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Reparar grietas, resanar daños. La relación simbólica Repairing Cracks, Restoring Damages. The Symbolic Connection Between the Childhood Home and the Paternal Figure in |
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Marco Antonio Islas Arévalo
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DOI: 10.32870/sincronia.axxvii.n83.18b23 | |||||||
Recibido: 20/03/2023 |
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Cómo citar este artículo (APA): En párrafo: En lista de referencias:
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Resumen. Palabras clave: Ensayo. Vínculo simbólico. Casa de la infancia. Paternidad. Abstract. Keywords: Narrative essay. Symbolic connection. Childhood home. Fatherhood. |
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La casa de la infancia A manera de introducción, la primera relación que establece la autora es acerca de la relación que tiene ella con la casa de su infancia. Así como lo que la llevó a escribir sobre el asunto. El primer párrafo del ensayo dice:
El comienzo es un viaje al origen y, a su vez, al interior de sí misma. La imagen primera es una imagen que se revela en el plano de la realidad. Pero es a partir de dicho encuentro visual que la memoria se desata en el plano de lo simbólico. Entonces se nos revela que, a pesar de ya no vivir en ella, la casa de sus padres sigue siendo “su casa”. Siguiendo a Chevalier y Gheerbrant (1986) en su Diccionario de los símbolos, “como la ciudad y el templo, la casa está en el centro del mundo; es la imagen del universo” (p. 257). La ensayista nos introduce así al interior de su universo, una casa que cuya imagen exterior es apenas el comienzo de un vínculo profundo hacia su interior. Incluso se trata de un vínculo que no acaba o se desgasta conforme el tiempo avanza simplemente porque habita en el plano atemporal su memoria. De niña, escribe González Arce (2020), “[...] me molestaba constatar signos de deterioro en la casa… No sé qué me angustiaba más, si ver que la casa se caía o constatar que mis padres parecían acostumbrarse a esa decadencia… Aprendí a reparar mentalmente las imperfecciones […]” (p. 65). Bajo el plano de lo temporal y las etapas de la vida, la infancia es la primera clave de lectura de la casa, atravesar la puerta de entrada es un inevitable ir hacia el pasado. Con ello aparece una característica del primer vínculo simbólico: el desgaste de la casa y el esfuerzo por contrarrestarlo. La solución: una “albañilería imaginaria”, término bellamente empleado que representa no solo el deseo infantil de un primer oficio, sino la fuerza de voluntad temprana que echa mano del recurso que ningún niño subestima: la imaginación. La ensayista nos da a conocer que a partir de su vínculo con la casa nació en ella un deseo por evitar el deterioro producto íntimamente ligado con el paso del tiempo. Acaso con ello también nos permite entrever que ese momento fue su primer contacto con el fenómeno temporal de la realidad y la voluntad humana por detenerlo. La casa paterna Para ello nos explica primero la comprensión del vínculo casa-madre. Ya que cuando recibían visitas su madre se esforzaba por esconder el deterioro de la casa. Esta vez usa el término “catástrofes domésticas”, otra sugerente conjunción que expresa la potencia del desperfecto en la intimidad del hogar. Después nos introduce a la psique de su padre. Y es que para él tales esfuerzos por ocultar los desperfectos solo significaban inconformidad por la vida que llevaban. Solo nos queda pensar si esto es así acaso porque un padre se considera comúnmente el proveedor de esa vida, o incluso porque un padre es refugio para los hijos, y la casa es una extensión de tal principio. De cualquier manera, la relación simbólica entre la casa y su padre se manifiesta de forma transparente:
A partir de ese momento, una vez aceptada la imposibilidad descrita, la autora desistirá en “desarticular” el vínculo entre el deterioro de la casa y el esfuerzo por contrarrestarlo, pero sobre todo el vínculo entre la casa y su padre. En su lugar profundizará y revelará lo que este último vínculo ha llegado a significar para ella durante el transcurso de su vida. La relación simbólica entre la casa natal y la maternidad, según Bachelard (2006), se debe a la búsqueda de símbolos que nos devuelvan a la infancia, un sueño de imágenes que dupliquen la experiencia de aquella intimidad para, en última instancia, habitar el reposo. Para González Arce (2020), la casa paterna también es símbolo de aquella búsqueda, pero además de suplir la maternidad con la paternidad, crea a través de su escritura un efecto inverso. Ella no solo viaja a la infancia para buscar reposo en la memoria del hogar, más bien emprende la búsqueda de los recuerdos de la casa para en última instancia llegar al recuerdo de su padre, quien es su verdadero refugio. Para llegar a esos recuerdos de su padre, además de retroceder y entrar a la casa, sabe que tiene que recorrerla primero; por lo tanto, es vital dárnosla a conocer. La autora describe entonces los cuartos, los escalones, el patio, los colores de las baldosas, el inmenso ventanal cuadriculado, las dos puertas de la sala y las de su cuarto. Enseguida vuelve a contarnos sobre su vínculo con la casa y los intentos por modificarla según su deseo:
Los cambios no solo atañen al aspecto estructural de la casa, sino también al reordenamiento de los espacios y los objetos que la habitan. Así, la autora refuerza su relación simbólica con la casa a la par en que su vida transcurre cotidianamente. Los arreglos provisionales que restituyen tanto cáscara como yema, es decir, la parte externa y la interior de su casa, conviven nada menos que con el anhelo por convertir la casa paterna en un lugar ideal para ella. Su padre, sin embargo, recelaba mientras tanto su casa y su cuerpo ante el cuidado de los demás, incluida su familia. González Arce (2020) escribe a continuación:
El vínculo que la autora establece con la casa (su deseo por intervenirla y restaurarla) se contrapone en cierta medida con el deseo de su padre, quien deseaba hacerlo por sí mismo. Aunque, sobre todo, dicha contradicción se traduce en un deseo por intervenir y revertir lo inminente. Más allá del deseo del padre por hacerse cargo de sí mismo, la voz de la ensayista coloca la casa como la muestra física de una lucha mayor, una donde la voluntad humana no parece suficiente para evitar daños irreparables. El tiempo avanza y la infancia retrocede, la autora crece y con ella su padre. El profundo significado del vínculo que ambos mantienen con la casa se revela en su totalidad: la vitalidad de las cosas y la vida se desvanece a pesar de todo esfuerzo. El último momento llega sin precedentes y el amor paternal es lo último que toma en cuenta el caos y la enfermedad. Tal como los cuidados procurados para reparar la casa y evitar su deterioro no impidieron el desalojo de su familia bajo los intereses económicos del dueño, González Arce (2020) escribe a continuación: “Mi padre tampoco murió por culpa de las diversas enfermedades mal atendidas que había ido acumulando a lo largo de su vida, sino de una leucemia que lo dejó totalmente indefenso contra las infecciones” (p. 68). A partir de ese momento, ella tuvo que hacerse cargo de la figura paterna que hasta entonces la había cuidado y procurado. A través de una detallada lista de los objetos que compartieron junto con su familia los últimos momentos de la vida de su padre, la autora nos hace partícipes del testimonio sobre los esfuerzos que, como aquellos realizados con la casa, emprendieron para que el daño retrocediera. Entonces la autora nos advierte que todo acto de resistencia es solo un paliativo más en contra del inminente deterioro del hogar. Con un doloroso tono de resignación la autora nos advierte:
En una lucha desigual frente a una fuerza imparable, los intentos humanos se muestran desproporcionados. Sin embargo, la autora rescata algo de aquel desolador escenario, la luz que emana al recordar las pequeñas victorias: la sonrisa de su padre, sus lágrimas y su entusiasmo ante las últimas alegrías de su vida. La casa paterna podrá no haber resistido aquello que escapaba a los esfuerzos de la familia, pero siempre era capaz de albergarla, recibir la luz en cada una de sus ventanas y proveerles el calor necesario. La autora nos revela entonces que la profesión de su padre era de arquitecto. Aún sin título, él había construido varias casas en la ciudad y, sobre todo, había realizado maquetas durante mucho tiempo. Ya en el hospital, dice la autora, “los médicos sugirieron que el pegamento que mi padre utilizaba para amueblar esos mundos milimétricos podría haberle envenenado la sangre” (González, 2020, p. 71). El vínculo entre ella, la casa de la infancia y su padre encuentra un último cimiento: incluso sin haber diseñado aquella casa, la profesión de su padre lo vuelve un íntimo conocedor de su estructura. Al realizar maquetas de casas, habitar una, cualquiera, le daba a su padre la capacidad de relacionarse con ella de una forma especial. Y como digno de una revelación final: el vínculo de la casa con su padre se torna trágico y completa su proyecto simbólico. El oficio que lo llevó a edificar casas se sugiere como la causa de la mortal enfermedad que se manifestó en él. El vínculo primigenio que expresaba la relación del padre con la casa (física y alegórica) se muestra como el artífice de la catástrofe. Lo inminente se revela profunda y oportunamente en esta revelación ensayística casi conclusiva. La casa del presente Estas lecciones son un punto crucial para el desarrollo del ensayo. Lo trágico del vínculo casa-padre no se queda en la dimensión de lo irremediable. Es gracias a este traslado al presente en el que podemos concebir la memoria como un punto de partida hacia la esperanza. El recuerdo del vínculo se reconfigura y trasciende para la posteridad. Para concluir, solo cabe mencionar el logro de la autora por transmitir cómo la memoria es el prisma desde donde se observa el vínculo. González Arce (2020) emprende una escritura que se relaciona con lo que sugiere Bachelard (1975):
La autora no solo hace el ejercicio de evocar a través de su memoria la casa de su infancia, sobre todo nos hace partícipes de la ensoñación con que la concebía. González Arce (2020) lo expresa así cuando escribe: “Conviven en mi memoria la imagen de mi casa tal como era y como yo la soñaba” (p. 68). Ahora bien, la casa paterna no es “definitiva” oníricamente, pues el ensueño no la concibe como tal desde el presente. Sino en la casa ideal, aquella que no avanza en el tiempo, o mejor aún, que un día no necesitará de mayores reparaciones. En cualquier caso, se trata de un ensayo donde se elabora una fabulación activa de la memoria, ella es el velo a través de la que se descubre le relación simbólica del objeto ensayístico. La casa y su padre se conciben a partir de una ensoñación que habita en la memoria: una casa que pudo ser distinta, pero se acepta y se valora como en realidad lo fue.
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Universidad de Guadalajara Departamento de Filosofía / Departamento de Letras |
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