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Introducción
Saul Kripke es sin lugar a dudas, uno de los filósofos analíticos vivos más relevantes. A pesar de ello, la bibliografía acerca de su trabajo no es precisamente abundante en español. Por esta razón, en este artículo se realizará una aproximación a algunos de los conceptos más fundamentales de su teoría causal de la referencia, enfrentada a las teorías descriptivistas. En el primer apartado se presentará qué entiende Kripke por descriptivismo, así como algunos de los problemas que acompañan a esta posición acerca del lenguaje. Posteriormente se introducirá la que presumiblemente sea la tesis más esencial de la teoría de Kripke, la de los designadores rígidos.
Algunas aclaraciones acerca de los distintos tipos de enunciados concebibles desde esta teoría se mostrarán en el tercer punto mediante tres ejemplos de enunciados: “El número pi es la razón de la circunferencia de un círculo a su diámetro”, “Gödel es el descubridor de la incompletud de la aritmética” y “Moisés es el guía y profeta que dividió las aguas del Mar Rojo en su éxodo con el pueblo judío”. En esta línea, acto seguido se introducirá la polémica aceptación por parte de Kripke, con un cierto aroma kantiano (Kripke, 1999, 121), de enunciados contingentes a priori. Las cuestiones de los “Mundos posibles”, el “Bautismo inicial”, junto con el problema de las entidades ficticias, concluirán esta clarificación conceptual de la filosofía kripkeana.
Teorías descriptivas de los nombres
En la primera conferencia de El nombrar y la necesidad, el filósofo estadounidense Saul Aaron Kripke tomó como su némesis la teoría descriptivista de los nombres sostenida tanto por Gottlob Frege (1998a, 1998b, 2016) como ulteriormente por Bertrand Russell (1991, 2009). Según esta, los nombres están determinados por la introducción de una descripción definida, como es el caso de “Aristóteles” introducido como “el maestro estagirita de Alejandro Magno”. En el caso de Frege se entiende que esto es así en la medida en que esta descripción otorga un posible sentido del nombre “Aristóteles”. En el caso de Russell en la medida en que nombres aparentes como “Aristóteles” no son más que descripciones definidas encubiertas.
Kripke sostiene asimismo que hay dos maneras de considerar esta teoría, ora entendiendo que la descripción mantiene una relación de sinonimia con respecto al nombre, proporcionando “de hecho el significado del nombre” (Kripke, 2005, 36), ora entendiendo que la descripción sirve exclusivamente para determinar el referente del nombre. Hasta aquí tenemos, pues, dos versiones posibles de la teoría descriptivista, como presentando una única descripción en una relación que puede ser de sinonimia o de fijación de la referencia. En esta línea, Kripke denomina “teoría del concepto cúmulo” a aquella versión de la teoría descriptivista de los nombres en que el nombre viene introducido no por una sola descripción, sino por un cúmulo o racimo de ellas. De esta manera nos hallamos ante dos nuevas versiones de la teoría descriptivista: la versión “cúmulo” que identifica esta pléyade de descripciones con el nombre que sea, en una relación de sinonimia, y la versión que sostiene que las descripciones sólo determinan el nombre. Un caso de esta versión cúmulo se produce en el predicar de “Aristóteles” que “fue el más notable filósofo de la Antigüedad”, “fue el maestro estagirita de Alejandro Magno”, “fue el autor de la Ética a Nicómaco”… En definitiva, Kripke distingue hasta cuatro versiones diferentes de la teoría descriptiva de los nombres: las de una sola descripción, ora como relación sinonimia ora como fijación de la referencia, y las de un racimo de descripciones, ora como sinonimia ora como fijación de la referencia. Así, en cualquiera de los cuatro casos nos encontraremos, además, con una serie de condiciones, como que un hablante A “cree que una de esas propiedades, o varias tomadas conjuntamente, selecciona únicamente un individuo” (Kripke, 2005, 66), o que “si la mayoría, o una mayoría ponderada, de las φx son satisfechas por un único objeto y, entonces y es el referente de “X” (Kripke, 2005, 66). Veremos esto a continuación.
De entre las cuatro versiones mentadas, la más fuerte de entre todas ellas es la que sostiene que el nombre está introducido por un cúmulo de descripciones de tal forma que este es identificado como su sinónimo:
Quien sostiene la versión fuerte cree que el nombre propio y la descripción -o el racimo de descripciones- son sinónimos entre sí, es decir, comparten el significado […] En este sentido, puede decirse que la descripción -o familia de descripciones- da el significado del nombre. (Pérez, 2006, 98).
