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Los suplementos literarios como ejes culturales de los medios de comunicación social en el último cuarto del siglo XX. Literary supplements as cultural axes of the social communication media in the last quarter of the 20th century. |
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DOI: 10.32870/sincronia.axxvii.n83.11a23
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Antonio Rodríguez Jiménez Universidad Autónoma de Guadalajara (MÉXICO) CE: arodriguezj15@gmail.com ![]() |
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Recepción: 28/09/2022 Revisión: 18/10/2022 Aprobación: 14/11/2022 | |||||||||
Cómo citar este artículo (APA): En párrafo: En lista de referencias:
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Resumen. Palabras clave: Suplementos literarios. Crítica. Periódica. Calidad. Trascendencia. Periodismo. Cultural. Abstract. Keywords: Literary. Supplements. Periodic. Criticism. Transcendent quality. Culture. Journalism. |
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Introducción La prensa literaria en España abarca desde parte del siglo XIX hasta la actualidad y se da la circunstancia de que se ha producido, sobre todo en los comienzos, una miscelánea de géneros tan curiosa como compleja, ya que era fácil asistir a cierto panorama de la confusión en lo referente al revoltijo de prensa cultural y literaria. En este sentido, podían verse junto a trabajos de creación o de crítica, otros relacionados con temas científicos, filosóficos y también sociales y políticos. Sostiene Molina (1990, p. 10) que la prensa literaria ha servido de puente entre la literatura y el periodismo. Durante años algunos escritores y críticos contemplaron las publicaciones literarias periódicas como algo si no despreciable, sí poco serio, como fueron los casos de Marañón y de Menéndez Pelayo, que veían el formato libro como algo sagrado e impenetrable, frente a detractores que veían en la revista literaria –o, posteriormente en el suplemento- un órgano vivo en la realidad de su tiempo. En este sentido, uno de los grandes defensores fue De Torre (1969, p. 15), que manifestó: “Todo genuino movimiento literario, todo amanecer, ha tenido indefectiblemente su primaria exteriorización en las hojas provocativas de alguna revista, y, recíprocamente, puede volverse la oración por pasiva y afirmar que todo escritor o todo periodo sin expresión previa en revista, no merece ser tomado en cuenta, salvo excepciones. La revista anticipa, presagia, descubre, polemiza. “Las revistas jóvenes son los borradores de la literatura del mañana”, (dijo Valéry Larbaud, citado por de Torre, 1969). La defensa a ultranza y el conocimiento sobre la historia de las revistas literarias tiene dos máximos exponentes en España: Paniagua (1964) -autor de Revistas culturales contemporáneas- y Rubio (1976) -Las revistas poéticas españolas (1939-1975)-. Fanny Rubio ha calificado a los estudiosos de revistas como entomólogos por la dificultad que encierra. Objetivo Metodología Historia de los suplementos literarios El caso de suplemento más antiguo de la prensa española fue el de Los lunes del Imparcial, que nació en las últimas décadas del siglo XIX, siendo una hoja de opinión sobre temas culturales en general y que se convirtió con el tiempo en lugar de crítica, opinión literaria y creación. Posteriormente, diarios como El Sol, La Libertad o el Heraldo de Madrid dedicaron sus páginas a la literatura casi exclusivamente. Molina recoge unas curiosas palabras de Miguel Pérez Ferrero, coordinador de las páginas del Heraldo de Madrid, donde dice: “El interés por lo literario en España, fuera de las clases profesionales, no es muy grande que se diga, por desgracia” (p, 30). La situación, pues, en relación con la actualidad es bastante semejante, como se tratará de demostrar más adelante. En aquella época el contenido de las páginas de los suplementos respondía a la crítica literaria, a la información y a la creación. Hoy día apenas se publica creación en los periódicos, aunque las dificultades de los responsables de los suplementos sí eran similares a las actuales, pues se encuentran con el problema de la falta de espacio, los compromisos y el desinterés en cuanto a la publicidad, por parte de las editoriales. Estos problemas ya los señala Molina hace más de treinta años y siguen siendo idénticos hoy día, aunque casi no existen suplementos literarios. De aquellos primeros años los suplementos literarios más interesantes fueron los que editaban periódicos –años 20 y 30- como El Imparcial, El Sol, El Liberal, además de otros como La Jornada y La Correspondencia. En la actualidad todavía persisten numerosos suplementos, aunque han perdido la fuerza de antaño en virtud de las nuevas revistas académicas. Hubo un suplemento que lo describe recientemente Argueta-Castañeda (2021) a través de la reconstrucción del campo cultural mexicano durante el siglo XX, la lucha del suplemento cultural sábado, del periódico unomásuno, por el monopolio de la legitimidad en el periodismo cultural en el México moderno. Muestra, asimismo, el proceso de configuración de la hegemonía cultural en el país haciendo uso del concepto de ‘’naciones intelectuales’’ y abordando las dimensiones intelectual y política de las producciones culturales. A