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Introducción
Para realizar este análisis se utilizará el cuento de “La fiesta brava”de José Emilio Pacheco en el que se identifica que la decolonialidad ocurre al escudriñar el daño causado por el colonialismo y que termina manifestándose en la “venganza” de la cultura prehispánica frente al dominador.
El cuento de José Emilio Pacheco es un metarrelato que está integrado por tres narraciones y que se contextualiza en 1971, un período de profunda dependencia económica de México a los Estados Unidos y a las corporaciones internacionales. Este relato está atravesado transversalmente por la globalización y, aun así, no deja de estar presente la resistencia social de diversos sectores de la sociedad mexicana que se manifiestan en contra de la entrega del país al extranjero y que fueron reprimidas por las estructuras beneficiadas del orden imperante: las huelgas ferrocarrileras (1959), la matanza de Tlatelolco (1968) y el asesinato de “Los halcones” (1971). Son tres fechas de los momentos represivos más graves del México postrevolucionario.
José Emilio Pacheco, la voz de los olvidados
Nació en la Ciudad de México el 30 de junio de 1939 y murió en la misma ciudad el 26 de enero de 2014. Temas como el paso del tiempo, la vida o la muerte son la vértebra de su producción literaria.
Su obra poética está caracterizada por la depuración extrema de elementos ornamentales y destaca por su compromiso social con su país. Algunos de sus títulos más importantes de este género son: Los elementos de la noche (1963), No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969), Los trabajos del mar (1984), Miro la tierra (1986) y Ciudad de la memoria (1989).
Su obra narrativa está marcada por la experimentación en nuevas estructuras y técnicas narrativas. Contenidos como la pérdida y la singularidad de la niñez, así como las relaciones afectivas son recurrentes en su obra, estos aspectos están enmascarados por su preocupación social e histórica de México. Como narrador sus relatos más notables son: El viento distante (1963), El principio del placer (1972), La sombra de la Medusa y otros cuentos marginales (1990) y la novela Morirás lejos (1967) y Las batallas del desierto (1981). Sus artículos y ensayos son numerosos y casi todos versan sobre literatura, aunque también abordan asuntos políticos y sociales.
José Emilio Pacheco también sobresalió por su labor como editor y traductor. Entre los galardones otorgados están los premios Magda Donato (1967), Xavier Urrutia (1973), Premio Nacional de Periodismo (1990), Premio Nacional de Ciencias y Artes en el campo de la lingüística y literatura (1992), Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2009) y el Premio Miguel de Cervantes (2009). (Cf. Instituto Cervantes (2017)).
“La fiesta brava”es uno de los seis relatos que integran El principio del placer; cuya primera edición fue publicada por la editorial Joaquín Mortiz en 1972, siendo así, contemporánea de los acontecimientos narrados en el cuento. En este texto, su autor muestra la necesidad de reconocer los elementos de las culturas indígenas pasadas ya que hoy configuran nuestra identidad nacional y deja de manifiesto su compromiso como escritor al no dejar en el olvido la versión histórica de los vencidos.
La marca de la colonialidad: la fiesta brava
Para iniciar, es necesario hacer un resumen de la trama del cuento a analizar: “La fiesta brava” es un metarrelato que se divide en: a) el cuento de “La fiesta brava” escrito por Andrés Quintana, b) el cuento que escribe propiamente José Emilio Pacheco y c) el aviso en el periódico donde se anuncia la desaparición de Andrés Quintana.
La historia narrada comienza con el aviso en el que se ofrece recompensa a quien conozca el paradero de Andrés Quintana, extraviado una noche en la avenida Juárez del centro histórico de la Ciudad de México. A continuación, se incluye “La fiesta brava, por Andrés Quintana” que es un cuento escrito por este personaje. Finalmente se describen las circunstancias de la escritura de ese cuento, un texto por encargo y que es rechazado por una revista para su publicación.
