Theodor W. Adorno: resistencia y briznas de vida moral. Theodor W. Adorno: Resistance and Glimpses of Moral Life. |
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DOI: 10.32870/sincronia.axxvii.n83.1a23
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Dinora Hernández López Departamento de Filosofía / Universidad de Guadalajara (MÉXICO) CE: dinora.hernandez@academicos.udg.mx ![]() |
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Recepción: 30/03/2022 Revisión: 13/04/2022 Aprobación: 25/05/2022 | |||||||||
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Resumen. Palabras clave: Filosofía moral. Negatividad. Resistencia. Melancolía. Sujeto moral. Capitalismo. Abstract. Keywords: Moral philosophy. Negativity. Negativity. Resistance. Melancholy. Moral subject. Capitalism. |
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Introducción La filosofía moral adorniana
Aunque, en esta carta, Adorno señala que a diferencia de Horkheimer su inclinación estuvo siempre del lado del arte, considero que esto no es suficiente para dejar de lado el tono moral que también late en su obra. El segundo Excurso de Dialéctica de la Ilustración (Horkheimer y Adorno, 2016), los tres Modelos de Dialéctica negativa (Adorno, 1992) y Mínima moralia, son una prueba incuestionable de este hecho. Entre las líneas de Mínima moralia podemos leer la influencia de Friedrich Nietzsche, no solo por la forma en la que Adorno plasman sus reflexiones: en aforismos y fragmentos, también por el aguijón crítico que las atraviesa. Adorno, en la secuencia de Nietzsche, se decantó por una filosofía moral reflexiva, la cual analiza el sentido y valor que la moral tiene para los individuos, y la manera como esta afecta sus vidas, así como por la agudeza de la mirada para dar con los momentos de heteronomía en las expresiones autonomía. De ahí proviene, en gran medida, la perspectiva de la sospecha desde la cual Adorno lee la moral, lo cual hace que ponga el acento en las acciones del sujeto y las condiciones represivas, negadoras del impulso, en las que estas se producen. En este orden de ideas, nada más ilustrativo que el Segundo Tratado de la Genealogía de la moral (2016), en el cual Nietzsche rastrea el surgimiento de conceptos tan propios de la ética, como: la conciencia moral, la responsabilidad y la culpa, todos ellos atados a una serie de prácticas de la crueldad. Además, Mínima moralia contiene la constelación de influencias más importantes en el pensamiento del teórico crítico, puesto que por este peculiar libro no solo asoma la aguda reflexión nietzscheana, también circulan los conceptos de cosificación y fetichismo, de la tradición marxista, el aparato crítico del psicoanálisis freudiano y algunas pinceladas del pensamiento del maestro de la dialéctica en la modernidad, Georg W. F. Hegel. El primer fragmento del libro funciona como una introducción al texto, titulado “La ciencia melancólica”, nos conduce a Hegel y su noción de negatividad. De una referencia a la Fenomenología del espíritu, Adorno extrae importantes consideraciones para una teoría del conocimiento: la de persistir en la inmanencia de las cosas, con la mirada puesta en sus contradicciones y desgarros (Adorno, 2006, p. 19). En este orden de ideas, renglones atrás, el filósofo frankfurtiano aseveraba: “quien quiera conocer la verdad sobre la vida inmediata tendrá que estudiar su forma alienada, los poderes objetivos que determinan la existencia individual hasta en sus zonas más ocultas.” (2006, p. 17). En este sentido, las reflexiones de filosofía moral se atienen a la idea de negatividad, caracterizándose por ser una indagación sobre las realizaciones efectivas del “mal”, entendiendo por este, el sufrimiento y daño socialmente causados (Adorno, 2019a, p. 320), y no una reflexión que intente dar con alguna noción de vida buena, deber-ser o ideal positivo. Hegel, junto con Immanuel Kant, son los grandes referentes de las discusiones planeadas en el marco de la filosofía moral adorniana, puesto que las nociones de totalidad y mediación, son fundamentales para sustentar la crítica de aquello en lo que ha devenido la filosofía moral en la modernidad. Gracias a estos conceptos, las