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La posmodernidad: la influencia sobre el conocimiento científico, Postmodernity: the influence on scientific knowledge, art and philosophy. |
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Oscar Villalvazo Sánchez
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DOI: 10.32870/sincronia.axxvii.n83.10b23 | |||||||
Recibido: 25/03/2022 |
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Cómo citar este artículo (APA): En párrafo: En lista de referencias:
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Resumen. Palabras clave: Filosofía. Posmodernidad. Arte. Ciencia. Abstract. Keywords: Philosophy. Postmodernity. Art. Science. |
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Siendo el resultado de las generaciones que nos precedieron, somos también el resultado de sus aberraciones, pasiones y falacias y hasta de sus delitos.
Por esta razón, sea que la posmodernidad sea concebida como un tiempo o un espacio, porque de manera explícita se establece que dichas circunstancias corresponden a las sociedades desarrolladas; pensamos que es mucho más útil caracterizarla, sea a partir de lo que fue la modernidad y la diferencia que existe en tanto que se considera un estado totalmente opuesto al de su referente. Así, si la Modernidad representaba un cambio de perspectiva, una manera de pensar distinta y superadora respecto de las formas ideológicas dominantes durante la Edad Media, y por ello se considera como una etapa temporal, la posmodernidad será una versión crítica y radical de la modernidad y su condición, pero una versión inmersa en esta misma época, lo que permite comprender por qué se habla de estar sobre la posmodernidad. Porque lo posmoderno no es solamente lo posterior a la modernidad, como lo sugeriría el prefijo “post”, sino una revisión y un cambio de los criterios del conocimiento dentro de esta misma época. La posmodernidad es una forma crítica de revisar la modernidad y sus esquemas de pensamiento. De esta manera, destacamos que la modernidad apostaba por una comprensión global del mundo, una visión racionalizada de la naturaleza y sus procesos en la que lo homogéneo permanecía y significaba un avance en la comprensión y el conocimiento de los fenómenos, mientras que lo diferente se difuminaba al margen de la explicación de estos procesos. Un ejemplo de esta perspectiva dicotómica entre lo móvil y lo fijo, la estructura y el cambio, lo homogéneo y lo diferente, es la crítica realizada por Zigmunt Bauman a lo largo de sus obras (Modernidad líquida y Amor líquido, particularmente) en las que describe la liquidez y la fluidez de las relaciones sociales y humanas dominadas por el consumismo, la experiencia fugaz y la fragilidad de la identidad individual. Bauman, crítico tenaz y constante de la posmodernidad, analizaba las circunstancias en las que se presentaba la modernidad tardía. Usaba la metáfora de la fluidez para comprender estos aspectos problemáticos y negativos:
Por su parte, el autor polaco propone, de manera decidida y clara, una posibilidad de resolver esta situación en la que parece que se ha perdido toda estructura: “Para encarar seriamente la tarea de construir un nuevo orden (¡verdaderamente sólido!), era necesario deshacerse del lastre que el viejo orden imponía a los constructores” (Bauman, 2003, p. 9). Pero tal explicación, y el objetivo inherente de la misma, constituye un metarrelato de la realidad del que no podemos sino sospechar, porque fueron esas mismas estructuras y conceptos inmóviles los que provocaron las crisis del último siglo. Así, los pensadores posmodernos ya atendían con incredulidad al gran metarrelato de la modernidad, el de la solidez, la duración, la constancia y el orden. Este metarrelato se convertía en el fundamento y el sentido mismo; y postulaba un único sistema como significativo, tanto de la ideología, la estructura social, el sistema político y económico de la época. Más aún, encontraba su legitimación en el quehacer filosófico, científico y artístico que surgía al interior de esta única manera de concebir la realidad; apelando a la idea de la emancipación del hombre, de la libertad y de una razón capaz de comprenderlo todo; sugiriendo que