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Introducción
Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963) escribió uno de los cuentos de la antología McOndo (1996) que tratan de la homosexualidad y el sida.[1] “Señales captadas en el corazón de una fiesta” presenta como único narrador al protagonista, un hombre homosexual de edad madura que describe sus angustias.[2] El narrador-protagonista relata en forma de soliloquio sus recuerdos de Willi, su novio que murió. La narración ocurre en un tiempo mítico, recorriendo los recuerdos sobre las fiestas a las que iban juntos y la descripción de las fiestas a las que ya no puede asistir o en las que se siente marginado. Destaca canciones, personajes y supersticiones que adornaban las fiestas. Luego, se traslada a una habitación, un lugar de reflexión donde se encuentra con Willi, en su memoria, y con sus padres.
El cuento subraya el envejecimiento del protagonista como factor principal que agrava su sufrimiento por la muerte de su pareja. Este trabajo destaca el hecho de que el cuento pone más énfasis en el envejecimiento del narrador-protagonista, a diferencia de otros textos literarios en cuyos análisis ha predominado un enfoque fijado en la orientación sexual y en la situación sociopolítica. Así, el objetivo de este trabajo es analizar la causa de la angustia del narrador-protagonista de “Señales captadas en el corazón de una fiesta”, para mostrar que su miedo al envejecimiento, un proceso fisiológico y psicológico común y universal, deviene en una importancia mayor a la homosexualidad del personaje, una propiedad afectivo-sexual a la que los análisis convencionales atribuirían un peso relevante.
A partir de dicho cuestionamiento, se revisará cómo se han tratado la homosexualidad y el sida en algunos textos literarios latinoamericanos antes de McOndo y en qué difiere la propuesta de esta antología en relación con esta temática, para demostrar que la homosexualidad no ha sido considerada como un tema ‘individual’, sino más bien ‘social’. Se revisarán estudios sobre el envejecimiento del colectivo gay, así como un análisis existencialista sobre este mismo colectivo. Todo lo anterior servirá de contexto para el análisis textual en el que atenderemos los diferentes elementos del cuento: las dos generaciones de personajes, las fiestas a las que acuden y las señales que se perciben en ellas a través de la narración del protagonista, a fin de concluir que el relato pone de relieve una propiedad humana universal y común que es el envejecimiento, sin ignorar su orientación sexual configurada desde una perspectiva más individualista.
Homosexualidad como tema literario no individual
La homosexualidad ha sido uno de los grandes tabúes de la sociedad convencional durante siglos y el sida, por ser una enfermedad de transmisión sexual, heredó de la sífilis su mala fama en el ámbito sociocultural. Los homosexuales y los enfermos de sida se representan con frecuencia como personajes atrapados por el miedo al estigma social, al contagio y a la muerte, por lo que la agonía de ser homosexual, sufrir de sida y la miseria de este colectivo han ocupado la posición principal del tema en la literatura. Este punto de vista ha conducido los análisis en dos direcciones: una. para subrayar la angustia de los homosexuales y seropositivos con base en su orientación sexual y su enfermedad; otra, para convertir a los personajes en activistas que aspiran a revertir el sistema hegemónico.
Entre otros ejemplos, estaría Duque (1920), del peruano José Diez-Canseco, que aborda la sexualidad desde la perspectiva de la sociedad hegemónica que presiona al protagonista el cual termina abandonar su ciudad (Dioses Matute, 2019, p. 4). El beso de la mujer araña (1976) del argentino Manuel Puig destaca, por un lado, la liberación sexual y los cambios sociales a través de sus notas al pie de página (Balderston, 2003, p. 217) y, por otro, las posiciones subversivas y revolucionarias contra la dictadura argentina a través de la configuración de los personajes (Andreta, 2014, p. 365). Textos como Onde andará Dulce Veiga? (1990), del brasileño Caio Fernando Abreu, y No se lo digas a nadie (1994), del peruano Jaime Bayly, cargan a sus personajes homosexuales con un activismo contra el sistema sociopolítico hegemónico (Andreta, 2014, p. 366); asimismo, textos de autores como Reinaldo Arenas, Mario Bellatín, Pedro Lemebel y Fernando Vallejo tampoco son excepción (Chavarro, 2014). Un estudio sobre “Señales captadas en el corazón de una fiesta” mantiene el mismo punto de vista, destacando que el narrador-protagonista procura disimular su orientación sexual: “Como hombre gay, no se atreve a reconocer y actuar libremente su identidad sexual y a buscar el amor” (Caamaño Morúa, 2012, p. 16).
