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La existencia de los qualia: Una presentación crítica. The existence of qualia: A critical presentation. |
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Alejandro Villamor Iglesias
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DOI: 10.32870/sincronia.axxvii.n83.2b23 | |||||||
Recibido: 08/01/2023 |
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Cómo citar este artículo (APA): En párrafo: En lista de referencias:
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Resumen. Palabras clave: Filosofía de la mente. Qualia. Daniel Dennett. Argumento de la habitación de Mary. Abstract. Keywords: Philosophy of mind. Qualia. Daniel Dennett. Mary’s room argument. |
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El proyecto eliminativista de los qualia de Dennett Dennett mantiene, así, en su conocido artículo “Quinear los qualia” (Dennett, 2003) la inexistencia de tal obstáculo[1] para dar vía libre al proyecto consistente en la supeditación de la filosofía de la mente a las ciencias empíricas. Como punto de partida, resulta de especial relevancia atender a la caracterización de los qualia por parte de Dennett. ¿De qué se pretende negar la existencia? Lo que no se quiere negar bajo ningún concepto, y se pone bastante énfasis en ello, es la existencia de unas propiedades de la experiencia consciente que son experimentadas de una determinada manera. Esto no se niega en ningún momento. Más bien, Dennett pone en cuestión la existencia de una suerte de propiedades especiales de segundo orden con respecto a esa experiencia fenoménica, los qualia, que poseerían una serie de características: la inefabilidad, la intrinsecabilidad, la privacidad y la accesibilidad o aprehensibilidad directa o inmediata en la conciencia. La tesis de Dennett no es sólo que las diversas nociones de los qualia sean vagas y equívocas, sino que la misma intuición o concepción preteórica de las mismas está errada. “Qualia” no refiere a nada, y, para mostrarlo, en este trabajo la finalidad es la extirpación de dicha intuición en sus mismos términos, esto es, a través de otras intuiciones. Para ello, ha generado un interés especial el “generador de intuición 7”, relativo al célebre caso de los catadores de café Chase y Sanborn. Estos señores, tras estar varios años trabajando para la misma empresa, comentan mutuamente que el sabor de sus cafés ha dejado de gustarles. Aspecto de gran relevancia es que para el resto de la plantilla de la empresa el sabor del café sigue siendo el mismo, algo que acordarán Chase y Sanborn. El problema es dilucidar si lo que ha variado, como propone Chase, son sus gustos o “actitudes reactivas” hacia determinados qualia o, como dice Sanborn, el cambio se encuentra en el propio sistema perceptivo. Lo primero que se encarga de señalar Dennett es que, por las dudas manifestadas por nuestros dos sujetos, la introspección llevada a cabo se muestra ineficaz. Los qualia, por ende, ya comienzan a no parecer tan accesibles al sujeto epistémico. De las tres posibles soluciones posibles para cada caso —básicamente que, o han variado los qualia de los individuos, o sus gustos, o bien sucede algo intermedio— ninguno de los sujetos puede optar con seguridad por ninguna. Alguien podría considerar la búsqueda de la confirmación de una de las posibilidades a través de pruebas empíricas. Una de ellas podría poner a prueba, por ejemplo, la capacidad de Chase para la identificación de sabores en cataduras a ciegas. U, por ejemplo, la realización de mediciones fisiológicas. Empero, la prueba empírica, en última instancia, tampoco permite alcanzar una solución al problema. Esto es ilustrado por Dennett en el “generador de intuición 8: la gradual recuperación postoperatoria”: imaginemos que una intervención quirúrgica modifica las conexiones de las papilas gustativas de Chase de modo que, tras la operación, por ejemplo, el azúcar le sabe salado. Con el tiempo, sin embargo, Chase se adapta a la inversión de un modo tal que su conducta es indiscernible de la de cualquiera otra persona. El problema que nos topamos es análogo al del espectro invertido (cfr. Byrne, 2020): no es posible determinar si la adaptación se produce porque sus qualia se han restablecido tal como eran antes de la operación o si, por lo motivos que fueren y al margen de la creencia del sujeto, sus qualia no se han “normalizado”. En consecuencia, ni por introspección ni por medios