Georg Heym. El poeta que vio a Berlín en llamas en 1911.

Georg Heym. The poet who saw Berlin in flames in 1911.

 
         

DOI: 10.32870/sincronia.axxvii.n83.1a23

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  Carlos Alberto Navarro Fuentes
Universidad Autónoma de San Luis Potosí
(MÉXICO)

CE:
betoballack@yahoo.com.mx
https://orcid.org/0000-0003-4647-9961

     
                Recepción: 08/08/2022 Revisión: 12/09/2022 Aprobación: 14/10/2022  
 

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(Navarro, 2023, p. __)

En lista de referencias:
Navarro, C. (2023).Georg Heym. El poeta que vio a Berlín en llamas en 1911. Revista Sincronía. XXVII(83). 172-193 DOI: 10.32870/sincronia.axxvii.n83.1a23

 

 

Resumen.
El ensayo tiene que objetivo principal ofrecer un panorama general sobre algunos de los poemas más representativos del poeta alemán expresionista Georg Heym (1887-1912), quien vivió en Alemania a finales del siglo XIX y principios del XX, no alcanzando ni siquiera los 30 años de vida. No obstante, el dato anterior, su legado poético fue lo suficientemente rico y significativo como para considerársele uno de los más grandes poetas en lengua alemana de la historia de sus letras que, además visionó con gran precisión, la hecatombe que se cernía sobre Europa y se haría realidad durante la primera mitad del siglo XX. Por lo anterior, el texto presenta precisamente algunos poemas que dan cuenta en su contenido de imágenes y escenas que estarían por venir, es decir, antes de que se convirtieran en hechos factuales como parte del período histórico e imaginario sociocultural de la época (Zeitgeist) en el que tanto el lenguaje como la literatura se vieron afectados e impactados por la atmósfera que impregnaran el nacionalismo y el fascismo. La manera en la cual procede la exposición de este ensayo es simplemente poniendo a los ojos del lector, algunos de estos poemas mencionados para su goce y conocimiento de lo que se afirma como testimonio en cuestión a partir de su lectura.

Palabras clave: Ciudad. Decadencia. Destrucción. Expresionismo. Imágenes de guerra. Poesía.

Abstract.
The main objective of the essay is to offer an overview of some of the most representative poems of the German expressionist poet Georg Heym (1887-1912), who lived in Germany at the end of the 19th century and the beginning of the 20th, not even reaching 30 years of age. of life. Notwithstanding the foregoing, his poetic legacy was rich and significant enough to be considered one of the greatest poets in the German language in the history of his letters, who also envisioned with great precision the catastrophe that hung over Europe and would become a reality during the first half of the 20th century. Due to the above, the text presents precisely some poems that account in their content for images and scenes that would be to come, that is, before they became factual facts as part of the historical and sociocultural imaginary period of the time (Zeitgeist). in which both language and literature were affected and impacted by the atmosphere that permeated nationalism and fascism. The way in which the exposition of this essay proceeds is simply putting in the eyes of the reader, some of these poems mentioned for their enjoyment and knowledge of what is affirmed as a testimony in question from their reading.

Keywords: City. Decay. Destruction. Expressionism. War images. Poetry.

 
 
 

Introducción
Georg Heym nació en Monciervo, en la Baja Silesia un 30 de octubre de 1887 y murió en Berlín el 16 de enero de 1912, contando con veinticuatro años. Se le considera uno de los escritores más importantes de esas indomitables fuerzas que significaron lo que se llamó el expresionismo alemán, tan indomesticables que su misma violencia resultó cómplice de su rápido éxito y veloz decaimiento.

Para autores como fue el caso de Heym, pero también de otros que formaron parte de la primera oleada del movimiento como Ernst Stadler (1883-1914) -muerto apenas al inicio de la contienda-, con su poema Der Aufbrauch (La partida), del mismo año en que murió y el poeta y farmacéutico suicida de origen austriaco Georg Trakl (1887-1914) -no sobrevivientes de la Primera Guerra Mundial- fueron mártires y “carne de cañón” para la gran lírica que vendría poco más adelante. Hubo una poeta también, a la que se debe mencionar -y estudiar- como fue Else Lasker-Schüler (1869-1945), autora que para el llamado “Maestro de Viena” Karl Kraus (1874-1936) creador y director de Die Fackel (La Antorcha), se trataba de la mejor poeta en lengua alemana de la época. Hasta aquí la cita de otros autores pertenecientes a las distintas fases del movimiento expresionista para situarnos en lo que se quiere comentar sobre la obra particularmente aquí elegida de Georg Heym.