Esto parece ser así puesto que tal versión conlleva la existencia de verdades necesarias del modo en que reza la sexta tesis de las teorías descriptivistas mencionada por Kripke: “(6) El enunciado “si X existe, entonces X tiene la mayor parte de las φs” expresa una verdad necesaria (en el idiolecto del hablante)” (Kripke, 2005, 67). Esto quiere decir que, si afirmamos, por ejemplo, de Aristóteles que fue “el maestro de Platón y de Alejandro Magno”, “el autor de la Ética a Nicómaco”, “el fundador del Liceo”… entonces la identificación de “Aristóteles” con todas estas descripciones nos da un conjunto de verdades necesarias, al ser estas sinónimos de tal nombre. Esta es una versión sobremanera comprometida que contrasta con la que quizás sea versión más débil de la teoría descriptivista: aquella que sostiene, ya sea para una o varias descripciones, que esta únicamente determina la referencia. De esta forma el defensor de la teoría descriptivista no se comprometería con la tesis mencionada, por lo cual esta versión “no implica consecuencias sobre cuestiones de necesidad” (Pérez, 2006, 98).
Como acabamos de adelantar, Kripke asegura que la teoría descriptivista está conformada por una serie de tesis, concretamente por seis. De todas ellas, exceptuando la primera, dice el neoyorquino que son falsas y, además, compartidas por autores como Frege o Russell. Esto último es, con todo, cuestionable. La primera tesis, aquella que Kripke cree verdadera, asevera que “(1) A cada nombre o expresión designadora “X” le corresponde un cúmulo de propiedades, a saber, la familia de propiedades φ, tales que A cree “φX” (Kripke, 2005, 66). Podemos considerar sin muchas complicaciones que esta sea una tesis opinión compartida tanto por Frege (estas propiedades serían los sentidos) como por Russell, al ser, básicamente, “correcta por definición”. La segunda es, con respecto al hablante A, que “(2) A cree que una de esas propiedades, o varias tomadas conjuntamente, selecciona únicamente un individuo” (Kripke, 2005, 66). Tal y como sucedía con la primera, no parece disparatado considerar que esta fue compartida tanto por Frege como por Russell. En el caso del alemán, puesto que el sentido se entiende como el modo de determinación de la referencia (y la referencia es una), en el de Russell a partir del requisito de existencia y de unicidad que, recordemos, requieren las descripciones definidas para ser verdaderas (Russell, 1991). Con la siguiente, “(3) Si la mayoría, o una mayoría ponderada, de las φs son satisfechas por un único objeto y, entonces y es el referente de “X” (Kripke, 2005, 66), semeja que estamos en las mismas y que, tanto Frege como Russell, las comparten. Lo mismo con la cuarta, “(4) Si la votación no arroja un único objeto, “X” no refiere” (Kripke, 2005, 67), lo cual quiere decir que, en el caso de Russell, si no se cumple el requisito de unicidad, entonces la expresión no denota y, en el caso de Frege, que no puede ser el caso que un mismo nombre tenga más de un único referente. La quinta dice “(5) El enunciado “si X existe, entonces X tiene la mayor parte de las φs” es conocido a priori por el hablante” (Kripke, 2005, 67) ha de ser verdadero tanto en Frege como en Russell en la medida en que se considera que la teoría descriptivista defendida por ambos consiste en que los nombres, tipo “X”, son introducidos mediante descripciones. Consecuentemente, han de ser conocidos a priori por los hablantes. Nótese por ejemplo el caso de la introducción de “Jack el Destripador” como “el hombre que asesinó a tales y cuales personas en Londres a finales del siglo XIX”. En el último de los casos, la tesis sexta que dice que “(6) El enunciado “si X existe, entonces X tiene la mayor parte de las φs” expresa una verdad necesaria (en el idiolecto del hablante)” (Kripke, 2005, 67), ya tenemos un caso más controvertido. No está nada claro que esta tesis, que introduce la modalidad, tenga que ser defendida por un defensor de la teoría descriptivista pues, como acabamos de ver, podemos considerar una versión débil en la cual no esté presente. Mucho menos parece que haya sido esta defendida ni por Frege ni por Russell, al menos explícitamente (ni siquiera hablarán estos de modalidad): “No está claro que Frege o Russell defendieran la teoría descriptivista en su versión fuerte. Aunque propusieran la tesis central de la sinonimia, quizá no pensaran que sinonimia tuviera que implicar consecuencias sobre la idea de necesidad” (Pérez, 2006, 99).
Designadores rígidos
En cierto momento de su primera conferencia en El nombrar y la necesidad Kripke deja bien claro qué entiende por designador: “si queremos un término común que abarque tanto los nombres como las descripciones, podemos usar el término «designador»” (Kripke, 2005, 29). Por consiguiente, tanto los nombres propios —de personas, ciudades, países…— como las descripciones definidas, como “la capital de México”, son susceptibles de ser designadores. Ahora bien, la introducción en la discusión de la noción de propiedades esenciales y, [1]así, también de la de “identidad a través de los mundos posibles” propicia una bifurcación de este mismo concepto, el de designador, en: designador rígido y designador no rígido o accidental. En consecuencia, designador rígido será aquella expresión que designe al mismo objeto en todo mundo posible y, por esto mismo, un enunciado de identidad en el que los dos designadores sean rígidos será necesariamente verdadero [2](segunda tesis de Kripke resaltada en el Prefacio). Incluso aunque el enunciado no sea a priori, caso de “Héspero es Fósforo” (que será, concretamente, “metafísicamente necesario” (LaPorte, 2016). Dado este ejemplo, queda claro que los nombres propios sí son considerados por Kripke designadores rígidos. Los nombres denotan la misma entidad o tipo de entidad (como el agua o los términos de género natural) en todos los mundos lógicamente posibles. Lo cual, cabe aclarar, no implica bajo ningún concepto la existencia, por ejemplo, de Sócrates en todos ellos, pues no es una entidad necesaria (y no es por tanto un designador rígido en sentido fuerte). De lo que se trata es de que en todos los mundos posibles en los que el designador rígido designe, designa necesariamente lo designado, que no es lo mismo que decir que lo designado tenga que estar instanciado en todo mundo posible. Así, en definitiva: “una de las tesis intuitivas que sostendré en estas charlas es que los nombres son designadores rígidos” (Kripke, 2005, 51). Pero ¿sucede lo mismo con las descripciones definidas?
