus causas son individuales, su visión de justicia colectiva será otra de sus particularidades: “cuando se enfrentan con algún acto de injusticia o de persecución, no claudican dócilmente ante la fuerza o la superioridad social, sino que eligen el camino de la resistencia y de la proscripción” (Hobsbawm, 1999, p.51). Bajo esta caracterización, muchos de los bandidos, tanto reales como ficticios de la cultura mexicana (Jesús Malverde, El Chapo Guzmán, Lorenzo Cabello —Astucia—, Demetrio Macías, los personajes de la revolución presentes en Cartucho, como Francisco Villa, entre otros) encuentran eco, sin duda, en estos rasgos.

Por su parte, Paul Vanderwood (1986) considera que los bandoleros son producto de una élite que impide el progreso económico del ciudadano promedio. Durante el siglo XIX, estos individuos se caracterizaron por ser buenos comerciantes y, según sus intereses, excelentes estrategas para formar alianzas. En muchas ocasiones jugaron un doble papel: eran policías y a su vez bandidos, sacando provecho de ambos roles. La mayor parte de ellos estaban relegados socialmente, por lo que de manera frecuente se la pasaban huyendo y, en consecuencia, morían de manera violenta. No obstante, su vida estaba rodeada de mitos, hazañas o leyendas que, más allá de su veracidad, les proporcionaban el reconocimiento de la población y la permanencia en la memoria del imaginario colectivo, por lo que se reconoce que: “En pocas palabras, la vida de los bandidos es trágica, con frecuencia en la realidad y siempre en el mito, pero este trágico aspecto de su existencia da pábulo a su mito y les vale la inmortalidad” (Vanderwood, 1986, p. 43).

De acuerdo con Paul Vanderwood, sin duda, la figura del bandido valiente que desafía al poder está en la memoria popular del mexicano, y esta situación de alguna manera rompe con la cadena de opresión impuesta por las élites oligárquicas. Como bien apunta el historiador norteamericano, el bandolero es producto de las revueltas insurgentes del país, así como de la inestabilidad política generada por estas rebeliones; por tal razón, no es casualidad que tanto durante el periodo de la Independencia como el de la Revolución Mexicana, los bandidos, asaltantes y bandas delictivas se incrementen. Al respecto, Vanderwood (1986) enfatiza:

Todo es posible en la guerra, y México llevaba unos trescientos años sin guerra general. Por eso la gente aprovechó las oportunidades sin precedentes de progresar individualmente que brindaba el quebrantamiento de la autoridad real durante la turbulencia del movimiento independentista. Se establecieron nuevas bases de poder, y se las defendió de los competidores. La riqueza material se redistribuía por la fuerza. (p. 46)

De este modo, se pude observar que los periodos históricos de gran agitación son propicios no solo para el surgimiento de bandoleros, sino también de campesinos inconformes, sectores militares descontentos y oligarcas ambiciosos, que en consecuencia se confrontan causando más violencia de la ya existente en el espacio público. Sin embargo, Hobsbawm (1999) considera que el bandido social es un campesino que básicamente se encuentra fuera de la ley y que decide ser una especie de justiciero comunitario; por esta razón, muchos de ellos son respetados e incluso valorados como héroes por su clara oposición a las instituciones de seguridad oficiales y a los gobernantes corruptos.

En la novela de Luis G. Inclán precisamente Lorenzo Cabello (alías Astucia) está construido con las mismas cualidades que expone Hobsbawm (1999): es un bandido social que en principio trafica con aguardiente y después, al ingresar a la Hermandad, con tabaco. Es justo y generoso con sus semejantes, enemigo de las fuerzas policiacas y del orden político. En él prevalecen los valores de la amistad, la vida sencilla, el campo, la charrería. Todas estas virtudes propician que Astucia sea admirado no solo por sus compañeros, sino también por la comunidad, que asimismo lo considera un héroe.