La expresión de los sentimientos y las expresiones ya melancólicas y nostálgicas, ya sufridas y torturadas adelantaban el sufrimiento que estaba por venir: la catástrofe, las mutilaciones, la ceguera, la humillación, el resentimiento, entre otras materias intelectuales y emocionales nutritivas que contribuirían a alimentar la venganza y la lealtad al régimen que gobernaría Alemania entre 1933 y 1945. Espanto, muerte, suicidio, decadencia y terror que superaban las imágenes que nos legaron George Grosz (1893- 1959), Otto Dix (1891-1969), Knut Hamsun (1859-1952), Edvard Munch (1863-1944), Käthe Kollwitz (1867-1945), entre otros. Esas representaciones icónicas nocturnas que Georg Heym nos ofrece en Der ewige Tag (El día eterno) de 1911 y Umbra vitae de 1912, nos brindan la fuerza de las ‘sombras de la oscuridad” que Friedrich Wilhelm Murnau (1888-1931) con Nosferatu. “Sinfonía de las sombras” (1922) y Fritz Lang (1890-1976) con “Metrópolis” (1927) llevaron a la pantalla grande y nos siguen deleitando, alumbrando y alertando sobre el ‘Mal’ y los tiempos oscuros que vivimos.

Tal vez quepa aquí incluir el imaginario de artistas más contemporáneos que no se movieron en una órbita tan distinta a la de los anteriores, hayan sido o no expresionistas de cuño, pero que supieron identificar, representar y vislumbrar el presente con tal precisión quirúrgica que sus pronósticos resultaron tan atinados que permanecen invictos frente a la realidad del primer cuarto del siglo en curso, tales como Franz Kafka (1883-1924), Stefan George (1868-1933), Stefan Zweig (1881-1942), Thomas Mann (1875–1955), Gottfried Benn (1886-1956), Bertolt Brecht (1898-1956), Alfred Döblin (1878-1957), Ernst Jünger (1895-1998), entre otros.

Los expresionistas se rebelaron contra la sociedad ‘recta’ y ‘ordenada’ del ‘Padre’ huyendo de cualquier idea agrupadora o corriente estética que resultase sospechosa de comportar ideales propios de la uniformización, normalización y totalidad. No obstante, coincidieron en la necesidad de expresar, a través de imágenes poderosas, su compromiso con la defensa de la libertad y el genio individual. A lo largo de su corta vida Heym estuvo constantemente en conflicto con las convenciones sociales. Sus padres, miembros de la clase media guillermina, tenían problemas para comprender el comportamiento rebelde de su hijo. La propia actitud de Heym hacia sus padres fue paradójica: por una parte, tenía un profundo afecto hacia ellos, pero, por otra, una fuerte resistencia a cualquier intento de suprimir su individualidad y autonomía. En 1900 se trasladó a Berlín, y comenzó, sin éxito, a asistir a una serie de diferentes escuelas, sintiéndose siempre insatisfecho. Alma romántica de acento baudelariano. Berlín solía aparecer en su poesía representada como la gran urbe alemana devoradora de los hombres que a andan. Comenzó a escribir poesía, lo cual le servía para evadirse de la realidad que tanto le disgustaba. Estudió derecho en la Universidad de Wurzburgo, donde en su tiempo libre escribía obras de teatro, sin éxito.