tal novedad y metodología suponía la superación del oscurantismo de la Edad Media en la que la razón estaba al nivel de la fe y el dogma tenía el dominio absoluto de las verdades mediante la revelación. De la misma manera, el relato de la modernidad consideraba la historia como un proceso lineal de superación y progreso, como propone Hegel respecto del devenir del espíritu absoluto, otorgándole un sentido y una finalidad. Pero la realidad supuso una evidente controversia a partir de los cruentos conflictos bélicos y los crímenes cometidos por las dictaduras políticas del siglo pasado. Así, la condición posmoderna se manifestó en contra de estos metarrelatos rechazando esa vacua idea de progreso, novedad y superación de la historia. De la misma manera, demostró la falibilidad de una racionalización exacerbada y cambió el paradigma de una sociedad unitaria y homogénea hacia una concepción compleja, divergente y heterogénea. De la mano de este rechazo del metarrelato y sus consecuencias, surgió un cambio en el paradigma cultural, apostando por la apertura a la multiculturalidad y la globalización; la ciencia optó por métodos menos rígidos que permitiesen un avance real en la ciencia y reconoció el valor de la trasversalidad de las disciplinas científicas; la filosofía se convirtió en una fuente inagotable de propuestas diferentes y divergentes: desde el posestructuralismo de Foucault y Deleuze, hasta las concepciones de Lyotard, Derrida, y el auge del existencialismo de Sartre y De Beauvoir. La Humanidades retomaron el estandarte de la ética y el desarrollo de la humanidad; y la estética develó nuevos métodos, procesos y objetivos; como sucede con las vanguardias y su slogan definitivo: “el arte por el arte”. Entonces, como señala el mismo Lyotard en: La posmodernidad (explicada a los niños):
En este sentido, nos interesa mostrar el sentido análogo en que se presenta un cambio en el saber científico y en las manifestaciones del arte, guiadas por la propuesta de una filosofía que atiende al reconocimiento de lo diferente. El ejemplo más preciso para esta tarea tal vez sea la filosofía de Friedrich Nietzsche. Parecería innecesario seguir planteando la posibilidad de que Nietzsche sea el primer autor posmoderno, porque no se pensaba siquiera en la posibilidad de superar la modernidad; sin embargo, sí es necesario considerar sus propuestas como ideas precursoras de lo que representará la filosofía en la posmodernidad y, por supuesto, el último filósofo de la modernidad. Vattimo (1987, p. 145) nos dice que “Se puede sostener legítimamente que la posmodernidad filosófica nace en la obra de Nietzsche”, pero ¿por qué? En primer lugar, Nietzsche rechaza las concepciones metafísicas de la modernidad para afirmar y decir: “sí a la tierra” “sí a la vida” “sí al cuerpo” al hombre, y por ende, un gran “sí” a su constante y siempre novedosa creación. Ello como consecuencias de las tres transformaciones del espíritu que propone: El primer estadio es el del camello. En este, el espíritu se encuentra sumido en la moral cristiana. El individuo es servil, perpetúa los modelos que le han sido impuestos y las normas morales tal cual se le inscriben. En esta moral, la humillación se concibe como valor. Por ello Nietzsche le asigna el nombre de camello, es el animal que se arrodilla para llevar las cargas. Es el espíritu de carga que se inclina y somete ante los valores cristianos y tradicionales. El segundo estadio está representado por el león, descrito como el espíritu que se enfrenta a esa moral tradicional. Nietzsche representa este enfrentamiento entre el león, que es el espíritu que se alza frente al dragón, que es la moral opresora. El león pretende alcanzar su libertad manifestando el “yo quiero”, mientras que el dragón representa los anteriores valores manifestando el “tú debes”, estableciendo una lucha entre la libertad y la determinación. El león es un espíritu desafiante que debe superar al camello y vencer al dragón. La superación y la destrucción de ambas figuras será esencial para la posibilidad de construcción de nuevos valores. Una vez alcanzada la libertad, el león se convierte en niño. El infante representa la tercera transformación del espíritu, de acuerdo con la propuesta Nietzsche. En este estadio habita la única posibilidad para la creación de nuevos valores, puesto que no queda nada de la carga o la amenaza que enfrentaban el camello ni el león. El niño es el estadio del espíritu con el que inicia camino hacia la transformación de los valores:
