En las fronteras de un cuento de Clarice Lispector.

On the Borders of a Clarice Lispector Tale.

 
         

DOI: 10.32870/sincronia.axxvii.n83.1a23

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Jorge Martín Gómez Bocanegra
Universidad de Guadalajara
(MÉXICO)

CE:
jgomezbocanegra@gmail.com
https://orcid.org/0000-0002-8656-0919

     
                Recepción: 30/09/2022 Revisión: 20/10/2022 Aprobación: 18/11/2022  
 

Cómo citar este artículo (APA):

En párrafo:
(Gómez, 2023, p. __)

En lista de referencias:
Gómez, J. (2023).En las fronteras de un cuento de Clarice Lispector. Revista Sincronía. XXVII(83). 267-281 DOI: 10.32870/sincronia.axxvii.n83.1a23

 

 

Resumen.
Ingresar al mundo textual de “El huevo y la gallina” es como aventurarse a los abismos del pensamiento de Clarice Lispector. Este trabajo es una aventura posible en ese abismo extraño que conforma el lenguaje de dicha autora. Se trata de un lenguaje impulsado por la mirada fenomenológica, y por esto mismo, una mirada inquietante que nos hace cobrar conciencia de lo que significa estar viendo un objeto que aparece de una forma cotidiana.

Palabras clave: Lenguaje y consciencia. Abismos. Mirada fenomenológica.

Abstract.
Entering the textual world of “El huevo y la gallina” is like venturing into the abysses of Clarice Lispector’s thought. This work is a possible adventure in that strange abyss that makes up the language of said author. It is a language driven by a phenomenological gaze, and for this very reason, a disturbing gaze that make us aware of what it means to be seeing an object that appears in a daily basis.

Keywords: Language and consciousness. Abysses. Phenomenological view.

 
 
 

Por miedo a la locura, renuncié a la verdad.
Clarice Lispector

En el lenguaje de Clarice Lispector.
Escribir sobre la obra de Clarice Lispector es hacerlo sabiendo que hay siempre algo que se nos escapa. Desde luego, todo depende del tipo de texto que se busca escribir para contener -y comprender- eso que se quiere aquilatar en su obra.

Con excepción de los cuentos que aparecen reunidos en el libro El viacrucis del cuerpo, en la gran mayoría de los textos de Lispector hay un excedente, tanto en las formas estructurales del relato literario como en las formas narrativas en que se constituye el entretejido de lo estético.

En el caso del cuento como tal, en su estructuración “canónica”, esa de la “santísima trinidad”, como la llamó Cristina Rivera en alguna parte de sus libros, que consiste fundamentalmente en 1. presentación del tema de la anécdota; 2. desarrollo del hecho nuclear problemático; y 3., conclusión del relato anecdótico observado literariamente; en la gran mayoría de los cuentos de Clarice, esta santísima trinidad estructural acaba siendo “borrosa”, o mejor, acaba siendo desdibujada, debido a un excedente de lenguaje, de sensibilidad e inteligencia.

En sus textos “cuentísticos” suele ocurrir que estén presentes sutiles y extensas digresiones que conllevan un exceso de lenguajes provenientes de distintas esferas del conocimiento, de tal modo, que el cuento acaba siendo un pretexto perfecto para expurgar y poner en entredicho la lección de los señalados orfebres del relato, esto es, aquellos autores y autoras a quienes se les adjudica una cierta perfección en el contar mediante voces narrativas precisas, justas, exactas, toda vez que logran el control mesurado de las partes estructurales a través de sus particulares estilos.

En cambio –y a cambio-, en Clarice Lispector el tono de la pieza narrativa según su anécdota, se percibe sensiblemente como libertad de juego narrativo. Entendiendo el juego narrativo en dos sentidos; uno, como vía para alcanzar el conocimiento dentro de lo posible, y que consiste en transitar por el rumbo de lo anecdótico, sin que signifique que la anécdota deba estar prescrita o determinada por alguno de los órdenes de la “santísima trinidad” estructural del relato. Por el contrario, lo anecdótico, antes que todo, ha de estar inscrito en el juego de las fuertes cargas de e-moción, por el que se alcanzan múltiples sentidos que provocan -particularmente en el lector atento y acucioso- una sensación (una impresión) de que lo que importa verdaderamente saber es: no tanto qué pasó, sino cómo fue que pasó, y qué fue lo que se pudo experimentar emocional y pasionalmente mientras sucedía ese juego viable y múltiple del conocimiento. 