El problema de si las descripciones pueden ser designadores rígidos nos remite a la cuestión de las propiedades necesarias de las cosas. Para poder hablar de la identidad a través de los mundos, Kripke tomará como presuposición, asegura que intuitiva, la tesis del esencialismo aristotélico: las cosas tienen ciertas propiedades sin las cuales no serían tales, estas son propiedades constituyentes. Así, el que el señor Fulanito tenga un hermano determinado, el señor Menganito, no es una propiedad esencial suya. Es contingente que este tenga un hermano, como lo sería que, en lugar de un hermano, tuviera una hermana, o dos hermanas, o cuatro hermanos… No sucede lo mismo, con todo, con ciertas propiedades esenciales de este, como por ejemplo el que sea un humano. No existe ningún mundo posible en el que, de estar Fulanito, este no sea un humano. Lo mismo sucederá con las descripciones definidas. Únicamente aquellas descripciones que refieran propiedades esenciales de los objetos podrán ser consideradas designadores rígidos, lo cual, además, le servirá de solución para el problema de los enunciados de identidad contingentes sin recurrir a la teoría descriptiva de los nombres propios. Si bien es un enunciado necesario que “Héspero es Fósforo”, no así con “Héspero es el objeto no-lunar más brillante en el cielo vespertino” (LaPorte, 2016). La razón de esto no es otra que el que esta descripción no expresa una propiedad esencial de Héspero, esto es contingente pues en otro mundo posible puede perfectamente haber otro objeto no lunar más brillante. Pero caso muy distinto será el de, por ejemplo, “la raíz de cuatro es dos”, enunciado que sí se puede considerar una verdad necesaria. Que la raíz de cuatro es igual a dos es verdadero en todo mundo posible, la descripción definida “la raíz de cuatro” es por esto un designador rígido. Otro ejemplo podría serlo “el menor número primo”, el cual, para todo mundo posible, designará al número dos. Ejemplos semejantes nos podríamos encontrar con descripciones referidas, por ejemplo, de términos de género natural.
Enunciados necesarios, contingentes, a priori y a posteriori
A la hora de presentar la concepción de los distintos tipos de enunciados para Kripke, tomaremos como ejemplo tres: “El número pi es la razón de la circunferencia de un círculo a su diámetro”, “Gödel es el descubridor de la incompletud de la aritmética” y “Moisés es el guía y profeta que dividió las aguas del Mar Rojo en su éxodo con el pueblo judío”.
El primero de ellos, “el número pi es la razón de la circunferencia de un círculo a su diámetro” es una verdad necesaria. Esto es así puesto que tanto “el número pi” como “la razón de la circunferencia de un círculo a su diámetro” son designadores rígidos (Kripke, 2005, 62). Además, aun a pesar de que pudiera ser el caso de que estuviéramos ante una verdad necesaria a posteriori, en este caso es a priori, pues estamos hablando de la identidad de un número con una propiedad esencial suya, a saber, el ser “la razón de la circunferencia…”. Asimismo, el hecho de que la mayor parte de las descripciones definidas no sean designadores rígidos no significa que no lo puedan llegar a ser. La descripción “la razón de la circunferencia de un círculo a su diámetro”, a pesar de ser tal, es un caso precisamente de descripción definida que funciona como designador rígido, ya que esta denota una propiedad esencial de una entidad. En todo mundo en que haya tal entidad, el número pi, no podría ser el caso de que no fuese “la razón de la circunferencia de un círculo a su diámetro”.