reflexiones del filósofo frankfurtiano rebasaran el punto de vista de la ética, que se sostiene en la idea de un sujeto moral abstraído de su génesis y desenvolvimiento de su acción, para colocarse en el horizonte de la moral, y entonces hablar de una subjetividad que no está desencajada de la objetividad social, de modo que posee siempre una dimensión política, como lo reconocerá en sus ilustrativas Lecciones Problemas de filosofía moral: la pregunta por la vida buena es la pregunta por la forma adecuada de política (Adorno, 2019a, p. 321). Adorno se decantó por una filosofía moral materialista e inmanente. De este modo, para el teórico crítico, el sustento de la acción moral no está en la idea de voluntad racional ni se apoya en categorías trascendentales de sujeto; estas son dos de sus grandes diferencias con la filosofía práctica kantiana. El agente moral no se desenvuelve al margen de las condiciones efectivas, materiales, en las que desarrolla su vida, sino que su acción parte, tanto de las condiciones sociales en las que está situado como de su condición de cuerpo sintiente. Para el filósofo frankfurtiano, sin negar por completo la razón, la acción moral tiene el sustrato del impulso mimético: el rechazo corporal a las situaciones de daño y sufrimiento contra todo lo que tiene vida. Se trata (Adorno, 1992, p. 365) de una afección, del “factor adicional” de la acción moral, somático, involuntario y por fuera del cálculo racional. En este sentido, Adorno (2019b, p. 305) se refiere a un aforismo de Alfred Altenberg, seudónimo del escritor austriaco Richard Engländer (1859-1919), en el que el poeta señala que el maltrato de los caballos solo cesará cuando hombres “débiles”, gobernados por su sensibilidad, disparen contra los cocheros. A Altenberg esta reacción le parecía una muestra de la “decadencia” que caracterizaría a los hombres del futuro; sin embargo, en este gesto de su “romanticismo fisiológico” (Adorno, 2009, p. 616), el filósofo frankfurtiano encuentra una voluntad de cambio. De las palabras del poeta, Adorno (2019b) observaba que: donde no existe una reacción de indignación por el sufrimiento y la falta de libertad, no puede haber lugar para la idea de Humanidad (p. 305). Ahora bien, esto no significa que Adorno esté defendiendo el ejercicio de la violencia contra la violencia, para él, el impulso mimético que, en este caso, mueve la reacción contra los cocheros, siempre debe entrar en relación dialéctica con la racionalidad reflexiva, a fin de que esta lo encauce hacia realizaciones en las cuales no se repitan el sufrimiento y el daño; en este sentido, es importante retener que la imagen dibujada por Altenberg permite al filósofo frankfurtiano, solamente, rescatar el momento de la respuesta afectiva de rechazo contra la violencia infringida a los animales no humanos. La función de las reflexiones de filosofía moral adornianas es pedagógica, radica en presentar Modelos donde aparecen momentos de una vida moral en resistencia, pero sin propósitos de adoctrinamiento o prescriptivos. En cuanto a la forma, los Modelos (Buck-Morss, 1981) son configuraciones de sentido, plexos de conceptos que dan cuenta de la mediación entre lo particular y lo general: en estas figuras se concretiza una imagen de la totalidad social, “forma mercancía”, en un fenómeno concreto, pero también son muestras de lo disonante, la resistencia y oposición a las figuras de poder. Estos dos momentos no están divorciados, conforman estampas de dialéctica negativa: es decir, elementos opuestos que se muestran en su tensión y contradicción, pero sin resolverse. La sociedad del “hechizo” La democracia de la época produjo en Adorno la percepción de encontrarse ante un régimen político que existía solo en su formalidad, sin haber encarnado en los individuos. En el fragmento “Mélange” (2006, p. 107-108), el filósofo frankfurtiano cuestionaba las políticas públicas que sostenían el ideal democrático en la sociedad estadounidense. La ideología del melting pot era una muestra de “tolerancia unitarista”, propagaba la igualdad abstracta (formal) y al hacerlo prolongaba las injusticias contra quienes vivían realmente en diferencia. Además, Adorno