empíricos, según Dennett, podemos alcanzar solución definitiva. Aunque señala: Lo sorprendente de esto no es sólo que los métodos empíricos no lograrían distinguir lo que parecen ser afirmaciones muy diferentes sobre los qualia, sino que no lograrían hacerlo a pesar de constituir mejor evidencia que las convicciones introspectivas de los propios sujetos (Dennett, 2003, p. 236). Las consecuencias que se siguen de ello pondrían en un serio aprieto a esa noción tradicional de qualia presentada anteriormente. Estas supuestas propiedades fenoménicas que son los qualia ni siquiera, a pesar de la intuición común, serían inmediata o directamente accesibles por los propios sujetos. El motivo es que, como pretende ilustrar el ejemplo de Chase y Sanborn, no somos verdaderamente conscientes de la constancia o cambios que en ellos se producen. Por esto, continúa Dennett, ni el juicio de Chase ni el de Sanborn deberían ser considerados superiores o más importantes que los de cualquier examen en “tercera persona” (Dennett, 2003, pp. 237-238). Asimismo, Dennett hace especial énfasis en los problemas que tiene la supuesta intrinsecalidad de los qualia. Este cuestionamiento queda patente con el precedente ejemplo, pero es especialmente claro en el “generador de intuiciones 9: el bebedor de cerveza experimentado”. En resumidas cuentas, en este caso busca mostrar que las supuestas propiedades especiales defendidas por los qualófilos son, en realidad, “extrínsecas y relacionales”. La variación entre el primer sorbo de cerveza, no comúnmente disfrutado, y un posterior trago, que provocaría un cierto deleite, mostraría el papel vital que ocupan, por ejemplo, la “actitudes o reacciones” que uno tiene ante sus propias experiencias. El gusto adquirido hacia la cerveza lo muestra. Hasta aquí tenemos, pues, un caso, el de los catadores de café, que comprometería seriamente la intrinsecalidad, la accesibilidad inmediata —puesto que los individuos no pueden decidir qué ha sucedido—, la inefabilidad —de la que dice que es cuestión de práctica el alcanzar una mayor capacidad para expresar nuestras experiencias (Arias, 2011, p. 21)— y la privacidad —las pruebas empíricas tienen un mayor peso que la propia opinión—. La propuesta de Dennett podría ser reprochable en al menos algunos aspectos. En primer lugar, como indica Asier Arias, es cuestionable la embestida de Dennett a la intrinsecalidad. El estadounidense parte del supuesto de que la concepción tradicional incorpora esta característica, mas esto se puede poner en duda: “Cabe pues dudar del supuesto —implícito en la argumentación de Dennett, y decisivo para el éxito de la misma— según el cual la intrinsecalidad forma parte tanto de la concepción tradicional como la cotidiana o intuitiva” (Arias, 2011, p. 18). Como muestra Dennett, esta es una característica que compromete especialmente a los qualia. Pero su atribución es tensar demasiado la cuerda. No se pone en duda el carácter relacional de esas propiedades subjetivas que serían los qualia. Parece que los ejemplos relativos al sabor de la cerveza o el “generador de intuiciones 10: el experimento mundial de eugenesia” dan buena cuenta de las sumas dificultades con que se toparían los defensores de ese carácter intrínseco, esto es, aquellos que defienden que “los qualia son propiedades que los estados mentales tienen en sí mismos” (Arias, 2011, 4), independientemente de todo lo demás (incluidos los propios juicios de los sujetos). Resulta de enorme dificultad negar que el sabor de la cerveza desde el primer sorbo hasta el último (suponiendo que haya habido varios) haya variado en virtud de determinadas circunstancias relacionales o extrínsecas. Incluso, en la actualidad, parece que existen evidencias empíricas que avalan lo equívoco de esta característica. Por ejemplo: Los miembros de tribus no familiarizadas con la representación bidimensional de estructuras tridimensionales no perciben dichas representaciones del mismo modo que los sujetos acostumbrados a semejante tipo de representación gráfica, es decir, carecen de los estados mentales (conscientes y adquiridos) que conformarían el contexto que propiciaría el señalado modo de percepción (Arias, 2011, pp. 5-6). Se pone en duda que los que los qualia posean esta propiedad. Así, si nos limitamos a aceptar la posesión de esta característica por parte de los qualia con Dennett, entonces estaremos de acuerdo con él en que resulta insostenible. Ahora, otro cantar resulta