través de una revisión histórica, se explica el papel de las publicaciones periódicas para demostrar (y desmontar) las posturas políticas e intelectuales dentro del campo, retomando el concepto de “autonomía relativa’’ para hablar del suplemento sábado como un medio donde predomina la ausencia del Estado y su poder coercitivo dentro de sus publicaciones. Fernández-Jiménez (2017, p 149) da a conocer a grandes rasgos la primera etapa de Jaime Campmany en el ejercicio de la columna periodística a través de la escritura de unos artículos literarios que su autor llamó ‘Pajaritas de papel’, publicados diariamente en Arriba entre 1966 y 1970. De gran calidad literaria y enmarcadas en una época en que se gestaba un nuevo periodismo, las ‘Pajaritas’ constituyen una clara contribución al estudio del periodismo literario de finales de la posguerra española por cuanto pudo expresar Campmany en un tiempo en el que todavía la prensa sufría las trabas de la censura. Por ello y, además, se pueden considerar como un precedente preclaro al apogeo de la columna de opinión en las décadas sucesivas. Por otra parte, uno de los autores de Cuadernos del Sur con mejores críticas fue Juan José Millás, donde en su prolífica trayectoria el periodismo ocupa un lugar destacado. Escribe Fuentes-Fernández (2022, p 307), que lejos de ser un oficio circunstancial, este autor ha simultaneado la publicación de sus novelas con una extensa carrera en los medios de comunicación nacionales, convirtiéndose en articulista habitual del diario El País o reportero destacado del suplemento dominical El País Semanal. Todos estos trabajos presentan similitudes estructurales, lingüísticas y discursivas con su escritura de ficción. No obstante, entre todas estas semejanzas que son posibles localizar, existe una que atraviesa a toda su producción y que sienta las bases de elementos tan significativos como la selección de personajes o el enfoque del relato: el tema de la identidad. Mascioto (2017, p. 306) escribe sobre la Revista Multicolor de los Sábados, suplemento literario y cultural del diario Crítica dirigido por Jorge Luis Borges y Ulyses Petit de Murat, publicó a comienzos de los años treinta traducciones de policiales de enigma escritos por miembros del Detection Club que tendrían una amplia difusión en Argentina en las décadas posteriores. Aquello, indica la autora, fue un primer espacio en el que se establecieron las condiciones de recepción del tipo de literatura policial de enigma que Borges y una parte del grupo Sur promocionaron y practicaron años después. Se trata de añadir a estas líneas un panorama sobe la buena literatura que se vertió en periódicos y revistas a lo largo del siglo XX. El asunto del periodismo social ha ido en cierta medida sustituyendo al periodismo literario, o al menos le ha ido ganando terreno. Barranquero-Carretero (2019, p. 657) examina la conformación de una línea de reflexión y trabajo en torno al Periodismo Social, en especial en España y América Latina. Parte de la técnica de la revisión documental para identificar tres capas de literatura que se corresponden con tres comprensiones distintas del mismo concepto: como un ámbito de periodismo especializado, como perspectiva de reforma mediática y como rol o modelo de práctica profesional. Su investigación revela el dominio de los enfoques críticos y normativos y sienta las bases para una discusión acerca de la pertinencia teórica de dicha etiqueta de acuerdo con otras conceptualizaciones sobre periodismo, ciudadanía y derechos humanos. La reflexión sobre el Periodismo Especializado y sus parcelas compone un campo de estudios con importantes avances en España y América Latina, en especial desde las últimas décadas del siglo XX. Los primeros trabajos tuvieron como objetivo articular una teoría -o incluso una disciplina científica- sobre la necesidad de especializar la profesión a fin de mejorar la calidad del periodismo. “Se partía de la hipótesis de que los medios de referencia, en su quehacer profesional, suelen distinguir entre un periodismo de tipo generalista y un periodismo especializado en diversas temáticas” (Enguix, 2015, citado por Barranquero, 2019). A su vez, estas parcelas se han relacionado con la creciente especialización científica o laboral que existe en todas las áreas del saber (medicina, derecho, sociología, etc.), e incluso con las estrategias comerciales de los medios privados de cara a detectar nuevas tendencias o nichos de mercado (Túñez, Martínez y Abejón, 2010, citado por Barranquero, 2019). Sostiene Conboy (2002, p 7) que la prensa popular siempre ha reclamado lealtad al pueblo, a la gente corriente. En ocasiones ha pretendido representar sus intereses; en todo momento se ha esforzado por reflejar los patrones culturales más amplios de sus vidas. Ya sea desde un punto de vista político o desde la perspectiva de la amplitud de su influencia, el pueblo es central para la prensa popular. En su libro The Press and Popular Culture exploró la relación compleja y dinámica entre la prensa y la cultura populares como la cultura de esa gente común. Al hacerlo, intentó llamar la atención del lector sobre los vínculos entre la práctica del periodismo impreso popular y la teoría cultural. Otro estudio interesante es el de Faba-Durán (2022, p 33) cuyo objeto de estudio