En segundo lugar, con la muerte de Dios se provoca la disolución del sentido: el Hombre, según Albert Camus, debería ahora ocupar el puesto dejado por Dios, buscando y encontrando en su propio proyecto vital: “Para Kirilov, lo mismo que para Nietzsche, matar a Dios es hacerse dios uno mismo, es realizar en esta tierra la vida eterna de que habla el Evangelio” (1995, p. 142). La metáfora de la muerte de Dios implica, por, sobre todo, "la muerte de la metafísica”, esto es: la supresión de las dicotomías entre un conocimiento verdadero y falso, lo esencial y lo aparente, el sujeto y el mundo, pensamiento y fenómeno. La muerte del principio de todo, al menos culturalmente hablando, garantía de la certeza y la posibilidad de la unidad interna en el sujeto; en síntesis, la muerte de dios representa la muerte de la certeza y el fundamento del yo. Con la muerte de dios y el surgimiento del superhombre se da pie a la transvaloración de todos los valores: La filosofía de Nietzsche manifiesta un vitalismo radical, porque está comprometida con una nueva valoración y la formación de una "lógica para la vida", a partir de un nuevo criterio de verdad desde el cual se recubre de un valor más alto el sentimiento del dominio de sí mismo, la negación de lo universal y lo necesario de las ciencias, la lucha contra la cultura de la metafísica y sus absolutos. Para Nietzsche, la transmutación de los valores significa una inversión de valores donde se erigen otros valores que se consideran superiores. Así, las virtudes cristianas: humildad, obediencia y caridad, deben ser transmutados a favor de la moral del superhombre, por otros como el orgullo, el poder, la valentía, y todo aquello que posibilite la voluntad de vivir. El conocimiento científico Ambas formas de pensamiento poseen características interesantes y expresan momentos positivos en el proceso de investigación. El conocimiento convergente reconoce los avances científicos y funda en ellos su investigación; mientras que el pensamiento divergente puede obviarlos y, aunque parezca algo negativo, comienza la investigación de manera autónoma. La primera de estas formas de pensamiento aporta de a poco, pero de manera constante al avance de la ciencia; mientras que la segunda puede representar un gran avance, incluso paradigmático, pero de manera hasta azarosa y si las aportaciones mediante esta vía resultan mínimas, no se reconocen como un verdadero avance, como el que surge del pensamiento convergente. Ambas formas de pensamiento entran inevitablemente en conflicto generando una tensión entre éstas que, según el autor (1993, p. 249), “se volverá casi insoportable”. Pero insoportable bajo los criterios modernos y fascinantes desde el planteamiento posmoderno… Un tema particularmente relevante sobre esta cuestión sería la sostenibilidad o pertinencia de esta tensión. Podríamos sostener que el seguimiento preciso de una metodología racional, objetiva es lo más seguro para garantizar el avance de la ciencia. Sin embargo, la reiteración de los mismos procesos garantiza resultados similares. En este sentido, el descubrimiento de elementos que permitan la postulación de nuevos paradigmas sería de gran valor para la verificabilidad y falibilidad de la ciencia, con lo que se ampliaría el contenido empírico de la misma y la comprensión profunda de sus fenómenos, idealmente. Este ejemplo, el de la tensión entre el pensamiento divergente y convergente en la ciencia, parece adecuado para mostrar lo que sucede respecto de la condición posmoderna, pues por un lado nos encontramos con una forma de pensamiento moderno (convergente) que apela al metarrelato del orden, la permanencia y la homogeneidad; mientras que el pensamiento posmoderno (divergente) rompe de manera crítica con las estructuras clásicas de la historia, de la filosofía, del orden social, de lo bello en el arte y supone nuevas categorías, nuevos procesos y nuevos criterios. Pero además de esto, creemos