El título de este cuento “La fiesta brava”, recuerda al universo español, los festejos taurinos se celebraban desde la conquista de nuestro país por diversos motivos: acontecimientos de la monarquía española, la llegada de un virrey, la búsqueda de recursos para resolver desastres naturales, la construcción de obras públicas y hasta para financiar actividades militares. El 13 de agosto de 1529 se instituyeron de manera oficial las corridas de toros para conmemorar el Aniversario de la Toma de la Gran Tenochtitlán.
La mayoría de los países de América Latina tienen una experiencia compartida de colonialismo del siglo XV al XVIII durante los cuales conquistadores españoles y portugueses colonizaron y explotaron la tierra y a la gente. España colonizó tierras en el Caribe, América Central, América del Sur y porciones de lo que ahora son los Estados Unidos. En un primer momento, el enfoque de este análisis está centrado en la conquista española en México, debido a que es el escenario del cuento de “La fiesta brava” de Andrés Quintana.
A pesar de que los españoles proclamaron su descubrimiento de estas nuevas tierras, el territorio del México contemporáneo estaba habitado por muchas civilizaciones complejas y comunidades indígenas antes de la llegada de los conquistadores. En ese momento, los aztecas estaban en la cima de su expansión en México, convirtiéndolos en un objetivo del deseo de los colonizadores.
En “La fiesta brava” de José Emilio Pacheco aparecen los efectos duraderos de la colonialidad, cuyo concepto es definido y diferenciado del colonialismopor Aníbal Quijano: la colonialidad denota la estructura lógica del dominio, consiste en develar la lógica encubierta que impone el control, la dominación y la explotación, una lógica oculta tras el discurso de la salvación, el progreso, la modernización y el bien común (Cf. Mignolo (2007)).
La conquista española es un factor de atención en este cuento, su autor utiliza elementos fantásticos para ilustrar el impacto de la colonialidad, examina la conquista y rescata la historia de las culturas precolombinas. Aquí, Andrés Quintana vuelve a contar la conquista, pero eleva la voz de los indígenas mexicanos y muestra aspectos de sus culturas.
En la primera parte de “La fiesta brava”, de Quintana, el norteamericano capitán Keller, es entregado a Cuatlicue. Keller, excombatiente de Vietnam, se encara al poder luminoso y aterrador de la diosa dormida en un viaje que hace a México. A la vista del monolito de Cuatlicue, “madre de todas las deidades, del sol, la luna y las estrellas, diosa que crea la vida en este planeta y recibe a los muertos en su cuerpo” (Pacheco, 1997, p. 57), la alteridad lo atrapa y la imagen de la estatua se convierte en una obsesión que acapara todos sus pensamientos: “usted queda imantado por ella” dice el texto. Entonces, y justo un 13 de agosto –aniversario de la caída de Tenochtitlán–, un misterioso visitante invita a Keller a conocer las entrañas de la ciudad moderna que guardan los restos de la prehispánica. Keller aparece entonces como un elegido, pues será “el primer blanco que la vea [la Piedra Pintada, la más grande escultura azteca] desde que los españoles la sepultaron en el lodo” (p. 60). Tras el descenso al inframundo; ahí, donde lo sobrenatural irrumpe en la realidad del capitán, se consumará la inversión de leyes cuando lo llevan a la piedra de sacrificios para sacarle el corazón. El corazón del extranjero como fruto que mantiene viva a una deidad prehispánica que reaparece y se manifiesta viva y poderosa, con seguidores que raptan incautos para continuar con prácticas religiosas que fueron erradicadas por el cristianismo.