Las direcciones de análisis anteriores reflejan el carácter ‘no individual’ de la temática homosexual y seropositiva. Sin embargo, es posible preguntarse por qué el hecho de subrayar la marginalidad del colectivo también está lejos de ser un tema individual. Es verdad que la homosexualidad y el sida en sí mismos no son temas absolutamente individuales ni sociales. En los mencionados textos literarios, no son temas individuales y tampoco lo es la agonía cuya causa se enraiza directamente en esos dos elementos. Tienden a describir realidades colectivas y públicas de los homosexuales y los enfermos de sida, en comparación con los heterosexuales y los pacientes de otro tipo de enfermedades. El carácter no individual de la homosexualidad y del sida como temas literarios se pone más de relieve a través de una supuesta comparación con la heterosexualidad; un cuento en el que aparezcan dos protagonistas de sexo opuesto poco se consideraría un cuento de realidad individual y privada si la propia heterosexualidad se encontrara en el centro del cuento. En cambio, el estado sentimental y la experiencia personal de esos personajes se considerarían elementos individuales y privados.
Considerada esta reflexión paralela sobre la heterosexualidad como tema literario, la homosexualidad y el sida también se podrían considerar temas individuales si la misma orientación sexual y la enfermedad se quedaran en la periferia y otros elementos relacionados con la intimidad del personaje ocuparan el centro de un texto. Este caso se observa en “Señales captadas en el corazón de una fiesta”, que ubica en medio del cuento el envejecimiento y la angustia causada por la pérdida de la juventud con la subsiguiente exclusión social, por lo cual el lector, acostumbrado a la heteronormatividad, apenas se percataría de que el protagonista es homosexual antes de llegar a las últimas partes del cuento: “Por esa razón, juraba Willi –mentía Willi, diría yo–, se había entregado a la homosexualdiad como algunos científicos se entregaban a determinada especialización con el propósito de dominarla y hacerla definitivamente suya” (Fresán, 1996, p. 53, citaremos por esta edición). Los personajes que se representan en “Señales captadas en el corazón de una fiesta” no se configuran simplemente como homosexuales, sino como individuos corrientes que presentan, entre otros caracteres particulares, la homosexualidad.
Se podría decir que esta característica habría permitido que el cuento de Fresán formara parte de la antología McOndo.Alberto Fuguet afirmó en entrevista, veinticinco años después, que aquella recopilación literaria contribuyó a dar un espacio a aquellos individuos que estaban marginados e invisibilizados:
McOndo quizás ayudó, sin querer, a visibilizar lo queer. No es que no hubiera homosexuales en América Latina pero, aunque era un tema que se podía practicar y discutir a nivel secreto, sí estaba la idea muy fuerte que un escritor podía ser cualquier cosa menos gay. Eso es un tema privado. Incluso se aceptaba que escribieran de ciertos temas, pero no había que reconocerse. (Nulley-Valdés, 2021)
Un estudio de Henri Billard sobre dos cuentos de McOndo, de Alberto Fuguet y Jaime Bayly, confirma que dicha antología diversificó la representación de la masculinidad tradicional y que este intento consiguió sacar a la luz a los individuos de orientación sexual no mayoritaria que hasta entonces no habían sido foco de atención:
[…] resulta interesante comenzar a estudiar el coro de voces masculinas presente en McOndo a la luz de los cambios que están modificando los patrones culturales en Latinoamérica. Voces tanto heterosexuales como homosexuales e incluso bisexuales, que en conjunto nos ofrecen una visión alternativa al modelo “tradicional” de masculinidad. (Billard, 2009, p. 21)
En esta línea, los personajes de los relatos de McOndo, inclusive los de “Señales captadas en el corazón de una fiesta”, están configurados desde una perspectiva individual, lo cual se anuncia en el prólogo de la antología: “Los cuentos de McOndo se centran en realidades individuales y privadas” (Fuguet & Gómez, 1996, p. 13). Otro estudio reciente también apoya su enfoque individualista, refiriéndose a McOndo y al Crack:
Lo que estos dos movimientos defendían en común era el carácter universal de la literatura, optando por la inclinación individual del autor por encima de lo colectivo y lo impuesto por una sociedad; es decir, la suplantación del interés en la identidad nacional por un interés personal, ligado principalmente a la libre elección del tema literario, influenciado en algunos casos por la cultura emergente de lo audiovisual. (Domínguez Solís, 2020, p. 34)
Además, los elementos irreales e ilógicos en el cuento, como por ejemplo el estado cíborg de Willi, suponen una ruptura de los cánones anteriormente establecidos y “el cambio de paradigma que va de lo nacional a lo cosmopolita como registro literario” (Domíguez Solís, 2020, pp. 46-47). Esta ruptura no solo conllevaría una visión cosmopolita comparada con lo latinoamericano, sino también una lectura más individualista hacia ciertos temas como la homosexualidad y el sida, ya que los cánones del pasado habían hecho lo contrario.