que el pensamiento divergente se corresponde con la “condición posmoderna” en cuanto que es una expresión radical de formas de pensar diferentes, formas que aun cuando resulten relevantes para una disciplina específica son censuradas al no adecuarse a los formatos clásicos y legítimos de tal disciplina. Esto resulta filosóficamente interesante porque se plantea la necesidad de acudir a criterios externos desde los cuales se evalúe el papel que cumplen las ciencias al otorgarse las credenciales exclusivas de la verdad y que en el pensamiento posmoderno es casi una exigencia, dada la transversalidad de las metodologías. En este sentido, la condición posmoderna sí apela al reconocimiento de esas diferencias, de esas expresiones fragmentarias que constituyen el valor de lo complejo a partir de lo heterogéneo, lo inclasificable, de lo diferente y la diversidad. El arte Así, se abre al horizonte de interpretación de la obra y el espectador juega un papel más activo y fundamental en la comprensión del arte. La belleza no se rige por un canon y unos elementos fijos y específicos, sino que se vale de la evocación, la sensibilidad y la interpretación del espectador, permitiendo que este último sea el autor del sentido de la obra. Respecto de lo técnico, la pintura de la modernidad procuraba la perspectiva que le permitiera representar las cosas en su justa medida, partiendo del contorno correcto, de las dimensiones del espacio, de las relaciones geométricas de los objetos, de la distancia entre las personas. Si se pudiera caracterizar la pintura de alguna de las épocas de la modernidad (como el Renacimiento), pensaríamos en la noción de armonía en las formas, en los trazos, en las luces, en los tonos. Ejemplos de esta armonía son: la Madonna del Prato, de Rafael Sanzio (1505) y el Amor sagrado y amor profano, de Tiziano (1512-1515), en donde se representan a detalle distintas formas de anatomía humana. En estas, como señala Gombrich (1995), “se busca el equilibrio entre las figuras, la exacta relación entre ellas que debería producir el más armonioso conjunto”. (p. 33-34). Por su parte, el arte posmoderno apuesta por la provocación estética. Puede conservar los objetos: figuras humanas, paisajes y situaciones; sin embargo, las líneas se pierden en los trazos indefinidos, no existe esa armonía geométrica que caracteriza la pintura de otras épocas; los colores se entremezclan, las luces se olvidan, convirtiendo esta situación en la “jugada inesperada”. Pero esta jugada aparece en dos sentidos, bien que es una jugada novedosa y diferente bajo las reglas propias del arte moderno, como sucede con el pensamiento convergente; o bien que establece nuevas reglas y hace necesario el cambio de juego y de perspectiva, como lo hace el pensamiento divergente al tratar de sustituir el paradigma actual del estado del conocimiento. Respecto de la técnica, el primer momento constituye una actualización de la materia prima y las formas en que se lleva a cabo el proceso creativo; en el segundo momento se rompe con la tradición y se integran nuevos materiales y se alteran y omiten algunos de los procesos creativos. Ahora bien, en lo que respecta al arte como objeto de la contemplación estética, es indudable que las obras previamente referidas expresan esa belleza que gusta de manera universal, la cual define al arte. Una obra bella, una obra de arte, afecta la sensibilidad del espectador, provoca en él un sentimiento, una emoción, genera una idea a partir de la contemplación desinteresada, va más allá de la idiosincrasia y subjetividad del espectador. Estas características son constantes no sólo en el arte romántico, Moderno o del Renacimiento, sino que han dominado la concepción de lo bello en las distintas manifestaciones del arte, sea la pintura, la música, el teatro, e incluso el cine, sea en lo visual o en lo narrativo. Los objetos de este arte son vastos: desde ángeles, mártires, sacerdotes y Jesús, representando lo sacro; como también elementos estrictamente simples y hasta profanos, como la naturaleza muerta, la figura femenina, las edificaciones y las situaciones más cotidianas. Así, el arte posmoderno introduce una nueva jugada, totalmente inesperada, al exigir al observador convertirse