si convenimos que la noción tradicional de qualia puede prescindir de la susodicha característica. Observemos, entonces, el argumento de Dennett tomándonos la licencia de prescindir de esta comprometida característica. Un primer punto a nombrar se encuentra en la presuposición por la cual Dennett desecha la posibilidad de la infalibilidad de los qualia. Tras haber expuesto las diferentes posibles respuestas al problema de Chase y Sanborn, afirma: No conozco a nadie que hoy en día se sienta tentado a defender la postura extrema de la infalibilidad o la incorregibilidad que establecería que la opción (a) es —y debe ser— la verdad en ambos casos, porque las personas simplemente no pueden equivocarse con respecto a estas cuestiones privadas y subjetivas (Dennett, 2003, p. 230). Quizás al decir esto se esté dando demasiado por supuesto. Dirá después, sin embargo, que lo que se debe hacer es “tratar a los qualia como construcciones lógicas a partir de los juicios de los sujetos sobre sus qualia” (Dennett, 2003, p. 231). Nosotros somos, al fin y al cabo, los que, juzgándolos, damos origen a los propios qualia al modo el que un novelista determina el color del pelo de uno de sus personajes. La supuesta infalibilidad de los qualia se muestra, según esta idea, como una ilusión arbitraria. Pero, ¿es esta una razón de peso que nos obligue a descartar tan pronto la infalibilidad de los qualia? ¿No podría ser que Chase estuviera en lo correcto al decir que variaron sus gustos puesto que, aunque no lo recuerda, en el pasado observó como una rata muerta se encontraba en un café de Maxwell House? ¿No puede ser que Sanborn esté en lo correcto cuando afirma que sus qualia se han alterado puesto que, aunque no lo relacione, el año pasado sufrió una quemadura en su lengua que afectó a sus papilas gustativas? Lo que intentamos indicar con esto no es que, por pura casualidad, en estos dos casos los sujetos estén en lo cierto. Más bien, queremos recalcar que Dennett no aporta tampoco ningún motivo por el cual estos dos señores no deban estar en lo cierto. ¿Por qué deberíamos aceptar que nuestros propios juicios son los “actos constitutivos” de lo que llamamos qualia? Dennett parece asumir sin más que la infalibilidad de los qualia es falsa. Si por infalibilidad entendemos esa característica en virtud de la cual nadie puede corregir la experiencia que el sujeto experimenta, entendemos que ni los propios sujetos, ulteriormente, pueden corregir sus propias experiencias. Uno experimenta lo que experimenta sin más, como estaría conforme Dennett, que no pone en cuestión la existencia de las sensaciones fenoménicas. Lo que afirma Dennett es que el sujeto en primera persona está huérfano de criterio, más allá de su falible (porque la memoria lo es) convicción. Imaginemos el siguiente caso: Joaquín es uno de los mejores enólogos del mundo. Todo aquel que lo conoce está de acuerdo en que Joaquín posee un léxico privilegiado para describir todo aquello que saborea. Supongamos que un buen día Joaquín decide probar un determinado vino y, mientras lo saborea, escribe un informe en el cual describe prolijamente sus sensaciones gustativas. Al año siguiente, en un concurso, Joaquín vuelve a probar el mismo vino (él lo sabe). Sin recordar absolutamente nada del informe del año anterior, nuestro enólogo vuelve a escribir un informe del mismo vino. Él cree que el vino le sabe igual, pero, para comprobarlo, decide comparar los dos informes descritos. Resulta que las dos descripciones son prácticamente (excepto en rasgos insignificantes) idénticas. Dando la vuelta a lo dicho por Dennett, en este caso suponemos que son los juicios los que emanan tras los qualia. El mentado sería un caso, no nomológica ni metafísicamente imposible, en el cual el individuo en primera persona podría apelar a un criterio propio, no en tercera persona, para corroborar su criterio. Con esto se muestra un caso en el que el criterio del individuo resulta más sólido, pero la esencia sigue siendo la misma que los casos que Dennett cuestiona. Ahora, lo que deberíamos preguntarnos es ¿debemos aceptar que un grupo de neurocientíficos emplearan las pruebas que emplearan, tendrían más potestad que el criterio del propio Joaquín? Otro pilar sobre el que se asienta la noción de qualia que maneja Dennett es la accesibilidad. Del ejemplo de los catadores de café deriva Dennett la conclusión de que el supuesto acceso directo y privilegiado a los propios qualia se puede