sospechaba que esta ideología, en realidad, era intolerante con los grupos que quedaban rezagados de los imperativos de progreso y desarrollo, y no cumplían con las exigencias de una igualdad que les era reconocida, solo, desde afuera. En cambio, para el filósofo frankfurtiano: “una sociedad emancipada no sería, sin embargo, un estado de uniformidad, sino la realización de lo general en la conciliación de las diferencias” (2006, p. 107). En continuidad con esta crítica de la ideología, Adorno ponía en tela de juicio la idea de individualidad, el corazón de la democracia liberal, para el teórico crítico, los poderes objetivos habían conseguido liquidar, prácticamente por completo, al individuo no obstante, este régimen político continuaba legitimándose a través de la promoción de dicha idea. En “Payaso Augusto”, el filósofo frankfurtiano sostenía que se estaba ante un estado de emergencia de “pseudoindividualidades”, y que la diferencia y singularidad aún persistentes, se fetichizaban y convertían en un objeto que el sujeto ofertaba como un bien más en el mundo de las mercancías (Adorno, 2006, p. 140). En Dialéctica negativa, Adorno desarrolló la categoría de “hechizo” para caracterizar a la sociedad de su tiempo, y este consiste, señalaba, en la experimentación cotidiana de la hegemonía del todo (1992, p. 342-3). De acuerdo con esta idea, el todo que gobierna la sociedad capitalista es la ley de generación del “valor” y sus manifestaciones en la “forma de mercancía” (Marx, 2016). La “forma de mercancía” está extendida en la totalidad de la vida social, haciendo de los seres humanos y sus relaciones, objetos de mercadeo, a través de las lógicas de la equivalencia y la fungibilidad. La asimilación de la realidad a “forma de mercancía”, implica la cosificación de lo vivo y sus procesos (Lukács, 1969): “La vida no vive”, reza el encabezado de la primera parte de Mínima moralia, una frase retomada de Ferdinand Kürnberger. La cosificación se expresa, asimismo, como una forma de autocosificación: la “frialdad” (Adorno, 1998, p. 86). La “frialdad” implica una forma de relación con el mundo en la cual se relega el sentimiento y la empatía a favor del interés y la autoconservación, los imperativos en la sociedad capitalista de la competencia. En este sentido, como también lo refleja esta obra, los campos de exterminio habían sido una muestra fehaciente de la deshumnización, que derivaba de que en la sociedad todo tendiera a convertirse en cosa (Müller-Doom, p. 463). Para Adorno (1998), el modo cosificado en el que el individuo percibe la realidad, es consecuencia de una “pérdida de la experiencia”; es decir, de una ceguera e insensibilidad ante el estado de dominación en el que discurre la vida de los seres humanos en el mundo administrado, y que opera en el sujeto un olvido de la naturaleza que lo desconecta de todo lo vivo. En la sociedad contemporánea, el individuo se adapta, la sociedad le ofrece paliativos para el sufrimiento, a través de la psicología funcional y la industria cultural. La capacidad sensorial y de juicio son disminuidas hasta los límites de la percepción estereotipada del mundo, y todo ello impacta a la posibilidad de escapar o romper con el círculo mítico de repetición en el que pervive la sociedad capitalista. Para Adorno, en esta realidad “hechizada” prevalece el principio utilitario sobre la autonomía de la voluntad, como lo había planteado Karl Marx (2016) en su análisis del fetichismo de la mercancía: los individuos son meras funciones y custodios del capital. En este sentido, hay una colonización del mundo de la vida por la “forma de mercancía”. La operatividad del “valor” cosifica, intensifica y reproduce lo muerto, a costa de lo movido y diferenciado, de lo vivo. A través de los conceptos de “fetichismo” y “cosificación”, Adorno elaboró un diagnóstico sobre el estado de la subjetividad en la sociedad moderno-capitalista. El individuo aparece anulado en su actividad y receptivo ante los embates de los poderes objetivos, que se configuran y aparecen ante la consciencia como “segunda naturaleza” (Adorno, 1992, p. 357): entidades con vida propia que determinan la vida de los individuos hasta en las