No así con respecto al segundo de los casos, “Gödel es el descubridor de la incompletud de la aritmética”, enunciado empleado por Kripke para hacer frente a la que en teoría es la tercera tesis de la “teoría cúmulo de los nombres”. Esta es enunciada por Manuel Pérez Otero como sigue: “Para todo objeto z, “X” refiere a z si y sólo si z es el único objeto que tiene la mayor parte, o una mayoría ponderada, de las propiedades de F” (Pérez, 2006, 88). Así, esta oración se presenta como el contraejemplo de esta tesis por lo que sigue. Supongamos que, tomando como referencia la teoría descripcionista de los nombres propios, el ser “el descubridor de la incompletud de la aritmética” es la descripción por antonomasia para referirse al hombre Gödel. Asumiendo exclusivamente esta descripción paradigmática por simplicidad, podremos decir que “Gödel” es “el descubridor de la incompletud de la aritmética” si el nombre “Gödel” denota al hombre Gödel. Ahora bien, siguiendo a Kripke, supongamos que en realidad el descubridor de la incompletud de la aritmética no fue Gödel, sino un tal “Schmidt” o, verbigracia, Fulanito, al cual Gödel simplemente plagió. El caso es que si tomamos como referente la teoría descriptivista sucedería que “Gödel”, al caracterizarse como “el descubridor de la incompletud de la aritmética”, no referiría al hombre Gödel, sino al descubridor de la incompletud de la aritmética, esto es, a Fulanito. Sin embargo, parece que esto no es así y que, cuando hablamos de “Gödel”, concretamente de “Kurt Gödel”, estamos hablando de Kurt Gödel con independencia de si en verdad fue este hombre el descubridor de tal incompletud. Para el caso, entonces, tenemos que decir que el susodicho enunciado es contingente pues, si bien Gödel pudo haber hecho tal descubrimiento, también puede ser que lo haya hecho Fulanito (o Menganito) y Gödel lo plagiara… Precisamente por esto, también parece ser el caso que estamos ante un enunciado a posteriori. Es necesario recurrir a la experiencia para constatar que fue el propio lógico alemán quien descubrió la incompletud de la aritmética.
Con respecto al último de los casos ("Moisés es el guía y profeta que dividió las aguas del Mar Rojo en su éxodo con el pueblo judío"), nos encontramos con que “la historia bíblica no nos da propiedades necesarias de Moisés” (Kripke, 2005, 68). Ninguna de todas las proezas que en ella se relatan acerca de un tal Moisés supone nada que haya de ser así en todo mundo posible –quizás a excepción de su pertenencia a la especie humana. Ya sólo por esto sucede que el enunciado "Moisés es el guía y profeta que dividió las aguas del Mar Rojo en su éxodo con el pueblo judío", no es una verdad necesaria. Por mucho que nos cueste creerlo podría ser verdad que Moisés fue el guía y profeta que dividió las aguas del Mar Rojo, pero también podría no serlo. Este es, por ende, un enunciado contingente. ¿A priori o a posteriori? Todo parece apuntar que a posteriori, pues sea el enunciado verdadero o falso sucede que esta determinación del valor veritativo requeriría la contrastación empírica. No estamos ni ante una mera contradicción, ni ante una tautología, a priori, ni ante una convención del tipo de “la barra de platino que se encuentra en el Museo de Pesas y Medidas de París mide un metro”.
Enunciados contingentes a priori
Con el fin de mostrar la existencia de enunciados contingentes a priori, Kripke recogerá el ejemplo de la barra primigenia de un metro de París ya mentada por Wittgenstein en sus Investigaciones filosóficas (Wittgenstein, 1988, párr. 50). Mientras que la suposición tradicional suscribe que el concepto de verdad necesaria es parejo al de verdad cognoscible a priori, [3]Kripke mantiene que existen tanto verdades necesarias a posteriori –caso del enunciado “Héspero es Fósforo”– como verdades contingentes a priori (Kripke, 1999). Como decimos, en este último caso se inscribirá el ejemplo del metro consistente en lo siguiente. En el momento de fijar la referencia de “metro”, principal unidad de longitud del Sistema Internacional de Unidades, a finales del XIX se emplea una barra de platino de tal manera que se dice que “un metro ha de ser la longitud de B, en donde B es cierta barra que hay en París” (Kripke, 2005, 56). Así, decimos que esta no es una verdad necesaria, sino contingente. Sucede que la estipulación de que la longitud de tal barra en tal momento t1 como de un metro no se puede considerar necesaria. Esa longitud en el momento t1 no designa nada rígidamente desde el mismo momento en que es posible imaginar situaciones contrafácticas en las cuales la barra no midiera eso. Lo cual no es difícil puesto que parece ser que ni la propia barra en un posible momento t2, más caluroso que t1, mantendría idéntica longitud, pues el platino se dilataría. Ahora bien, a pesar de las apariencias, este es un enunciado a priori. Al disponerse por convención, aquellos que establecieron que tal barra de platino en tal momento temporal medía un metro sabían “automáticamente, sin necesidad de más investigación”, que la barra mide un metro. Esta definición da como lugar a que el enunciado “la longitud de B –siendo B la barra utilizada como referencia del sistema de unidades y que se encuentra en París– es un metro”, es una verdad contingente a priori.