El otro sentido que observamos como libertad del juego en los cuentos de Clarice, es el de la profunda exploración que las voces narrativas alcanzan a palpar en las honduras del lenguaje, y por las cuales, más que hablar de conocimiento, se tendría que hablar de extrañamiento. Es por este extrañamiento que logramos experimentar –como lectores- los abismos en que las voces juegan y discurren mediante los descentramientos propios del pensamiento errático, vagabundo, y despreocupado en alcanzar -mucho más que- fines u objetivos específicamente “literarios”.

Además de todo lo anterior, es preferible no buscar en los cuentos de Clarice eso que a ciertos autores del cuento les encanta advertir: que en todo cuento hay siempre una historia superficial y una historia profunda; una historia que todo lector puede entender, y otra, la que sólo los especialistas hermeneutas son capaces de descifrar.

En los cuentos de Clarice, de hecho, habría que comenzar por poner en duda si hay una historia en cada uno de sus cuentos; por lo tanto, resulta ocioso buscar y rebuscar la historia superficial y la historia profunda –para valorar y comprender la singularidad estética que hay en sus relatos.

En los entresijos del lenguaje de Clarice.
El cuento sobre el que ensayaremos en este trabajo, “El huevo y la gallina”, es un caso ejemplar de excedencia formal; tanta, que a no pocos críticos literarios les resulta difícil ponerse de acuerdo en saber -con toda certeza- qué cosa es ese texto.

Para Antònia Cabanilles Sanchís y Ana Lozano de la Pola (2013), “El huevo y la gallina” es un anticuento, y por “anticuento” debemos entender lo que, según ellas, la propia Lispector advirtió en ese sentido:


[…] es la propia Lispector la que nos ofrece el cabo adecuado por el que empezar a tirar del hilo del género de sus narraciones breves cuando señala: “No sé muy bien lo que es un cuento. Entre tanto, a pesar de la confusión, sé lo que es un anticuento. Confusamente. Tal vez yo entienda más lo que es un anticuento porque soy una antiescritora” (2013, p. 24).


           
Otra especialista de la obra de Clarice Lispector, Elena Losada Soler, señala que los textos de Clarice “componen una obra ovillada”, queriéndose decir con esto que “con sus palabras revueltas, llenas de intersticios — entrelíneas— de aire, como los que se forman en una madeja, fácil de deshacer si se tira del extremo adecuado, imposible si se toma el hilo errado” (Cabanilles Sanchís y Lozano de Paola, 2013 p. 24).

 Pero además de ser notoria la excedencia en dichas formas, existe otra clase de excedente[1], y que es el que muchas veces, le complica la existencia a los académicos de la literatura; en su mayoría, muy dados a obsesiones explicativas y demostrativas, y para quienes, por lo regular y hasta por ley, cuando encuentran que en un determinado texto académico no hay demostración ni explicación, sentencian que se trata de un objeto sin pensamiento ni práxis, o sea, sin sustancia epistemológica.

En los textos de Clarice, sin embargo, querer explicarlos no siempre resulta muy productivo, académicamente hablando; y demostrarlos, hace que en ocasiones sólo acaben pareciendo –las demostraciones- una serie de tautologías en absoluto interesantes o significativas.

En nuestro caso, la comprensión textual es nuestro principal interés -dentro de lo posible. Preferimos atender lo que hay y deja ver el texto de Clarice, que entender eso que quizá no está allí y que es una mera presuposición manipuladora.

Con todo lo anterior, no deseamos afirmar que los únicos a los que se les complica la existencia, ante la obra de Clarice, son los críticos literarios y los académicos; están también los traductores de las obras de Clarice Lispector, y desde luego, sin duda, los lectores de literatura.