es la búsqueda, recopilación y análisis de diálogos en prosa publicados en prensa periódica de los siglos XIX y XX para ser incorporados paulatinamente a Dialogyca BDDH. Para ello escribe la autora que utilizó fuentes de información, tales como hemerotecas digitales o la Colección de índices de publicaciones periódicas del CSIC, que han facilitado el vaciado de 24 revistas, que contenían 102 diálogos en prosa, editadas entre los años 1804 y 2000. El análisis de los textos aclara la continuidad del género dialogado acorde con la tradición y, además, presenta innovaciones propias del medio en que vieron la luz, como la publicación por entregas. Escribe Faba-Durán (2022) que su investigación resultó un valioso avance para un repertorio bibliográfico de diálogos en prensa periódica del lapso seleccionado. La prensa periódica de los siglos XIX y XX es, a menudo:
Añade Faba-Durán (2022, p. 36) que la difusión de la prensa en el siglo XVIII y principios del XIX favoreció la introducción en España de las nuevas ideas y corrientes estéticas que se estaban extendiendo por Europa, sobre todo en filosofía y literatura. En ese periodo las publicaciones dejaron de ser únicamente informativas para, poco a poco, introducir otros contenidos y especializarse en cabeceras literarias, que posteriormente terminarían en la edición de grandes suplementos. Pecourt-Gracia (2020, p 266) escribe que la esfera pública después de la transición española se constituye como un espacio de debate y discusión situado en la intersección de diferentes campos especializados (periodístico, político, cultural, académico), de donde suelen proceder sus protagonistas más relevantes. Dentro del marco de la esfera pública, Pecourt (p. 266) centra su análisis en el ámbito más restringido del “espacio de opinión”, entendido como “un sector muy influyente de la esfera pública” (Jacobs y Townsley, 2011, p. 13, citado por Pecourt), es decir, un espacio donde las elites comunicativas debaten sobre cuestiones de interés general desde posiciones distinguidas, y que les permite moldear la opinión pública e influir la acción política. En este sector, se encuentran los columnistas y articulistas de la prensa de referencia, los comentaristas de los debates políticos televisivos, así como los escritores de editoriales comerciales prestigiosas. Explica Pecourt-García (2020, p 267) que los estudios sociológicos tienden a subrayar la presencia destacada de literatos en la vida intelectual española (Abellán (1974), Aranguren (1975); De Miguel (1980), citado por Pecourt-Gracia). El papel de los escritores y pensadores en lo que Vázquez Montalbán (2001, citado por Pecourt-Gracia) denominó la “construcción de la ciudad democrática” (Gracia, 2004, citado por Pecourt-Gracia), es decir, en la generación de un espacio cultural autónomo, libre de injerencias políticas, es indudable. De hecho, podría considerarse el colectivo más comprometido con el activismo intelectual durante el franquismo. Pero, a partir de los años sesenta y setenta, se produjo un choque entre diferentes corrientes intelectuales que tendría repercusiones posteriores. Se trata de la confrontación entre los que entienden la participación pública como un ejercicio de “crítica social” y los que la redefinen como una forma de “hedonismo contracultural” (Díaz, 1983, citado por Pecourt-Gracia). Discusión. De una u otra forma, el suplemento literario como tal alcanza una plenitud en los años 90, no dando ya tanto la sensación de esa especie de Cenicienta que aparece en un periódico -tras las páginas de local, internacional, sucesos, deportes y hasta de sociedad-, bella y pletórica y que de un momento a otro se va a esfumar. A partir de ese momento, cualquier periódico que se preciaba sabía que no podía renunciar a sus páginas literarias bien por prestigio de la marca o por simple necesidad cultural. En los años 80 los espacios literarios se habían visto sometidos a un proceso de atomización, de especialización exhaustiva, cuyo resultado final era un producto aséptico, insustancial y frío, donde en el mejor de los casos se producían buenos comentarios bibliográficos a modo de fichas, que desligaban el libro de su entorno socio-cultural, o en el peor de los casos, se limitaban a un amorfo boletín de novedades. Esa línea fría, despersonalizada, nacida de la mera ilación casual de críticas de ultimísima hora –publicándose los comentarios mucho antes de que el volumen llegue a distribuirse en los anaqueles y estantes de las librerías- parece haber cambiado, o al menos se ha situado en una especie de metamorfosis y se volvía a la idea del suplemento multidisciplinario. Y es que esa impregnación humanista parecía en los albores de los años 90 –y aún hoy estaría de actualidad- el único camino para sobrevivir en la carrera de la tecnología a ultranza y el consumismo. La primera acribillaba a la cultura tradicionalmente conocida y en el segundo se introducía la propia cultura para convertirse en un elemento altamente consumista. Aunque en tiempos de crisis deja de consumirse. Curiosamente, en las épocas de bonanza son las propias instituciones las que ayudan con subvenciones de todo tipo y facilidades, y en las épocas de crisis el ciudadano –en el paro y con el ahorro del bolsillo mermado o extenuado- es el que debe ayudar a pesar de las