A mediados del siglo XVI, Las Casas proporcionó una clasificación de los «bárbaros» que era racial porque clasificaba a los seres humanos en una escala descendente que tomaba los ideales occidentales cristianos como criterio para la clasificación. Las Casas hizo una contribución clave al imaginario racial del mundo moderno/colonial cuando describió cuatro clases de bárbaros: los primeros correspondían a grupos humanos con conductas extrañas o violentas y cuyo sentido de la justicia, la razón, los modales o la generosidad era aberrante. Los segundos eran los pueblos cuya lengua carecía de locuciones latinas, según los españoles, los pueblos indígenas carecían de palabras adecuadas para nombrar a Dios. La tercera clase de bárbaros eran los que no contaban con un sistema básico de gobernabilidad y el cuarto criterio de clasificación incluía a aquellos que eran racionales y tenían una estructura de derecho, pero eran infieles o paganos (Cf. Mignolo (2007)). De acuerdo con esta clasificación de Las Casas, los mexicanos pertenecen a la primera clase y así es como lo señala el capitán Keller:
En la plaza México suena el clarín, se escucha un pasodoble, aparecen en el ruedo los matadores y sus cuadrillas, sale el primer toro, lo capotean, pican, banderillean y matan, usted se horroriza ante el espectáculo, no resiste ver lo que le hacen al toro, y dice a sus compatriotas, salvajes mexicanos, cómo se puede torturar así a los animales, qué país, esta maldita FIESTA BRAVA explica su retraso, su miseria, su servilismo, su agresividad, no tiene ningún futuro, habrá que fusilarlos a todos (Pacheco, 1997, p. 71).
Con lo hasta ahora mencionado, es posible observar que este cuento de Andrés Quintana, muestra la historia de nuestro país, el cual vio violentada su cultura y tradiciones tras la conquista de los españoles, quienes al igual que el capitán Keller vieron en México a sujetos bárbaros, agresivos y violentos, a los que había que eliminar y enterrar bajo esta ciudad, querían que: “los vencidos perdieran la memoria de su pasada grandeza y pudieran ser despojados de todo, marcados a hierro, convertidos en bestias de trabajo y de carga” (p. 60).
Transculturación y cuestionamiento del canon literario
Como se señaló desde un inicio, este cuento de José Emilio Pacheco está ambientado en el año de 1971, año de gran influencia y dependencia económica de México hacia los Estados Unidos, esto se justifica con lo que expone Feres (2009) al señalar que: los Estados Unidos reclamaron para sí la exclusividad de la experiencia americana y tuvieron a su favor el hecho de haber sido la primera colonia en liberarse del yugo europeo, constituyendo un ejemplo para los otros movimientos de liberación.
Dentro de la trama de este cuento y principalmente en el personaje de Ricardo, se presenta el proceso de transculturación que se define como: “la recepción por un pueblo o grupo social de formas de cultura procedentes de otro, que constituyen de un modo más o menos completo a las propias” DRAE.
El discurso de Ricardo está plagado de expresiones inglesas: “editor-in-chief”, “office boy”, “who knows”, por mencionar algunas. Este personaje colabora con el colonizador y esta cooperación se manifiesta en el beneficio económico que recibe y en su admiración por el modelo norteamericano: “Andrés, esta revista no trabaja a la mexicana: lo que se encarga se paga […] no te sientas mal aceptándolos. Es la costumbre en Estados Unidos [...] los gringos son muy profesionales, muy perfeccionistas” (Pacheco, 1997, p. 83). Mientras que, por otro lado, desprecia y minimiza lo nacional:
[...] debo decirte que por primera vez en este pinche país se trata de pagar bien, como se merece, un texto literario. A nivel internacional no es gran cosa, pero con base en lo que suelen darte en Mexiquito es una fortuna” (p. 67).
[...] y “en Mexiquito no somos profesionales, no estamos habituados a hacer cosas sobre pedido” (p. 80).
Ricardo era un abogado que en su juventud buscó doctorarse en literatura y convertirse en el gran crítico que iba a establecer un nuevo orden en las letras mexicanas: “[...] una nueva historia literaria a partir de la estética marxista y una gran novela capaz de representar para el México de aquellos años lo que En busca del tiempo perdido significó para Francia” (p. 69). Pero todo se viene abajo cuando un escritor se suicidó por uno de sus comentarios a su obra: “como tantos que prometieron todo, Ricardo se estrelló contra el muro de México” (p. 73). Cuando se encuentra con Andrés, este se da cuenta de que ninguno de los dos es lo que quisiera haber sido, ambos se traicionaron a sí mismos; Ricardo terminó del lado de aquellos que en su juventud juró destruir.
