La filosofía científica y la resolución de problemas filosóficos.

The scientific philosophy and the resolution of philosophical problems.

 
Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional DOI: 10.32870/sincronia.axxix.n88.3.25b  
  Andrés Budeguer
Universidad Nacional de Tucumán
(ARGENTINA)

CE: andresbudeguer96@gmail.com
https://orcid.org/0009-0006-6047-8809


       
            Recepción: 05/03/2025 Revisión: 26/05/2025 Aprobación: 06/06/2025  
         

Resumen.
En este artículo defenderemos la perspectiva de la filosofía científica, destacando su relevancia en la resolución de problemas filosóficos contemporáneos. Se argumenta que el conocimiento filosófico ha avanzado significativamente, aunque de manera diferente a las ciencias particulares. Sugerimos que las teorías filosóficas deben estar en concordancia con el conocimiento científico establecido, destacando la importancia de la fertilidad teórica. Concluiremos que la filosofía informada por la ciencia permite ofrecer respuestas robustas a problemas filosóficos complejos, promoviendo un diálogo fructífero entre ciencia y filosofía. Finalizamos el artículo con una breve reflexión en torno al papel de la investigación histórica en filosofía.

Palabras clave: Filosofía científica. Coherencia. Fertilidad. Ciencia. Historia.

Abstract.
In this article, we defend the perspective of scientific philosophy, highlighting its relevance in the resolution of contemporary philosophical problems. It is also argued that philosophical knowledge has advanced significantly, albeit differently from particular sciences. We suggest that philosophical theories should be in accordance with established scientific knowledge, emphasizing the importance of theoretical fertility. We will conclude that philosophy informed by science allows for robust responses to complex philosophical problems, promoting a fruitful dialogue between science and philosophy. We end the article with a brief reflection on the role of historical research in philosophy.

Keywords: Scientific philosophy. Coherence. Fertility. Science. History..

 
 

Cómo citar este artículo (APA):

En párrafo:
(Budeguer, 2025, p. __)

En lista de referencias:
Budeguer, A. (2025). La filosofía científica y la resolución de problemas filosóficos Revista Sincronía. XXIX(88). 45-62 DOI: 10..32870/sincronia.axxix.n88.3.25b

   
 
 

Nacimiento de la filosofía científica
En la presente contribución quisiéramos defender una forma de hacer filosofía que recientemente ha adquirido mucha notoriedad en la comunidad filosófica de habla hispana, la filosofía científica o filosofía científicamente informada, y exponer algunos motivos por los cuales entendemos que es un enfoque adecuado para abordar cuestiones filosóficas.[1]

El escrutinio racional acerca del mundo surgió en Mileto, en las costas jónicas, alrededor del siglo VI a.C. Allí emergieron, con las especulaciones de Tales y sus discípulos (Anaximandro, Anaxímenes), las primeras cosmovisiones no mitológicas de las que tenemos noticia. No es posible, naturalmente, indicar una fecha precisa en la cual Occidente comenzó a reflexionar críticamente, por medio del examen racional, acerca de la naturaleza, aunque podemos estar seguros de que aquí iniciaba un camino que no se ha detenido hasta la actualidad.[2]

De aquellos presocráticos, los primeros que filosofaron, siguiendo las palabras de Aristóteles (cf. Metafísica 983b), conservamos solo algunos comentarios de segunda mano, textos que la literatura especializada ha denominado «fragmentos». Más allá de las diferencias establecidas al respecto por los doxógrafos, lo que queda claro es que, en este punto del espacio y el tiempo, en la Grecia del siglo VI a. de C., nacía la filosofía, y una forma sumamente incipiente de lo que hoy llamamos ciencia (concepto designado por el término griego ἐπιστήμη). Con estos primeros pensadores, Occidente aprendería una lección que conservan incluso las más modernas teorías científicas: la idea de que nuestro conocimiento acerca del mundo ha de basarse en la experiencia y la razón, y no en lo afirmado, e.g., por las viejas tradiciones.

En la etapa clásica, con los sistemas de Platón y de Aristóteles, las preocupaciones éticas comenzaron a adquirir una importancia aun mayor, al punto en que, durante la mayor parte del período helenístico, con la crisis y caída del mundo clásico, las principales inquietudes fueron de carácter ético. Es bien conocida la división estoica de la filosofía en tres ramas fundamentales: lógica, física y ética. La pregunta central era “¿cómo vivir?”, y todo el conocimiento adquirido acerca del mundo –proporcionado por la física– apuntaba, en última instancia, a responder aquel cuestionamiento. Si bien podrían levantarse serias objeciones contra el enfoque simplificado que hemos adoptado en esta reconstrucción de los orígenes de la filosofía, creemos que resulta útil para nuestros propósitos, a la vez que históricamente fiel.