De acuerdo con el poeta Ledo Ivo: “El hecho de que su prosa suene extranjera es uno de los hechos más abrumadores de nuestra historia literaria, e incluso de la historia de nuestro idioma” (Moser, 2009, p. 233).

Los traductores de Clarice “harían bien en recordar –explica Moser- : por raro que suene la prosa de Clarice en la traducción […] [que] suena igual en el original” (2009, p. 233).
Para destacar la enigmática extrañeza que acontece en su prosa –o si lo prefieren: los oscuros entresijos que hay en sus textos-, hemos de considerar el entorno familiar como el origen del extraño ser que habita en su lenguaje, así como por las personalidades de cada uno de los miembros del clan familiar que mucho la afectaron en su vida, sobre todo, su padre y su madre, pero también sus hermanas, quienes también fueron escritoras –aunque, tal vez, no con la fuerza narrativa ni con la nerviosa extrañeza en que Clarice Lispector vivió las realidades de la vida, y que logró hacerlas entrañables en muchos de sus cuentos y novelas.

De su entorno familiar, hay que señalar que Clarice proviene de una familia que emigró a Brasil, procedente de Chechelnik, Ucrania. Asimismo, es inevitable correlacionar las fuertes vivencias que sufrió Clarice al conocer algunas de las historias de esa emigración, de entre las cuales ella misma llegó a expresar, en un manuscrito inédito, lo siguiente: “Hay algo que me gustaría decir y que no puedo. Y será muy difícil que alguien escriba mi biografía” (Moser, 2009, p, 46). Este algo es, entre otros secretos de su vida, una fuerza que la impulsó a escribir como quien intenta alcanzar y comprender una verdad extraordinariamente peligrosa.

Colocarnos en ese intervalo que va de 1919 hasta 1921, durante el cual acontece la violencia de los progromos en todo el territorio de Ucrania (la familia de Lispector era de origen judío) y que es el factor principal de que la familia emigrara a Brasil, así como del embarazo de Mania, a consecuencia –quizás- de una violación –por parte de soldados rusos- y cuyo producto será “efectivamente” el nacimiento de Clarice Lispector en Chechelnik.[2] Considerar dicho intervalo, por el afán de buscar posibles explicaciones en torno al pensamiento literario de Clarice, llevaría a escribir un trabajo mucho más extenso que éste.

Miradas filosóficas y contemplativas en “El huevo y la gallina”.
En agosto de 1976, Clarice Lispector fue invitada a participar en el Primer Congreso Mundial de Brujería, realizado en Bogotá, Colombia, y lo hizo con una conferencia que tituló: “Literature and Magic”. Fue aquí cuando Clarice leyó “El huevo y la gallina”.
Para introducir su texto, la autora advirtió lo siguiente:


Tengo poco que decir sobre magia. Realmente creo que nuestro contacto con lo sobrenatural debe hacerse en silencio y en una meditación solitaria. La inspiración, en todas las formas del arte, tiene un toque de magia, porque la creación es una cosa absolutamente inexplicable. Nadie sabe nada sobre ella (Citado por Hernández, 2008, p. 75).

Podemos señalar que “El huevo y la gallina” funciona bien para ejemplificar lo impresionante que puede haber en el proceso de creación, sin que, por esto mismo, signifique que se está borrando la idea perceptual que Clarice Lispector tenía sobre la inspiración y la creación. Con otras palabras, “El huevo y la gallina” no es un relato que ayude a explicar lo inexplicable en torno a los instantes en que ocurren la inspiración y la creación, pero sí puede ser observado como un ejemplo claro de vivencia excepcional, de estado mágico, sobrenatural, que en Clarice Lispector tuvo que darse para confeccionar las fascinantes y encantadoras ideas que en “El huevo y la gallina” aparecen.

Como suele acontecer en los textos enigmáticos, desde un inicio intrigan y conmocionan las ideas que allí aparecen. Es el caso de “El huevo y la gallina”[3], cuyo inicio dice así:
Por la mañana en la cocina sobre la mesa miro el huevo.