En 1910 conoció al poeta y escritor Simon Guttmann, quien invitó a Heym a unirse al recién fundado Der Neue Club, círculo literario fundado en 1909 por Kurt Hiller -cerca del Hackescher Markt en Berlín- y Erwin Loewenson que se reunía en el Neopathetisches Cabaret (Cabarét Neopatético), donde Else Lasker-Schüler, Gottfried Benn y Karl Kraus, eran asiduos asistentes. Estos se reunían a leer, dictaban conferencias y los jóvenes poetas tenían la oportunidad para recitar sus poemas en vísperas de la Primera Guerra Mundial. “El Nuevo Club” marcó el comienzo del expresionismo y el punto de encuentro para futuros prominentes poetas. La duración del Club fue breve. En 1910 surgieron disputas violentas a raíz de un panfleto ‘anti-Habsburgo’ puesto a circular por Jakob van Hoddi, lo cual condujo a la ruptura de la unión apenas recién conformada. Hubo un intento de reorganización bajo el liderazgo de Kurt Hiller, Ernst Blass y otros, fundando el Cabaret GNU. Este funcionaba como competencia del Cabarét Neopatético. Heym, van Hoddis,  Loewenson y Simon Guttmann, permanecieron en este hasta su colapso poco después de la muerte de Heym en 1912.

Neopathos fue un término estético empleado por Thomas Mann para referirse a lo que Loewenson describía como "la sangre de las venas debe fluir hacia la mente”. Se trataba de un sentimiento de emoción interior problemático y complejo, tal como el grupo Neo-Pathos intentaba elevarse a sí mismo a través del arte hasta el punto del patetismo. “Pathos”: una unidad superior de voluntad e intelecto, según la definición de Loewenson. Aunque el Club no tenía una meta clara y pública sobre sus objetivos, sus miembros compartían un sentimiento de rebeldía frente a la cultura contemporánea y estaban deseosos de transformar revolucionariamente los campos de la estética y la política. Olía a revolución. Fue allí donde Heym encontró el mejor de los caldos posibles para cultivar y expresar sus dones poéticos.

Su trabajo poético fundamentado en la naciente escuela expresionista fue reconocido tardíamente a raíz de la publicación de Der Gott der Stadt (1910) “El Dios de la ciudad” y Der ewige Tag (1911). Sus últimas obras, Umbra vitae (1912) “Umbra vitae” y Marathon (1914) “Marathon” fueron editadas después de morir ahogado mientras nadaba con un amigo en el lago de Wannsee el 16 de enero de 1912. Poco antes de morir escribiría en su diario: “Me habría arriesgado a vivir sin someterme, si no hubiese tenido un cerdo en lugar de padre”. Lo anterior, no hacía más que coincidir con el sentir de los jóvenes poetas y escritores de la época como Hans Fallada (1893-1947), Johannes Becher (1891-1958) y Walter Hasenclever (1890-1940), entre otros. Este último llego a escribir una obra intitulada “El asesinato del padre”. Europa estaba por desangrarse y no sería el padre el asesinado, sino los hijos en manos de ellos mismos. A continuación, se presentan algunos de sus poemas donde puede evidenciarse lo que hasta aquí se ha comentado, como parte medular de su estética poética, su discursividad y su temática discursiva.

Umbra Vitae
Adelante se inclinan los hombres por las calles,
contemplando los signos de los cielos,
en donde los cometas, con narices de fuego,
amenazantes se deslizan en torno de las torres.

Los astrólogos llenan los tejados
y clavan en el cielo largos tubos,
y hay hechiceros: brotan de desvanes
retorcidos, a oscuras, conjurando los astros.

Los suicidas andan en grandes hordas
buscando entre la noche su existencia perdida,
encorvados sobre los puntos cardinales,
barriendo el polvo con escobas como brazos pobres.

Polvo que apenas dura,
perdiendo en el camino sus cabellos,
brincan, aprisa mueren
y yacen en el campo con la cabeza rota,

pataleando, a veces, todavía. Y las bestias del campo
alrededor transitan ciegamente y les clavan
los cuernos en el vientre. Se enfrían sepultados
bajo salvias y espinos.

Pero los mares se detienen. Los barcos,
suspendidos en olas, con aflicción se pudren,
dispersos, y no hay corriente móvil
y los patios celestes están todos cerrados.

Los árboles no cambian estaciones,
eternamente muertos en su fin
y abren sus largas manos, sus dedos de madera
por caminos ruinosos.

Quien va a morir se sienta para levantarse
y acaba de decir sus últimas palabras.
Se desvanece de pronto. ¿En dónde está su vida?
Sus ojos se quiebran como el cristal.