Consideramos que la clave de bóveda para comprender el derrotero del pensamiento filosófico en la actualidad se encuentra en el siglo XIX. Allí nos encontramos con una doble tendencia: por un lado, a partir de la obra de Kant y la enorme influencia de su Crítica de la razón pura, comenzaba a tomar impulso en Europa el pensamiento romántico e idealista; por el otro, hay una fuerte reacción a la obra de los autores idealistas, representada, sobre todo, por científicos como R. Avenarius y L. Büchner. El romanticismo puede entenderse, al menos en sus expresiones en el ámbito de la filosofía, como una reacción a los ideales ilustrados del siglo XVIII. En la filosofía universitaria europea, esta corriente queda representada sobre todo por el idealismo absoluto de G.W.F. Hegel, autor de relevancia que propuso una gran síntesis metafísica entre el idealismo subjetivo de Fichte y el idealismo objetivo de Schelling.[3]

En contraposición a la ontología de los medievales y de los autores modernos que lo precedieron (e.g. Descartes, Locke, Hume), la dialéctica hegeliana –que muy bien podría ser criticada por su falta de claridad expositiva– destacó el carácter dinámico de la realidad y puso énfasis en el aspecto intersubjetivo del conocimiento humano. Si bien algunas de las ideas de Hegel son valiosas, dado que se ocupó de problemas realmente importantes, su forma de hacer filosofía, divorciada de la ciencia de su tiempo y de la experiencia, contrasta enormemente con lo que llamaríamos una filosofía deseable.[4] El sistema hegeliano, en suma, se revela infértil al momento de ser aplicado a la realidad. Famosamente, Popper (2013) criticaría al hegelianismo por su alejamiento de la realidad y falta de poder explicativo.

Suele ser un lugar común de pensadores analíticos criticar a Hegel su falta de claridad expositiva. Nosotros no creemos que ella implique, ipso facto, que sus consideraciones no sean, en alguna medida, dignas de ser destacadas. Sí hemos decidido introducir, a modo de ejemplo, una cita de la Enciclopedia de las ciencias filosóficas en las que Hegel se expresa de un modo realmente oscuro acerca del concepto de electricidad. Ella constituye tan solo un ejemplo de entre los tantos que pueden ser hallados en las obras del pensador alemán:

Lo que constituye la dificultad del concepto de electricidad es, por una parte, la determinación fundamental de la inercia, tan física como mecánica, del individuo corporal dentro de este proceso. Por esta razón, la tensión eléctrica se atribuye a otro, a una materia a la cual pertenece la luz, y que se produce de suyo de manera abstracta, separada de la realidad concreta del cuerpo que permanece en su autosuficiencia (Hegel, 2005, p. 384).

En la Enciclopedia es posible hallar diversos textos de esta clase, oscuros en su redacción. Esto demuestra que, si bien la filosofía hegeliana puede ser valiosa en muchos aspectos, no demuestra haber estado informada en medida notable por los avances de la época.

El sistema filosófico hegeliano fue, a nuestro entender, uno de los que mayor influencia ha tenido en la filosofía contemporánea, y es por eso que cualquier estudiante de filosofía o profesional de la disciplina ha de enfrentarse a sus especulaciones más importantes. Del hegelianismo han surgido corrientes como el existencialismo, el posmodernismo, el estructuralismo, el posestructuralismo, el psicoanálisis (lacaniano), el marxismo, la crítica ontológica heideggeriana, entre muchas otras. Como señalan Beiser (2005) y Magee (2008), la lógica dialéctica, la concepción histórica del saber y la idea de autoconciencia desplegadas por Hegel han constituido un trasfondo filosófico común para muchas de estas tradiciones, ya sea por afinidad o por oposición crítica. En particular, el posmodernismo ha mantenido una ambigua relación con la dialéctica hegeliana: a pesar de su rechazo explícito a los grandes relatos y a la teleología histórica, ha heredado de Hegel una sensibilidad por la historicidad del pensamiento y por la crítica de las categorías metafísicas tradicionales. Sin embargo, estas corrientes –y en especial el posmodernismo– han sido objeto de fuertes críticas, al ser consideradas vacías o incluso nocivas cuando se las intenta aplicar a contextos sociales concretos (cf. Ferraris, 2013). Para la década de 1840, no obstante, el idealismo alemán comenzaba a perder fuerza en su país de origen: la dialéctica, frente al avance de las matemáticas y las ciencias físico-naturales, empezaba a percibirse como un saber estéril cuando se lo contrastaba con la realidad empírica.