Miro el huevo con una sola mirada. Inmediatamente me doy cuenta de que no es posible estar viendo un huevo. Ver un huevo nunca se mantiene en el presente: en cuanto veo un huevo, eso ya es haber visto un huevo hace tres milenios. –En el instante mismo en que se ve el huevo, éste es el recuerdo de un huevo. –Sólo ve el huevo quien ya lo haya visto. –Cuando se ve el huevo es demasiado tarde: huevo visto, huevo perdido. –Ver el huevo es la promesa de que algún día se llegará a ver el huevo. –Mirada corta e indivisible; si es que hay pensamiento; no hay; hay el huevo. –Mirar es el instrumento necesario que, una vez usado, desecharé. Me quedaré con el huevo. –El huevo no tiene un sí-mismo. Individualmente, no existe (Lispector, 2020, p. 216).

Anotamos cómo en el inicio de este singular texto se ofrece un planteamiento fenomenológico. Es en la mirada y por la mirada que se accede a un estado de conciencia para encontrarse ante eso que está allí existiendo. Lo que la mirada atrae y coloca es una forma de ser-material y de existir-perceptual. “Ver un huevo nunca se mantiene en el presente” - dice quien mira y es testigo de esa aparición que se muestra en un presente ambiguo; y concluye aseverando: “en cuanto veo un huevo, eso ya es haber visto un huevo hace tres milenios”.

Íntegramente, el fragmento citado se expone a partir de la mirada. Es una mirada fenomenológica, más que narratológica, que permite saber y cobrar conciencia de una serie de apreciaciones que, muy bien, podrían ser utilizadas como las premisas de varios argumentos.

En Bosquejo de una teoría de las emociones, nos dice Jean Paul Sartre (2005) que la fenomenología es el estudio de los fenómenos, y no de los hechos. Que por fenómeno hay que entender “lo que se muestra por sí mismo”, aquello cuya realidad es precisamente apariencia. Asegura que “el mostrarse no es un mostrarse cualquiera […]” Y, apoyándose en Heidegger, enfatiza: “existir para la realidad-humana es asumir su propio ser en un modo existencial de comprensión; existir para la conciencia es aparecerse a sí mismo” (Sartre, 2005, p. 20).

De acuerdo con esto último, la relación que se establece entre la mirada y el huevo es la circunstancia en que la conciencia –de la voz narrativa- va comprendiendo la singularidad en que acontece la aparición del huevo. El huevo parece y aparece ante la mirada. De aquí que: “–Cuando se ve el huevo es demasiado tarde: huevo visto, huevo perdido. –Ver el huevo es la promesa de que algún día se llegará a ver el huevo.” (p. 20). Es por esta promesa que, en el huevo como en quien mirará el huevo: el parecer y el aparecer estarán fuertemente vinculados con un modo de existir y con un modo de afectar la mirada. Siendo esto así, la mirada afectada será la evidencia de una conciencia narrativa que se comprende mediante la emergencia de un fenómeno: “huevo visto, huevo perdido”. (p. 20)

Nos instruye Sartre (2005): “para el fenomenólogo todo hecho humano es por esencia significativo” (p. 22). Nosotros diríamos que para Clarice Lispector, como para otros escritores hipersensibles e inteligentes como ella, toda circunstancia humana es literariamente significativa. Entendiendo esto último como toda circunstancia en que la vida humana se significa y se comprende por una conciencia de existir en el mundo. En “El huevo y la gallina” lo que acontece es una circunstancia humana, vitalmente significativa. Es humanamente significativo escuchar a la voz decir lo siguiente: “Nadie es capaz de ver el huevo. ¿El perro ve el huevo? Sólo las máquinas ven el huevo” (p. 22), y más adelante, esta misma voz nos hace sumergirnos en un pasado mitológico, humano, como cuando nos dice:


Cuando yo era antigua, fui depositaria del huevo y caminé suavemente para no volcar el silencio del huevo. Cuando me morí, me sacaron el huevo con cuidado. Aún estaba vivo. –Sólo vería el huevo quien viera el mundo. Como el mundo, el huevo es obvio. (Lispector, 2020, p. 216). 