acciones que más aparentan ser producto de su voluntad. Adorno trata de mostrar cómo, en la sociedad del “hechizo”, incluso las conductas aparentemente más espontáneas son producto de la coacción social. De esta manera, en esta obra, el teórico crítico insistirá en sostener que, en el mundo del “hechizo”, la libertad que define la vida moral es casi inexistente, en cantidad y en grado, e incluso quienes más pudieran conseguirla están limitados por su estatus de funciones de sus propias pertenencias (Adorno, 2019b, p. 346). En la sociedad del “hechizo”, el vínculo es predominante utilitario y cosificante, tanto con respecto al mundo natural y social, como a la relación del individuo consigo mismo. En el “hechizo” se reduce la actividad a estados adaptativos y de supervivencia, en medio de la racionalización de la vida moderna. Varios fragmentos de Minima moralia son imágenes de este diagnóstico. Así, en el “Le nouvelle avare”, podemos encontrar el motivo de las relaciones sociales como equivalencias entre cosas:
Por su parte, en “Propiedad reservada” (2006, pp. 42-3), “Subasta” (2006, pp. 124-126), “Vicepresidente” (2006, pp. 134-135) y “Desolladero” (2006, p. 241-2), Adorno reflexiona en torno al fenómeno de la sustituibilidad y, por ejemplo, sostiene que nadie está a salvo de ser reemplazado, ni los generales de alta insignia ni los muertos, puesto que donde el individuo está liquidado y todo es fungible, nadie ni nada tiene valor en sí, “la experiencia de la muerte se transmuta en un recambio de funcionarios” (2006, p. 241). En el caso de quien perece, su pérdida ha llegado a ser perfectamente reparable:
Como podemos apreciarlo, en estos fragmentos, Adorno da cuenta de los obstáculos que afronta la idea de la realización de un sujeto moral en las condiciones de la sociedad moderno-capitalista, sociedad del “hechizo”. En el “hechizo” hay un desfase entre lo que una comunidad asienta como noción de vida buena y las condiciones subjetivas y objetivas que la llevarían a realización. En este sentido podríamos entender la afirmación consignada en el fragmento, “Asilo para desamparados”: “no cabe la vida justa en la vida falsa” (Adorno, 2006, p. 44). Debido a un efecto de exageración, en un primer acercamiento a estas reflexiones nos quedamos con la impresión de que están sostenidas en la idea de la aniquilación total del individuo y que, al desposeerlo de los atributos de la autonomía y la libertad, también lo cancela como agente moral. Adorno no dejará de reconocer, por ejemplo, en “Para combatir el antisemitismo hoy”, que el exceso es un recurso de transmisión de la verdad ante la situación de barbarie: “sólo la exageración es hoy en día el medio de la verdad.” (Adorno, 2003, p. 65). Un magistral ejemplo de su utilización de este recurso es el que Adorno nos deja en “Lejos del fuego”: “Los hombres son reducidos a actores de un documental monstruoso que no conoce espectadores por tener hasta el último de ellos un papel en la pantalla” (2006, P. 60). Sin embargo, la persistencia de las contradicciones sociales le da pie para mantener un índice de subjetividad. En concordancia con su perspectiva dialéctico-negativa, Adorno evita caer en posiciones de clausura absoluta y opta por mantener la dialéctica realmente abierta, lo cual supone dar cabida a algunas expresiones de realización de vida moral. En efecto, en la obra del filósofo frankfurtiano podemos encontrar algunas muestras de acciones morales, mediante la presentación de algunos Modelos de resistencia. Resistencia Para los frankfurtianos, dada la abrumadora sobredeterminación de la objetividad social sobre la voluntad de los individuos, en la sociedad moderno-capitalista, sociedad del “hechizo”, lo único que queda es atenerse a una versión modesta de la libertad: la resistencia. Los individuos, dadas las condiciones subjetivo-objetivas, están incapacitados para crear lo nuevo, y lo único que les queda es hacer un esfuerzo para no reproducir el estado de cosas. La libertad como resistencia es: “negación determinada de cada forma concreta de libertad, pero no como aquella invariante como la cual aparece en Kant la idea de Libertad” (2019b, p. 454); es decir, se trata