A mediados del mismo siglo XIX surgen, pues, autores que promueven el uso de herramientas formales y una filosofía informada por la ciencia de la época. En este momento nace, propiamente, la filosofía científica, al menos en el sentido en el cual la entendemos en la presente contribución (cf. Richardson, 1997). Los autores que participaron en esta reacción al idealismo fueron diversos, pero entre ellos podemos mencionar a Gottlob Frege, Ernst Mach, Hermann von Helmholtz, Charles S. Peirce, Carl Vogt, Ludwig Büchner, entre muchos otros. La función de la filosofía, para estos pensadores, era sencilla: ayudar a resolver los problemas más generales que se plantearan en el estudio del mundo natural, proporcionando un marco fundamental para abordar los problemas de las ciencias particulares. En contra de Hegel, estos pensadores entendieron que una filosofía desligada de la ciencia no es verdadera filosofía. Ciencia y filosofía han de caminar juntamente, y no oponerse o distanciarse. Una filosofía informada por los avances científicos de su tiempo es, propiamente, una filosofía científica.

Caracterización de la filosofía científica
Esta filosofía que hemos caracterizado brevemente ut supra fue realizada con éxito en el siglo XX gracias al aporte de diversos filósofos. Entre ellos encontramos nombres como los de Bertrand Russell, Moritz Schlick, Hans Reichenbach, Rudolf Carnap, Mario Bunge, Nicholas Rescher, entre muchos otros. Esta forma de hacer filosofía contrasta con otras tendencias ya mencionadas. La filosofía no siempre ha estado inspirada por la ciencia –y, en ocasiones, se ha opuesto a la misma. Entendemos que esto es un error, principalmente porque una filosofía que no tome en cuenta los avances científicos de su tiempo difícilmente podrá aspirar a satisfacer algún problema filosófico realmente importante. Corrientes como el escepticismo contemporáneo extremo o el posmodernismo no han ayudado en nada al avance del saber.

Si bien estas corrientes siguen siendo bastante populares en algunos sectores de las humanidades, no suelen molestarse en contrastar sus resultados con los avances en ciencias físicas, neurociencias, biología o psicología. Una típica afirmación del posmodernismo –y de muchos filósofos profesionales– es la idea de que no existe la verdad, sino solo mi verdad. Curiosamente, este relativismo absurdo contrasta de manera cómica con un absolutismo moral, en el cual todas las opiniones han de ser respetadas con independencia de las razones que se ofrezcan para sostenerlas.[5] Contradicciones de esta clase permiten pensar que una filosofía defectuosa y contradictoria tiene, a su vez, consecuencias éticas poco buscadas. Tomando en cuenta los avances de las ciencias es posible, pues, evitar errores de esta clase, formulando una filosofía que sea coherente consigo misma y con el conocimiento científico disponible.

Ahora bien, vale la pena resaltar lo siguiente: la filosofía científica que hemos venido describiendo no aspira a ser una ciencia en sí misma, sino más bien a abordar los problemas filosóficos tomando en cuenta los avances científicos. Del mismo modo, un científico formado en filosofía podrá abordar los problemas planteados por la investigación de un mejor modo. Esta propuesta implica asumir, en cierto sentido, el cientificismo, es decir, la concepción filosófica según la cual la investigación científica es el mejor modo de asegurarse un conocimiento factual preciso acerca del mundo (Bunge, 2005, p. 24). Pero esta postura no implica, como a veces suele pensarse, sostener que la ciencia sea infalible, o que sea la única fuente de conocimiento disponible. Esta última postura, defendida por autores como Hawking (2010) o Dawkins (2007) podría denominarse cientificismo extremo. Esta no es la visión que intentamos sostener en este ensayo. Lo afirmado anteriormente implica también considerar que existen problemas propiamente filosóficos que no pueden ser abordados por las ciencias, y han de ser resueltos e investigados con las herramientas propias de la filosofía científicamente informada.

