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Introduction
La memoria histórica es un concepto historiográfico relativamente reciente. Alude al esfuerzo consciente de pueblos, comunidades y grupos humanos por reencontrar su pasado, sea este real o imaginado, valorándolo y tratándolo con especial respeto. La memoria histórica se convierte en un proyecto ético, político y cultural sólido, cuando ofrece a las personas la posibilidad de transformar su presente a partir del conocimiento de su pasado, ofreciéndoles además la oportunidad de impulsar el futuro en el sentido que deseen, en sintonía con la línea que proyecte su propio devenir histórico.
En esta perspectiva, cualquier política sobre memoria histórica que se encuentre vinculada al espacio y al patrimonio cultural de ciudades y centros urbanos debe sustentarse en un estudio diagnóstico previo que dé cuenta de cómo era ese lugar y lo que significaba para sus habitantes (Aubán, M. 2017), antes de analizar las las modificaciones que pudieron haber sufrido la infraestructura y los espacios que formaban parte de tal patrimonio. Como Vázquez y Leetoy apuntan,
De nuestra relación con el pasado deriva la identidad personal, nuestros imaginarios y, consecuentemente, parte de lo que somos y hacemos: como bien indica Schudson (1992) la memoria colectiva surge de los modos en que los recuerdos grupales, institucionales y culturales del pasado, dan forma a las acciones de la gente en el presente. Pensamos como pensamos sobre nuestro pasado porque lo que sabemos sobre él se nos ha comunicado de una determinada manera. (Vázquez & Leetoy, 2016, p.74.)
Cabe preguntar, ¿qué pasa cuando una ciudad como Guadalajara, Jalisco, México, sufre un cataclismo gradual de modificación de calles y derrumbamiento de casas y edificaciones a lo largo del tiempo (sobre todo las situadas en su centro histórico)?
En este breve ensayo, intentaremos responder a esa pregunta a profundidad. Examinaremos por un lado las causas y las consecuencias de ese proceso tan complejo; por el otro, exploraremos opciones y trazaremos posibles soluciones. Como señala Piccoli,
[...] sin duda el patrimonio y la arquitectura están ligados, ante todo, a un proceso social y, por lo tanto, se ve involucrado en un tratamiento que, si se carece de la cultura de protección de las raíces, de los hábitos, costumbres y usanzas de aquello que identifica una comunidad como pueblo o nación, dicho acto cultural de consumo producto de una sociedad, está destinado a desaparecer (Piccoli, 2017, p.24.)
Antecedentes
Los primeros habitantes de Guadalajara eran 240 españoles y criollos que se asentaron en el lado poniente del río San Juan de Dios, en lo que hoy es el centro histórico. En el lado oriente, había varias poblaciones indígenas: Mezquitán, habitada por indígenas texcueles, y Mexicaltzingo, por mexicanos tarascos. También, los indígenas nahuas de San Juan de Dios y Analco (término, este último, que significa precisamente "del otro lado del río"), (Castillo, 1998)
Desde un principio, los indígenas del oriente se convirtieron en servidores de los habitantes del poniente y, hasta la fecha, la tradición sostiene que la ciudad de Guadalajara es en realidad dos ciudades, una al oriente (criolla) y otra al poniente (indígena), divididas por la Calzada Independencia (ya que el río San Juan de Dios sería entubado).
De hecho, en pleno siglo XXI, hay quienes sostienen que tal división se conserva. Otros dicen que sólo es un prejuicio. El mito tapatío de la gran arteria que separa a una ciudad en dos, una pobre y una rica: para los viejos es cierto. Para algunos jóvenes ya no. Para los que se dedican a la estadística, más bien hoy los pobres están en todas partes y quedan muy pocos ricos. (Véase Aceves, De la Torre & Safa, 2004).
Sin embargo, Guadalajara es un lugar idóneo para el estudio diagnóstico que señalamos antes. Se trata de un asentamiento urbano que ha sufrido cambios de fisonomía urbana significativos desde su fundación en el siglo XVI atribuibles a factores y procesos múltiples. Los que resultan relevantes destacar en esta investigación están referidos básicamente a la propia vocación económico-comercial de la metrópoli y a la convicción profundamente arraigada entre amplios segmentos de su población nativa, de sustituir lo existente por lo nuevo como fórmula imprescindible para progresar, para cambiar y ser modernos.