Muchos son sombras. Escondidas y turbias.
Sueños que rozan sobre puertas mudas.
Quien despierta agobiado por otras madrugadas
debe quitar la pesadez del sueño de sus párpados grises.

Después de la batalla
En los sembrados yacen apretados cadáveres,
en el verde lindero, sobre flores, sus lechos.
Armas perdidas, ruedas sin varillas
y armazones de acero vueltos del revés.

Muchos charcos humean con vapores de sangre
que cubren de negro y rojo el pardo campo de batalla.
Y se hincha blanquecino el vientre de caballos
muertos, sus patas extendidas en el amanecer.

En el viento frío aún se congela el llanto
de los moribundos, y por la puerta este
una luz pálida aparece, un verde resplandor,
la cinta diluida de una aurora fugaz.

El Dios de la Ciudad
Esparrancado está sobre un bloque de casas.
En torno de su frente unos oscuros vientos se reúnen.
Con rabia mira hacia lo lejos, adonde, en soledad,
las últimas moradas se pierden en el campo.

Rojo le brilla el vientre a Baal en el anochecer.
Arrodilladas a su alrededor las grandes urbes.
El ya elevado número de las campanadas
se alza como ola de un mar de negras torres.

Al igual que la danza de los coribantes, entre el ruido resuena
Por las calles la música de la multitud.
El humo de las chimeneas, las nubes de la fábrica
hacia él suben, azules como un humo de incienso.

Amenaza la tempestad en medio de sus cejas.
La tarde, oscura, deviene sorda noche.
Ondean las borrascas, que, como buitres, desde
sus cabellos contemplan, erizados de ira.

Clava en la oscuridad su puño carnicero.
Lo sacude, y un mar de fuego corre
por la calle. Una humareda hierve.
Y devora la calle, hasta que tarde empieza a amanecer.

En enero de 1911, Ernst Rowohlt publicó el primer libro de Heym y el único que aparecería en vida: “El día eterno” (Der ewige Tag). Unas líneas de este.

El día eterno
Hastío, miedo, furia, desidia,
perros hambrientos ladrando a la nada.
El viento azuzando a la muerte.
Astros como péndulos del tiempo.

Las estaciones más sombrías y trágicas.
La emoción revelada a través de los colores,
donde los blancos, grises y oxidados
tienen espacio preferente en las metáforas.

El agua en todos sus estados.
El agua en el origen (ἀρχή) de todas las cosas.
La naturaleza, un paisaje de fondo que se niega a ser anulado,
que se revuelve ante el asedio de fábricas, trenes y barcos.

La transformación perversa y corrupta de la ciudad de Berlín en una urbe monstruosa e invivible, inhumana y escasa de espiritualidad, rendida ante los progresos técnicos y los valores burgueses, conllevan a que sean la guerra, el sádico invierno, la muerte, la noche, sean los motivos más significativos y presentes en los 42 poemas visionarios que componen “El día eterno”, único poemario que Georg Heym vio publicado. El resto fueron editados después de su muerte del autor. En este poema Heym se centra en el hombre moderno, el morador de la ciudad que la camina cotidianamente, el que la siente y la padece, la sufre, la erige y la destruye para volver a levantarla, el testigo de todos los males que habitan en el hombre, al que describe entregando su voluntad y su alma a un sistema atractivo y letal.

El poeta comprendió el poder destructivo del vacío existencial que se gestaba en su mundo. Heym presintió las trágicas consecuencias que acarrea la renuncia a la identidad; intentó fungir como la Casandra de sus contemporáneos, con sus poemas tristes y visionarios sobre los peligros que engendran la uniformidad, la idea de totalidad, la autocomplacencia y la negación de todo principio ético, moral y filosófico.

El agua en la obra del poeta lírico Heym tiene un lugar privilegiado. Su muerte, amarga burla del destino, luego de ahogarse mientras intentaba salvarle la vida a su amigo Ernst Balcke con quien se encontraba patinando en el invernal Havel congelado, rincón del Wannsee. Ávido lector de Nietzsche, los Románticos y ferviente admirador de las pinturas (Pinturas Negras) de Francisco de Goya (1746-1828). El poeta siempre se sintió vinculado a los círculos y grupos literarios que se reunían en los cafés berlineses más recurridos de la capital alemana, a la que -como ya se mencionó- van dedicados de alguna manera la mayor parte de sus poemas. Berlín, ciudad por la cual Heym expresa sentimientos ambivalentes, describiéndola a través de imágenes y paisajes sobrecogedores, apocalípticos y escatológicos, desvelando la realidad de los sueños, de lo incomprensible y de la muerte de manera paralela.