en ese dador de sentido, en el legitimador de una experiencia estética a partir de un juicio subjetivo sobre la calidad y la belleza que la obra no buscaba y tampoco poseía. Se crea un nuevo juego en el que las reglas incluyen no sólo al artista y su obra, sino que se establece la necesidad de un diálogo entre la obra y el sujeto de la contemplación. Estéticamente, el arte moderno conserva y se limita a las nociones de belleza que representan la armonía y el equilibrio de las formas y las figuras; existe una imitación o reproducción geométrica de la naturaleza. Por su parte, el arte posmoderno rompe con dichos estándares, va un poco más allá. La técnica le permite concebir formas distintas de belleza; una obra del arte posmoderno es bella de manera particular, individual, singular y fragmentaria. El sentido de estas obras no alcanza la universalidad, se legitima, por ser radicalmente distinta, frente al espectador. El arte en la posmodernidad se convierte en una posición crítica que busca la emancipación técnica y estética del arte moderno, reconociendo la importancia de la reconstrucción del sentido y del valor de cada obra a partir de la participación dialógica del espectador. Pero, es importante que nos preguntemos si ¿el arte posmoderno cumple con su función de procurar el goce estético del espectador a partir de un proceso en el que se siguen las reglas adecuadas de la creación?, también si ¿el arte en la posmodernidad es únicamente una actitud crítica o es también arte? Eso, según se entiende, dependerá del espectador. En este sentido, es posible que el arte posmoderno, incluido el de las vanguardias, esté más cercano a la filosofía que a la estética. Esto porque la potencia de las obras se enfoca en la representación de ideas, antes que en la correspondencia hacia las categorías y los conceptos. La filosofía En este sentido, Deleuze ha comprendió la filosofía como: “la discipline qui consiste à créer des concepts… Créer des concepts toujours nouveaux, c´est l´object de la philosophie[1]” (1991, p. 10); haciendo de su propia filosofía no ya un ejercicio exclusivo de reflexión, sino de creación, en la cual pone en juego las capacidades del filósofo para crear y reconocer las problemáticas de su actualidad, siempre que logre comprender la incapacidad de los conceptos-substancia de la modernidad bajo los cuales se han pensado las distintas manifestaciones orgánicas. La creación del concepto no significa reinventar términos que logren sintetizar, de manera arbitraria, significados divergentes o hasta contradictorios con el afán de comprender la extensa variedad de fenómenos presentes; es más bien el juego en el cual se debe re-apropiar un concepto para determinar las problemáticas. Un concepto difiere jerárquicamente del término en cuanto que éste es la unidad mínima de conocimiento; es decir, la síntesis de los componentes, de los factores involucrados, en la descripción de los acontecimientos referidos en la determinación de las perspectivas del sentido de un referente manifiesto. Mientras que un término es una construcción lingüística que posee un referente específico, sea una idea o un ente. El análisis deleuziano sobre los conceptos produce enormes y significativas ventajas para la permanencia y el desarrollo de la filosofía; pues violentando la equivocidad del significado fijado, apela más bien al uso y a la pertinencia y aplicabilidad de estos. Deleuze resalta, por ejemplo, que la consideración aristotélica del tiempo depende totalmente del movimiento; no obstante, para Kant, el movimiento depende de la comprensión del tiempo como forma de la sensibilidad y la determinación de las percepciones bajo el orden de sucesión, lo cual constituye una novedad importante con respecto de otro concepto, el de causalidad. Así, tiempo, espacio, masa y movimiento se encuentran contenidos en la concepción de la causalidad; sin embargo, cada uno de estos términos posee características tan singulares que la mínima restructuración de los componentes afecta la congruencia y comprensión de las nociones que componen como una síntesis el concepto; en este caso, el de la causalidad. Así, el análisis de los conceptos y su reconsideración atienden entonces a la necesidad de