circunstancias, por lo que el consumo de libros, periódicos y suplementos decae hasta cotas insospechadas. En ese momento en el que había bajado el número de revistas o empezaban ya a desaparecer, los suplementos culturales de la prensa se armaban a modo de revistas culturales, en los que no faltaban temas para debate, panorámicas de movimientos culturales de actualidad, aparte de críticas de pintura, música, cine, teatro y libros. A veces incluso incluían los espectáculos, que normalmente estaban asignados a los suplementos de fin de semana. Lógicamente hay una distinción entre el suplemento de medio de comunicación nacional y el de provincias. El primero, lucha por expandirse al máximo y el segundo, sencillamente por sobrevivir, de ahí que durante toda la década de 1990 surgieran docenas de suplementos literarios y desaparecieran, a lo sumo, tres o cuatro años después. Tanto en unos como en otros, pero sobre todo en los principales periódicos, era fácil ver una colaboración exhaustiva entre las editoriales y grupos de poder. Se observaban críticas con cierto velo de papanatismo, silencios, “solapismo”, críticas livianas, intrascendentes e impropias de medios de envergadura. También era fácil observar el provincianismo madrileño, el amiguismo descarado o la dependencia editorial, aunque también había firmas de prestigio, artículos de calidad, rigor, muchos medios humanos, que difuminaban los defectos señalados. Sin medios, con los mimbres del cesto existentes, y sin posibilidad de mejorar en los fichajes, el reto de los suplementos de provincias era luchar con el esfuerzo personal y desinteresado de sus colaboradores para hacer un producto lo más puro posible, de espaldas a las contaminaciones existentes en el ambiente. Desde 1986, Cuadernos del Sur se adelanta a esa idea de suplemento global, que aglutina pensamiento, música, artes plásticas, teatro y cine, entre otros temas. El suplemento de provincias posee ciertos servilismos ajenos al suplemento nacional, como es dar noticia de una muestra artística de una galería local o un libro publicado por la Diputación correspondiente que difícilmente saldría reflejado en el nacional, salvo excepciones. Ya se preguntaba en el seno de aquella reunión sobre el futuro de los suplementos literarios y todos lo apoyaban como medio eficaz muy válido para analizar el hecho cultural, aunque ya se decía que su futuro y entrada en el nuevo milenio era incierto. Si bien en los primeros años –hasta los albores del siglo XXI- se mantuvieron aquellas páginas en muchos periódicos de provincias donde habían nacido y crecido muy prolíficamente, luego, con la crisis de la prensa fueron desapareciendo paulatinamente tras reducirse una y otra vez y convertirse en el mejor de los casos en rincones de pequeñas gacetillas, en su disipación total o en su transformación en beneficio de la información, desapareciendo la crítica y en su lugar informar sobre presentaciones o en realizar entrevistas y limitarse a reproducir las notas editoriales, aunque se siguió informando sobre música, cine, arte, al ser productos más vendibles desde el punto de vista del consumo. En aquella reunión, el que algunos años después fuera ministro de Cultura, César Antonio Molina, realizó un recorrido por la historia de los suplementos literarios en España, destacando la importancia de la prensa literaria en la sociedad española y subrayando su autonomía precisa y reconocida. Defendió la importancia de la prensa y dijo que hay que acudir siempre a ella para tener un conocimiento global de la realidad, alejándose del concepto efímero que siempre se le adjudica. Serán no solo los lectores actuales, sino los del mañana los que juzguen la labor periodística. Por su parte, Carlos Álvarez-Ude reivindicó el mayor tratamiento de la poesía frente al espacio dedicado a la narrativa. Criticó a los suplementos que se dedicaban exclusivamente a promocionar libros de su grupo editorial. La representante de El País, Rosa Mora, desmitificó el poder de influencia que se le atribuía a su diario y dijo que los mecanismos de selección eran más sencillos de lo que pudieran parecer. El valor de la crítica literaria
Eliot aceptaba las permutas de la realidad, los giros de los tiempos e, incluso, las modas sociales. Hablaba de la readaptación crítica. Esta adaptación pragmática de Eliot desde la teoría a la realidad histórica no puede olvidarse de la trascendencia que los medios de comunicación social han adquirido en los tiempos actuales a la hora de decidir el valor de uso y de cambio de los textos literarios. Las zonas de luz y las sombras son ahora una decisión que corresponde a los mediadores entre la literatura y el público. Y en esa mediación, el agente cultural de un periódico se permitirá distinguir entre lo que sus clientes deben ver o deben ignorar de acuerdo con unas premisas en las que puede permitirse la existencia de cualquier componente lógico o arbitrario excepto el de la ingenuidad. Como en tantas otras cosas, la orientación de la literatura la dan hoy --muy por encima de la voluntad de sus creadores-- los periodistas culturales que certifican su difusión y presunta calidad. En este sentido, afirma Alberto Blecua (1988) que:
Este relativamente nuevo marco de relaciones ha hecho crecer la responsabilidad de los medios de comunicación, tanto indeterminados como específicos, de una manera decisiva para la literatura. Los “magazines” de la televisión, las tertulias culturales de la radio, las revistas de amplia tirada y los suplementos culturales de los grandes periódicos, han adquirido cotas de influencia que pueden conseguir el éxito de un libro o de un autor del mismo modo que pueden sumir en el silencio a otros sin más diferencias aparentes de calidad que la decisión de los intermediarios culturales en favor de uno y demérito de otros. La importancia y el valor decisivo que los suplementos literarios adquieren a la hora de decidir quiénes y por qué son los valores apoyados en la poesía actual, aconseja revisar qué está pasando y qué condicionamientos generales y específicos deben su orientación como un elemento clave del mercado de valores en que nos movemos. Pero todas estas ideas se fueron desinflando con el paso de los años casi hasta desaparecer. Algunos críticos que han ejercido de tales en España en los años 80 y 90 del siglo pasado hablaban de la existencia de una crítica inmediata o militante cuya misión -escribe Ricardo Senabre- es ofrecer una selección de lo más representativo y una orientación valorativa, a pesar de lo que al respecto plantee cierta crítica académica, a la que le resulta imposible cumplir la importante función social que desempeña la inmediata, por lo que no debe actuar el crítico con frivolidad o malevolencia. El también crítico de ABC y profesor Darío Villanueva distinguía entre crítica pública y universitaria, y justificaba y fundamentaba la necesidad de que los intelectuales colaboraran habitualmente en los medios periodísticos practicando lo que él denominaba una crítica pública. Y decía que la frontera entre ambos tipos de crítica se estaba difuminando en España cada vez más, perdurando la actitud desautorizada del escritor hacia el crítico. Y la verdad es que se estaba dando un rechazo académico hacia lo contemporáneo frente a una verdadera legión de críticos cuya actividad era rigurosamente contemporánea. Por su parte, el profesor Pozuelo (1988), aseguraba que la crítica literaria estaba sometida a los mismos cambios que el periodismo, lo que significa que nos encontramos ante una crítica sometida al libro en cuanto acontecimiento u objeto noticiable, que convierte las páginas de los suplementos en escaparates de corta vida y no es el soporte de una crítica que, sin prisas, se elabora a partir de una concepción más abierta de la cultura, menos fungible. La crítica de poesía en los medios de comunicación ha pasado de ser la hermana pedigüeña (los libros de versos no se reseñaban en los periódicos y sólo aparecían críticas tras ruegos y recursos a amigos o a través de la presión de las escasas editoriales de peso en este sector) al centro de atención. El caso es que, si se remonta a hace un siglo la poesía, tanto en su vertiente crítica como en la creativa aparecía con naturalidad en periódicos y revistas. En los años 50 se pudo, aún, sin distinguir entre los buenos y los malos escritores, porque había una crítica que señalaba, inmisericorde, los buenos productos y condenaba todo aquello que no alcanzaba el alto listón de las calidades imprescindibles. Luego, la guerra de las ideologías, las facciones, los compromisos políticos determinaron que la bondad o maldad del producto literario lo fuera en función del bando en el que se militaba. La imprescindible independencia crítica fue sustituida por otra que antepuso adscripción ideológica a evidencias y valores literarios. Y de ahí, dinamitados los conceptos de valor, calidad, personalidad y originalidad en aras de los intereses políticos, se llegó a una situación por la cual el más habilidoso artesano en el mester de la simulación era proclamado excelente escritor y como tal se le trataba. Se anhelaba una crítica capacitada, independiente, seria, imparcial, rigurosa, existente en contadas excepciones. Y proliferaba la reseña impresionista, bisoña, amiguista, parcial y clientelista. ¿Por qué los críticos de poesía no han valorado el estilo como expresión de diferencia, la originalidad, como creatividad renovadora, la honradez, como contenido básico de la actividad creativa? A nivel crítico, prácticamente los suplementos literarios sustituyeron a las viejas revistas. El nuevo soporte -aunque veterano- permitió que la revista literaria viajara al ritmo del periódico. Había, lógicamente, excepciones de revistas literarias que permitían generosos espacios a la poesía, pero que solían compartir con otros géneros, y a nivel creativo la revista poética ha dejado de ser tan necesaria, porque el poeta ya no demanda tanto la publicación parcial de sus versos, ya que piensa en estricto sentido comercial. Es decir, preserva sus versos para los cientos de concursos literarios como una de las fórmulas para ver impresa su poesía y ganar de paso unos emolumentos adicionales. A nivel de revistas, pues, la publicación ha sido intrascendente, por lo que debemos centrarnos en la actividad frenética de los suplementos literarios. Y hay una realidad palpable: no existe libro de poesía que no pase por los medios de comunicación. Todo lo que no tenga un espacio en la radio, en la televisión y especialmente en los suplementos, no existe. Esto ocurría hace unos quince o veinte años, pues ahora casi todo