La muerte, destino ineludible se presenta como el suceso más probable a suceder en cada instante; un presentimiento que se lleva a flor de piel, presagio de la misma muerte en la flor de la juventud del poeta. En “El día eterno” acontece una afinidad de orden plástico entre escritura y pintura, cuyas imágenes resultantes trascienden el régimen de lo sensible y otorgándole concreción material a las mismas para ser así, vividas y experimentadas por el lector. En particular en este poema, tradición y novedad poética se yuxtaponen en la descripción de la realidad que hace el autor, en gran parte debido a la fuerza que este imprime al alternar magistralmente imágenes sublimes, ‘goyescas’ y apocalípticas -típicas de la poiesis expresionista- con sobriedad y sencilles en el lenguaje y la belleza de la forma de su escritura.

Las chimeneas humeantes de los versos de Georg Heym, las chimeneas que tiñen de hollín el cielo de Berlín son símbolos de la deshumanización de la vida y del desprecio del hombre burgués por la naturaleza como lugar idóneo de la vida, tanto de origen como de regeneración. El poeta dramático expresionista Georg Heym construyó atmósferas y ambientes góticos propios de los últimos románticos como Novalis. Fue compañero fiel de andadas con la muerte, convirtiéndola en diosa y protagonista de su poesía, también en consonancia con ciertos ideales románticos y expresionistas. Sus versos cargados de motivos llenos de angustia, ansiedad y miedo nos evocan imágenes, por un lado, de Stefan Zweig en “El mundo de ayer” y el acoso a la libertad individual; y, por otro lado, de Novalis en “Enrique de Ofterdingen” y la necesidad de escuchar los sonidos ‘prudentes’ de la sabia naturaleza y los errores del pasado cuya experiencia histórica, algo puede enseñarnos. Aquí algunos versos en donde el poeta se explaya sobre su contexto sociohistórico en tono testimonial crítico, y en el que dejos de romanticismo, melancolía y nostalgia se asoman sobre el paisaje urbano y el acontecer diario de su cotidianeidad.

Berlín III
Chimeneas, en un día invernal, muy distantes
Entre sí, se alzan y soportan su peso,
Palacio del cielo negro, que se oscurece.
Su borde inferior arde como peldaño dorado.
A lo lejos, entre árboles deshojados, alguna casa,
Cercas y cobertizos, donde la metrópoli refluye,
Y sobre raíles helados con dificultad se arrastra,
Pesado, un largo tren de mercancías.

Negro, piedra sobre piedra, se alza un cementerio.
El ocaso rojo, con gusto a vino fuerte,
Que los muertos contemplan desde sus fosas.
Se sientan a lo largo del muro y al son de la Marsellesa,
Viejo canto de guerra, tejen gorros de hollín
Para el hueso desnudo de sus sienes.
(Diciembre, 1910)

Los demonios de las ciudades
Recorren la noche de las ciudades,
Que negras se doblegan bajo su pie.
Como barbas de marinero en torno a su mentón
Están negras las nubes por el humo y el hollín.

Su larga sombra se balancea en el mar de casas
Y apaga las hileras luminosas de las calles.
Se desliza con dificultad como niebla sobre pavimento
Y despacio anda a tientas casa por casa.

Sobre una plaza ha colocado un pie,
Y arrodillado apoya el otro sobre una torre,
Así ellos se alzan, donde cae negra la lluvia,
Tocando las flautas de Pan en la tormenta de nubes.

En torno a sus pies gira el ritornello
Del mar de las ciudades con música triste,
Un gran canto fúnebre. Ya sordo, ya estridente
Cambia el tono, que se eleva en lo oscuro.

Caminan junto al río, que negro y ancho
Como un reptil, de amarillo manchada su espalda
Por las farolas, se retuerce triste
En la oscuridad, que cubre de negro el cielo.