Desde inicios del siglo XIX y mucho antes, las casas, inmuebles y monumentos que caracterizaban o constituían parte del patrimonio cultural, social y político citadino fueron derribados debido a ese animus de modernización obligada que se verificaba generalmente de manera apresurada y sin planeación. Una convicción que a la larga fue enraizando poco a poco en la ciudad hasta validarse masivamente. Lo que explica en parte, por ejemplo, la veloz ampliación de avenidas como Independencia, 16 de septiembre o la Av. Federalismo. Arterias citadinas que implicaron la demolición de cientos de construcciones que le daban carácter y estilo arquitectónico a Guadalajara y al Centro de la ciudad. La construcción de la llamada Cruz de Plazas o la Plaza Tapatía es también ejemplo de ese mismo patrón, cuyo coste implicó la demolición de varias cuadras de edificaciones antiguas en el primer cuadro de la ciudad (Trallero, 2015).
La pérdida del patrimonio arquitectónico de Guadalajara nos lleva a reflexionar cuán insignificante o banal puede llegar a ser para una población la existencia de referencias físicas en el entorno urbano que posibiliten rememorar sus raíces, el quiénes son, y el cómo serían si dichas referencias físicas estuvieran aún en pie. Indolencia que obviamente no sabe aquilatar lo que representa la preservación del entorno cultural para todo pueblo.
Actualmente, el concepto de patrimonio, en especial el arquitectónico, ha sufrido cambios notorios producto de nuevas apuestas que tienden a entender el objeto arquitectónico de valor como un vestigio histórico que debe, sí o sí, sobrevivir al paso del tiempo, manteniéndose vivo en ciudades cuya evolución hacia una arquitectura contemporánea no debe subyugar en el presente los logros edificados del pasado. (De Piccoli, 2017, p.23.)
De hecho, tan lejana es la apropiación de la sociedad tapatía de lo que simbolizan estas construcciones para su propia cultura, que muchas veces la herencia se vuelve por así decirlo, inasible, incorpórea, inmaterial. Se trata de obras que, al no ser identificadas, conocidas, ni admiradas, son llevadas al anonimato por la misma gente. Se olvidan, no existieron.
Exclusión espacial
Ahora bien, cabe recurrir en este momento al concepto de territorio. Como bien expresa Carlos Alberto Castaño-Aguirre, et. al., el territorio es “una categoría multidimensional que no sólo vincula la apropiación e identificación con un espacio físico, sino que también profundiza en las construcciones sociales, políticas y simbólicas establecidas en la cotidianidad” (201).
Esta conceptualización de territorio nos permite entender que las construcciones asociadas al espacio y a palabras como lugares, sitios y paisajes, entre otros, no sólo están ligadas al dilema que plantea la memoria histórica, sino que “se vinculan, por lo general, a una condición espacial que parece ser esencial en la vida de las personas” (p. 203). Es, precisamente, en esos espacios habitados donde coexiste una realidad subyacente superior a la realidad material, tangible y física, que se encuentra:
[…] permeada por las emociones, los sentimientos, los símbolos, las vivencias, los anhelos y los sueños, lo que hace que el sitio que se habita se convierta en una parte de sí mismos y, en alguna medida, en parte de su identidad personal y social. (204).
Una identidad que, desde esa perspectiva, puede muy bien excluir a los otros, a los que tienen otras vivencias derivadas de su relación o pertenencia a un territorio distinto (Sevilla, 2021). De ese modo, la discriminación puede interpretarse como un acto de rechazo del respectivo individuo o grupo debido a su raza, lengua, color de piel o localización en el espacio, dando lugar a un trato denigrante y de menosprecio hacia el otro o los otros (Castaño-Aguirre, et.al., 2021).
Como hemos visto, la discriminación social concerniente a territorio en Guadalajara dimana de una línea divisoria de orden histórico-político que separó a indios de españoles (oriente/poniente). Una especie de frontera marcada desde su fundación por el rio San Juan de Dios. Cabe preguntarnos, ¿cómo habrá evolucionado el comportamiento social al paso de los siglos bajo esas condiciones de segregación y aislamiento? Comparemos estos párrafos descriptivos de dos extranjeros en su paso por Guadalajara en el siglo XIX:
El carácter de los hijos de Guadalajara es alegre y franco; las mujeres de este privilegiado suelo gozan de fama universal por su belleza, ameno trato, carácter ardiente y apasionado, sentimientos levantados y franqueza encantadora... La civilización se ha extendido aquí con notable rapidez, transformando al pueblo indómito que era, a obediente y pacífico.
Adalberto de Cardona (Petersen, 1990, p.27).
Cada arteria que cruzamos vomita del corazón de la ciudad grupos de populacho: son los pelados de Guadalajara, célebres entre todos sus semejantes por su turbulencia, su corrupción y energía con que se entregan al vicio. Todos se confunden en una masa asquerosa sin distinción de edad ni sexo, sucios, casi desnudos, desvergonzados.”
Soldado francés que visitó Guadalajara (Petersen, 1990, p.27).