El propio Rodrigo Fresán también confirmó en una entrevista: “Yo creo que, si alguien ve en esta antología una suerte de manifiesto político-cultural, se está tomando demasiado en serio las cosas” (Hargrave & Smith Seminet, 1998, p. 23), mientras que los entrevistadores habían destacado igualmente: “En lugar de la preocupación por la sociedad los personajes de estos cuentos presentan una indagación por la identidad personal” (Hargrave & Smith Seminet, 1998, p. 16).
Este punto de vista de McOndo está reflejado en su manera de interpretar la homosexualidad y el sida:
Desde la aparición de la enfermedad VIH sida, un leitmotiv de los relatos en que el protagonista era seropositivo era inevitable la muerte de éste […]. En cambio, en las obras de los autores “macondianos” la muerte pierde protagonismo para ser reemplazada progresivamente por el desafío que representa para este personaje la necesidad de “inventarse” una nueva manera de vivir, una nueva cotidianeidad, ante un cuerpo que debe mantenerse sano. (Billard, 2007, p. 54).
En esta cita, Billard se refiere como ‘macondianos’ a los autores de McOndo. El cuento “Señales captadas en el corazón de una fiesta”, como parte de la antología McOndo, cede el enfoque al envejecimiento, un tema individual, para enfatizar la angustia causada por este proceso común a todo ser humano.
El envejecimiento y la crisis existencial de los gays
El protagonista aún no es viejo, es un hombre maduro que está consciente del proceso de envejecimiento que ve cercano a su vida. No queda claro cuántos años tiene pero, a partir de las descripciones de su juventud pasada y de la juventud actual de la nueva generación, podría ser un hombre de unos cuarenta.
El hecho del envejecimiento conlleva sentimientos negativos y consecuencias como la debilitación física, la exclusión social, entre otras. Hasta 2022, incluso en los países en los que se protegen más los derechos del colectivo LGBT, no es difícil encontrar testimonios de que las personas mayores de este colectivo experimentan mayor sufrimiento de exclusión por la vejez y la imposibilidad de encontrar un lugar de confort, tanto físico como psicológico. Los espacios en los que los homosexuales pueden refugiarse ―que existen en forma de fiestas― suelen considerarse como propiedad de los jóvenes, y los envejecidos se ven obligados a renunciar a dichos espacios sin poder encontrar alternativas dignas. Héctor Salinas, coordinador del Programa de Estudios en Disidencia Sexual de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México declara en una entrevista para La Jornada:
“Al seno del propio movimiento LGBT hay una falsa concepción de que la diversidad es exclusivamente de jóvenes. En este proceso de mercantilización, se asocia mucho lo gay con cuerpos jóvenes, blancos, con cierta capacidad de consumo, y eso es muy triste, porque los viejos no tienen ninguna atención” [...]. [E]l problema más grave que hoy enfrenta este sector no es tanto su salud física, sino “el aislamiento emocional de estar solos, no acompañados, estigmatizados, pero no sólo por ser gays, sino por ser viejos”, lo cual los hace caer en depresión, ansiedad e incluso ideas suicidas, especialmente entre las personas trans. (Camacho Servín, 2022)
Otros testimonios parecidos al ejemplo citado de México se pueden encontrar en otros países, donde los gays gozan de una mayor protección institucional con respecto a sus derechos fundamentales. El desengaño es aún mayor si han aguantado una represión externa por su orientación sexual, tal como afirmó Federico Armenteros, que preside una fundación española para los mayores LGBT, en una entrevista con El País:
“Después de todo, somos un sector que ha pasado por el maltrato de una dictadura, el estigma del sida y todas las calamidades posibles. Y cuando parecía que al fin teníamos algo que celebrar, nuestra edad ha sido el factor decisivo para caer en el olvido [...]. El hecho de envejecer es, para muchos gais, lo más dramático que existe. Se basa todo en la belleza física, la juventud eterna, el acto constante de presumir. Observo que, cuando pasan los años y llegan las primeras canas o los achaques psicológicos de una vida en la sombra, esa obsesión con la belleza se convierte en una depresión y falta de amor propio terribles. Hay que aceptar la vejez como un período final, no terminal” (Ximénez, 2022).