poner en práctica las negaciones de los fenómenos en su contexto particular de aparición. Este ejercicio de la libertad consiste en la “no-repetición” de lo que provoca el sufrimiento y daño de todo lo vivo. De esta manera, Adorno sostiene: “quizás la vida recta consistiría hoy en una forma de resistencia contra las formas de la vida mala” (2019a, p. 306). Para el filósofo frankfurtiano, se trataría de hacernos conscientes de nuestras coacciones y no asumir acríticamente que somos libres y autónomos, así como de negarse a participar con las situaciones de dominación; aunque Adorno (2019a) sabía de la dificultad de esta empresa, puesto que la sociedad tiene imperativos de participación que amenazan constantemente la pertenencia de sus miembros (p. 307). El filósofo frankfurtiano habla, asimismo, de la resistencia contra toda moral heterónoma, de frente a cualquier intento de moralización. Además, la idea de resistencia adorniana supone, en su forma más radical, una lucha por negarnos a nosotros mismos:
Es por este motivo que, para el teórico crítico, tienen gran valor todas las expresiones de lo no-idéntico: la excentricidad, la música atonal, el arte negativo… ¿Habrá manifestaciones de resistencia también en la vida moral? Briznas de vida moral El impulso crítico que está detrás de estas reflexiones habla de una condición del espíritu, estados afectivos, que más allá de la fría razón, para Adorno, como lo hemos visto previamente, es lo que mueve, en primera instancia, al pensamiento y la acción ético-política. En este sentido, en el primer fragmento, Adorno reivindica la melancolía como el impulso que le motiva a plasmar sus reflexiones sobre la “vida recta”. La melancolía es un estado espiritual en el que se asume una condición de la realidad roto, escindido, no reconciliado, que contrasta con imágenes de reconciliación tomadas del pasado, y a partir de esta comparación, se catapulta la crítica; por ejemplo, en Adorno las vivencias de la infancia aparecen frecuentemente cargadas de este sentido. A diferencia de la nostalgia, que implica el deseo por recuperar lo pasado en el presente y que, por lo regular, contiene altas dosis de conservadurismo, en la melancolía se tiene la certeza de que el pasado es irrecuperable; se parte de un tiempo remoto cuya imagen, en constelación con el presente, entrega lo roto de la experiencia e impulsa el deseo de un estado que lo niegue radicalmente, pero cuyo desenlace permanece indeterminado. En este sentido, la melancolía que no es asimilable a la nostalgia o, en todo caso, a una forma de “nostalgia crítica”, como lo desarrolla Elgue Martini (2008) a propósito de Benjamin. El melancólico, para Benjamin; “asume en su contemplación las cosas muertas a fin de salvarlas.” (2012, p. 155); en terminología adorniana, por medio de la crítica, el melancólico intenta transformar radicalmente el estado de injusticia. El fragmento que clausura Mínima moralia es más que ilustrativo a este respecto. En “Para terminar”, con un lenguaje teológico y negativo, el filósofo frankfurtiano expone el sentido de la crítica inmanente. Adorno argumenta que la crítica consiste en ver las cosas desde la “perspectiva de la redención”, en tomar en cuenta el momento en el que el mundo aparece reconciliado, sin contradicciones ni grietas, pero sin que haya ninguna certeza de la realización de este estado de cosas, puesto que la filosofía se hace cargo, solamente, de mostrar las tensiones, desgarramientos y violencias que prevalece en el mundo (2006, p. 257). Además, señala:
Este ejercicio de crítica inmanente no puede funcionar a partir de un punto de vista absoluto, más allá de la cosa misma que crítica, debido a que no está fuera del contexto del que se propone hablar y, por tanto, adolece de sus mismas limitaciones. Por eso es el pasado y no un futuro idílico el que funciona como imagen de conciliación. Hay un aspecto más que se deja ver en este fragmento. Sin renunciar a la subjetividad y a la libertad, al menos en su función crítico-negativa, Adorno va en contra de las posturas edificantes. En esta reflexión de cierre hay un rechazo al “optimismo metafísico” y a la tesis de la “positividad de la existencia”, según