Ambos relatos son interesantes y emblemáticos de la atmósfera de segregación cotidiana que se vivía. El primer visitante Adalberto de Cardona, llegó al lado poniente, a los altos de Jalisco y “a la parte bonita” de la entidad; mientras que la caracterización del soldado francés se refiere a la parte Oriente de la ciudad. Los testimonios ilustran diferencias económicas, sociales y de idiosincrasia notables que, aunque acotadas a ese periodo, posiblemente prevalecieron en Guadalajara por siglos desde el periodo colonial. Esta es quizás una razón de peso que explica por qué la división citadina – aunque no es un tema nuevo ni simple - está prácticamente normalizado en el tejido social de Guadalajara. Se trata de un tópico que refuerza prejuicios y que se va heredando de generación en generación.
Este factor, desde nuestro punto de vista, explica que la población tienda a olvidar y, en este caso, imite y se apropie fácilmente de modelos de comportamiento que fomentan el malinchismo, la preferencia por estereotipos ajenos, el racismo, el clasismo y el aspiracionismo, infravalorando así sus raíces y la aceptación de sí mismo.
En este sentido, si se quiere conocer la configuración de estos espacios y territorios, es preciso incluir fundamentalmente las experiencias construidas, manifestadas mediante la memoria histórica de quienes los habitan. Esto, quizá, es la invitación a repensar la necesidad de vincular la teoría del afecto y la importancia de las emociones en la comprensión de los lugares y territorios (Aubán, 2017).
Por otra parte, cabe la posibilidad no muy remota de que el machismo, la corrupción y el autoritarismo patriarcal hayan prevalecido en la toma de decisiones urbanas y que la opinión de la ciudadanía no haya sido tomada en cuenta, sobre todo en la destrucción de edificaciones emblemáticas y de uso social, como por ejemplo; la remoción de “Las Fábricas de Francia (1889-1948)”, “la Escuela de Artes del Estado (1894-1938)”, la “Escuela Constitución (luego Escuela de Música de la UdeG) (1915-1980)” entre otros edificios.
Objetivos, alcances y metodología
Ahora bien, ante el reto que representa algo tan arduo como el rescate de la memoria histórica de la Cd. de Guadalajara a partir de asideros que son exiguos, consideramos que es posible contrarrestar la merma que lleva a la desaparición paulatina de un patrimonio arquitectónico tan importante para la cultura y registro histórico de la entidad. Lo que ha impedido a esta sociedad, en especial a las generaciones más jóvenes, por un lado, reconstruir con facilidad una imagen de si para reconocerse plenamente en el sentido extensivo y profundo del término. Y, por el otro lado, resolver el dilema de exclusión que plantea la división sociocultural del territorio, marcando notorias diferencias hasta el presente en los patrones de comportamiento de la población que habita los dos lados de la urbe.
Un objetivo de investigación de estas proporciones, obviamente, nos ha llevado a recurrir a herramientas metodológicas de varias disciplinas (como Historia, Antropología, Sociología, Arquitectura, etc.), a fin de estar en condiciones de vertebrar un análisis explicativo y cualitativo suficientemente riguroso, a partir de fuentes secundarias.
En ese estado de cosas, al igual que Vázquez y Leroy, estamos convencidos de que:
No existe en el “pasado material” nada como una “sustancia fundadora”, una arcadia a la cual regresar que custodie los elementos básicos de una identidad originaria. Pero sí es habitual la elaboración de una matriz para el recuerdo de “nuestro” pasado que la contenga, una memoria lineal, fuerte, que expurgue, interprete y borre los contornos y contradicciones de los contextos históricos. Sí es posible –de hecho muy habitual– confeccionar una memoria propagandística que sirva a las políticas del presente. (Vázquez & Leetoy, 2016, p.74.).
Sin embargo, no nos podemos quedar ahí. La línea de razonamiento nos obliga también a explorar la vía prospectiva al caer en cuenta que para resolver estas dos problemáticas complejísimas (pérdida de la memoria histórica y discriminación), habría que remontar la cuesta. Esto es, diseñar un modelo microsociológico y propagandístico innovador destinado a jóvenes de entre 12 y 30 años, “tomando en cuenta la importancia del espacio como territorio emocional y las cartografías y mapeos sociales, como método para visibilizar las complejidades de la construcción social del espacio habitado” (Castaño, et.al. 2021).
Como expresan los mismos investigadores citados, “las concepciones populares de la historia están influidas por narrativas específicas mercantilizadas de la misma manera que adoptan formatos concretos (libros, cine, videojuegos, etc.). El medio no es el mensaje, pero sí parte de él”. (Vázquez & Leetoy, 2016, p.74.). Así, nos hemos propuesto diseñar un modelo de difusión o divulgación basado en el avance tecnológico y en las posibilidades de internet; capaz de coadyuvar a recobrar de algún modo ese pasado material perdido y reconstruir la memoria histórica, cuando menos de ese segmento de la población. Esto es, un Modelo que ayude a reducir los dos problemas que enfrenta Guadalajara y que hemos examinado antes; llevándonos a paliar la discriminación y a preservar la memoria histórica de la ciudad.