tiembla en la invisibilidad. Pero ahí es donde está el problema, que la parte mediática ha estado tradicionalmente en manos de un reducido número de críticos que han convertido en estrella esos medios, y en virtud de que ellos presten atención a los libros son o no de actualidad. Se trata de críticos muy potenciados por determinadas editoriales, que a su vez han lanzado líneas que se van adaptando a los gustos estéticos de esos críticos. Pues bien, al aumentar los lectores, la literatura podía aspirar a una difusión más universal. Y, sin embargo, se ha desaprovechado ese nuevo canal. Por otro lado, y en algunos casos, el comentarista de libros, el articulista ha ido mejorando su calidad, al adaptarse, porque el periódico se ha convertido en casi el único medio de difusión escrita, lo que le ha obligado a ejercer una escritura rápida, de reflejos y de calidad. Podrá pensarse que la prisa, la urgencia del crítico de periódicos ha beneficiado la calidad de los artículos de revistas, y, paradójicamente, no es así, sino que el nerviosismo se ha contagiado provocando que ya no se pueda distinguir si un artículo se publica en uno u otro medio, hasta el punto de que, por un singular sistema de emulación, algunas revistas han adoptado el atomismo típico del periódico, reproduciendo algunas críticas breves y de escasa profundidad. Excepto dos o tres revistas nacionales -sobre todo veteranas-, ya apenas se diferencian del suplemento literario. La referencia no alude a revistas académicas. Probablemente queden excepciones en los suplementos de la periferia, si es que los hay, no tan acuciados por la prisa de una actualidad inexistente. Se han dado casos en los que se podían leer excelentes críticas -reconocidas por los propios autores, críticos, lectores y editores- en suplementos sencillos que, al margen de cualquier interés comercial, se han publicado en capitales de provincia. Al igual que en los grandes periódicos, no todo es negativo, ni mucho menos. Simplemente porque en esos casos se disfruta del texto que se lee. La crítica adquiere un carácter lúdico y es libre, y entonces se convierte -si el crítico lo desea- en creación. El arte de la interpretación del texto, ese que invita a las mil lecturas, no puede perderse. Sólo se desarrolla cuando se ahuyenta la prisa y se frena el enigma de la inquieta actualidad. Es objeto de crítica también esa práctica generalizada en algunos medios de comunicación, consistente en cautivar los libros. Dicha práctica se ocupa de silenciar excelentes libros bajo la excusa de que es mejor no hablar de una obra antes de hacerle un comentario negativo. ¿Dónde está, entonces, el debate, la polémica? Contra el silencio crítico Añade Chicharro que de su lectura deducimos que sin consumo no hay producción crítica y dialécticamente sin producción crítica no hay consumo, lo que plantea la necesidad de crear un público “crítico” y no un mero comprador de libros por su grado de fama o cuota de imagen de pantalla. Los malos vientos para la crítica vienen de la imposición de criterios mercantiles, cuando las páginas de los suplementos literarios de los periódicos se pliegan a la ley del gran público que somete a su vez a dichos medios a un proceso de fetichización, lo que termina desvirtuando el acto crítico al someterlo al juego del poder del mercado y del mercado del poder. Destaca el profesor Chicharro que existe “una conciencia acerca de la crítica literaria periodística practicada en nuestro país como un discurso abocado al silencio, es decir, que a pesar de hablar termina por no decir: un discurso devaluado, privado de su supuesta eficacia originaria” (p. 17). Invita, pues, a buscar fórmulas para contribuir a evitar la ley del silencio -tan patente ya en relación con los libros de poesía y a otros libros que no publican las grandes editoriales-, la ley del mercado que no habla, y por tanto la situación actual tendente al apagón crítico. Todo ello en un momento histórico de fuerte concentración de poder que afecta a la producción de la información y de la cultura. Asimismo, Chicharro (1996, p. 17) menciona que:
También se quejaba hace varios años durante su participación en el Congreso de Narrativa Andaluza, celebrado en Castro del Río, el crítico y profesor Santos Sanz Villanueva, asegurando que la crítica ya no tiene el papel de mediadora que tuvo en el siglo XIX e incluso hasta mediados del XX. Sostenía en un debate que el crítico era aceptado en una determinada escala de valores que ya no existe. El crítico literario ocupaba una parcela volcada hacia el lector fundamentalmente, cuando ahora da la sensación de que tiende a hacerle guiños al editor. En definitiva, es necesario insistir en la defensa de una crítica rigurosa, honesta, culta, seria, que sepa tratar con talento y lucidez la obra objeto de comentario. Se detesta la crítica sabionda, descarada, autosuficiente, despreciativa y procaz que realizan algunos comentaristas literarios muy conocidos. Existe bibliografía reciente que ilustra a la perfección -con múltiples ejemplos- acerca de los deslices que cometen algunos críticos. Un volumen clave en este sentido -lleno de gracias y, también, cómo no, de algunos errores- tiene una cualidad excepcional: su autor -un maestro de escuela- se atreve a decir lo que ningún autor se atrevería siquiera a señalar por temor a represalias: “¡Eh, que el rey va desnudo!”