De igual forma, a los contrabandistas se les presenta como individuos sencillos y generosos, que forman parte del pueblo. En sus primeros años de vida pertenecen a familias honradas, tienen la oportunidad de instruirse, de asistir a la escuela, pero tienen en común manifestar otras inquietudes muy contrarias a la disciplina que conllevan las faenas del campo y la instrucción escolar. Tales intereses los llevan a pasar por una serie de episodios desafortunados que por un tiempo los “echan a perder”, pero la angustia de la madre y el consejo de un guía sabio (representados en un padre, familiar, clérigo) los lleva a retomar el buen camino y su esencia de carácter, que es noble y afable. A continuación, presentamos algunos fragmentos para evidenciar la manera en la que Inclán idealiza los rasgos positivos del charro en la novela:

Pepe querido, que soy tu hermano, cuenta con cuanto tengo y cuanto valgo, tus angustiosas circunstancias son también mías en este instante, que se unan nuestros corazones, se estrechen nuestros brazos, que se confundan nuestras lágrimas, y que desde hoy seamos el uno para el otro, de los dos uno. ¿Qué dices, Pepe, aceptas la sincera amistad y la eterna adhesión de este pobre Astucia?

-Con todo mi corazón, querido hermano. -Y apeándose de los caballos se abrazaron con la mayor sinceridad a tiempo que comenzaba a salir el sol; por lo que, volviendo la cara Lorenzo y mirándolo, dijo lleno de entusiasmo:

-Astro luminoso, presencia nuestros votos, y primero deja de brillar tu hermosa luz y nos sepultemos todos en horrorosas tinieblas, que nosotros dejemos de ser el uno para el otro y de los dos uno. ¿Lo ratificas, Pepe?

-Sí, y agrego que sólo la muerte podrá cortar nuestra amistad y mutua correspondencia.

-Pues diremos ahora lo contrario del refrán del charro: Andando que ya el sol sale, marchemos.- Volvieron a estrecharse fuertemente, y montando en sus caballos prosiguieron su camino (Inclán, 1987, p.136).

Esta cita ejemplifica cómo Astucia, al ser el nuevo integrante de Los Hermanos de la Hoja, convive con cada uno de sus compañeros a partir de una aventura distinta que involucra pasar tiempo juntos, situación en la que tiene la oportunidad de conocer todo su trayecto biográfico hasta llegar a ese momento en el que son contrabandistas que arriesgan su vida. A partir de estos hechos, se crea un pacto de amistad que, si bien ya ha sido establecido desde en el instante en el que Astucia es aceptado en el grupo, como integrante y como el líder de la banda, se consolida al reconocer que sus intereses, afanes e intenciones son comunes a los de todos los demás.

Otro momento de la novela en el que tiene lugar la idealización de los charros contrabandistas, se identifica a partir de los testimonios de la gratitud que manifiestan hacia ellos personas, hombres y mujeres en condiciones precarias, niños, ancianos, pero también gente con alto nivel económico que han sido beneficiadas con sus gestos de solidaridad. Un ejemplo de este último caso, es el siguiente:

Señorita, aquí tiene usted a dos de los Hermanos de la Hoja, a quienes debo, después de Dios, la vida; jamás olvidaré esa acción y se la agradeceré mientras exista, principalmente a usted, don Pepe, que fue quien me levantó en la barranca del Zopilote; cada vez que estrecho contra mi pecho a estas criaturas lo recuerdo y a usted le debo tan grata complacencia: niñas, abracen a ese señor que les volvió a su padre -y sin poderse contener dejó correr por sus tostadas mejillas las lágrimas de gratitud que le impidieron por un momento el uso de la palabra. Pepe también conmovido abrazó a las chiquillas y se limpió los ojos con el anverso de la mano. La señorita tampoco pudo contener las que se le vinieron a los ojos y Astucia sin querer los imitó (Inclán, 1987, p.157).

Este fragmento corresponde al capítulo XII, donde se narran las vicisitudes de Apolinar Reyes, “don Polo”, quien como jefe de los plateados de Tierra Caliente es un hombre muy respetado en su localidad, y que a pesar de su alta posición rinde pleitesía a los traficantes de la hoja. Con humildad inusitada se declara su sirviente, y tras un lance donde amistosamente mide sus fuerzas con Lorenzo, alias Astucia, para asombro y respeto de los testigos presenciales de este inusitado hecho, es derrotado. Tiempo atrás, se relata en la novela, fue perseguido, su casa incendiada y asesinada su mujer, pero gracias a la caridad de uno de los miembros de la Hermandad de la Hoja, don Pepe puede sobrevivir, lo cual es una situación afortunada, especialmente porque este hecho le permite no dejar huérfanas a sus hijas.