Desde luego, como suele ocurrir en varios de los textos de Clarice Lispector, “El huevo y la gallina” es un entramado de ideas inquietantes que obligan a observarlas –para comprenderlas- con los microscopios de la fenomenología y de otras disciplinas filosóficas; pero también obligan, tales ideas, a la contemplación mística, esto es, a contemplarlas hasta que cada una de estas ideas provoque el estallamiento de una comprensión –o de una incomprensión- dentro de nosotros. En este sentido, citamos a continuación una serie de ideas que nos permite observarlas filosóficamente, pero también, a comprenderlas mediante un ejercicio de contemplación.
           
El huevo ya no existe. Como la luz de la estrella ya muerta, el huevo propiamente dicho ya no existe. –Eres perfecto, huevo. Eres blanco. –Te dedico el principio. Te dedico la primera vez.


Al huevo le dedico la nación china.
El huevo es una cosa suspendida. Nunca se ha posado. Cuando se posa, no fue él quien se posó. Fue una cosa la que quedó debajo del huevo. Miro el huevo en la cocina con una atención superficial para no romperlo. Tengo el mayor de los cuidados para no entenderlo. Siendo imposible entenderlo, sé que si lo entiendo es porque me equivoco. Entender es la prueba del error.  Entenderlo no es la manera de verlo. –Jamás pensar en el huevo es una manera de haberlo visto. -¿Sabré del huevo? Es casi seguro que sí. Así existo, luego sé. –Lo que no sé del huevo es lo que realmente importa. Lo que no sé del huevo me da al huevo propiamente dicho (Lispector, 2020, pp. 216-217).

De acuerdo con Benjamin Moser (2017), fue Baruch Spinoza el filósofo de quien Clarice Lispector más se sintió atraída, tanto, que, en Cerca del corazón salvaje, su primera novela: “hay partes que están copiadas de forma casi textual de las notas que hay en su ejemplar de Baruch Spinoza”. Por ejemplo, en dicha novela aparecen estas ideas de Baruch: “Dentro del mundo no hay lugar para otras creaciones. Sólo hay oportunidad de reintegración y continuación. Todo lo que podría existir, ya existe. Nada más puede ser creado, solo revelado” (Moser, 2017, pp. 132-133).

Podemos decir, entonces, que la mirada que nos hace vivir la experiencia de saber y de comprender la existencia del huevo, es también la mirada de una revelación, es la mirada mitológica –al mismo tiempo que fenomenológica- que atrapa la apariencia de ser del huevo. Estamos ante la mirada que nos hace comprender el alto valor de la significación simbólica que hay veladamente en el modo de existir del huevo.

El título del cuento en su excedencia narrativa
En el texto de Clarice, no sólo se habla del huevo, sino también de la gallina. Ya en otro texto suyo, perteneciente a Lazos de familia, está el que se titula “Una gallina”, en el cual toda su atención está puesta precisamente en la existencia de esta singular ave. En el caso del texto que estamos tratando, no es de una gallina el objeto de interés, sino de la gallina. En “El huevo y la gallina”, a diferencia de “Una gallina”, más que observar a la gallina como una forma de ser animada, está siendo comprendida en una relación -más que perceptual- conceptual.

En este enigmático relato, el cual forma parte del libro La legión extranjera (1964), el huevo representa muchas ideas, tantas cuantos microscopios filosóficos utilicemos para estudiarlas en sus diversas significaciones, de entre algunas de ellas, están las ideas que representan al huevo en su relación con la gallina, pero también están las que representan a la gallina en una circunstancia más inmediata y cotidiana. Y desde luego, está también esa sintaxis que apunta -por asociación de términos- a un problema filosófico secular, aporético, cuyo planteamiento es: “¿Qué fue primero; el huevo o la gallina?” Es por todo esto y por lo que a continuación citamos, que veríamos, sin la menor duda, excedencia y excedente en “El huevo y la gallina”.