En el caso de la temperatura, en lugar de la longitud, nos podemos encontrar con ejemplos semejantes. Supongamos, tomando como referencia la unidad termométrica de Celsius, el enunciado “el agua hierve a cien grados centígrados”. El caso es que históricamente, en el XVIII, Celsius define su escala a partir de la temperatura en la cual el agua entra en estado de ebullición o se congela. A partir de ello decide asignar, respectivamente, los valores de 0 ºC y 100 ºC; unos valores que ulteriormente invirtieron Christin y Linneo para adoptar la escala que hoy conservamos. Estamos de nuevo ante un caso de verdad contingente a priori, al tratarse la temperatura en la que el agua hierve de una propiedad contingente, puesto que es posible imaginar una situación contrafáctica en la que el agua no entre en ebullición a los 100 ºC, y provenir esta de una estipulación a priori — en el momento en que hierva el agua hablaremos de tal temperatura.
A diferencia de lo que comúnmente sucede con nombres, como por ejemplo “Aristóteles”, hemos visto como la referencia de “metro” sí se introduce por vía de una descripción. Concretamente a través de “la longitud de B en t1”. No así con “Aristóteles” dado que pudiera suceder que el hombre Aristóteles no cumpliera ninguna de las características que se le atribuyen en las descripciones y, con todo, nos seguiríamos refiriendo con “Aristóteles” a un hombre que vivió en la Grecia clásica. Esta distinción inicial merece un matiz. A semejanza de “metro” pudiera suceder que alguien podría fijar la referencia de Aristóteles como el hombre que, por ejemplo, fue “el maestro de Alejandro Magno” sin por ello considerar que esto sea una verdad necesaria. La razón de esto es el segundo modo con que se puede realizar el “bautismo inicial” entendido como la introducción de la referencia por medio de una descripción definida (Pérez, 2006, 171). En este caso tendríamos una cierta semejanza entre “Aristóteles” y “metro” al existir la posibilidad de que en ambos casos se emplee una descripción definida para fijar la referencia. Cabe aclarar que, en virtud de la propuesta de Kripke, el que la denotación “Aristóteles” se fije de ese modo no quiere decir que la falsedad de ello conduzca a la referencia de quien cumpla con tal descripción. Imaginemos que un profesor nos dice que “Aristóteles fue el fundador del Liceo”. Aun cuando de hecho no fuese “Aristóteles” tal fundador, la referencia de este nombre, “Aristóteles”, al ser designador rígido, seguirá siendo el hombre Aristóteles, y no el verdadero fundador del Liceo. Este es un matiz importante que diferencia la propuesta kripkeana de la descriptivista. La divergencia, vista la similitud, entre “metro” y nombres como “Aristóteles”, consistiría en que mientras que para constatar la verdad de un enunciado como “Metro es la longitud de B en t1” no tenemos que recurrir a la experiencia, pues estamos ante una convención a priori, no así con “Aristóteles es el fundador del Liceo”.
Casos como el de “Julius, si existe, inventó la cremallera” (Pérez, 2006, 117) o “Jack el Destripador fue el asesino en serie que atemorizó Londres en 1888” son ejemplos, por su parte, de enunciados necesarios a posteriori. Tanto “Jack el Destripador” como “Julius” son nombres descriptivos que se utilizan para nombrar un conjunto de descripciones, dando lugar a enunciados necesarios a posteriori. De lo que aquí se trataría es de que, aun a pesar de estar introducidos por estipulación, al contrario de lo que sucedía con “metro”, estos son nombres cuya referencia se fija a posteriori para referir a los autores de tales hechos. Debido al carácter de tal estipulación, estos son enunciados necesarios porque, como se dice más arriba, si “Julius” existió, entonces es el inventor de la cremallera en todo mundo posible (es necesario) puesto que precisamente se define como tal. Estos son, en definitiva, casos en los que la referencia de un nombre propio está fijada por una descripción. Son, a diferencia de “nombres propios usuales” como el de “Aristóteles”, “nombres descriptivos” de los cuales no tiene sentido plantearse la posibilidad de que la descripción mediante la que son introducidos esté errada. Algo que no sucede con, por ejemplo, “Aristóteles”, pues sí tendría sentido preguntarse: “¿Me habré equivocado y resulta que Aristóteles no fue en realidad el maestro estagirita de Alejandro Magno?” (Pérez, 2006, 97).
Mundos posibles
Cuando Kripke habla de “mundos posibles” hay que tener presente el conflicto subyacente en lo que a la comprensión de estos respecta. Tenemos de una parte la concepción “descriptivo-cualitativa” y, por la otra, la “particularista” sostenida por el propio Kripke. En la raíz del problema quizás no se encuentre otra cosa que la cuestión de la “identidad transmundana” que, en opinión del filósofo de Nueva York, está mal orientada por los descriptivistas. Según Kripke, nombres propios, como por ejemplo “Aristóteles” o mi vecino “Lorenzo”, son designadores rígidos que denotan lo mismo en todo mundo posible con independencia de que tales referentes, como el hombre Aristóteles, no cumplan con una serie de características con las que usualmente lo identificamos. Es decir, con independencia de que “Aristóteles” sea “el maestro de Platón” o “el autor de la Ética a Nicómaco”, ese nombre siempre referirá a la misma entidad. Esto será ilustrado por Kripke con el enunciado “Nixon podría haber perdido las elecciones presidenciales estadounidenses de 1968” (Kripke, 2005, 54). Dado que los descriptivistas consideran que nombres como “Nixon” son términos descriptivos que únicamente hacen referencia a determinadas propiedades, creen estos que resulta erróneo identificar el referente de este nombre en esa hipotética situación contrafáctica como el mismo del mundo real. Para el descriptivista, el “Nixon” que ganó las elecciones de 1968, el del mundo real, no puede ser el mismo que el de un “mundo posible” en el cual las perdió, puesto que precisamente “Nixon” se define como el ganador de tales elecciones. No tendría sentido, entonces, para el descriptivista, afirmar que nos estamos refiriendo a Nixon cuando hablamos de “Nixon” en “mundos posibles”.