Muñoz (2011), se trata de “la refutación –nada más y nada menos– de la afirmación de que todo suceso inmanente y mundano tiene un significado trascendente, valioso e integrador.” (p. 21). La “ciencia de la melancolía” de la que vengo hablando es plenamente visible en “No se admiten cambios”, en este fragmento Adorno (2006, pp. 47-48) explora la acción de regalar. Se lamenta de que los seres humanos estén dejando en el olvido lo que implicaba este acto. Señala que el regalar se ha teñido de desconfianza y que incluso los niños miran los que se les regala como si fuera un truco para venderles algo. Para Adorno, incluso la caridad se ha convertido solo en “beneficencia administrada”, un mero paliativo para contener el daño que la sociedad causa a los individuos. El regalar, en el ámbito privado, esta coloreado por el cálculo del presupuesto y la ley del mínimo esfuerzo; ya nadie se toma tiempo para elegir. En cambio, sostiene, el matiz esencial del regalar remitía a la búsqueda de empatía entre el objeto y las cualidades de la persona. En la acción de regalar descrita por Adorno se visualiza una forma de experiencia en la cual los otros aparecen en calidad de fin, lo cual involucra un ejercicio de descentramiento por parte de quien regala: “Significaba elegir, emplear tiempo, salirse de las propias preferencias, para pensar al otro como sujeto; todo lo contrario del olvido” (p. 47). En contraste, el empobrecimiento de las relaciones humanas ha redundado en la incapacidad para ver a las personas como tales, y no como funciones de la propia voluntad y objetos que se tasan en relaciones de equivalencia con otros objetos. Así entonces, en un patrón de cosificación, bajo el “hechizo” de la “forma de mercancía”, el regalar se convierte en una acción que equipara el objeto con la persona, esta es asimilada a la cosa; para facilitar la elección existe, incluso, un mercado de regalos a la mano. La existencia de regalos estandarizados deja ver que el regalar es un peso, un acto que en el fondo no se desea. Un detalle análogo, en cuanto al significado de lo cualitativo y diferenciador, es el que Adorno expone esta vez en el fragmento titulado “Lonja” (2006, pp. 235-7), en esta ocasión se trata del juego y la niñez. A diferencia de todas aquellas actividades que han perdido su cualidad de fines para ceñirse a la ley de la generación de “valor”, la “ganancia, tomando la forma del “trabajo abstracto”, el juego representa el trastrocamiento del valor de cambio en valor de uso: el carrito que no va a ninguna parte, el mero hacer sin meta ni finalidad alguna. Así:
El juego representa la expulsión del fin utilitario al que están condenados seres humanos y cosas dentro de la sociedad del “hechizo”. Los juegos son, también, anticipaciones de una realidad cualitativamente distinta; como lo enfatiza el frankfurtiano en “Sur l´eau”, con la imagen de quien solo reposa sobre el agua, más allá del frenesí por el hacer y la obsesión por alcanzar fines prácticos (2006, p. 162-3). Para Adorno, los juegos infantiles resguardan la “Utopía de lo cualitativo”, único, irrepetible, singular, al refugio de la lógica de la fungibilidad; lo mismo que los animales, en su existencia gratuita, son “ejercicios inconscientes de la vida justa” (p. 237). En este fragmento, Adorno se coloca en la perspectiva de la crítica melancólica, trayendo al presente lo que de utópico hay en la infancia y el juego, pero también tomando estos momentos como Modelos de resistencia en práctica, al mostrar lo que en ellos hay de opositor a las lógicas del dominio vigentes en la sociedad del “hechizo”. En este matiz de la crítica funcionan, asimismo, las reflexiones adornianas sobre el amor, planteadas en varios momentos de Mínima moralia. En “Monogramas”, Adorno (2006, pp. 197-199) aborda este complejo asunto, a partir de una dialéctica entre identidad y diferencia, proximidad y distancia: “El amor es la capacidad de percibir lo desemejante en lo semejante.” (p. 198). El amor sería, de este modo, la aptitud para percibir aquello que nos identifica con los otros, pero en la comunicación de nuestras diferencias; es decir, no al grado de anular la lejanía que conserva al otro como