El huevo es una exteriorización. Tener un cascarón es darse. –El huevo desnuda a la cocina. Hace de la mesa un plano inclinado. El huevo expone. –Quien se ahonda en un huevo, quien ve más que la superficie del huevo, lo que quiere es otra cosa: tiene hambre.
Huevo es el alma de la gallina […]
-No lo toco. Es el aura de mis dedos lo que ve al huevo. No lo toco. –Pero dedicarme a la visión del huevo sería morir para la vida mundana, y yo necesito la yema y la clara […] De huevo en huevo se llega a Dios, que es invisible a simple vista (Lispector, 2020, p. 217).

Hasta aquí, la gallina apenas si es atendida en relación con el huevo. El huevo sigue siendo el alma del relato, al grado de que es a través de él que se puede alcanzar la conciencia de la existencia de Dios; un Dios que, a semejanza del huevo, “es invisible a simple vista”.


Con el tiempo, el huevo se convirtió en un huevo de gallina. No lo es. Pero, adoptado, usa su apellido. –Es necesario decir “el huevo de la gallina”. Si se dice sólo “el huevo”, se agota el tema, y el mundo queda desnudo. –En cuanto al huevo, el riesgo es que se descubra eso que podría llamarse belleza, es decir, su veracidad. La veracidad del huevo no es verosímil. Si la descubren, tal vez quieran obligarlo a volverse rectangular […]
[…]
¿Y la gallina? El huevo es el gran sacrificio de la gallina. El huevo es la cruz que la gallina carga en la vida. El huevo es el sueño inalcanzable de la gallina. La gallina ama el huevo. No sabe que el huevo existe (Lispector, 2020, pp. 217-218).

La percepción y la intelección que observamos en esta relación de ideas, tienen que ver, precisamente, con la manera de poner en una situación crítica el orden de lo perceptivo ante el orden de lo conceptual.

Es el caso siguiente: “Con el tiempo, el huevo se convirtió en un huevo de gallina. No lo es.” En esta relación, difícilmente se podría pensar en una comprensión dialéctica o trascendental, ya que la primera idea afirmativa, circunscrita a una temporalidad, no se ve reforzada con la idea que la niega a continuación. No hay síntesis; lo que hay es la apertura para constatar una nueva situación, atendida mediante una concepción de carácter social, en la que se dice: “Pero, adoptado, usa su apellido. –Es necesario decir “el huevo de la gallina”. Esta nueva situación se convierte en el pretexto para generar un nuevo vínculo, esta vez, más de índole conceptual que perceptual, ya no entre el huevo y la gallina, sino entre el huevo y el mundo: “Si se dice sólo “el huevo”, se agota el tema, y el mundo queda desnudo.”

Haciendo un salto textual en esta cita que estamos observando, escuchamos decir: “¿Y la gallina?”; pero esta vez, la serie de ideas que se establece para responder a esta cuestión, resulta asombrosamente enigmática, y por esto mismo, “mágica”.

Ya no están puestos en cuestión los órdenes perceptuales y conceptuales, sino que estamos ante una poderosa y atractiva constelación de descentramientos, en cuya relación los vínculos no se ofrecen por el rumbo de la coherencia semántica, sino por el de la mística y la inteligibilidad fantástica.

Las respuestas que ofrece la voz a la pregunta, son: “El huevo es el gran sacrificio de la gallina. El huevo es la cruz que la gallina carga en la vida. El huevo es el sueño inalcanzable de la gallina. La gallina ama el huevo. No sabe que el huevo existe”. En dos de estas respuestas, la relación de causa y efecto se borra para dar pie a una relación mística y religiosa: el huevo como un gran sacrificio para la gallina, y el huevo como oneroso destino de la gallina.

Luego están las otras respuestas, cuyos vínculos resultan diferentes. Saber que “El huevo es el sueño inalcanzable de la gallina”, resulta liminar; de un lado está la existencia del huevo como producto posible, y del otro lado está la gallina como el ser que se asegura en su descendencia. En esta relación, el liminar espacio se concreta mediante una conexión extraña: huevo soñado e inalcanzable (intocable) y, ante o bajo, la existencia onírica de la gallina.

Por el contrario, las respuestas que la voz ofrece: “La gallina ama el huevo. No sabe que el huevo existe”, bien pueden ser consideradas “respuestas fantásticas”.