La relación que se propone entre ambos campos, ciencia y filosofía, es una relación de complementariedad, y no de identidad (F ≠ C). Dado que la ciencia evoluciona con el pasar del tiempo, la filosofía también debería de hacerlo. Cualquier investigador debería tener la capacidad de cambiar sus posturas ante evidencias contrarias, y esta es una virtud que vale también para quien investiga en filosofía. La filosofía científica, dicho de otra manera, aspira a ser dinámica, y a evolucionar con nuestro conocimiento disponible sobre el mundo. Para combatir la oscura terminología con la que suelen expresarse los filósofos de orientación, e.g., hegeliana, la propuesta es utilizar herramientas formales que aporten claridad al discurso y reduzcan al máximo posible la vaguedad del mismo. Esto no implica, naturalmente, intentar formalizarlo todo, sino más bien aplicar los instrumentos de los lenguajes formales donde estos se muestren más fructíferos. Al fin y al cabo, este es el procedimiento que más ha servido a las ciencias.

Los problemas filosóficos que la filosofía científica reconoce son los que se desprenden de sus principales ramas (Romero, 2017, p. 100): la lógica, que estudia la relación de inferencia entre las premisas y la conclusión de los razonamientos; la semántica, que estudia los problemas generales acerca de los lenguajes; la ontología, que estudia la naturaleza de los existentes y la estructura de la realidad; la epistemología, o gnoseología, que se pregunta por la naturaleza del conocimiento; la ética, que investiga la justificación y origen de las normas morales; la estética, que se pregunta por la experiencia estética, entre otras.[6] Algunos problemas que pueden ser abordados por la filosofía científica son los siguientes: ¿qué es la verdad? ¿qué es una ley de la naturaleza? ¿qué es el conocimiento? ¿cómo se diferencia la ciencia de la pseudociencia? ¿qué son los valores? ¿pueden pensar las computadoras? Y muchos otros.

Este último punto, acerca de la resolución de problemas genuinamente filosóficos, diferencia a la filosofía científica del positivismo lógico, corriente de pensamiento con la cual suele confundírsela. Otros dos puntos son centrales al diferenciar la filosofía científica con la filosofía del Círculo de Viena; a saber: el enfoque aquí defendido acepta una metafísica, y cree que es posible formularla en términos claros y precisos (Bunge, 1971). A ello están dedicados, pues, los volúmenes 3 y 4 del Treatise on Basic Philosophy de Mario Bunge. Por otro lado, no es cierto que la única función de la filosofía sea la clarificación conceptual, pace Carnap. En este sentido, la filosofía científica no es puramente “analítica”, sino también “sintética”, en el sentido en que propone teorías filosóficas genuinas, y no aspira meramente a analizar lógicamente los elementos de nuestro lenguaje –aunque este pueda ser un momento importante en la resolución de problemas filosóficos (cf. Teixidó Durán y Carcacía, 2024).

 Creemos que lo afirmado hasta ahora permite, pues, combatir aquel cliché tan remanido acerca del progreso en filosofía. Incluso entre los filósofos profesionales suele afirmarse que la filosofía se ocupa de los mismos problemas que en sus orígenes, y que nada se ha avanzado en la resolución de los mismos. Esta afirmación quizás tenga su origen en aquella famosa cita de A.N. Whitehead sobre que toda la tradición filosófica no es sino una nota a pie de página del pensamiento de Platón (Whitehead, 1985, p. 39). Creemos que esto es un error; no es cierto que no se haya avanzado en nada en el conocimiento filosófico. Lo que ocurre es que el modo de evaluación y revisión de las hipótesis y teorías filosóficas no es el mismo que el que utilizan las ciencias. Una propuesta filosófica ha de evaluarse de acuerdo con su coherencia interna o lógica, por un lado, y su coherencia externa (con otros campos de conocimiento) por el otro (cf. Teixidó Durán, 2021). Así, no tendría demasiado sentido formular, e.g., una teoría ontológica que se contradiga con nuestro conocimiento más asentado en ciencias físicas o biológicas. La fertilidad de las teorías filosóficas es otro de los requisitos básicos a los que hemos de atender si deseamos producir avances efectivos en el conocimiento.