poner en cuestión por posibles alteraciones en la memoria. Sin embargo, pudiera ser que aquí el de Boston estuviera confundiendo la accesibilidad directa e inmediata con la comparación en la memoria (Arias, 2011, pp. 19-21). Una cosa es nuestra capacidad (o incapacidad) para comparar experiencias de un pasado lejano, de uno más corto o del presente, y otra que yo pueda acceder directamente —no por ningún tipo de inferencia ni modo indirecto— a aquello que ahora estoy experimentando. Una cosa es que Chase no sepa si el café le sigue sabiendo igual ahora que hace 6 años, y otra es que, al tomar ahora el café, Chase no esté aprehendiendo inmediatamente el quale. Por inefabilidad entendemos la característica gracias a la cual los supuestos qualia no serían comunicables en un sentido pleno. De la caída de la característica de la intrinsecalidad se sigue, como las piezas de dominó, la de la inefabilidad. Si de la intrinsecalidad se deriva la atomicidad e inanalizabilidad y, asimismo, estas últimas son las causantes de la inefabilidad, entonces sin intrinsecalidad no tendría por qué haber inefabilidad. Ahora bien, dice Dennett: “¿Qué decir entonces de la inefabilidad? ¿Por qué parece que nuestras experiencias conscientes poseen propiedades inefables? Porque, en efecto, tienen propiedades inefables en la práctica” (Dennett, 2003, p. 250). Para Dennett, la inefabilidad no es una barrera que imponga la existencia de los qualia como unas propiedades de segundo orden absolutamente privadas e intransferibles, sino, en cualquier caso, una incapacidad práctica. Así, con respecto a esta práctica, tomada al menos ella misma, no alcanzamos a ver con claridad que Dennett aporte ningún ataque demoledor. Él mismo dirá: Quizá no soy capaz de describir la propiedad o de identificarme en relación con algún rasgo público al que pueda recurrir fácilmente (todavía), pero estoy familiarizado con ella en un grado modesto: puedo referir a la propiedad que detecté: es la propiedad que detecté en ese suceso (Dennett, 2003, p. 252). Parece que lo que en realidad hace Dennett es dejar la puerta abierta a una superación de la cuestión de la inefabilidad. Pero nada allende esta posibilidad. Nos resta dedicar algunas palabras a la última de las características que sostienen, para Dennett, el concepto tradicional de qualia. Esta es la privacidad. Como señalamos anteriormente, para Dennett no hay nada que justifique una mayor autoridad de los individuos en perspectiva de primera persona que cualquier prueba en tercera. Esta privacidad no es más que una ilusión de los propios sujetos, dado que ni ellos mismos podrían, como es el caso de Chase y Sanborn, tener claros sus propios qualia. Ahora bien, insistiendo en lo ya dicho, a partir del artículo de Dennett parece dudosa la capacidad de los individuos de discernir la continuidad o variaciones de sus qualia, pero no que dejen de ser suyos. Como señala Nagel en su celebérrimo “What Is it Like to Be a Bat?” (Nagel, 1974), parece que por mucha información que tengamos acerca de la ecolocalización no podemos saber cómo es (la sensación de) tenerla. En conclusión, Dennett se propone demoler la concepción tradicional de qualia, de la cual nos da él mismo su caracterización. Si aceptamos esta última, incluida la intrinsecalidad, parece que el argumento de Dennett es irreprochable. Ahora bien, siguiendo a Asier Arias, la puesta en entredicho de su noción tradicional de qualia no termina de derrumbar la noción misma de los qualia —que seguiría resultando problemática para una teoría naturalizada de la mente—. De lo que se trataría de defender, desde una posición materialista, por tanto, no es la eliminación de esas nociones que nos resultan tan intuitivas como son los qualia, sino más bien su incorporación a las teorías naturalistas. El que en la actualidad no se contemple todavía el modo en que esto se pudiera llevar a cabo no significa que, con el progresivo desarrollo de las ciencias, no sea posible. La “invariabilidad funcional” El objetivo de Dennett nuevamente es atacar el concepto de qualia. Los frentes abiertos con la invariabilidad son varios. La intrinsecalidad, la inmediata accesibilidad o la inefabilidad son algunas de las características de los qualia que aquí se tornarían problemáticas. La supuesta “homogeneidad” o “uniformidad” de los qualia no respondería más que a incapacidades de los sujetos. En el caso anterior, la incapacidad del lego en música para distinguir un