Asimismo, la caridad de Los Hermanos de la Hoja es evidente en cada uno de los miembros del grupo, principalmente en su líder, Lorenzo Cabello, Astucia, quien tras ganar grandes sumas de dinero participando en los lances, torneos y apuestas de las fiestas patronales de una localidad, da muestras de su temperamento generoso al solicitar al cura del pueblo distribuir parte de sus ganancias entre la gente más necesitada, como puede comprobarse en la siguiente cita:

Pues, señor, contando con su buena disposición, quiero que se encargue de repartir este dinero entre los pobres de su parroquia, y con especialidad a los ancianos. Hace mucho tiempo que tengo la costumbre de dar limosna, el diezmo de lo que gano, siguiendo el ejemplo de mi señor padre, hoy la suerte me ha sido propicia en los gallos, y no conozco aquí persona más a propósito para esta comisión como usted y espero que se tome esa molestia en obsequio de sus feligreses. -Con muchísimo gusto, señorito, y a nombre de esos infelices a quienes he de socorrer, reciba un millón de gracias; pero deseo saber ¿a quién le deben este socorro para que lo colmen de bendiciones? -A la Divina Providencia, señor cura, y con solo la bendición de usted quedo contento y profusamente recompensado (Inclán, 1987, p.168).

Como podemos observar, Luis G. Inclán configura de manera idealizada a sus personajes de manera que, a pesar de que prácticamente se ubican en la novela como infractores de la ley, nunca son juzgados como criminales en las localidades donde desempeñan sus actividades; al ser parte del pueblo y en su posición privilegiada al liderear del tráfico de tabaco, su influencia y poder los coloca como paladines defensores de los derechos de la gente humilde.

Las causas justas, el bienestar económico y el restablecimiento de la igualdad, a partir de dividir sus ganancias con equidad, son valores que buscan los Hermanos de la Hoja. Lorenzo Cabello es un héroe, un justiciero que define su propia ley, aquélla de la que el gobierno y sus regímenes habían despojado a los más débiles; alejado de la falsa política, de la autoridad corrupta, de los ricos y poderosos, el mundo ideal de Inclán acerca al lector a una sociedad utópica en la que se hacen patentes los problemas de la vida campirana y en la que el pueblo encuentra consuelo, justicia y auxilio en bandidos y traficantes. En este mismo sentido, Juan Pablo Dabove (2011) plantea que Astucia resalta las bondades del charro-bandolero, aspecto que, durante el porfiriato, la etapa revolucionaria y décadas más tarde el cine mexicano (de la denominada Época de Oro) tomarían como baluarte de la cultura nacional.

Asimismo, Dabove (2011), al igual que Vanderwood y Hobsbawm, sustenta que la novela Astucia sintetiza todos las características que determinan al bandido social: se vuelve bandolero porque un representante del gobierno (el recaudador de impuestos) lo agravia; pese a convertirse en delincuente, su comunidad nunca lo percibe como tal; destina sus ganancias económicas para ayudar a los pobres, mujeres o desvalidos; tiene pleno conocimiento del espacio geográfico donde opera, por esta causa es invencible; únicamente usa la violencia cuando es necesaria; solo puede ser derrotado si alguno de sus amigos lo traicionan. De este modo, consideramos que, si se analiza con detenimiento, estos elementos no solo pueden aplicarse a la obra de Inclán, sino también a figuras revolucionarias como Francisco Villa, así como a asaltantes convertidos en santos como Jesús Valverde y de manera más reciente, este fenómeno se ha exacerbado a partir de los denominados narcocorridos[3], que son piezas musicales dedicadas a reseñar, idealizada, la historia de los narcotraficantes más buscados por la ley.