Tomaremos como ejemplo para ilustrar este punto las teorías de la verdad, un importante capítulo de la semántica filosófica (parcialmente solapado con la gnoseología). Lo que aquí llamaremos la teoría de mi verdad puede entenderse como una derivación de ciertas posiciones relativistas desarrolladas en el marco del pensamiento posmoderno. Según esta concepción, existirían tantas verdades como individuos, y la afirmación “esto es verdad para mí” no admite más justificación que el hecho de ser sostenida por un sujeto. Esta actitud se corresponde, en parte, con el rechazo a los metarrelatos y a los criterios universales de verdad, tal como lo planteó Jean-François Lyotard en La condición posmoderna (1979), donde sostiene que “[…] la posmodernidad se define como incredulidad hacia los metarrelatos” (Lyotard, 1979, p. 7). De forma semejante, Richard Rorty propuso sustituir la noción de verdad por la de justificación contextual, afirmando que no existe un acceso privilegiado a la realidad, sino solo discursos más o menos útiles dentro de una comunidad determinada (cf. Rorty, 1989). Michel Foucault, por su parte, argumentó que cada sociedad tiene su régimen de verdad y que lo que llamamos verdad está siempre imbricado con relaciones de poder (cf. Foucault, 1992).

Desde el enfoque filosófico aquí propuesto, cabe preguntar cuál es la fecundidad de una teoría semejante: ¿a qué nuevas preguntas puede llevarnos? Nuestra respuesta es que, al menos en el ámbito de la ciencia y la filosofía, este tipo de posturas no aporta criterios productivos para el avance del conocimiento. Asumir que la verdad es puramente subjetiva conduce al rechazo del juicio crítico, la argumentación y el debate racional. Supongamos que un científico adoptase esta perspectiva: al ser inquirido por el modo en que obtuvo sus resultados, su única defensa sería “estos son mis resultados; es mi verdad. Si no estás de acuerdo, respétalos”. Una posición semejante implica abandonar el diálogo racional, desdibujar la frontera entre creencia y conocimiento, y cancelar cualquier posibilidad de corrección intersubjetiva. Creemos, por otro lado, que nadie puede sostener de manera coherente esta actitud en la vida cotidiana: tarde o temprano, la realidad se impone y nos exige rectificar. Paradójicamente, quienes defienden esta posición como expresión de tolerancia no advierten que, al renunciar al criterio común, están eliminando el marco que permite el disenso genuino, y se encaminan hacia la incoherencia o incluso el dogmatismo disfrazado de pluralismo.

Con herramientas formales, Tarski, Bunge y otros han logrado desarrollar teorías de la verdad bien asentadas en el conocimiento actual,[7] resolviendo aquel viejo problema que antaño parecía insoluble.[8] La sinergia que hemos establecido entre la ciencia y la filosofía implica, por otro lado, que los filósofos deberían tener un mínimo entendimiento del campo científico más próximo a su área de investigación; el científico, por otro lado, debería formarse filosóficamente si desea producir ciencia que esté claramente formulada. Así, e.g., quien se dedique a la investigación en epistemología, debería de formarse mínimamente a los avances en neurociencias, intentando, pues, que sus especulaciones estén basadas en los últimos aportes científicos al respecto. Del mismo modo, quien intenta abordar la problemática ontológica ignorando los avances de las ciencias físicas no produce sino flatus vocis, expresiones que no pueden tener ninguna aplicación efectiva en el conjunto de nuestro conocimiento acerca del mundo.


Creemos que la concepción de Bertrand Russell ilustra muy bien la filosofía que hemos venido defendiendo hasta este punto. En una compilación publicada en 1952, el filósofo inglés afirmaba lo siguiente: “El tipo de filosofía que valoro y me he esforzado en perseguir es científica en el sentido de que hay algún conocimiento determinado por obtener y que nuevos descubrimientos pueden hacer inevitable la admisión de errores pasados” (1952, p. v). La opinión de Russell parece verdaderamente sensata; si las opiniones de los científicos cambian ante la aparición de nueva evidencia, lo mismo debería ocurrir con las opiniones de los filósofos. Claro que, debido a la naturaleza misma de la investigación científica, todo conocimiento es siempre conjetural y transitorio. No existe una teoría definitiva acerca de la naturaleza. Pero a lo que sí podemos aspirar de hecho es a obtener un conocimiento (parcialmente) verdadero de la realidad. La filosofía que aspire a ser rigurosa y útil no debería, pues, desatender a los avances científicos de su tiempo, más allá de que estos sean, como dijimos, provisionales.