Con dificultad se apoyan sobre un muro de un puente
Y hunden sus manos en el enjambre
De hombres, faunos que al borde
De los pantanos hurgan con su brazo en el fango.

Uno se levanta. Cuelga ante la luna blanca
Una máscara negra. La noche, que cae
Como plomo del cielo sombrío, profundamente
Empuja las casas al pozo de lo oscuro.

Crujen los hombros de las ciudades. Y estalla
Un tejado, del que brota un fuego rojo.
En su cima se sientan despatarrados
Y maúllan como gatos al firmamento.

En un cuarto cubierto de tinieblas
Una parturienta con dolores grita.
Enorme, de las almohadas sobresale su cuerpo fuerte,
Y en torno a él, de pie, los grandes diablos.

Temblando se aferra al potro del dolor.
En torno a ella, la habitación oscila por su grito.
Llega el feto. Se abre su seno, rojo y largo,
Y sangrante lo desgarra el feto.

Los cuellos de los diablos se alargan como jirafas.
El niño, sin cabeza. La madre lo tiende
Ante sí. Cae hacia atrás; en su espalda,
Hendidos, los dedos de rana del espanto.

Pero enormes se vuelven los demonios.
El cuerno de su sien desgarra rojo el cielo.
En torno a su pezuña, el terremoto truena
Por el seno de las ciudades, propaga el fuego.
(Diciembre, 1910)

La muerta en el agua
Sobresalen los mástiles del muro gris,
Un bosque quemado en el primer rojo,
Tan negro como la escoria. Donde el agua, muerta,
Clava su mirada en depósitos, podridos y ruinosos.

Sordo suena el eco, allí regresa el oleaje
A lo largo del muelle. Agua residual de la noche urbana,
Que como piel blanca la corriente arrastra y se roza
Con el buque que en el dique descansa.

Polvo, fruta, papel, en una gruesa capa,
Así el excremento sale por completo de sus tuberías.
Llega un blanco vestido de baile, con grasiento brillo
Un cuello desnudo, y blanco plomizo un rostro.

El cadáver por entero se da vuelta. Como un barco blanco
Al viento, el vestido se hincha.
Muertos, los ojos, grandes y ciegos, se clavan
En el cielo, cubierto de rosadas nubes.

El agua lila se estremece por pequeñas ondas.
La estela de las ratas de agua que tripulan
El barco blanco. Ahora orgulloso se marcha de allí,
Lleno de cabezas grises, lleno de pieles negras.

Alegre, la muerta navega hacia lo lejos, arrastrada
Por el viento y la marea. Del agua emerge enorme
Su vientre hinchado, ahuecado y casi roído,
Que por los mordiscos como una gruta resuena.

Flota en el mar. Desde un barco hundido,
Neptuno la saluda. Allí el mar la devora.
Desciende a las profundidades verdes
Para reposar en brazos de carnosos pulpos.
(Agosto, 1910)

El árbol
Junto a la acequia, en la pradera
Se halla un roble, viejo y desgarrado,
Hueco por el rayo, partido a mordiscos por la tempestad.
Ortigas y espinos lo envuelven en una pared negra.

Hacia el anochecer se cierne una tormenta.
En el calor sofocante, él se eleva, azul, sin que el viento
Lo roce. Atado por coronas de rayos vacíos,
Que mudos resplandecen en el cielo.

Revolotea a su alrededor una bandada de golondrinas.
Y los murciélagos con su vuelo rápido,
En torno a la rama desnuda, que de lo más alto crecía
Quemada por el rayo, como el brazo de una horca.

¿En qué piensas, árbol, en las horas de tormenta
a orillas de la noche? ¿En el parloteo de los segadores,
en su reposo del mediodía, cuando se comparte el botijo
y las guadañas en la hierba alrededor descansan?

¿O piensas cómo en otro tiempo
Ahorcaron a un hombre en tu copa,
Cómo, con la soga al cuello, retorcía sus piernas,
y la lengua, azulada, colgaba de su boca?

Cómo colgó allí durante años, y soportó el invierno.
En el viento helado bailaba como de broma,
Y como un badajo, que el óxido corroía,
Golpeaba en el cielo de estaño.
(Mayo/junio, 1910)

El Atardecer
Ha naufragado el día en el rojo púrpura,
Con inmensa tersura el río fluye blanco.
Llega una vela. Grande, desde la barca, se alza
Al timón la silueta del marinero.