sonido compuesto de uno atómico. Aunque el sonido, desde luego, sea el mismo. Dennett sostiene tras mostrar el ejemplo: “La homogeneidad y la inefabilidad de la primera experiencia han desaparecido, y han sido reemplazadas por una dualidad tan “directamente aprehensible” y claramente descriptible como la de cualquier cuerda” (Dennett, 2003, p. 257). Nuevamente, la estrategia es reducir los qualia a disposiciones reactivas, extrínsecas. La pelota ahora se encuentra en el tejado del qualófilo. Este pudiera responder a Dennett negando que la intrinsecalidad sea una propiedad atribuible a los qualia. De este modo, el problema se solucionaría pues no negaría la posibilidad de que los qualia variaran o se configuraran relacionalmente. En este caso, lo que podría decir este amigo de los qualia es que el primer sonido y el último no producen los mismos qualia. Puede admitir las variaciones extrínsecas o relacionales sin por ello prescindir de la accesibilidad inmediata, inefabilidad o privacidad del quale. En el caso del sonido compuesto también se sostendrían estas características pues, en el momento de percibirlo, serían dos sonidos en lugar de uno. Se mantendría tanto la accesibilidad inmediata a los qualia producidos por la guitarra, como la inefabilidad y privacidad. Asunto un tanto distinto es aquel al que se enfrentara el defensor de la intrinsecalidad de los qualia. De algún modo, este debería argüir que el quale que surge de la guitarra es el mismo, tanto el del primer sonido como el del último. Para esto se podría resguardar con la afirmación de que, sea como fuere, el sonido sigue siendo el mismo y no tendríamos por qué pensar que el quale no lo sea. Esta perspectiva, no obstante, se volvería contra el amigo de los qualia puesto que, mientras haya una persona que afirme que la sensación ha variado, la supuesta infalibilidad desmoronaría lo dicho. Aunque no debemos perder de vista, desde luego, que, como apunta el mismo Dennett, hay varias maneras en las que los defensores de los qualia caracterizan la intrinsecalidad. El qualófilo podría afirmar que lo que sucede con la educación del oído, en casos como este, es que el sujeto adquiere un modo más complejo de acceder al mismo quale. Y aunque alguien afirmase que la sensación del primer sonido al segundo ha variado, el amigo de los qualia que siguiese esta senda como respuesta podría decir que se ha accedido al mismo quale, en ese caso, de un modo más complejo. El argumento epistémico de Jackson El experimento de María consiste sucintamente en lo siguiente: María es una brillante científica que ha desarrollado su formación académica y su vida en una habitación en blanco y negro. Todo, incluida ella misma, es en blanco y negro. Suponiendo que esto fuera posible, María sabe absolutamente todo lo que físicamente se puede saber acerca de las personas y de su entorno. La física, la química y la neurofisiología son disciplinas que María conoce en su totalidad. Resulta que un buen día, María sale de su habitación y se encuentra con un mundo lleno de colores que nunca había experimentado. María ha conseguido atesorar, así, un nuevo conocimiento del que carecía. De un modo más formal: (1). El fisicalismo sostiene que el mundo es exclusivamente físico. Puesto que para el fisicalismo el mundo es exclusivamente físico, cualquier conocimiento del mismo deberá ser necesariamente físico. Por tanto, un conocimiento físico completo es un conocimiento completo del mundo y viceversa. María ilustra el caso de alguien que aparentemente tenía un conocimiento completo de las personas, que forma parte del conocimiento del mundo, y este era un conocimiento físico. De repente, María alcanza un nuevo conocimiento acerca de las personas (puesto que aceptamos que el saber cómo es algo nuevo es un tipo de nuevo conocimiento acerca de las personas). La conclusión es que, aunque tuviera todo el conocimiento físico de las personas, María no tenía todo el conocimiento de las personas. Puesto que el conocimiento de las personas forma parte del conocimiento del mundo, y el conocimiento de las personas no se reduce a conocimiento físico, el conocimiento físico del mundo no es conocimiento completo del mundo. La cuestión de los experimentos mentales A nuestro parecer, el uso de experimentos mentales en filosofía puede resultar relevante en la medida en que ayude a presentar un argumento. Tanto en el caso de los experimentos realizables como en el de los irrealizables. Desde