Podemos definir, en estas condiciones, qué sea la filosofía –o quizás, qué deba aspirar a ser. Es el ámbito del conocimiento que inquiere los conceptos más generales, tales como conocimiento, verdad, significado, cosa, sustancia, materia, espacio, tiempo, explicación, comprensión, entre muchos otros. Ya hemos detallado sus ramas principales. La filosofía científicamente informada es aquella que aspira a estar en concordancia con el conocimiento científico de su tiempo, con independencia del hecho de que este sea siempre revisable. Es una filosofía que puede ser evaluada críticamente por medio de su coherencia interna y externa. Bajo esta perspectiva, quien investiga, e.g., en la rama de filosofía de la biología, debería de formarse de manera mínima en los últimos avances en la biología de su época.

Investigación histórica en filosofía
Quisiéramos, finalmente, analizar el papel de la investigación histórica en el ámbito de la filosofía científica. Una distinción clave que conviene enfatizar es la diferencia entre la investigación en filosofía como actividad crítica y conceptual y la investigación en historia de la filosofía como reconstrucción erudita de las ideas del pasado. En este sentido, sostenemos que, si bien la historia de la filosofía es una disciplina indispensable para el cultivo riguroso del pensamiento, su finalidad no consiste, necesariamente, en la producción de teorías originales.

Entendemos que aquel investigador que aspire a dedicarse a la investigación en historia de la filosofía debería, pues, formarse profundamente en aquellos campos auxiliares para su tarea.[9] Así, e.g., quien pretende investigar la historia de la filosofía griega necesita conocer profundamente la lengua griega, la religión griega, la historia política de Grecia, la historiografía más adelantada de su campo, etc. Pero quien investiga la historia de un campo no formula, necesariamente, teorías filosóficas originales. Esta confusión, tan corriente en filosofía, no se plantea en ciencias. Quien se dedica a historia de la física no investiga, propiamente, en física, sino que reconstruye de manera más o menos completa la historia del pensamiento físico. Creemos que, del mismo modo, la investigación histórica en filosofía ha de ser evaluada, propiamente, como una investigación que remite a la historia del pensamiento, y no a la resolución de problemáticas contemporáneas en filosofía, científica o no.

Autoras como Martha Nussbaum (cf. Nussbaum, 1997) han defendido la importancia del diálogo con los clásicos, pero no desde una actitud de veneración acrítica, sino como medio para iluminar nuestras preguntas actuales. Por ello, nuestra tesis no niega el valor del estudio histórico, sino que cuestiona su confusión con la práctica filosófica propiamente dicha. Como sostiene Deleuze (cf. Deleuze, 2002), filósofo francés contemporáneo, hacer filosofía implica crear conceptos, y no solamente interpretarlos o comentarlos, al modo de los comentaristas antiguos. El comentario histórico, aunque valioso y necesario, debe ser comprendido como una instancia preliminar o auxiliar, no como el horizonte último del quehacer filosófico.

Este punto es especialmente relevante si aspiramos a una filosofía científicamente informada. El desarrollo contemporáneo de disciplinas como la lógica matemática, la biología teórica o las ciencias cognitivas ha ampliado enormemente el repertorio conceptual al que la filosofía puede recurrir para abordar sus propios problemas. Desde esta perspectiva, filósofos como Ladyman y Ross (2007) han argumentado que la filosofía debe abandonar ciertas metodologías tradicionales y asumir, con seriedad, los resultados y métodos de las ciencias empíricas si desea ser epistemológicamente relevante. En esta línea, la historia de la filosofía, aunque formativa, no puede sustituir la investigación crítica orientada al presente.

Un especialista en la filosofía kantiana, ­e.g., es aquel que conoce en profundidad el pensamiento de Kant, y por más que pueda realizar evaluaciones críticas del mismo, no por ello aborda o intenta resolver una problemática filosófica actual. Si bien es relevante que el investigador en filosofía conozca en profundidad la historia de su disciplina, evitando cometer los errores en los que otros cayeron en el pasado, creemos que es necesario hacer notar que hay problemas actuales en el pensamiento que no pueden ser reducidos a la investigación histórica. Esta última ha de ser el punto de partida de muchas indagaciones contemporáneas, aunque no creemos que deba ser la finalidad última de la investigación filosófica. El comentario de autores (e.g. “lo fundamental de x en y”) debe ser sopesado debidamente, pues, con la resolución de problemas genuinamente filosóficos. Las ciencias comprendieron esto hace tiempo. Quizás sea tiempo de que la filosofía comience, pues, a seguir los pasos de quien fuera su discípula. La investigación histórica es fundamental, y, sin ella, la filosofía está condenada a repetir viejos errores del pasado. Ahora bien: ella es solo el punto de partida, y no la meta final.