La dictadura en esta cita se refiere a la de Francisco Franco en España. Este sentimiento de exclusión semejante se atestigua en declaraciones de Argentina entre los viejos homosexuales que vivieron su juventud en casi la misma época que el protagonista del cuento. La vejez se percibe como una etapa de poco valor y de inercia no solo por los jóvenes sino incluso por los propios viejos, razón por la cual los homosexuales, que ya vivían estigmatizados por su orientación sexual, tienen redoblado su sufrimiento cuando las huellas del envejecimiento se muestran patentes (Schultze, 2019, p. 241).
Además, los viejos homosexuales de Argentina de unos 65 años de promedio, que también habrían afrontado la llegada del nuevo milenio a los cuarenta años como la edad que tendría el protagonista, valoran mucho más los años de su juventud que los tiempos modernos, lo cual puede parecer irracional si uno relaciona la calidad de vida principalmente con la orientación sexual y con la sociedad convencional, ya que la mejora de la situación socioeconómica de los homosexuales argentinos ha favorecido ciertamente unas condiciones de vida menos duras hacia el colectivo a finales del siglo XX y en el nuevo milenio. No obstante, los individuos homosexuales localizan los mejores momentos de su vida en el pasado, cuando tenían sus propias fiestas, y cuando podían estar desvinculados del temor de la desapreciada vejez. Esta euforia sería mayor si se toma en consideración que su apogeo juvenil se encontraba alrededor del fin de la dictadura argentina en 1983:
[...] las personas viejas presienten que su lugar de pertenencia se ha ido perdiendo, como así también ciertos privilegios y una parte de su identidad. [...] De este modo, es comprensible que en un período de aprobación de leyes (como el Matrimonio Igualitario o la Ley de Identidad de Género) o de mayor apertura y aceptación a la heterogeneidad sexual, las personas mayores sigan alegando que “antes vivían mejor” a pesar de que desde nuestra cosmovisión actual eso pueda resultar inverosímil. (Schultze, 2019, p. 254).
De estas sensaciones de un homosexual maduro no está libre alguien que está envejeciendo, como el protagonista del cuento: “no hace mucho tiempo que descubrí la obviedad de que la proximidad de la muerte es peor que la muerte misma” (p. 37). Puede presentir su porvenir y este miedo lo conduce a una crisis existencial. Dicha crisis impide que los individuos de este colectivo construyan su propia identidad y, en palabras de Viktor Frankl, asuman la responsabilidad de sí mismos (Figueroa Rivera, 2020, p. 250).
Ante la crisis existencial, la libertad, de la que cada ser humano dispone según la teoría sartreana, le permitirá elegir su propia manera de ser dentro del límite de la facticidad, que son ciertas condiciones de vida preconfiguradas con el nacimiento, como la orientación sexual, cuya denegación se consideraría una acción de ‘mala fe’ (Acton, 2010, pp. 353-356). A un homosexual se le dan dos opciones para hacer frente a su crisis existencial: denegar su orientación sexual, o admitirla haciendo uso de su libertad. El protagonista del cuento no rechaza su orientación sexual: “mi condición sexual nunca despertó en mí ni el más tenue de los remordimientos” (p. 52), por lo cual opta por la segunda opción, lo cual se materializará en forma de señales.