Acorde a Kripke resulta harto contraintuitivo creer que cuando decimos que “Nixon podría haber perdido las elecciones de 1968” no nos estamos refiriendo al hombre Nixon. En lo concerniente a esta problemática es por lo que Kripke dice:
¿Por qué no puede ser parte de la descripción de un mundo posible el contener a Nixon y que en ese mundo Nixon no haya ganado las elecciones? Podría constituir una cuestión adicional, por supuesto, la de si tal mundo es posible […] Pero, una vez que vemos que tal situación es posible, entonces nos es dado que el hombre que en ese mundo posible pudo haber perdido las elecciones, o que las perdió, es Nixon, porque eso es parte de la descripción del mundo. Los “mundos posibles” se estipulan, no se descubren mediante poderosos telescopios. No hay razón por la cual no podamos estipular que, al hablar acerca de lo que le habría acontecido a Nixon en una determinada situación contrafáctica, hablamos acerca de lo que le habría acontecido a él (Kripke, 2005, 47).
La metáfora del telescopio es traída a colación por Kripke puesto que “si fuera una buena metáfora identificar un mundo posible con un país lejano visto por el telescopio, eso apoyaría la concepción descriptivo-cualitativa del contrincante de Kripke” (Pérez, 2006, 131). Al ser considerado como un “haz de propiedades”, el “Nixon” que vemos a través del telescopio no podría ser el mismo “Nixon” del mundo real. No obstante, para Kripke, la metáfora del telescopio dista de ser adecuada. En realidad, cuando hablamos de mundos posibles de lo que estamos hablando es de estipulaciones, en relación esto con la idea de los nombres como designadores rígidos y de las propiedades esenciales. Cuando hablamos de situaciones contrafácticas, como en la que Nixon habría perdido las elecciones, lo que se está poniendo encima de la mesa es la posibilidad de que ciertas propiedades contingentes, como la del hombre Nixon perdedor de las elecciones, no fueran el caso —a pesar de que lo son en el mundo real. Siempre que empleamos el término “Nixon”, no hay razón alguna para creer que nos estamos refiriendo a una serie de propiedades en lugar de a la persona que todos sabemos. De este modo, lo que parece querer apuntar Kripke es que, cuando hablamos de “mundos posibles”, precisamente lo hacemos en relación con objetos particulares como el hombre Nixon a través de designadores rígidos. Por lo que, “aunque es otro mundo posible, represento un objeto cotidiano y familiar: Nixon. Estipulo que hablo del objeto particular Nixon, simplemente utilizando el nombre propio ‘Nixon’” (Pérez, 2006, 134). Con respecto al mismo Nixon, lo que podemos estipular es lo que le podría acontecer, como a cualquier otra entidad expresada mediante un designador rígido, si variaran las propiedades contingentes que normalmente le atribuimos. No así, por supuesto, con las necesarias. Podemos estipular que “Nixon podría no haber ganado las elecciones de 1968” o “Nixon podría haber asesinado a Charlie Chaplin”, pero no que “Nixon podría haber sido una golondrina”.
Bautismo inicial y las ventajas del marco kripkeano frente a las teorías descriptivistas
Frente a una concepción estrictamente referencialista, milliana, Kripke asegura que la teoría descriptivista cuenta con ciertas ventajas que explican su auge entre los filósofos del lenguaje. Al menos podemos considerar, siguiendo al propio autor americano, que son tres las ventajas que esta ofrece: “Ahora bien, las razones en contra de la posición de Mill y en favor de la posición alternativa adoptada por Frege y Russell son realmente muy poderosas…” (Kripke, 2005, 32). En primer lugar, esta concepción permitiría explicar la determinación de la referencia de un modo vetado para Mill. Al estar los nombres asociados a descripciones definidas, la determinación del referente viene dada en los términos de estos últimos, algo a lo que no puede apelar este último. Es decir, si tomamos por caso el nombre propio “Nixon”, pronunciado por Fulanito, y le preguntáramos a este a quién se refiere, bajo la referencia de la teoría descriptivista, este podría responder que al “ganador de las elecciones estadounidense de 1968”. Con el amparo de la teoría de las descripciones definidas de Russell, Fulanito garantiza que ha proporcionado un modo de determinar la referencia del nombre “Nixon” que requiere que esta referencia exista y que solamente ella responda a la descripción que sea (aseveraciones de unicidad y de existencia).