Dentro de las razones que le da Ricardo a Andrés para no publicar su cuento en su revista “como no hay otra en Mexiquito” se encuentra una fuerte crítica al canon literario y el lugar que ocupa la “literatura latinoamericana” en la literatura universal, tal y como señala Lemus (2021): la literatura “latinoamericana” ha sido estudiada no sólo en su íntima relación las literaturas de más allá del Atlántico o de América del Norte, sino inclusive se la ha visto como si dependiera de ellas. El predominio de esta forma de comprensión, extrapolado a las culturas americanas, ha provocado la desvalorización por la defensa de estas tierras.
Hay que pensar que conceptos, ideas y categorías propios de la literatura europea tendrán que ser reactualizados en América Latina puesto que en muchos casos no corresponden a nuestra realidad. Identificar fenómenos como los de la “resignificación”, la “refuncionalización” y el “desvío” son prácticas que explicarán el fenómeno literario de la literatura en América Latina (Cf. Lemus (2021)). Respecto a esto, Ricardo hace los siguientes comentarios:
LA FIESTA BRAVA resulta un maquinazo […] sólo Chéjov y Maupassant pudieron hacer un gran cuento en tan poco tiempo [...] tienes párrafos confusos –el último, por ejemplo– gracias a tu capricho de sustituir por comas los demás signos de puntuación. ¿Vanguardismo a estas alturas? [...] eso del “sustrato prehispánico enterrado pero vivo” ya no aguanta, en serio ya no aguanta. Carlos Fuentes agotó el tema [...] ya todo se ha escrito, cada cuento sale de otro cuento [...] a Mr. Hardwick la trama le pareció burda y tercermundista, de un antiyanquismo barato. Puro lugar común. Encontró no sé cuántos símbolos [...] El final sugiere algo que no está en el texto y que, considero estúpido “México será la tumba del imperialismo norteamericano, del mismo modo que en el siglo XIX hundió las aspiraciones de Luis Bonaparte, Napoleón III. (Pacheco, 1997, Pp. 81-82).
En respuesta, Dill (1996) señala que la literatura latinoamericana es una literatura instrumental, polifuncional, sincrética; la europea, una autónoma, desinstrumentalizada, reducida a lo puramente artístico-estético. La historiografía de la literatura latinoamericana sería otra, sobre todo la periodización, cuyas categorías eurooccidentales –romanticismo, clasicismo, por ejemplo– porque no son suficientes en América. Como es posible observar, la literatura latinoamericana no cabe en las clasificaciones que se han hecho desde Europa y por no cumplir con esas características ¿no es literatura? El hombre latinoamericano se busca, en el plano universal al mismo tiempo que en el plano local, nacional y continental.
Búsqueda de la identidad americana
El problema de la identidad latinoamericana surge con la siguiente pregunta mientras el personaje de Andrés traducía: “América Latina (¿Latinoamericana, Hispanoamérica, Iberoamérica, la América Española?)” (Pacheco, 1997, p. 65). La cultura latinoamericana es el fruto del mestizaje: mezcla de indígenas, europeos y africanos: “ojos oblicuos, pero en otra forma, los que llamamos indios llegaron por el Estrecho de Bering, ¿no es así? México también es asiático” (p. 61). Está presente la necesidad de ¿cómo nombrarse?
América Latina se puede considerar como un lugar de conflicto en la búsqueda de la identidad continental El conflicto se plantea en el momento mismo del reconocimiento entre los dos polos, el problema de la identidad no se manifiesta como tal mientras no aparece una diferencia entre la propia cultura y las otras: porque como señalan varios críticos, la afirmación de la identidad es, una autodefensa, tal y como menciona Raúl Dorra (1986):
La América Ibérica encontró que su búsqueda de identidad no debía ser expansiva sino defensiva, no había de seguir un itinerario de semejanzas sino de diferencias. Debía mostrar en qué no era europea y formarse a partir de dicha negación, debía moverse entre la prohibición y el rechazo (p. 50).