Personajes de dos generaciones
El carácter maduro del protagonista contrasta con lo joven de otros personajes en el texto. No todos los personajes del cuento padecen del mismo estado de ánimo que el protagonista ni están en la misma crisis. En el relato, se aprecia una clasificación en dos generaciones. El narrador-protagonista pertenece a la generación de los no jóvenes, que sufren del desengaño de una juventud aparentemente perenne ante la llegada del envejecimiento. Su identidad generacional queda de manifiesto cuando habla de las fiestas que frecuentaba: “Me refiero aquí a las fiestas que ocuparon los primeros años de la década en la que me gusta pensar como Mi Década. El espacio del tiempo que va desde el final de la guerra de Malvinas a mediados de 1982 al 2 de octubre de 1985” (p. 38). Personajes como “[e]l hombre del traje verde” y “la mujer del vestido negro” (p. 42) parecen pertenecer a la misma generación que el narrador-protagonista, ya que padecen de una angustia semejante por el paso del tiempo:
Una pareja ―lo más parecido a personas de más o menos mi edad― discute en un como si también fueran invisibles o como si la discusión, finalmente, se hubiera convertido en la única manera que tienen que comunicarse. El hombre viste un arrugado traje verde. La mujer da la impresión de haber nacido para caminar desnuda y el claro estilo 80 del mínimo vestido negro tapizando su cuerpo como una segunda y tirante piel funciona casi como un acto de protesta contra las bermudas y las pesadas camisas escocesas que inundan esta fiesta [...] (p. 42).
Otros muchos, sin embargo, pertenecen a la nueva generación, uno de los cuales es “alguien que responde al nombre de Primavera” (p. 41). Se trata de una chica joven que espera el nuevo milenio:
[...] ella es una de esas nuevas adolescentes imposibles de encuadrar en algún estilo o credo. Toda ella parece no estar sujeta a nada. Flota con la indolencia de una juventud a prueba de balas. Vive resignada el torpe epílogo de estos últimos días del milenio con la tranquilidad de que su verdadera vida recién comenzará el primer día de enero del año 2000. (pp. 41-42)
Esa chica pertenece a la otra generación, es adolescente y el orgullo que su juventud sustenta está reforzado por la pronta llegada del nuevo milenio que la llena de esperanza y vivacidad.
El contraste entre las dos generaciones pone de manifiesto el desconsuelo de los mayores. El protagonista, de la generación mayor, se vio obligado a alejarse de las fiestas y, sin poder encontrar una alternativa, solo le está permitido contemplar las nuevas celebraciones de los jóvenes: “He ido desapareciendo para el resto de los concurrentes que ahora prefiere mirar para otro lado o mirar fijo al hombre invisible” (p. 34). La juventud de la generación que ya no es tan joven se compara con la nueva generación que se valora más positivamente, una realidad que el protagonista ironiza:
La verdad que cada vez que escucho ―comparándola con la mía, la de Willi, la de tantos otros ―el teórico concepto de una supuesta juventud más responsable y coherente a la hora de ordenar sus afectos y sus sentimientos no puedo sino pronunciar el casi silencio de una sonrisa irónica [...]. En mi modesta opinión, son todos unos idiotas. (p. 49)
La exclusión de los personajes mayores de las fiestas tampoco permitiría, irónicamente, que esa afirmación llegara a los oídos de los jóvenes: “Si algo lamento es no estar ahí para el día en que vaya a correr tanta venganza y tanta sangre y tanta muerte intentando convencerlos que yo soy uno de ellos.” (p. 49).
La habitación de los abrigos en las fiestas
En el cuento de Rodrigo Fresán, la fiesta tiene varios sentidos; uno de ellos es un espacio donde se representa la memoria doliente del narrador-protagonista. El cuento es como un largo obituario y la fiesta le ofrece el acceso a dicha memoria. La fiesta es una celebración y un espacio donde se reúnen los jóvenes, donde se siente homogeneidad y seguridad, y donde parece que toda esta perfección continuaría eternamente.[3] Representa un espacio ideal, pero no para todos los gays sino solo para los jóvenes. Los gays mayores, aunque de adolescentes y de veinteañeros frecuentaran fiestas de entonces, ya no pueden estar en los nuevos encuentros y se sienten excluidos: “Ahora las fiestas son otras. [...] Nadie me pregunta quién soy.” (p. 37). El narrador-protagonista deja así su impresión sobre la fiesta de la nueva generación:
Tal vez aquí se hable un dialecto que yo no conozco; una variación del idioma de las fiestas que ya no tendré tiempo ni ganas de dominar. Tal vez mi invisibilidad ―no me atrevo a llamarla mi “privilegiada situación”... ―confunda mi capacidad crítica a la hora de calibrar debidamente a esta fiesta donde ahora capto señales confusas y, me duele reconocerlo, hasta intrigantes. (p. 39)
A diferencia del sentimiento de exclusión del protagonista, los jóvenes aún encuentran su propia lógica y sentido en las fiestas y el protagonista también lo percibe: “Me refiero a aquellas personas para quienes las fiestas todavía tienen algún valor concreto, un sentido y una lógica propias.” (p. 34).