. La referencia es sobre el libro de Víctor Moreno De brumas y de veras. La crítica literaria en los periódicos. Como es lógico, la noticia crítica sobre la aparición de este volumen, publicado en 1994 por la editorial Pamiela en Pamplona, no tuvo trascendencia alguna. Lo que viene a reforzar la idea de poder que se trata de atribuir a algunos críticos en esta exposición de hechos literarios y periodísticos. Conviene detenerse en algunas apreciaciones que señala Víctor Moreno, que ya al margen de su propio libro, hace hincapié en cómo a los críticos les encanta buscar acuerdos y armonías generales entre su discurso y la práctica concreta de los propios escritores. Dice que se trata de aplicar el propio discurso a la realidad, intentando, en plan procustiano, encajarla en los esquemas que uno posee. “Si la realidad no se doblega a ellos, si se muestra machaconamente contraria a las personales coordenadas mentales, es que, la pobrecilla, está equivocada” (Moreno, 1994, p. 23). Las palabras, entonces, ocupan el lugar de los hechos. Primero se teoriza y después se experimenta. Es decir, “lo que muchos de ellos, académicos y catedráticos, juzgarían en sus propios alumnos universitarios como burdas generalizaciones sin fundamento alguno, ellos, se las permiten sin que les tiemble el pulso de la discreción y de la prudencia investigadora” (p. 25). Moreno es aún más severo cuando dice que “la crítica literaria en este país está en manos de una cuadrilla de personajes que dan grima” (p. 27). Cita más adelante a Swift para decir que “un verdadero crítico tiene una cualidad común con una ramera y con un concejal: que no pierden nunca su título o su condición”. En general, -continúa- los críticos y los escritores profesionales son seres escogidos, espiritualmente hablando.
Subraya que hay muchos críticos, pero duda que se haga verdadera crítica. Otras perlas cultivadas y humorísticas de Moreno son éstas:
A veces, más que críticos, lo que los periódicos necesitan es buenos lectores que sepan analizar un libro y acercarlo al lector haciendo un riguroso comentario sobre ese libro y no exhibiendo una erudición a la violeta indigna y desmedida que ocupa las tres cuartas partes del comentario y dejan sólo unas líneas para transcribir la solapa de la obra comentada. No se puede tratar a escritores magníficos con una ignorancia absoluta; no se puede sumir en la omisión a grandes escritores cuyo único pecado cometido es que no han logrado seducir a los más importantes editores para imprimir allí sus páginas. Se hace hoy -en algunos medios de comunicación y por algunas personas- una crítica descuidada. Se sigue practicando con maestría el ocultamiento, el silencio. Muchos de los creadores españoles están desaparecidos, viven en el olvido. Algunos analistas se han preguntado, tratando de encontrar en vano la respuesta ¿qué es lo que hace que un libro tenga un éxito sonado y otro pase desapercibido? ¿Qué motiva que una novela sea comentada por todos los críticos del país y otra apenas reciba media docena de reseñas en lugares dispersos? ¿Qué hace que un libro de una editorial importante siempre sea bueno para la crítica y otro de una más humilde ni siquiera sea reseñado? ¿Por qué se comentan las obras más vendidas, porque las sugieren los editores? ¿Quién decide los libros que se deben comentar? En fin, los cánones de belleza están cambiando, pese a estar preestablecidos. El corsé del gusto ha saltado por los aires, pese a que muchos se aferran a él deliberadamente. La mayoría aplaude al mismo poema, a la misma novela que se repite una y otra vez. Como se destacaba anteriormente aquí nadie se atreve a darle una pedrada al escaparate en cuyo interior un rey desnudo pasea con cuatro harapos. Y se limitan a ejercer la adulación a coro. Para que un libro sea celebrado en los suplementos nacionales es necesario publicar en las más conocidas editoriales (léase Planeta, Alfaguara, Anagrama, Seix Barral, entre otras). Pasando ese filtro ya hay garantía de una mínima calidad desde el punto de vista de la crítica. El que no pasa ese obstáculo sencillamente no existe y si su nombre no aparece en los periódicos nacionales (Léase País, Mundo, ABC) el eco en los periódicos de provincia es casi nulo. Es obvia la existencia comercial, la que hace que una obra pueda estar en el lugar y la hora justa para que pase el lector inquieto de turno y la compre. Publicar en las editoriales poco conocidas es esencial para determinados críticos a la hora de valorar el libro para hacerle un comentario. Sería desacertado sostener que los libros publicados en las grandes editoriales son malos y los de las modestas, buenos. El más veterano de los andaluces y quizás uno de los de mayor proyección ha sido Cuadernos del Sur de Diario Córdoba, suplemento de arte y literatura cuya aparición semanal fue los jueves durante más de veinte años. Pasaron por estas páginas más de 900 colaboradores y se ha convertido en uno de los suplementos más oídos y leídos de los que se editan en provincias. Y aún hoy día existe -35 años después- pero con nueva filosofía y manejo del mundo de los libros. Junto a los andaluces destacaron Territorios del Correo del Pueblo Vasco, además de los que editaba El Heraldo de Aragón, El Correo Gallego, La