Un individuo encuentra su identidad cuando localiza un conjunto de valores con los que puede acoplarse. Tanto los pueblos como los individuos necesitan una definición de identidad para poder representarse a sí mismos y ante los demás.
La definición de “América” ha sido una de las tareas principales que han asumido historiadores, filósofos y ensayistas alrededor de los años. Destaca entre ellos el historiador y filósofo Edmundo O´Gorman, famoso por crear el concepto de “la invención de América” en lugar de “el descubrimiento de América” marcado por la llegada de Cristóbal Colón al continente (Cf. Mignolo (2007)).
En el término “América Latina”, cuya autoría se atribuye a Francisco Bilbao, se van a articular ideas como identidad latina, hispánica, católica, frente a la América anglosajona y protestante (Cf. Feres (2009). “América Latina” no es un concepto determinado y con características definidas, es algo que ha ido haciéndose o inventándose sobre la marcha.
La identidad latinoamericana, es una identidad que se define contrariamente a lo homogéneo y semejante, lo que se subraya es la necesidad de una búsqueda, de una afirmación identitaria. Hace falta inventar, imaginar una nueva visión de América que permita enfrentar los desafíos del futuro como del pasado, hace falta encontrar la propia esencia.
La literatura es el lugar donde la identidad cultural se imprime, se organiza y se expresa como una experiencia viva. En la literatura es donde mejor se registra la idiosincrasia cultural, donde se ve cómo la mentalidad entrama las vivencias personales con el colectivo. Saúl Yurkiévich (1986) señala que: “para los latinoamericanos la literatura es, además y, sobre todo, el lugar del reconocimiento”.
La narrativa hispanoamericana responde al cuestionamiento de la identidad proponiendo nuevas técnicas y nuevos estilos de narración, ofreciendo con ello un medio diferente más acorde con la realidad particular de los países latinoamericanos (Cf. Flores, 2017). José Emilio Pacheco en este cuento acude al narrador en segunda persona que representa un esfuerzo por resolver el problema de identidad a nivel individual.
Frente a la posibilidad de que exista una sola literatura hispanoamericana, resulta mejor hablar de la literatura de cada uno de los países: literatura mexicana, literatura colombiana, literatura argentina, etc., aunque cada una con su propia historia y tradición.
Las literaturas nacionales y regionales encuentran sus orígenes en las tradiciones orales, las cuales se diseminan regionalmente entre comunidades y sociedades que tienen contacto mercantil y cultural. En el contexto latinoamericano y caribeño, las culturas que invadieron y colonizaron territorios llevaron sus idiomas y cultura en forma oral y escrita al llamado “Nuevo Mundo” y las pusieron en contacto con las culturas nativas –también con sus tradiciones orales. La composición demográfica particular de cada área o isla caribeña y la mezcla de las mismas al pasar de los siglos fue el comienzo de las sociedades latinoamericanas, norteamericanas y caribeñas. Durante todas estas formaciones nacionales la palabra escrita e impresa toma un rol protagónico. El libro es fundamental para que estas sociedades del Nuevo Mundo capturen su historia, leyes, ciencia y literatura (Cf. Flores, 2017).
En este panorama, en América surgieron revistas como Casa de las Américas quetrabajó activamente en el movimiento de los países no alineados y países del «Tercer Mundo»: insistió en paralelas tercermundistas, basadas en experiencias comunes de Asia, África y Latinoamérica con el colonialismo y la dependencia, y en condiciones étnicas extraoccidentales parecidas, que hasta incluyen la estrategia militar guerrillera (Cf. Dill, 1996).