No obstante, nos sigue resonando la pregunta: “¿Y la gallina?”; y entonces las respuestas son diversas y distintas. A quien de pronto recuerda que ha establecido un vínculo, en apariencia, “natural”, las respuestas le acaban sucediendo a la velocidad de la sorpresa. Orden natural que, más que ser desdibujado, es comprendido bajo otras lógicas, o si se prefiere, bajo otras maneras posibles de correlación comprensiva.

Su hermana Tania confirmó que, en cierto momento, la lectura de Clarice incluía mucha literatura cabalística. Pero esta lectura, para Clarice, nunca fue el objetivo final, y lo repudiaba. “No solo carezco de cultura y de erudición”, le dijo [Clarice] a un entrevistador, a principios de los sesenta, “sino que esas materias no me interesan. Solía arrepentirme, pero ahora no trato de documentarme; porque pienso que la literatura no es literatura, es vida” (Benjamin Moser, 201, p. 251).
“El huevo y la gallina” es, pues, un momento en la vida de Clarice Lispector, un momento cuya experiencia, probablemente mística, la llevó a comprender la profunda existencia que representa la presencia del huevo en el mundo. Más que vincular el huevo a la existencia de la gallina, según las distintas visiones que experimentamos junto con la mirada de quien narra su experiencia en diversas maneras, habría que vincularlo con la historia del ser y del existir en el mundo. Efectivamente, se trataría de un relato obtenido a partir de un repertorio de ideas cuyos impulsos provienen de fuerzas filosóficas y mitológicas.

“¿Y la gallina?”, como en algún momento se preguntó la voz del relato. La gallina podría significar –metafóricamente hablando- una especie de archivo en cuyos fondos aparecen las formas veladas de la creación. Vendría a ser la historia de todas las artes. La gallina podría ser concebida como el cuerpo simbólico en que habitan y se materializan todas las posibles experiencias de creación.

El huevo, por el contrario, sería la potencial energía que late en todas esas posibilidades; sería el fenómeno que espera a ser desvelado por la conciencia del ser en que están comprendidos los enigmáticos procesos de inspiración y creación. El huevo vendría a ser el “eso”, o lo que en otros textos de Clarice Lispector se denomina el “it”; un “it” o un “eso” que desnuda al mundo.

En la gallina podrían estar asimilados los múltiples y diversos vestuarios con que el mundo se cubre y se disfraza con todos los atributos que han hecho posible los artistas y los escritores.

De este modo es como comprendemos el siguiente fragmento, que dice:


El huevo sigue siendo ese mismo que se originó en Macedonia. La gallina es siempre la tragedia más moderna. Siempre está inútilmente al corriente. Y sigue siendo rediseñada. Aún no se ha encontrado la forma más adecuada para una gallina (Lispector, 2020, p. 219).

Últimas reflexiones
El texto de Clarice Lispector, “El huevo y la gallina”, es el relato de una mirada fenomenológica; pero también es la experiencia vital provocada por un estado inexplicablemente creativo y de inspiración mágica, mediante el cual la escritora pudo aproximarnos a la comprensión de lo que podría significar existir y estar en el mundo. Esto es: la comprensión como la totalidad de un proceso real, por inmediato.

En el relato que se establece entre el huevo y la gallina, se ofrecen vínculos que ayudan a establecer diversas direcciones y que poco tienen que ver con la economía del lenguaje para alcanzar la claridad en las estructuras formales del cuento, y sí más, pero mucho más, prevalece la excedencia como un buffer que hace posible la libertad del juego para alcanzar las excentricidades del pensamiento errabundo y explorador, así como para experimentar las poderosas fuerzas de la sensibilidad perceptiva.

Como fue anticipado en las primeras páginas de este trabajo, menos que buscar la respuesta a las preguntas: ¿Qué pasó? ¿Cuál fue la historia que se nos contó en “El huevo la gallina”?; mejor sería hacernos otras interrogantes, mucho más interesantes y convenientes al relato que atendimos –sabiendo, de antemano, que no necesariamente hemos entendido y comprendido todo “eso” que nos ocurrió mientras fuimos leyendo el texto. Como lo apuntamos desde un principio: en los textos de Clarice siempre hay algo que se nos escapa.