Una segunda virtud de la teoría descriptivista, al menos en oposición a la milliana, consiste en la posibilidad de dar cuenta a partir de esta de la divergencia de valor cognoscitivo entre enunciados de identidad del tipo A = A y del tipo de A = B. Esto sucede porque los nombres estarían asociados a sentidos, en terminología fregeana, o diferentes descripciones definidas, según Russell. Caso del celebérrimo “Héspero es Fósforo”. Kripke también reconoce una última virtud que Pérez Otero describe como sigue, en relación con la teoría descriptivista: “Explica la aparición de nombres propios en enunciados existenciales (‘Existe África’, ‘No existe Superman’): existir se concibe como un concepto de segundo orden aplicado al predicado implícito en el nombre propio” (Pérez, 2005, 38). El propio Pérez Otero también resalta la ventaja que esta teoría ofrece a la hora de atribuir significado a nombres que carecen de referente, como los de la ficción. Recordemos que para Frege nombres como “Ulises”, aun no teniendo referente, sí tienen un sentido asociado.
Aun a pesar de dichas ventajas, Kripke considera no sólo que esta teoría tiene graves defectos, como que, al ser propiedades contingentes de los referentes, las descripciones no se pueden valorar como equivalentes a los nombres, sino que su propia propuesta puede asumir perfectamente esas ventajas. Para Kripke, los nombres propios no son semánticamente equivalentes a las descripciones definidas asociadas. De ser así, entonces “Aristóteles es el maestro de Alejandro Magno” sería una verdad necesaria, verdadera para todo mundo posible en el que estuviese Aristóteles. Sin embargo, parece que este es un hecho contingente que, por ende, puede variar en mundos posibles diversos. No es tautológico que “Aristóteles” cumpla tal propiedad. Lo que no es contingente, en opinión de Kripke, es que el nombre “Aristóteles” denote para todo mundo posible al hombre Aristóteles. Este aspecto es recogido por Kripke con los “designadores rígidos”, de forma que nombres como “Aristóteles” denotan, al ser tales designadores, a la misma entidad para todo mundo posible. En contraposición con la teoría descriptivista, Kripke presentará la teoría causal de la referencia en virtud de la cual se produce una situación llamada “bautismo inicial” en el cual los sujetos emplean por vez primera un nombre propio (Kripke, 2005, 80). Este “bautismo inicial” se puede producir a través de dos vías, o bien el sujeto que “bautiza” mantiene un contacto perceptivo con lo “bautizado”, o bien lo introduce mediante descripción definida, caso este último de “Jack el Destripador” o “Julius”. Mediante este “bautizo” el referente de tal nombre queda determinado de modo que, tras este proceso, el nombre será recibido por otros hablantes de la comunidad que lo irán extendiendo. Se aprecia, así, como este “bautizo” se encuentra imbricado con una cierta cadena causal a través de la cual la fijación del nombre con su referente, el signo, por ejemplo, de ‘Aristóteles’, se expande en la comunidad lingüística que sea.
Por otra parte, una de las grandes cuestiones a la que Kripke hace frente es la concerniente a la aparente existencia de enunciados de identidad contingentes. En virtud de, por un lado, el principio de indiscernibilidad de los idénticos y, por el otro, del principio de necesidad de la autoautenticidad, sucede que todo enunciado de identidad debería ser necesario. Esto choca frontalmente con nuestra consideración de que, por ejemplo, el enunciado “Nixon ganó las elecciones estadounidenses de 1968” bien pudo no haber sido, pues no parece algo ni empírica ni lógicamente necesario que haya sido. Kripke dará solución al problema a través de la introducción de los designadores rígidos, de manera que la identidad entre nombres será necesaria cuando estos sean designadores de este jaez. Cosa harto distinta se produce cuando estamos ante enunciados como el de Nixon, pues la descripción que lo acompaña, al no ser un designador rígido, propicia que el enunciado sea contingente. La piedra angular sobre la que se erige la respuesta a este aparente contratiempo es la consideración kripkeana de que todos los enunciados de identidad, en tanto tales, son necesarios. El caso de Nixon no podrá ser considerado en realidad un enunciado tal pues no estamos predicando la identidad de “Nixon” con nada, al no ser la descripción definida dicha un designador rígido. No así con casos como “Héspero es Fósforo” (ejemplo de enunciado de identidad a posteriori), donde la identidad, al designar ambas expresiones rígidamente, y por ser verdadera, es necesaria. La confusión que quizás pudiera surgir no es otra, entonces, que de índole epistemológica: ciertos enunciados de identidad, necesarios, le pueden parecer a alguien por el conocimiento que posee sobre ellos, contingentes.