luego, el fructífero papel jugado por estos experimentos en la física, como es el caso del mismo Einstein, parece dar cierto peso a esta opinión. Más allá de esto, la cuestión se sitúa en si el imaginar una hipotética situación nos puede permitir conocer la naturaleza de las cosas o más bien es pura palabrería que nos separa del suelo firme. Volvamos al ejemplo de María. ¿Qué nos muestra este experimento? Este experimento, con la historia que nos narra, sirve para pensar que no es verdad que el conocimiento de los hechos físicos se equipare al conocimiento del mundo. En el escenario pergeñado por Jackson, se consigue filtrar el supuesto conocimiento no físico del físico mostrando su existencia. Algo que sin el experimento no sería tan fácil de ver: basta intentar pensar desde nuestra propia posición en la diferencia entre el conocimiento físico y no físico presentada para darnos cuenta de su complejidad. El experimento consigue ilustrar exitosamente un argumento. Pero ahora supongamos que, por el motivo que fuere, la comunidad científica determina que es imposible que alguien consiga poseer todo el conocimiento físico acerca de las personas. Este experimento, al igual que el de las amebas de Parfit (cfr. Parfit, 2004) y otros muchos, resultaría irrealizable. ¿Invalidaría esto al argumento que provee este experimento? No parece disparatado dar una respuesta negativa ya que lo único que mostraría es que María nunca podrá existir, pero la esencia permanecería igual. El experimento mental, sea o no realizable, actúa al modo de un “como sí”, de un contrafáctico, para trasmitir un argumento apelando a nuestras intuiciones. Podemos recordar, por ejemplo, el Rebelión en la granja de Orwell y preguntarnos si el que sea un escenario absolutamente inverosímil es óbice para que esta novela nos sirva para aprender algo nuevo acerca del mundo. El uso de experimentos mentales creemos que puede resultar útil, pues, en la medida en que permita esclarecer determinadas posiciones. Lo que desde luego no podemos pasar por alto son las diferencias presentes entre los diferentes experimentos. Así como la necesidad de enjuiciarlos y determinar su validez en virtud de su calidad. Las objeciones de Paul Churchland (1) María sabe todo lo que hay que saber acerca de los estados cerebrales y sus propiedades. El argumento muestra la distinción establecida en las premisas. Aproximadamente en esta línea, también irán otros autores como David Lewis y Laurence Nemirow al afirmar que lo que adquiere María es una cierta habilidad. Pero, en ningún caso, un “saber qué”: Jackson's argument is valid only if 'knows about' is univocal in both premises. But the kind of knowledge addressed in premise 1 seems pretty clearly to be different from the kind of knowledge addressed in (2). Knowledge in (1) seems to be a matter of having mastered a set of sentences or propositions, the kind one finds written in neuroscience texts, whereas knowledge in (2) seems to be a matter of having a representation of redness in some prelinguistic or sublinguistic medium of representation for sensory variables, or to be a matter of being able to make certain sensory discriminations, or something along these lines (Churchland, 1985, p. 23). En su segunda objeción, Churchland pretende darle la vuelta al argumento de Jackson de modo que este se vuelva en su contra. Busca introducir la posibilidad, en el experimento, de que María también lo supiera todo acerca del dualismo y de los qualia. De este modo, al ser liberada, María también aprendería, al fin y al cabo, algo nuevo. El dualismo dejaría, en virtud de ello, algo por explicar. La tercera objeción apela a la posibilidad de que María hubiese podido acceder a ese “saber cómo” de los colores mediante la imaginación. No podemos menospreciar el hecho de que María aglutina todo el bagaje de conocimiento físico posible. Quizás, sin haber nunca visto el rojo de los tomates, María es capaz de hacerse una idea del mismo. Pero retornemos a la primera objeción de Churchland. Este afirma, como veíamos, que el argumento de Jackson tan sólo podría llegar a buen puerto si el conocimiento al que se refiriera en ambas premisas fuese el mismo. Mas parece que deberíamos distinguir el conocimiento entendido como un conjunto de enunciados que uno podría encontrar en textos de neurofisiología, de las diferentes representaciones que nos podamos hacer. No es lo mismo decir que el rojo es el color que ocupa el primer lugar en el