comprender cada nueva manifestación en base a conceptos filosóficos, pero no sólo es el tratar de encasillar singularidades dentro de lo general. El crear conceptos para comprender problemáticas pasadas, ya que ellos mismos cambian con los problemas, es la legítima labor del filósofo, pues como sostiene el mismo Deleuze: “la verdadera filosofía, en cuanto filosofía del futuro, no es ya histórica en lugar de eterna: debe ser intempestiva, siempre intempestiva” (2000, p. 30). Por ello, las nociones relativas al sujeto, la realidad y la verdad son consideradas por Deleuze bajo los nuevos conceptos de “efecto”, “acontecimiento” y “sentido”; conceptos que serían apropiados por las nuevas generaciones de filósofos, influenciados obviamente, afectados más bien, por L'effet Deleuze. Ahora bien, ¿cómo crear un concepto siempre nuevo pero que refiera a los problemas clásicos y modernos de la filosofía, de la ciencia y del arte? Pensando de manera radical, distinta y divergente. Deleuze retoma los conceptos hechos por la filosofía y afirma la actividad del pensamiento al brindarle una vida distinta, una significación singular y un uso, incluso, fugaz: el de referirlo al proceso de efectoconstrucción de la realidad por parte del sujeto: otorgar sentido es la responsabilidad del sujeto posmoderno. ¿Cómo decir que podemos formar una imagen del mundo sin una estructura básica como la que ofrece la universalidad del concepto o la substancialidad de un sujeto que sintetiza las afecciones, sin por ello mismo reducir la importancia de la experiencia en el proceso?, ¿volveremos a caer en las disquisiciones generadas entre los racionalistas y los empiristas? ¿Se puede preferir un mayor contenido empírico a expensas de una teoría que lo explique? Además, ¿el concepto nuevo pasa a formar parte de la extensa galería de nociones bien definidas de las que debemos hacer uso a la hora de re-pensar la filosofía? El sujeto que crea los planos descriptivos de la realidad una vez que ésta se presenta; y una realidad que es modificada en cada sujeto, cada realidad es una nueva creación siempre constante frente a un sujeto siempre emergente. Estas serían, de manera abreviada, las características más representativas de la posmodernidad, compartidas tanto en lo que se refiere al estado del conocimiento científico, del arte y de la filosofía. Tal vez no seamos partidarios del arte de la posmodernidad, de sus métodos, de sus intenciones; pero tenemos que ser partícipes de dicha realidad y mostrar una actitud tan crítica como la que se necesita para entender y actualizar las formas de pensamiento que nos permitan acceder a los problemas propios de esta época, porque bien es cierto que el auge de esta condición es lo que nos permite concebir expresiones valiosas en todos los campos del saber, desde el Nuevo Realismo hasta el desarrollo de la teoría feminista, el apuntalamiento de las humanidades y nuevas formas críticas del sistema económico y político, reconociendo la crisis cultural y humana que atravesamos. Todo esto, sin embargo, sin perder de vista una perspectiva crítica y legítima en torno a las consecuencias y repercusiones de nuestra condición. Porque como dice Lipovetsky:
Una situación compleja y dicotómica. ¿Cómo asumimos pues la posmodernidad? Vattimo, en su obra titulada: El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura posmoderna nos ofrece un poco de esperanza y, tal vez, también un punto de partida certero: En ella no todo se acepta como camino de promoción de lo humano, sino que la capacidad de discernir y elegir entre las posibilidades que la condición posmoderna nos ofrece se construye únicamente sobre la base de un análisis de la posmodernidad que la tome en sus características propias, que la reconozca como campo de posibilidades y no la conciba sólo como el infierno de la negación de lo humano (1987: 19). Así, la posmodernidad es hoy una de nuestras posibilidades.
Notas: [1] Traducción: la disciplina que consiste en crear conceptos. Crear conceptos nuevos, ese es el objeto de la filosofía. |
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Universidad de Guadalajara Departamento de Filosofía / Departamento de Letras |
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