Por otra parte, dentro de la narrativa de la Revolución Mexicana podemos destacar la visión de este periodo histórico que ofrece Nellie Campobello en su novela Cartucho. Relatos de la lucha en el Norte de México. Particularmente, en 1931, año en el que se publica la obra, los revolucionarios tenían más adversarios que simpatizantes, sin embargo, la escritora duranguense los describe en sus estampas de manera idealizada, como individuos valientes, respetados y magnánimos, por lo regular de apariencia aguerrida y encantadora. La narradora describe a Elías Acosta de la siguiente manera:

[…] era famoso por villista, por valiente y por bueno. Nació en el pueblo de Guerrero, del estado de Chihuahua; sabía llorar al recuerdo de su mamá, se reía cuando peleaba y le decían Loba. Era bastante elegante, yo creo que miles de muchachas se enamoraban de él. Un día, muy borracho, pasando por la casa a caballo, se apeó. Se sentó al borde de una ventana. Pintó muchos monos para regalárnoslos. Luego escribió el nombre de todos y dijo que iba a ser nuestro amigo. Nos regaló a cada uno una bala de su pistola. Tenía el color de la cara muy bonito: parecía un durazno maduro. Su asistente le ayudó a subir al caballo. Se fue cantando. Ese día había hecho un blanco. (Campobello, 2007, p. 96) 

Campobello recrea un acontecimiento pasajero, en apariencia insignificante, que resulta ser profundamente revelador, pues, aunque no involucra batallas, posiciones políticas o testimonios sobre el movimiento armado, describe de manera romántica las imagenes de un combatiente villista en una tarde tranquila, borrada en la historia, rescatando el temperamento magnánimo de estos personajes durante uno de los periodos más violentos del país. En sus estampas se puede observar la figura del revolucionario idealizado a partir de la memoria de la voz narradora.

En Cartucho, las distintas imágenes narrativas plasmadas tienen como propósito resaltar los valores extraordinarios de los villistas con el fin de que no se pierdan en el olvido. Se trata de hombres del norte que deciden tomar las carabinas convencidos de que es necesario morir por los ideales de una patria mejor, y que en su anhelo protagonizaron formidables hazañas que sólo el pueblo es capaz de rememorar.  Estos elementos se pueden observar justo en el relato “La muerte de Felipe Ángeles”, La instancia narradora refiere que la familia Revilla le manda a Ángeles un traje nuevo para que lo estrene cuando lo fusilen:

Para qué se molestan, ellos están muy mal, a mí me pueden enterrar con este. Y lo decía lentamente tomando su café. Cuando se despidieron le dijo: “Oiga Pepita, ¿y aquella señora que usted me presentó un día en su casa?” –Se murió, general, está en el cielo, allá me la saluda”. Pepita aseguró a Mamá que Ángeles, con una sonrisa caballerosa, contestó: “Sí, la saludaré con mucho gusto”. (Campobello, 2007, p.124)

De esta manera, la autora evidencia que la revuelta vivida en el país es un periodo particularmente vulnerable, donde no hay certeza del futuro y en el que, sin embargo, los revolucionarios enfrentan su destino idílicamente, con valentía heroica. De este modo, la narradora relata un sufrimiento doble, el propio dolor y el dolor que percibe en sus allegados (padres, amistades, vecinos) toda vez que están muriendo combatientes conocidos y familiares. Tal es el grado de veracidad que tienen los personajes de Cartucho, que en ellos el lector puede identificar los despojos, asesinatos y ultrajes que se cometen en cualquier parte del mundo durante una guerra o periodo armado.
Por supuesto, en Cartucho la figura de Francisco Villa es enaltecida; Campobello intenta borrar la imagen de bandolero con la cual lo calumnia el gobierno en el poder. Así, lo presenta en sus relatos como un hombre de temperamento fuerte, pero justo y noble. Un fragmento donde puede apreciarse esto es en “Las lágrimas del general Villa”:

Nadie se atrevió a hablar. “Digan, muchachos, hablen”, les decía Villa. Uno de ellos dijo que le habían dicho que el general venía muy diferente ahora. Que ya no era como antes. Que estaba cambiando con ellos. Villa contestó: “Conchos, no tienen por qué temerle a Villa, allí nunca me han hecho nada, por eso les doy esa oportunidad; vuélvanse a sus tierras, trabajen tranquilos. Ustedes son hombres que labran la tierra y son respetados por mí. Jamás le he hecho nada a Conchos, porque sé que ahí se trabaja. Váyanse, no vuelvan a echarle balazos a Villa ni le tengan miedo, aunque les digan lo que sea. Pancho Villa respeta a los concheños porque son hombres y porque son labradores de la tierra (Campobello, p. 147).