En el ámbito nacional, entre 1940 y 1950, se produjo en México una literatura indigenista cuya temática eran las circunstancias de vida de las comunidades indígenas y rurales, con la intención de presentar, idealizada o metaforizada, la realidad económica, social o política de una gran parte de la población. La literatura indígena abarca un espectro de posibilidades estéticas, biculturales y bilingües, con dos funciones: recuperar el pasado cultural de las comunidades, y responder a las necesidades, discursos y estrategias del mundo globalizado, desde la visión comunitaria y personal de los nuevos escritores (Cf. Lepe, 2011). Y a esto, Brígido-Corachán (2019) añade que: urge abordar la indigeneidad a partir de una perspectiva comparatista y global desde la literatura mundial. El encuentro de las literaturas nativas y la literatura mundial: cuestionar y analizar la jerarquía lingüística colonialista para tender un puente entre ambas literaturas. La traducción y la auto-traducción han sido instrumentales para preservar una gran parte de los textos pre-coloniales y de situar la escritura indígena en los circuitos literarios internacionales. La existencia de una doble versión de los textos invita a realizar una “lectura bivalente” ya que son muchos los escritores indígenas que escriben sus textos en lenguas originarias, así como en lenguas imperiales: inglés y castellano.
Para Verónica Gómez (2019) la relación entre literatura y lugar, existe a partir de postular una función compuesta por tres determinantes relativas y relacionales: territorialidades, tecnologías y lenguajes. Como punto de partida, el vínculo que se tendió entre la literatura y la idea de “Nación” como domicilio político de la escritura, siendo sus determinantes el territorio nacional soberano, la imprenta y la lengua nacional. Cualquier interpretación requiere una apropiación y una traslación de los términos según la cosmovisión que prime en quien lee.
La conceptualización de la literatura latinoamericana se configura con elementos básicos en común: ataduras históricas a una colonización del continente americano por España y Portugal, un historial de luchas para la independencia de los pueblos formados por esa colonización y unas literaturas que surgen regionalmente y en conversaciones entre sus figuras principales (Cf. Flores, 2017).
Conclusión
Este cuento se condenan actitudes comunes y son llevadas a sus máximas consecuencias, es decir, la indiferencia histórica y el rechazo cultural de lo propio encamina al ser a la autodestrucción: al capitán Keller le arrancan el corazón en un sacrificio azteca y Andrés desaparece en la estación del metro, ambos hechos el 13 de agosto –Aniversario de la caída de la Gran Tenochtitlán.
Entre el ir y venir de la América Latina está el reconocer la deuda con su pasado y negarlo es uno de los lugares comunes a los que se acude en casi cada reflexión sobre la identidad de los pueblos americanos.
A pesar de que uno de los temas principales de este cuento es la deconstrucción de la narrativa colonial, todavía vemos que en “La fiesta brava” la sociedad mexicana moderna se asimila y desea elementos de la cultura contra la que está luchando: la ropa de la boutique de Madame Marnat, las ganas de fumarse unos “Viceroy” o “Benson & Hedges”. Este proceso de dejar atrás su cultura es un reflejo de las experiencias de mucha gente nativa después de la conquista y la introducción de la cultura española occidental.
La presencia indiscutible del pasado indígena de México, la dualidad entre ficción y realidad lleva a cuestionar la identidad nacional. La identidad mexicana está compuesta de raíces tanto indígenas como europeas, pero están en constante lucha por el dominio porque esa es la relación perpetuada por el pensamiento colonial. En este cuento aparece la confrontación con el pasado de un individuo para examinar la cultura que ha olvidado.
El análisis de esta historia que escribe José Emilio Pacheco, revierte la conquista y cuestiona el paradigma occidental, validando así las culturas que han sido oprimidas en el pasado y deja en el lector la idea de que es necesario emprender una acción social.
La relación de los pueblos americanos con su herencia prehispánica es más tensa de lo que nos gusta reconocer. Darle la espalda equivale a integrarse al mundo moderno, pero hacerlo implica renunciar a parte de nuestros rasgos que nos hacen únicos. |
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