Con base en esto último, hay que evitar caer en esa costumbre o en ese hábito que se ofrece mediante la idea -a modo de hipótesis- que dice: “Lo que la autora nos quiso decir / lo que la voz narrativa nos quiere comunicar…”, porque es tanto como continuar con una manera irresponsable de ver las cosas del relato y de la narrativa en Clarice Lispector.

Clarice Lispector difícilmente “quiso decirnos algo” o “quiso que sus voces narrativas nos comunicaran algo”. La obra de Clarice Lispector poco tiene que ver con el “querer decir o “con el “querer comunicar”. Antes bien, tiene mucho que ver con lo extraño que puede ser estar y sentirse vivo.

En Clarice: la vida, el estar vivo, la existencia en el mundo, la desconfianza por lo tradicional y por la repetición de hacer siempre lo mismo –tradición y repetición que matan o que hacen experimentar la muerte en quienes sufren intensamente la existencia de estar vivos o vivas-, entre otras tantas realidades que la ocuparon como madre y como escritora, como esposa y como hermana: son las profundas realidades que hay que atender cuando leemos y queremos comprender los relatos y las narraciones de esta singular “antiescritora”.

No es la literatura ni fue la literatura lo que más le preocupó a ella, sino la vida, el sentirse y saberse viva, al grado que, para mantener esa sensación de vivir intensamente, buscaba habitar el instante hasta el colmo y, desde luego, hasta el desbordamiento.

[1] Debo señalar la variación significativa que busco establecer entre excedencia y excedente. Con el primer concepto, me importa destacar un exceso -en abstracto- que en los textos de Clarice existe y que hace de la forma-cuento un desdibujamiento en las fronteras mismas del género. Por otra parte, el excedente, con este concepto quiero indicar un exceso –en concreto- respecto de las partes estructurales de la forma-cuento, o sea, vería a través de dicho concepto la idea del ejercicio mismo del desbordamiento en cada una de las partes del relato y de la no contención del lenguaje por parte de la voz narrativa; tan cara esta contención, o bien, este ahorro de lenguaje, en los llamados orfebres del cuento.

[2] “Hubo al menos mil progromos así, cometidos por todos los bandos de la guerra. La Cruz Roja rusa estimó que en 1920 al menos 40,000 judíos fueron asesinados, aunque también reconoció que la verdadera cifra nunca se sabría […] Como otros muchos, Mania, Pinkhas, Elisa y Tania Lispector estaban atrapados en este horror” (Moser 2019, p. 45)

[3] La versión que utilizaré es la que aparece en Cuentos completos de Clarice Lispector (2020) Trad. de Paula Abramo; Prefacio y organización de Benjamin Moser. FCE: México; págs. 216-224

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Referencias
Cabanilles, A.; y Lozano, A. (julio-diciembre 2013). Límites, fracasos y Lenguajes. Reflexiones sobre huevos y gallinas. Espéculo Clarice Lispector (51) pp. 20-34. https://webs.ucm.es/info/especulo/Clarice_Lispector_Especulo_51_UCM_julio2013.pdf

Hernández, C. (2008). La náusea literaria contemporánea en Clarice Lispector. (Tesis doctoral presentada en la Universitat de Barcelona en junio de 2008). https://www.tdx.cat/bitstream/handle/10803/1731/CHT_TESIS.pdf?sequence=1&iAllowed=y.

Lispector, C. (2020). El huevo y la gallina. En: Cuentos completos de Clarice Lispector (trad. de Paula Abramo; Prefacio y organización de Benjamin Moser). México: FCE.

Moser, B. (2017). Por qué este mundo. Una biografía de Clarice Lispector. Madrid: Siruela.

Sartre, J.P. (2005). Bosquejo de una teoría de las emociones. Madrid: Alianza Editorial.

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  Universidad de Guadalajara
Departamento de Filosofía / Departamento de Letras