Los sentimientos que le provoca la imposibilidad de participar de la fiesta no sería igual si el protagonista fuera más joven. El indicio del envejecimiento que sufre este personaje gay le impediría volver a encontrar una nueva normalidad dentro de esa comunidad, en un espacio donde predominan las fiestas. Además, esta decepción está reforzada por la muerte de su novio, Willi. Cuando este personaje estaba vivo, sentía cierta añoranza del pasado, la cual no podía consentir el protagonista:
Mientras yo me encontraba a gusto en estas fiestas imprevistas y, aun así, poderosas como la más elemental tormenta de verano, Willi soñaba con las fiestas del pasado irrecuperable, esos fastos elegantes y lentos que había amortizado a partir de largos párrafos de Proust. (p. 49)
Willi, que sufría de sida, veía venir su muerte y sentía, como los viejos homosexuales, una melancolía hacia aquellos tiempos pasados de salud y de diversión. La confirmación del sida y la desazón física significarían el detrimento de la vivacidad personal de Willi y esto se podría entender casi igual que la pérdida de la juventud. El protagonista llega a entender y a compartir dicha angustia tras el fallecimiento de su novio. Esta pérdida profundiza la melancolía hacia aquellas fiestas del pasado, donde aún era joven, donde no se preocupaba por los obstáculos del envejecimiento y donde su novio aún estaba vivo.
La nostalgia hacia el pasado se muestra patente en la habitación de los abrigos, un lugar que se transforma en espacio mítico donde el protagonista se encuentra con Willi. Al principio, este lugar da dolor y angustia al protagnista, que ofrece una descripción como esta: “El camino hacia la habitación de los abrigos –sin duda Willi hubiera celebrado el símil– ahora es para mí tan parecido a la ruta del Calvario. Lento y doloroso.” (p. 52). No obstante, se da cuenta del significado que le había dado Willi a esta habitación:
La habitación de los abrigos ―aseguraba Willi ―es el corazón exacto de una fiesta. El irreductible santuario. El refugio adonde el guerrero arroja ―al menos por unos minutos ―sus armas y sus terrores para bailar desnudo y agradecer a quien corresponda. El punto preciso donde apoyar la oreja para sentir el ritmo del latido y el eco del pulso. El objetivo final de toda peregrinación. (p. 54)
La habitación de los abrigos “es el corazón de una fiesta”; según Willi, una fiesta de los tiempos pasados con la que Willi soñaba: “Ubicada al fondo de la casa donde se da el festejo, guarda los abrigos de los invitados y representa el centro del laberinto, lugar donde ocurren los principales hechos de la vida del narrador” (Caamaño Morúa, 2012, p. 17). Esta habitación se convierte en un lugar mítico de reencuentro entre un novio muerto y otro vivo que ahora comparten la misma nostalgia hacia los tiempos pasados y representa su sensación de que ‘antes vivían mejor’. Aquí el protagonista puede revisar, por lo inmóvil del tiempo mítico, las fiestas del pasado, como si volviera a ser joven y se olvidara de la angustia.
Toda esta obsesión del protagonista y de Willi por las fiestas está relacionada con la soledad y la exclusión que sufren los gays no jóvenes. A pesar de que la nueva generación de las fiestas los excluye de esas reuniones, no pueden volver a la sociedad para rehacer su vida, que ya los había excluido, por lo cual siguen observando las fiestas como un refugio, aunque menos efectivo porque ya no se pueden integrar a esas celebraciones.
La habitación de los abrigos también es un lugar donde se originan ‘las señales’ que emite el protagonista: “Éstas son entonces mis señales emitidas desde el corazón de una fiesta.” (p. 58). Esto tiene que ver con el rejuvenecimiento mítico y efímero que experimenta, lo cual le permite reconocer con más claridad la angustia por el envejecimiento, ahondando su crisis existencial. El narrador-protagonista hace que el desengaño por el envejecimiento gane visibilidad a través de ‘las señales’ e intenta aliviar su crisis a través de ellas, las cuales revisaremos en el siguiente apartado.