Sobre las islas se levanta el bosque otoñal
Con rojas cabezas en el espacio claro.
Y de la oscura profundidad de los abismos resuena
El sonido de los bosques, susurros de cítaras.

La oscuridad se ha derramado al oriente,
Como vino azul fluye de una urna volcada.
Y a lo lejos, envuelta en su mando negro,
La noche sublime sobre coturnos de sombra.

El Hambre
Se ha colado un perro y enorme abre
su hocico rojo. Larga, sale su lengua azul.
Se revuelca en el polvo. Sorbe la hierba marchita,
que de la arena arranca.

Vacías sus fauces, como un enorme portón,
de donde cae, lentamente, gota a gota,
un fuego que su vientre abrasa. Y una mano,
con hielo, lava su ardiente esófago.

A través del humo se tambalea. El sol, una mancha,
la puerta roja de un horno. Ante sus ojos danza
una media luna verde. Y desaparece.

El frío, con su mirada fija, desde un agujero abierto y negro.
Cae, y todavía siente cómo el espanto aprieta
con puños de hierro su garganta.
(Noviembre, 1910.)

Los Prisioneros II
Pisan con fuerza alrededor del patio en estrecho círculo.
De un lado a otro, sus miradas vagan en el espacio desnudo.
Buscan un campo, un árbol,
y rebotan en el blanco de los muros desnudos.

Igual que giran en los molinos las ruedas,
así da vueltas la huella negra de sus pasos.
Con la cabeza tonsurada de un monje,
así, desnudo y reluciente, se halla el centro del patio.

Cae una lluvia fina sobre sus cortas chaquetas.
Llenos de pena miran hacia arriba la pared gris,
donde hay cajas delante de pequeñas ventanas,
como paneles negros en una colmena.

Se les aprisca, como ovejas para el esquileo.
Sus lomos grises se aprietan en el establo.
Y el eco de chanclos, como un traqueteo,
resuena afuera en el descansillo.
(Septiembre, 1910.)

Robespierre
Gruñe para sí. Sus ojos miran fijos
la paja del carro. Su boca masca una flema blanca,
que absorbe y traga por los carrillos.
Por fuera, entre dos cabrios cuelga su pie desnudo.

Cada sacudida del carro lo lanza hacia arriba.
Como cascabeles suenan las cadenas de sus brazos.
Se oyen resonar alegres las risas de los niños,
que sus madres alzaban sobre la multitud.

Le hacen cosquillas en la pierna, él no lo nota.
Entonces se detiene el carro. Alza la vista y
mira, negro, el patíbulo al final de la calle.

La frente gris ceniza, cubierta de sudor.
La boca se tuerce horrible en su rostro.
Se espera el grito. Pero nada se escucha.
(Junio, 1910.)

Los Profesores
De a cuatro se sientan en la mesa verde,
atrincherados en los bordes altos de su tablero.
Se acuclillan calvos en los volúmenes,
viejos calamares sobre la carroña.

A veces asoman sus manos sucias de tinta
negra. Sus labios, a menudo silenciosos,
se abren de golpe. Y sus lenguas se mueven,
trompas rojas sobre las pandectas.

A veces parecen desvanecerse a lo lejos,
sombras en la pared encalada de blanco.
Luego sus voces suenan como lejanas.

Pero de pronto sus bocas crecen. Una tormenta blanca
de espumarajos. Luego, silencio. Y en el margen
se agita el parágrafo, una lombriz verdosa.
(Noviembre, 1910.)

Los Durmientes
A Jakob van Hoddis

Más oscuro aún sombrea el seno del agua.
Abajo, en lo profundo, arde una luz, una marca roja
en el cuerpo negro de la noche, donde sin límites
se hunde el abismo. Y sobre el valle oscuro,

con alas verdes sobre la marea oscura
aletea el sueño, el pico rojo oscuro,
donde se marchita un lirio, el saludo de la noche,
la cabeza de un anciano amarilla y muerta.