Por último, Kripke también hará frente con su propuesta al problema de los existenciales negativos del tipo “Aristóteles no existe”. En el caso de las teorías descriptivistas, como la fregeana o la russelliana, este dista de ser un problema. En el primero de los casos el alemán dará cuenta de estos enunciados mediante su distinción entre sentido y referencia, los enunciados del tipo mencionado tendrán sentido, un pensamiento, aunque carezcan de referente. En el caso de Russell, una vez más, el análisis de las descripciones definidas, con las subyacentes aseveraciones de existencia y unicidad, hacen que la no satisfacción de alguna de ellas implique la falsedad del enunciado. El modo en que la teoría de la referencia directa de nuestro autor da cuenta de casos como el dicho de Aristóteles guarda ciertas similitudes con la russelliana. De esta forma, por los motivos ya mencionados, el enunciado “Aristóteles no existe” es simplemente una falsedad, un enunciado contradictorio. Si “Aristóteles” es el nombre que damos a un hombre que vivió hace unos 2400 años, independientemente de las características contingentes con que lo describamos, entonces siempre que hablamos de “Aristóteles” nos estaremos refiriendo a alguien que existió. Es contradictorio decir que un nombre propio como “Aristóteles” no existe. Asunto distinto, por supuesto, sería decir que “Aristóteles podría no existir”, puesto que el que una expresión sea designador rígido no conlleva que tenga que estar designada en todo “mundo posible”.
Entidades ficticias
Para Kripke no es correcto decir que podrían existir, ni ahora ni en el pasado ni en ningún “mundo posible”, unicornios (Kripke, 2005, 153), así como ninguna entidad ficticia. Ni aun en el caso de que mañana mismo se descubrieran en una excavación arqueológica los restos de un animal que cumplieran con todas las características que normalmente asociamos a unicornios, podríamos decir que existieron unicornios. El por qué nos remite a la breve descripción que se ha dado anteriormente del “bautizo inicial”. Cuando ciertas personas introdujeron el término “unicornio” para referirse a un animal mítico con apariencia de caballo y con un cuerno en la frente, no se referían a ninguna entidad concreta, real. Lo mismo que Conan Doyle cuando escribió acerca de las hazañas de un detective ficticio llamado “Sherlock Holmes” (Kripke, 2005, 154). No se cumplirían los requisitos de la teoría causal de la referencia pues, aunque se descubriera cierta entidad que poseyera exactamente la misma idiosincrasia que cualquiera de estas entidades ficticias, esto sería “una mera coincidencia” (Kripke, 2005, 154). Por mucho que ciertas entidades, sea en el mundo real o en un mundo posible, compartan una notable cantidad de características con entidades ficticias, en ningún caso podremos decir que aquellas son estas. Por tanto, en lo que concierne al caso de los nombres de ficción, Kripke mantiene que estos no podrán ser considerados ni siquiera como nombres propios pues no hay nada esencial que estos puedan designar rígidamente.
En ningún momento Kripke pone en duda la posibilidad de que existan ciertas entidades en “mundos posibles” que compartan todas las cualidades que comúnmente asociamos a entidades de ficción como los unicornios o Sherlock Holmes. Lo que se pone en duda es que podamos decir de ellas que son “unicornios” o “Sherlock Holmes” porque en el caso de las entidades de ficción, al contrario de lo que sucede por ejemplo con los términos de género natural (como “perro”), no se ha dado ningún “bautismo inicial”. Un ejemplo claro lo encontramos en la contraposición entre los “unicornios” y los “caballos”. En este último caso podemos suscribir la existencia de un hipotético “bautismo inicial” en el que alguien, hallándose frente a una entidad que hoy denominamos “caballo”, le acuñó tal nombre. Además de que la ciencia ha proveído ciertas propiedades esenciales, como la carga genética mediante las cuales podemos determinar que para todo “mundo posible” en el que haya “caballos”, estos tienen que cumplir tal propiedad (como el agua ser H2O). No así con los “unicornios”, pues no ha habido ningún “bautismo inicial” ni tampoco se han proporcionado propiedades esenciales de ellos.
Kripke da buena cuenta del estatus ontológico de las entidades ficticias al permitir rechazar situaciones que nos parecen absurdas, como la de un “mundo posible” en que pudieran convivir Arthur Conan Doyle y Sherlock Holmes. Esto no podría ser posible ya que el propio “Sherlock Holmes” no es más que una entidad de ficción con una serie de características descritas por Conan Doyle, ninguna de ellas esencial.
[1]Si en el caso de “9 > 7” tenemos una verdad necesaria en todo mundo posible, no así con “el número de planetas > 7”, aun a pesar del empleo del principio de indiscernibilidad de los idénticos.
[2]A]unque, obviamente, también cabe la posibilidad de que haya enunciados de identidad que, aunque estén compuestos por designadores rígidos, sean falsos. Caso por ejemplo de “Aristóteles es Platón”. De lo que se trata es que, ante un enunciado de identidad, si este es verdadero, entonces es necesario.
[3] Kripke achaca esta identificación como consecuencia de una posible confusión entre lo epistemológico, ámbito al que pertenece el concepto de aprioricidad, y lo metafísico, ámbito, a su vez, a la que pertenece el concepto de necesidad (Kripke, 2005, 52).
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