Señales de empatía y de esperanza
El narrador-protagonista capta y emite señales a lo largo del cuento y el temor y la angustia por el envejecimiento es el motor principal para estas acciones. Así como las fiestas muestran dos facetas ―una fiesta de refugio y de inclusión más otra de exclusión por el envejecimiento―, las señales captadas en el corazón de una fiesta también se dividen en dos tipos: señales de empatía y señales de esperanza.
La soledad del narrador-protagonista por la pérdida del amante y por el envejecimiento son las emociones que prevalecen en el primer tipo de señales. Las emite para retransmitir su dolor y para que otros que tengan el mismo dolor sientan empatía por él: “Señales captadas, señales emitidas y piedad para todos aquellos que crean encontrar refugio o escondite en el corazón de una fiesta” (p. 44). Son señales de temor a la muerte inminente de su novio y también de autoconsuelo, recordando las fiestas del pasado como lo hiciera en la habitación de los abrigos:
Entonces, Willi me llamaba a su lado y me pedía que le contara fiestas. [...] Al principio me costaba, me aburría, me molestaba funcionar como un obediente transmisor de fiestas, pero, al poco tiempo, ya ni siquiera esperaba el pedido de Willi. Comenzaba de improviso a captar y a transmitir, a redecorar el cuarto de la clínica hasta convertirlo en el más perfecto espejismo y sucedáneo de una habitación de los abrigos. (p. 55)
Además, son señales irónicas, de temor, de renuncia a la vida, de sensación de acercarse a la muerte inminente: “Me hundo. / Me muero. / Me despido. / Cambio y fuera. / Fin de la transmisión.” (p. 56). Sin embargo, la angustia no es el único tipo de emociones que representa la emisión y captura de señales. Paradójicamente, la angustia y la esperanza son compatibles dentro de un personaje, de manera que el narrador-protagonista envía señales de esperanza, pidiendo que los jóvenes le respondan con una posibilidad de cambios favorables a los doblemente excluidos como él: “Señales resignadas a su condición de resplandor distante que ―con un poco de suerte ―alguien quizá recoja en otra fiesta, luces estraboscópicas, tan lejos de aquí.” (p. 33).
Por otro lado, las señales de esperanza no solo son señales de socorro para el protagonista, sino también un tipo de advertencia y de consejo para los jóvenes que aún no se han dado cuenta de lo que les espera cuando se presenten los indicios del envejecimiento. El protagonista, con esta intención, procura que su mensaje llegue a tiempo: “Señales que intentaré decodificar para su correcta comprensión e inmediata emisión antes de que sea demasiado tarde.” (p. 39). Espera que los jóvenes en las fiestas entiendan su lección antes de caer en la exclusión inevitable: “El invierno donde ahora me encuentro captando y emitiendo estas señales para que algún otro party-animal ―en un futuro cercano, espero ―las recoja y sepa sacarles provecho.” (p. 41). Aun así, el narrador-protagonista no es un activista social que emprende acciones concretas por motivaciones reivindicativas; es un individuo ordinario que con la emisión de las señales da por terminada ‘su misión’: “Ya lo dije, ya fue transmitido” (p. 58).
Otra muestra de esperanza que emite a través de las señales es que no quiere ser como su novio muerto. Willi, aparte de ser su amante con quien podía compartirlo todo, era un ejemplo evidente de la angustia de un gay que dejaba de ser joven. Mediante el recuerdo de la fiesta donde el espíritu de Willi se hizo presente ante él a través de Ouija para hablar de la angustia y para dar mensajes sobre la habitación de los abrigos, no desearía que su propio espíritu repitiera la misma desdicha de estar lamentándose desde la muerte. En esta línea, el protagonista afirma decididamente: “Yo no voy a contestar ningún llamado de ningún tablero Ouija.” (p. 56).