Quien investiga, e.g., algún aspecto de la filosofía aristotélica, debería tener siempre en cuenta que la indagación histórica no tendría por qué implicar adhesión conceptual en el presente. La historia de la filosofía, comprendida en su generalidad, no es sino una rama de la historia de las ideas, del mismo modo en que puede serlo la historia de la música o de la arquitectura. Si bien debemos tenerla siempre en cuenta, lo deseable es abordar los problemas filosóficos del presente con las herramientas modernas de la lógica matemática –y otras ciencias formales– y las ciencias particulares. Así como el arquitecto no busca en la historia de la arquitectura una guía paso por paso para sus construcciones, tampoco el filósofo debería seguir al pie de la letra (todas) las indicaciones de pensadores de hace siglos. Este breve ensayo ha intentado demostrar que una filosofía informada por la ciencia, y una ciencia orientada filosóficamente, es sumamente provechosa para el avance de nuestro conocimiento. 

Consideraciones finales
A lo largo de esta contribución hemos sostenido que la filosofía científica –o filosofía científicamente informada– constituye un enfoque adecuado, fructífero y necesario para abordar los problemas filosóficos contemporáneos. Frente a otras corrientes que han desvinculado la filosofía del conocimiento empírico o que han rechazado el diálogo con las ciencias, la propuesta aquí defendida parte del supuesto de que una filosofía racional y crítica debe nutrirse de los mejores conocimientos disponibles en cada época, lo que implica una actitud de apertura y colaboración con las ciencias particulares. Esta actitud no equivale a una subordinación acrítica a los resultados científicos, sino que busca una interacción recíproca, en la cual la filosofía pueda beneficiarse de los desarrollos empíricos y formales, y las ciencias puedan servirse de las herramientas conceptuales, lógicas y epistemológicas que la tradición elaborado.

Uno de los principales puntos que hemos destacado es que la filosofía científica no pretende sustituir a las ciencias ni competir con ellas en su campo propio. No se trata de convertir la filosofía en una ciencia empírica, sino de reconocer que su objeto –los problemas conceptuales más generales y abstractos, tales como los de verdad, conocimiento, ser, valor, sentido o justificación– puede y debe ser tratado en coherencia con los avances científicos contemporáneos. Esto implica una doble exigencia: por un lado, evitar el uso de conceptos obsoletos, vagos o ambiguos; por otro, desarrollar herramientas analíticas y modelos filosóficos que dialoguen con los resultados obtenidos por disciplinas como la física, la biología, las neurociencias o la psicología moderna. Desde esta perspectiva, resulta insostenible continuar elaborando teorías filosóficas completamente al margen de los datos empíricos o en abierta contradicción con el conocimiento más asentado. Ya insistimos en que la ciencia no es el único modo de conocimiento disponible, pero sí es uno muy destacable y valioso.
Asimismo, hemos señalado que la filosofía científicamente informada no renuncia a las preguntas filosóficas tradicionales. Por el contrario, las reformula en términos más claros, rigurosos y actuales, buscando resolverlas, o al menos precisarlas, mediante un enfoque sistemático, coherente y fértil. Esta fertilidad se manifiesta en la capacidad de una teoría para generar nuevas preguntas, proponer soluciones plausibles y servir de guía para la investigación futura. En este sentido, el criterio de fecundidad teórica se convierte en un elemento clave para evaluar la productividad del trabajo filosófico, en estrecha relación con la coherencia interna (lógica) y la coherencia externa (científica) de las propuestas desarrolladas.

En contraste con posiciones filosóficas que hemos caracterizado como estériles o incluso nocivas, como el relativismo extremo, el escepticismo radical o cierto posmodernismo anticientífico, la filosofía científica se propone como una alternativa racional y constructiva. En vez de renunciar a la noción de verdad o al ideal de objetividad, los reformula con base en desarrollos contemporáneos, como lo han hecho autores como Tarski o Bunge. Esta reformulación no ignora la dimensión histórica y contextual del conocimiento, pero tampoco abandona la aspiración de alcanzar una comprensión más profunda, precisa y justificable del mundo. En este marco, el debate racional, la argumentación coherente y la revisión crítica se convierten en las herramientas fundamentales para el avance del saber, tanto filosófico como científico.