fin. En ese sentido, en “Mira si era malo”, el filósofo frankfurtiano afirma: “la pretensión de la cercanía lograda y perfecta, la negación misma de la ajenidad comete con el otro la máxima injusticia, lo niega virtualmente como persona singular y, por ende, lo humano en él” (2006, p. 189). Además, en su tratamiento de la diferencia, Adorno hace análogo el amor al tacto, que está regido por la especificidad de la relación humana y no por el formalismo de la convención (2006, pp. 40-2). Asimismo, el filósofo frankfurtiano indica hacia el vínculo afectivo del amor, para señalar hacia nuestra zona de mayor vulnerabilidad y, por tanto, de humanidad: “Sólo serás amado donde puedas mostrarte débil sin provocar la fuerza” (p. 199), con el cual cierra los “Monogramas”; se trata, entonces, de que al hacer visible nuestra fragilidad, el amor es la muestra, en el otro, de la contención de todo posible daño. Al asimilar el amor al tacto, Adorno nos coloca, nuevamente, en la “ciencia de la melancolía” y al relacionar el amor con la contención de la violencia contra lo vulnerables, nos pone de frente un Modelo de resistencia en práctica. Finalmente, quisiera destacar algunos motivos del fragmento: “Mónada” (2006, pp. 154-6). En este pequeño texto, Adorno trae a consideración la importancia de la solidaridad, expone su concepción del individuo, el cual no puede existir en el aislamiento, sino siempre en lazo solidario con los otros; puesto que el individuo solo existe en la mediación social y en solidaridad con los padecimientos del resto de las criaturas. El filósofo frankfurtiano es consciente de que, en la sociedad existente, la individuación ocurre creando sujetos abstractos, atomizados, tendientes a buscar el lazo comunitario en frías aglomeraciones, y que en esas condiciones son más vulnerables a los poderes colectivos. En este sentido, aunque Adorno sostiene buena parte de su crítica en la categoría de individuo, la suya dista totalmente de ser una posición cercana al liberalismo, se trata de sentir el calor de las cosas y las personas más allá de la búsqueda exclusiva de la realización del interés personal, de salir de la celda de la pura interioridad para conectarse empáticamente con el resto de lo que tiene vida. Tanto el amor como la solidaridad son modos de resistencia en práctica, de oposición a las propuestas de dominio que circulan en la sociedad del “hechizo” y nos constriñen a su reproducción. En estos casos, Adorno pone en operación la crítica inmanente: el individuo no se realiza en su concepto cuando llega a su concepto, y encara esta noción de individualidad con la imagen de la solidaridad, a manera de una oposición en práctica. Como he insistido a lo largo de este artículo, estas briznas de vida moral son Modelos de resistencia, tanto por la forma en la que está configurados: fragmentos y aforismos, que desdicen la búsqueda del tratado sistemático, como porque constituyen imágenes de negación a participar de la situación dominante a través de sus negaciones concretas. La resistencia es la única “indicación negativa” (2019a, p. 306) que Adorno lanza, a sabiendas de que, en el estado de cosas vigente, constituye la única posibilidad real de allegarse una vida moral, y no sin cierto grado de ironía, puesto que sus reflexiones de filosofía moral no tienen carácter prescriptivo. Algunos de estos Modelos funcionan a través de un esquema general de descentramiento, de proximidad y conexión entre todo lo vivo, invocan al impulso mimético y sus manifestaciones en solidaridad y empatía. En este sentido, son contestaciones al extrañamiento, cosificación y frialdad que definen los vínculos de dominación y violencia, entre seres humanos, y de los seres humanos con el resto de la naturaleza, en la sociedad del “hechizo”. En este sentido, vale la pena no dejar pasar los motivos de la crítica de la violencia contra los animales no humanos, vertidas en Mínima moralia. En “Hombres que te miran”, Adorno señala que en afirmaciones, como: “no es más que un animal”, utilizadas para racionalizar la violencia contra las vidas de los seres humanos, se refleja, también, el antropocentrismo y menosprecio por los animales no humanos (Adorno, 