Agita sus plumas como un pavo real.
Los sueños, como un soplo lila, pasan
en torno a su ala como rocío blanquecino.
Se sumerge en su nube, en el humo.

Por la noche caminan los grandes árboles
con larga sombra, que penetra en el corazón
blanco de los durmientes; la luna helada los
vigila, y gota a gota profundo en la sangre vierte

sus venenos, como médico experimentado.
Extraños se hallan el uno del otro, mudos, en el odio
a los sueños oscuros, en la rabia oculta.
Y sus frentes blanquecinas se vuelven por el veneno.

El árbol de sombras se aferra a sus corazones
y hunde sus raíces. Se eleva
y los chupa. Gimen de dolor.
El árbol se alza en la torre de la noche; en la puerta

del silencio ciego. Vuela en sus ramas
el sueño. Y su ala fría roza
la noche pesada, que se tiende sobre los durmientes
y de blanco escarcha sus frentes atormentadas.

El sueño canta. Un sonido de violeta enfermiza
choca con el espacio. La muerte camina. Vuelve a
alisar algún que otro cabello. Una cruz, ceniza y grasa,
así ella pinta sus frutos en el año marchito.

A manera de conclusión
Georg Heym, poeta insigne del expresionismo alemán y de las letras germánicas en general, conformó y fundó lo que se conoció como el “Neue Club”, grupo artístico que surgiera entre los estudiantes de la Universidad de Berlín. Heym se caracterizó por ser un agudo observador de las miserias humanas en su propio contexto, contribuyendo junto con otros artistas a desmitificar la errónea perspectiva sobre la imagen humana idealizada parida por la Ilustración y la Revolución Francesa. La vida humana vista desde la austeridad de su poesía se planta de modo crítico frente a la hipocresía y la doble moral de la sinrazón en la que se ha convertido la vida en su época, orgullosa de modernidad y progreso.

Como expresionista buscó desmarcarse de la normalidad social y cultural que insistía en encubrir una realidad decadente en donde la sociedad incumplía las promesas heredadas de los dos grandes movimientos políticos y culturales comentados en el párrafo anterior. Como poeta y artista expresionista no dudó en sumergirse en el desahucio cultural al que la civilización presuntuosa de esa Europa de finales del siglo XIX y principios del XX conllevaba aprisa en medio de un total encubrimiento y enmudecimiento generalizado.

En opinión de Walter Benjamin, la naturaleza en la poesía de Heym es una suerte de existenciario pagano en el que la primera funciona como refugio para una fantasía llena de presagios y prefiguraciones, justo antes de la guerra.  El Spleen de Baudelaire en opinión del filósofo alemán, no podía haber producido las imágenes que produjo el poeta alemán. En su lecho de muerte, no habiendo Heym aún cumplido 24 años produjo una obra lírica y narrativa en los últimos tres de su vida extraordinaria por su fuera, variedad y abundancia, la cual nos legó plena de visiones apocalípticas sobre el entorno urbano y sus correlatos. Veía en la guerra una posibilidad para escapar del tedio y al absurdo de la sociedad de sus días como lo habitual y fundamento del tejido social de su entorno de vida.

     

Referencias
Díaz, F. (14 de junio de 2022). “Poesía y narrativa del expresionismo alemán”, en Rialta Magazine (64). Consultado el 29 de junio de 2022.

Heym, G. Poems. Evanston, Illinois: Northwestern University Press, 2006.

Heym, G. (2006). Poems. Evanston, Illinois: Northwestern University Press.

Maldonado, M. (2006). El Expresionismo y las vanguardias en la literatura alemana. Madrid: Síntesis.

Karin, B. (1998). Der neue Club/Neopathetisches Cabaret (Berlín), en: Wulf Wülfing, Karin Bruns, Rolf Parr (Hrsg.): Handbuch literarisch-kultureller Vereine, Gruppen und Bünde 1825–1933. Stuttgart: Metzler.

Majut, R. (1971) Erinnerungen an Georg Heym, Erwin Loewenson und das neopathetische cabaret, Vida y Letras Alemanas. 24(2) pp. 160-174. https://onlinelibrary.wiley.com/doi/abs/10.1111/j.1468-0483.1971.tb00508.x

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  Universidad de Guadalajara
Departamento de Filosofía / Departamento de Letras