Hemos sostenido también que la historia de la filosofía, si bien cumple una función indispensable en la formación filosófica, no debe confundirse con la investigación filosófica propiamente dicha. Entendemos que una formación rigurosa en historia del pensamiento es necesaria para evitar la repetición de errores pasados y para contextualizar las discusiones actuales, pero consideramos que el objetivo último de la filosofía no puede ser meramente exegético o comentarial. La filosofía, si ha de ser relevante, debe proponerse resolver problemas actuales mediante la creación de nuevos conceptos, teorías y marcos interpretativos. Esta capacidad creativa es la que distingue a la filosofía como una disciplina viva, y no simplemente como una rama de la erudición histórica.

Finalmente, hemos afirmado que la filosofía científica no es una moda pasajera ni una simple etiqueta metodológica, sino cierta actitud intelectual que se funda en el respeto por la evidencia, la claridad conceptual, el rigor lógico y el compromiso con la verdad. En un mundo donde los desafíos éticos, tecnológicos y epistemológicos se multiplican, resulta indispensable contar con una filosofía que esté a la altura de estos problemas, capaz de dialogar con los otros saberes y de contribuir a la comprensión y orientación racional de la experiencia humana. Esta es la tarea que la filosofía científicamente informada asume, y que creemos urgente reivindicar en el contexto filosófico contemporáneo.

 
   

Referencias

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NOTAS:

[1] El presente ensayo está inspirado fundamentalmente en los aportes de Gustavo E. Romero (2017, 2018) y Mario Bunge (1974 – 1989), conocido defensor de una filosofía informada por los avances científicos.

[2] Nótese la mención de Occidente. Los distintos estudios historiográficos del último tiempo han indicado con un grado muy alto de seguridad que en Oriente (India, China, Japón) la reflexión filosófica emergió tiempo antes. Evitando extendernos en asuntos históricos, decidimos simplificar nuestra exposición en este punto.

[3] Para mayores detalles sobre los aportes de Fichte, Schelling y Hegel, cf. Romero et. al. (2022, pp. 43 – 51).

[4] El principal aporte de Hegel, a nuestro entender, se encuentra en el ámbito de la historia de la filosofía. Sus aportaciones en este campo son decisivas, pues son pioneras en su género. Nadie antes que él había intentado, al menos con su nivel de sistematicidad, una reconstrucción del pensamiento que le precedió. Muchas de sus ideas en filosofía de la religión resultan, igualmente, notables. Al respecto, véase Ramírez Daza y García (2019). S. Houlgate, un importante estudioso contemporáneo de la filosofía de Hegel, ha propuesto que el pensamiento hegeliano sí ayudó, en una medida importante, a la ciencia de la época. Al respecto, cf. Houlgate (2005; 2006).

[5] Para una refutación de esta posición véase el artículo de Haack (1995). Allí se lleva hasta sus últimas consecuencias la afirmación de que la verdad no es un asunto importante para la filosofía y se evalúa los problemas que esta posición genera (tanto desde el punto de vista semántico y epistemológico como en términos prácticos).

[6] Estas son las cinco ramas básicas reconocidas por G.E. Romero. Creo, sin embargo, que es posible ampliar el campo de acción del filósofo orientado científicamente, e incluir dentro de este enfoque otras ramas clásicas de la filosofía como la filosofía política, la filosofía del derecho, la filosofía social, la antropología, etc. Naturalmente, es posible pensar en múltiples subdivisiones al interior de las principales ramas mencionadas.

[7] Tarski lo hizo en el ámbito de las ciencias formales en un artículo clásico, The Semantic Conception of Truth (1944). Bunge amplió el análisis al ámbito de la verdad en las ciencias fácticas. Queda mucho por hacer en el ámbito de la semántica, pero estos avances muestran la posibilidad de progresar en el saber filosófico.

[8] Esto no quiere decir que no existan grandes avances por realizar en este ámbito. Lo que queremos decir es que hemos podido atisbar respuestas (parcialmente) verdaderas acerca de este asunto. Bajo esta concepción, seguir sosteniendo caprichosamente una teoría relativista como la esbozada ut supra parecería inexplicable.

[9] Un ejemplo de investigación histórica en filosofía abordada seriamente puede hallarse en la reciente obra de Graham (2006) y sus aportes en torno a la comprensión de la filosofía de los primeros presocráticos. Su compilación de los fragmentos de los pensadores presocráticos (cf. Graham, 2010) incorpora rigurosos estándares de investigación historiográfica, reemplazando, lentamente, al menos, a la clásica edición de Diels y Kranz.

  Universidad de Guadalajara
Departamento de Filosofía / Departamento de Letras