Vanguardia, El Faro de Vigo, El Ideal Gallego, La Voz de Galicia, La Nueva España, La Provincias, El Norte de Castilla, El Filandón, de Diario de León, El Diario de Mallorca, entre otros. En estos periódicos se ha hecho una importante labor crítica y cultural. En los albores de los años 90 se pusieron de manifiesto serios replanteamientos de los postulados críticos en los periódicos. Se trataba de reflexionar en diversos foros sobre la utilidad de la crítica. Se abordaron en seminarios y encuentros la situación alarmante, como el celebrado en el Puerto de Santa María sobre Literatura y Periodismo hoy, en el que se estudió cómo el ejercicio de la crítica se había convertido en sí mismo en un subgénero literario. En este seminario estuvieron representados coordinadores de suplementos literarios y se propugnó una crítica clara de conceptos, orientadora, libre, plural y rigurosa, pero, además, creativa, dinámica y vital. Estas reivindicaciones, que ya eran realidad en los suplementos de la periferia, no llegaban aún a los periódicos de tirada nacional. La creación de distintas asociaciones de críticos fue una acertada medida que servía para descentralizar el poder de la crítica, para dar a conocer un buen puñado de libros que de otro modo no serían recogidos y suelen ser relegados en los suplementos elitistas. A través de los periódicos de provincia se pudo hablar durante un tiempo de una propuesta alternativa llevada a cabo a través de los suplementos literarios, que servía de contrapunto a una crítica acomodaticia que atendía ante todo a una imperiosa actualidad indicada y dirigida. Se intentó poner en marcha un sistema crítico con un planteamiento definido y coherente. En un cuestionario planteado a varios escritores y críticos precisamente sobre el estado actual de la crítica literaria en España -encuesta que se publicó el 6 de abril de 1995 en Cuadernos del Sur de Diario Córdoba- Andrés Sorel, secretario de la Asociación Colegial de Escritores de España, manifestó que:
En este mismo sentido, manifestaba el vicepresidente de la Asociación Valenciana de Críticos Literarios, Ricardo Bellveser, que “los premios no se han sabido adaptar a la nueva España autonómica, y sigue pesando Madrid fatigosamente, sus críticos, sus tertulias, sus grupitos, sus clanes, sus tribus, como si el resto no existiera, se contara con ellos, episódicamente como coartadas”. Aseguraba que en los últimos años leemos quién va a ser premiado incluso con semanas de anterioridad a que se reúna el jurado. Conclusiones En otra encuesta publicada también en el suplemento en 1995, pero en esta ocasión sobre la crítica en Andalucía, los interrogados coincidían en que actualmente se hace en esta comunidad autónoma una crítica seria, rigurosa y creativa y que se apuesta por la práctica de una crítica diferente, al margen de las grandes líneas centralizadoras del discurso crítico-cultural predominante. El escritor Juan Campos Reina manifestaba en la mencionada encuesta que las instituciones andaluzas han abandonado la literatura; se han desentendido de ella. Subrayaba que los narradores dependen de las editoriales de Madrid y Barcelona y que Andalucía es un desierto: un retiro para escribir. En el Congreso de Narrativa Andaluza, celebrado a principio de los 90 y referido anteriormente, se propuso la posibilidad de que se unieran los escritores andaluces para propiciar una industria editorial, para fortalecer la posición de Andalucía en el mercado editorial, a través del marchamo “Narradores andaluces”, y los escritores de renombre y otros que empezaban en ese momento a tenerlo, con uno o dos libros publicados en editoriales importantes, se escandalizaron, argumentando que se estaba proponiendo una autoinmolación en pequeñas editoriales sin solidez ni proyección. Surgió la confusión y la cerrazón en torno a la falsa aureola de universalismo con que muchos andaluces han querido impregnarse a sí mismos para olvidar que Andalucía está a la cola de España en cuanto a desarrollo económico, y era sólo un lugar apto para el turismo y para los cementerios de residuos nucleares, según coincidieron en decir algunos de los convocados a participar en aquel congreso. Cuadernos del Sur defendía en sus páginas que la crítica podía volver a tener vigencia, podía encontrar el papel de intermediario perdido, su prestigio. La crítica literaria todavía era posible y el medio de comunicación era la prensa, el periódico. Trataba de abordar la crítica sin intereses sociales o políticos, simplemente se interesaba por los libros exclusivamente por su calidad. La ruptura de la que habla Vázquez Montalbán (2001, citado por Pecourt-Gracia), aquí sencillamente no se produce. Los intelectuales que escriben en Cuadernos del Sur son profesores de secundaria y de universidad en su mayoría, gente preocupada exclusivamente por la calidad literaria y por una crítica hermosa e independiente. No hay que olvidar que este suplemento hacía monográficos donde participaban los mejores especialistas del mundo como en el caso de Velázquez, la Celestina o Cervantes. También se dedican varias páginas de las 12 o 16 con las que contaba el suplemento (algunas veces se llegó a las 100 páginas) a panoramas internacionales de distintos espacios de la geografía mundial.
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