Pocos combatientes ha suscitado tanto revuelo ni ha generado pasiones tan controversiales como Villa. Desde el primer momento en que el apodado “Centauro del Norte” cabalgó junto a sus tropas efectuando audaces ataques militares, su figura adquirió matices legendarios. La propaganda política de simpatizantes y adversarios, la prensa, la oralidad y hasta el cine contribuyeron a difundir sus acciones, señaladas por unos como gestos heroicos de proporciones épicas, y por otros, como actos censurables y bárbaros. Pancho Villa, el bandido que defiende a los pobres, un caudillo capaz de llorar después de un discurso sobre la dignidad de los campesinos. Él y sus hombres, admirados por los habitantes del Norte, son “los centauros de la sierra de Chihuahua”, el grupo de los vencidos, poseedores de un discurso subversivo y justiciero, patrimonio de los débiles, que la historia oficial quiso borrar, pero todo afán de hacerlo resultó vano e imposible.

Consideramos que la figura idealizada de Francisco Villa que se presenta en Cartucho, así como en crónicas, biografías y películas, es equiparable a la del protagonista de Astucia, Lorenzo Cabello, pues ambos son personificados como héroes de gran arraigo popular, respetados por su comunidad, que pese a no llevar una vida ejemplar cuentan con la aprobación y simpatía de los sectores sociales marginales, los cuales de alguna manera contribuyen a mitificar este tipo de bandidos sociales. Caso semejante sucede con Jesús Malverde, a pesar de las escasas evidencias sólidas sobre su existencia, su historia ha traspasado el tiempo y fronteras, la versión más aceptada apunta que a principios del siglo XX en la región de Culiacán, Malverde se dedicaba a asaltar a los hacendados y gente pudiente de la zona, pero como acto de justicia el botín lo repartía entre los pobres; es capturado porque uno de sus hombres de confianza lo traiciona, el gobernador, como castigo, manda a colgar su cabeza en un árbol y prohíbe que entierren su cuerpo.

La figura de Malverde, tras su muerte, comienza a ser asociada a distintos milagros, en principio, sus devotos son gente desvalida y campesinos; décadas más tarde se convertirá en el santo protector de narcotraficantes, sicarios y criminales. Kristín Gudrún Jónsdóttir (2014) asevera que las circunstancias de su captura, la exhibición de su cuerpo, así como la represión del gobierno, lo convierten en víctima, héroe y santón. De hecho, al igual que los personajes de Astucia y Cartucho, Malverde presenta los mismos rasgos expuestos con antelación por Juan Pablo Dabove: opera fuera de la ley, reparte sus ganancias entre los pobres, cuenta con el apoyo de la comunidad, usa la violencia solo si es necesaria y es traicionado por uno de sus allegados. Estos elementos, además del entorno que propicia su mitificación, serán abordados en la pieza teatral El jinete de la Divina Providencia publicada en el año 1984 por el dramaturgo sinaloense Óscar Liera.

El jinete de la Divina Providencia expone, en tiempo pasado, la historia del bandido Jesús Malverde y, en tiempo presente, la figura del bandolero convertida en santo. En la diégesis dramática de la jerarquía eclesiástica, a través de testimonios de creyentes o fieles, evalúa la veracidad de los milagros con el propósito de proponer su beatificación. En la pieza teatral jamás aparece como benefactor de narcotraficantes, sino como un bandido generoso con los desvalidos, quien en vida contó con la protección de los habitantes de Culiacán para poder evadir la justicia. No obstante, en la conciencia colectiva, la devoción depositada hacia el santón es incuestionable, esto se puede observar en la siguiente escena de la obra, paradójicamente justo en palabras de un médico:

MÉDICO: Pues bien: la iglesia, como institución, está en el mismo caso. Yo le pediría que no trataran de institucionalizar a Malverde; es un santón y un héroe del pueblo; no traten de arrebatárselo de las manos; la realidad es que está allí, la gente lo quiere, le tiene y lo más maravilloso es que (Muestra las radiografías.) hace milagros. (Liera, 1996, p.475)

Cabe mencionar que, contrario al testimonio anterior, la iglesia católica cuestiona el culto a santos populares. De hecho, para las autoridades eclesiásticas es ilegítimo este tipo de prácticas por ser poco ortodoxas, llena de contradicciones e inventos. Pero más allá de estos planteamientos, Liera subraya el carácter simbólico de Malverde, no solo como bandido y santo benefactor, sino también como mito que trasciende en el imaginario social. En consecuencia, la fuerza del personaje reside en el carácter combativo contra la oligarquía porfirista, así como ser benefactor de los pobres, estas circunstancias, sin duda, propician que en la memoria colectiva quede registrado como héroe.