La tecnología llevada de la mano con el internet provee un punto de conexión mediante el cual podemos transmitir la historia y compensar o cuando menos mitigar la discriminación.
Hoy en día la tecnología es un avance innovador para muchas personas, y por ello nace el entretenimiento, que abarca toda clase de edades, especialmente para los más jóvenes, quienes disfrutan la conexión de redes virtuales, consolas de videojuegos, etc. (Zayas, 2017, p.24.)
Esbozo de estrategias y acciones
La propuesta consiste básicamente en el diseño y puesta en operación de una página web (como la que refiere Piñuelas, 2017, p. 6). Dicho sitio podría contener un mapa del centro histórico de la Cd. de Guadalajara (como el facsímile de dominio público de 1800 que se muestra a continuación). Este mapa señalaría la ubicación de edificios e inmuebles de importancia histórica, arquitectónica o social destruidos entre fines del siglo XIX y la época actual.
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Cada sitio señalizado en el mapa desplegaría un código QR específico que permitiera a cualquier usuario de celular conocer la imagen de las calles modificadas y de inmuebles derruidos y proporcionar un poco de su historia. Por ejemplo, mostrar imágenes comparativas de calles transformadas y edificaciones demolidas como las que se muestran a continuación:
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De la misma manera, sobre otro mapa alternativo más moderno, podrían fijarse señales análogas para atender inteligentemente el espinoso problema de discriminación social, dándole un tratamiento humorístico a las distintas variantes y tipos de discriminación que subsisten en la actualidad y plantear cada uno de ellos como una enfermedad social que tiene solución, que debe superarse.
Cabe advertir que esta opción podría complementarse con medidas adicionales, como la instalación y operación de un módulo ubicado en el centro de la ciudad que podría funcionar al mismo tiempo como punto de convergencia y unión, así como de difusión y orientación del sistema.
En suma, como hemos visto, preservar obras arquitectónicas que forman parte del patrimonio histórico de la ciudad mientras los planos originales han sucumbido en su mayoría al pasar el tiempo, parte de la forma en que es conservada a través de testimonios escritos y fotografías de época. Gracias a técnicas como el modelado tridimensional es posible reconstruir incluso aproximaciones para su estudio (véase Beetz, Dietze, Berndt & Tamke, 2013).
Dada la naturaleza accesible de estos formatos de conservación, es viable difundir la disposición urbana de manera cronológica facilitando su análisis como un recurso valioso no solo para el ámbito académico; sino asequible a cualquier interesado que cuente con un dispositivo compatible.
Es posible elevar este registro histórico bajo los principios de una realidad virtual o aumentada, dando nueva vida a estas memorias sin comprometer las necesidades de una sociedad moderna; ofreciendo en conjunto nuevas maneras de interactuar con el material al facilitar trabajos derivativos en una miríada de áreas del conocimiento (como puede serlo el esfuerzo por superar comportamientos recalcitrantes de exclusión social).
Gracias a tecnologías emergentes como la fotogrametría, diseño asistido por computadora y el escaneo tridimensional es posible prevenir futuras pérdidas de acervo arquitectónico; instituciones públicas y privadas han tomado particular interés en la elaboración de registros en una sociedad hiperconectada para explotar esta valiosa información (Hrozek, Sobota, & Szabó, 2012)
Conclusiones
Es imposible medir la afectación cultural que ha ocasionado la destrucción del patrimonio arquitectónico del centro histórico de Guadalajara a lo largo de los siglos. Sin embargo, la investigación que hemos llevado a cabo nos ha permitido acercarnos a algunas de las complejidades del problema y tratar de sistematizar sus causas y consecuencias, con miras a columbrar un diagnóstico confiable. Esta ruta de análisis, a su vez, nos ha alentado a pensar que es factible neutralizar sus efectos más perniciosos en términos de territorialidad y discriminación social hacia el futuro. Esto es, nos llevó a reconocer signos esperanzadores y una apuesta de confianza hacia las generaciones más jóvenes (entre 15 y 30 años de edad). Para ello, nos dimos a la tarea de idear un modelo sencillo basado en las tecnologías de realidad virtual que estimamos pueden funcionar a través de las nuevas aplicaciones de teléfonos inteligentes para la conservación y difusión del acervo histórico derruido y para diluir paulatinamente los prototipos de exclusión aún presentes en los imaginarios de muchos pobladores de la parte oriente y poniente de la urbe en estudio.
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