En la habitación de los abrigos, el narrador-protagonista vive un proceso de cambio de identidad cuando se identifica con Willi muerto y se queda reflexionando más cerca de la muerte, aunque sin dejar de emitir señales de empatía. El protagonista vuelve al pasado recordando a sus padres y reconoce la imposibilidad de tener su propia familia; las señales que emiten los astronautas que flotan a la deriva serían la representación de esta certeza:
Sabiendo que ya no volverían a casa, que todos los contactos con la base se han cortado y aun así repitiendo una y otra vez las mismas palabras ―¿Hay alguien ahí? ¿Puede oírme alguien? ¿Hay alguien ahí? ¿Hay alguien? ―recitándolas como si se trataran de una primera plegaria o de un último sacrificio en el altar de una iglesia vacía donde ya casi nadie se arrodilla para creer en la sangre y en los estigmas de las estatuas. (p. 60)
Consideraciones finales
El cuento “Señales captadas en el corazón de una fiesta” configura al narrador-protagonista como un personaje que sufre ante la llegada del envejecimiento, con base en los recuerdos de su juventud y en sus reflexiones en torno a las fiestas. En esta propuesta, se ha tratado de demostrar que ni la homosexualidad ni el sida son el origen de la angustia del narrador-protagonista del cuento en cuestión, sino que más lo es su condición humana ante el miedo a envejecer. Sin embargo, aunque la homosexualidad tiene menos peso en este cuento y el lector tarda en darse cuenta de la orientación sexual del narrador-personaje, esta característica es crucial y no se podría pasar por alto para entender su temor al envejecimiento que derivaría en la exclusión. El protagonista homosexual en el relato es tan igual y tan humano como cualquier otro, y a la vez único y distinto por su orientación sexual.
La intención de mover la perspectiva de lo colectivo hacia la tragedia particular logra visibilizar a los individuos homosexuales sin acentuar su exclusión como colectivo discriminado. Los personajes homosexuales disfrutaban de fiestas como cualquier otra persona y la marginación en las celebraciones por parte de la generación joven más la pérdida de la pareja, como en este cuento, traen como consecuencia una angustia universal; aceptaban su orientación sexual como una parte normal de sus características y la distinción de la homosexualidad respecto de lo normal no formaba parte de su manera de vivir. Esta actitud explicaría el disgusto de Willi hacia Raffaella Carrà, citando una canción titulada “Fiestas”: “A Willi nunca le interesó Raffaella Carrá [sic]” (p. 46). El respaldo explícito que mostró Carrà hacia las personas LGBT era un acto político que separaba al colectivo del resto de la sociedad, a fin de promover su visibilización; activistas como Paco Tomás afirman: “Muy pocos recordamos baladas de Carrà. Todos recordamos canciones que eran fiestas, porque era lo que necesitábamos reivindicar.” (Riaño, 2021). Por esta misma razón, las fiestas de Carrà donde se desvanecía la universalidad y se destacaba la peculiaridad no eran fiestas para Willi ni para los personajes del cuento de Fresán; su vida continuaba con la idea de que la homosexualidad era tan natural como la heterosexualidad. La perspectiva individualista ha reencontrado y estudiado a estos personajes comprendiendo que la peculiaridad que se consideraba que tenían estos individuos en la sociedad convencional no era su naturaleza más determinante ni eran diferentes de las personas heterosexuales, ya que buscaban igualmente el amor, envejecían y padecían por paso del tiempo y por la pérdida de sus seres queridos
[1] Otros relatos que tratan el tema de la homosexualidad y del sidoa son “Extrañando a Diego”, de Jaime Bayly, y el de Sergio Gómez, “Extrañas costumbres orales”.
[2] Fresán pensó en acuñar la expresión “un escritor ex joven” para referirse a aquellos escritores que pasan a tener unos cuarenta años, a fin de poner énfasis en la pérdida de la juventud en lugar de la entrada en la madurez (Fresán, 2004, p. 54). Esta idea de la pérdida de la juventud prima en el presente análisis.
[3] El cuento no detalla a quiénes se destinaban estas fiestas; si eran exclusivamente para los homosexuales o si eran fiestas heterosexuales. A partir del hecho de que las fiestas heterosexuales imitarían las normas convencionales de la sociedad y funcionarían bajo esta heteronormatividad que no tolera una relación entre personas del mismo sexo, apenas podrían ser lugares de confort y de seguridad para los homosexuales. Se podría deducir, entonces, que eran fiestas con participantes mayoritariamente homosexuales, pero también con heterosexuales que sabrían admitir la homosexualidad, como esta chica: “Algo esconde además del hecho de haberse ido de la fiesta con el chico que le tocaba las tetas” (p. 48).
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