La proyección mediática que actualmente tiene Malverde obedece, en gran medida, a la devoción que le profesan narcotraficantes, sicarios, migrantes, etcétera. En el imaginario sociocultural su imagen está asociada con el charro, pues su vestimenta es semejante al traje típico del mariachi e incluso esto ha motivado que se le encuentre parecido físico con el cantante popular Pedro Infante. A partir de esta iconografía, como apunta Gudrún Jónsdóttir, se puede considerar que la figura del “bandido generoso” o de “ángel de los pobres” está arraigada en los sectores más desfavorecidos y criminales porque se identifican con él, tanto en un plano simbólico como material, es decir, comparte con todos ellos la misma categoría de delincuentes, pero bajo su “manto protector” pueden ser redimidos o salvaguardados en un plano espiritual. Esto elementos se conjuntan, por ejemplo, en la novela La maldición de Malverde (2010), escrita por el cronista sinaloense Leónidas Alfaro Bedolla, quien reconstruye la historia del personaje desde que erigen su capilla, a cargo del capellán Eligio González, hasta convertirse en el “narco-santo” protector de capos de la droga, como Marcelo Moncayo. Alfaro Bedolla destaca el mito del bandido social que se convierte en una figura anticanónica para la Iglesia, pero que tiene un apego simbólico muy singular con sus creyentes.

De este modo, observamos que en la ficción mexicana consuetudinariamente el bandido es idealizado. Así lo hemos corroborado en Astucia, con el charro-bandido Lorenzo Cabello; al igual que con los revolucionarios villistas en las estampas narrativas de Cartucho y en la obra dramática El jinete de la Divina Providencia, con la figura de Malverde. De manera más reciente, el narcotraficante ha representado esta imagen de delincuente romántico, quizá porque comparte elementos semejantes a los personajes antes mencionados, en muchas ocasiones las novelas con esta temática hacen apología sobre la narcocultura, además, visualizan a los capos de la droga como héroes modernos que desafían, controlan y corrompen los aparatos gubernamentales, al igual que instituciones de seguridad estadounidense como la DEA. Por supuesto que los ejemplos abundan, entre los más conocidos, en las últimas décadas, destacan Rafael Caro Quintero, Amado Carrillo Fuentes, “El Señor de los Cielos”, Joaquín “El Chapo” Guzmán, Ismael “El Mayo” Zambada, entre otros.

En la novela El más buscado (2012) de Alejandro Almazán, el autor realiza un enaltecimiento de la figura del Chapo Guzmán. De acuerdo con Almazán, su propósito con esta obra fue conjuntar los mitos alrededor de este famoso narcotraficante contemporáneo; en los capítulos impares expresa su opinión personal sobre el tráfico de drogas, mientras que en los pares reconstruye la historia del capo mezclando hechos reales con leyendas del “Chalo Gaitán”. En la novela se idealizan las hazañas y los hechos atribuidos al Chapo Guzmán: su escape de una prisión de máxima seguridad, su aparición en la lista de Forbes como uno de los hombres más ricos del mundo, su identificación por los medios como uno de los bandidos más buscados por la CIA. Sin duda, las hazañas realizadas por este capo comparten el mismo carácter contestatario, rebelde y justiciero que el que caracterizó a los Hermanos de la Hoja, Francisco Villa y los revolucionarios mexicanos y Jesús Malverde. En consecuencia, el charro contrabandista, el ladrón, el combatiente villista, el narcotraficante, en el imaginario colectivo y en la narrativa literaria, articulan una larga tradición popular que insiste en idealizar a delincuentes subversivos y arbitrarios, misma que se encuentra muy arraigada en las comunidades rurales de nuestro país.

Referencias
Alfaro, L. (2010). La maldición de Malverde. México: Editorial Godesca.

Almazán, A. (2012). El más buscado. México: Mondadori.

Azuela, M. (1976). Cien años de novela mexicana. Obras completas, Vol. III México: Fondo de Cultura Económica.

Campobello, N. (2007). Obra reunida. Pról. Juan Bautista Aguilar. México: FCE.