2006, p. 109-10). Además, en “Mamut”, sostiene que las industrias culturales contribuyen al fortalecimiento de la enajenación entre animales humanos y no humanos, al asociar a los animales con fuerzas de dominación y violencia; por ejemplo, cuando al intentar inducir miedo colectivo a instancias de un superpoder, recurren a king kong o al monstruo del lago Ness (Adorno, 2006, p. 120), fomentando, con esto, el miedo irracional y la hostilidad contra ellos. Asimismo, en este último fragmento, habla de la crueldad de los parques zoológicos, en sus reflexiones, Adorno nos recuerda que este entretenimiento, hecho para satisfacer la curiosidad de los “civilizados”, está asociado con la colonización y el tributo pagado en especie por Asia y África a los países europeos (2006, p. 120-21); se trata de una violencia dirigida contra los animales no humanos, producto de la colonización de la vida por la mirada imperialista, curiosa, invasiva y explotadora de la naturaleza. Los Modelos que Adorno nos entrega en Mínima moralia son, además, como lo ha sabido ver Tafalla (2003), imágenes de ruptura con el patrón de equivalencias, al no ser interacciones fincadas en la reciprocidad, puesto que suponen dar más de lo que se espera, de ahí que algunos de sus protagonistas sean los niños, los animales y los antepasados, en este sentido, hacen alusión a un patrón de relaciones asimétricas entabladas con aquellos que no pueden devolver el beneficio; además, estas experiencias de vida moral hablan de lo cualitativo y diferenciado, confrontando la lógica de la identidad, fungibilidad y homogeneización de los entes y sus relaciones. Por tanto, se trata de actitudes de resistencia contra la “forma de mercancía”. En este sentido, Adorno señala en “No se admiten cambios”: “Toda acción no deformada, tal vez incluso lo que de conciliador hay en la vida orgánica misma es un regalar” (2006, p. 48). A manera de cierre En las imágenes de resistencia condensadas en los Modelos que Adorno nos entrega en Mínima moralia, especialistas, como Tafalla (2003), han encontrado motivos de cercanía con una moral del cultivo de las pequeñas virtudes. Sin embargo, no hay que perder de vista que estos modelos atañen a una “ciencia melancólica”, por tanto, a un espíritu que constata cómo la realización de la vida buena es un ideal del pasado que parece haberse perdido sin remedio. Estas imágenes conciernen a la negación concreta, en una noción modesta de libertad, de los principios que configuran las relaciones del sujeto con el mundo dentro de la modernidad capitalista, sociedad del “hechizo”, no la vida de autarquía a la que parecen haber tenido acceso algunos miembros privilegiados de las sociedades antiguas. En este punto, son más que ilustrativas las investigaciones de Foucault sobre el “cuidado de sí” en la antigüedad grecolatina, una sociedad en la cual el ser del sujeto y su acceso a la verdad no estaban en discrepancia, situación que se ha modificado en la modernidad, reconoce el filósofo francés, donde ethos y aletheia se han escindido (2012, pp. 41-43). Así pues, no obstante que, con la reactivación de éticas de las virtudes, y sus prolongaciones recientes en las éticas del cuidado, podemos tener algunos perfiles de la ética a los que se aproximarían algunos elementos materialistas y miméticos de la filosofía moral adorniana, no hay que descuidar que el horizonte de los mismos tiene que ver con las imposibilidades de realización del sujeto moral. Es decir, conviene no olvidar que, la referencia de las reflexiones de filosofía moral de Adorno, son sujetos en condiciones de suma menesterosidad, en un contexto de ceguera y sobredeteminación de los poderes objetivos, que les imposibilita para la libertad positiva y, por tanto, para el logro de alguna noción de vida buena. Para Adorno, lo que único que le queda al sujeto en su vida práctica es el ejercicio de la resistencia, la oposición a las prolongaciones del “mal”, entendido como sufrimiento socialmente causado, en sus interacciones cotidianas con todo lo vivo, así como la reflexión crítica sobre las causas que le impiden allegarse la libertad en plenitud. |
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