Dabove, J. P. (2012) El bandido social mexicano, entre el bárbaro y el soberano ilustrado: El caso de "Astucia," de Luis Inclán. Latin American Literary Review. 33(65) (Jan. - Jun., 2005), pp. 47-72

Gamboa, F. (1988). La novela mexicana. México: UNAM-Universidad de Colima.

Gudrún Jónsdóttir, K. (2014). Bandoleros santificados: Las devociones a Jesús Malverde y Pancho Villa, San Luis de Potosí: Colegio de la Frontera Norte y Colegio de San Luis.

Glantz, M. (1997). Astucia de Luis G. Inclán, ¿novela "nacional" mexicana? Revista Iberoamericana. LXIII(178-179), enero-junio, 87-97

Hobsbawm, E. (1999). Bandidos. Trad. Dolores Folch y Joaquim Sempere, Barcelona: Crítica.

Inclán, L. G. Astucia, el jefe de los hermanos de la hoja o los charros contrabandistas de la rama. Novela histórica de costumbres mexicanas con episodios originales. México: Porrúa, 1987.

Liera, Ó. (1996). El Jinete de la Divina Providencia. La nueva dramaturgia mexicana. Vicente Leñero, editor. México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

Novo, S. (1987) Prólogo a Luis G. Inclán, Astucia, el jefe de los hermanos de la hoja o los charros contrabandistas de la rama. México: Porrúa.

Sol, M. (2005). Prólogo a Astucia. El jefe de los Hermanos de la Hoja o los charros contrabandistas de la Rama, I- II. México: Fondo de Cultura Económica.

Torres Miguel, R. (2010). El charro contrabandista: la figura del bandido social en Astucia de Luis G. Inclán. Signos históricos12(24) 45-63. http://www.scielo.org.mx/scielo.

Vanderwood, P. J. (1986). Desorden y progreso: bandidos, policías y desarrollo mexicano, México, Siglo XXI.
           

Notas:

[1] La novela Los bandidos de Río Frío aborda los distintos conflictos sociales que motivó la Independencia del país. Manuel Payno escribe esta obra por entregas de manera poco idealizada, en ella resalta aspectos como el bandidaje, la anarquía social y la corrupción. A diferencia de Luis G. Inclán, Payno analiza el fenómeno del bandolero sin maniqueísmo, considerando tanto lo negativo como lo positivo. La acción narrativa de la historia se centra en Juan Robreño, hijo ilegítimo de una mujer de la nobleza y un militar; de igual forma, el narrador, al estilo de una epopeya social, incorpora todos los estratos de la sociedad: el bandido, la bruja, los criados, marqueses, condes, etc.

[2] Cabe señalar aquí que la figura del charro que representa el cine mexicano de la denominada Época de Oro no es la del sencillo campesino, trabajador asalariado de hacienda que cualquiera imaginaría portando una vestimenta humilde, huaraches y básicamente como un hombre iletrado. En estas películas, se trata de un ranchero que por lo regular es quien funge como protagónico; individuo atractivo, seductor, decidor, asiduo a las cantinas, al juego, al canto. Su temperamento temerario y sus múltiples habilidades han posicionado a este personaje como un referente cultural reconocido dentro y fuera del país, aunque seamos sabedores de que el ranchero real dista mucho de esa idealización que preponderantemente se manejó en los filmes de temática rural, muy populares a mediados del siglo pasado.

[3] Este género, derivado del romance español, tiene sus inicios en el país durante el periodo porfiriano, pero su popularidad se da en la época de la Revolución Mexicana. Sus letras se caracterizaron por representar una fuente de información para aquellos grupos de clase baja, en su mayoría analfabetos, pues en sus letras hacían propaganda a los héroes y líderes de la revuelta, como Francisco Villa y Emiliano Zapata. Posteriormente, sus autores lo han utilizado para hacer apología al narcotráfico y a los líderes de los cárteles de las drogas, y a la fecha ha desembocado en los llamados “corridos tumbados” o “corridos bélicos”, que más que canciones, son loas musicales que cuentan con millones de reproducciones en YouTube y cuyo público cautivo es el de los jóvenes, situación que para los grupos conservadores resulta altamente preocupante.

 
  Universidad de Guadalajara
Departamento de Filosofía / Departamento de Letras