espectro luminoso y que posee una determinada longitud de onda, que observar el rojo de la sangre. Y, sin embargo, parece que Jackson equipara ambos tipos de fenómenos al afirmar que a María algo le debía de quedar en el tintero cuando, a pesar de poseer todo el conocimiento neurofisiológico, al ver el rojo aprende algo nuevo. El non sequitur del que peca Jackson se mostraría con meridiana claridad visto así su argumento: (a) Mary has mastered the complete set of true propositions about people's brain states. Jackson considera esta objeción de Churchland. Afirma aquel que, si lo expuesto por Churchland fuera su argumento, él mismo estaría de acuerdo en su implausibilidad. Pero este no es el caso. De hecho, en su argumento, dice Jackson, “lo que directamente viene al caso” no son los tipos de conocimiento de los que podamos hablar, sino “lo que sabe” María. Lo que sí considera Jackson es la posibilidad de que la premisa que sostiene que María aprende algo nuevo al ser liberada no sea cierta. Si no es cierto que María aprende algo nuevo al percibir los colores, entonces todo el argumento se derrumba. ¿Puede que ese algo que María adquiere al ser liberada no sea propiamente un conocimiento sino una especie de habilidad? Jackson está de acuerdo en que cuando ve por primera vez un tomate, María comienza a adquirir una serie de habilidades que antes no tenía. La capacidad de imaginarse el color rojo, aunque no lo tenga delante, o la capacidad de recordar el rojo del tomate que vio, son algunos ejemplos. Sin embargo, a Jackson esto le sabe a poco. A modo de intuición, Jackson nos propone imaginarnos que, en su excepcionalidad, María también recibió lecciones acerca de escepticismo; concretamente, acerca de las otras mentes. Así, tras ver los colores, María duda acerca de si en verdad puede decir que sabe algo más de las personas. Acerca de si acababa de obtener o no conocimiento fáctico acerca de los demás. Desde luego, dice Jackson, esto debe de ser así pues no le parece que María haya podido “romperse la cabeza” acerca de las habilidades de los demás. La habilidad fue “una constante conocida en todo momento”, entonces, de lo que debe dudar es del susodicho conocimiento del que carecía. Más allá de este incierto ejemplo, Jackson reconocerá que el suyo es un argumento a priori, de cuyas premisas no tiene pruebas. Pero, en cualquier caso, premisas “altamente plausibles” de un “argumento válido”. ¿Qué podría decir de nuevo Churchland acerca de la respuesta de Jackson? Tengamos presente el argumento que con el que Jackson afirmó corregir la interpretación de Churchland: (1)’ María (antes de ser liberada) sabe todo lo físico que hay que saber acerca de otras personas. Churchland podría aceptar que el argumento está aquí mejor explicitado que de la forma en que él lo había hecho. También podría estar de acuerdo en que este argumento es válido. El meollo del asunto se sitúa en la verdad de las premisas. El problema al que Churchland hacía referencia en su primera objeción todavía continúa perviviendo. De la primera premisa, aceptando el experimento de María, no hay nada que decir. Se puede suponer con Jackson que María tiene todo el conocimiento físico, que podríamos denominar “proposicional”, referente a las personas. A cualquier pregunta de esta índole, María puede dar una respuesta. No sucede lo mismo con la segunda premisa. Jackson persiste en el error de confundir dos tipos de conocimiento diferente: el conocimiento que podríamos decir “proposicional” o “descriptivo” y el “conocimiento por familiaridad”, propio de la percepción. Ambos tipos se refieren a lo mismo, por ejemplo, al color rojo (sea cual sea la variedad), pero la gran diferencia está en el modo de conocer, no en la naturaleza de lo conocido. El argumento de Jackson sigue sin llegar a buen puerto al pretender romper la barrera existente entre los modos de conocer y el conocimiento mismo. María no aprende nada nuevo al salir de la habitación, sino que adquiere una representación de lo que ya sabía.
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[1] La de Dennett se erige, así como una postura que podemos denominar como fuerte en lo que a la crítica de los qualia refiere. El error de otros críticos con los qualia, afirma, ha sido consistido en asumir de algún modo su existencia. Se han dedicado, estos, al ataque de todos los argumentos pergeñados por los defensores de dichos qualia cuando lo que se debería hacer es extirpar la raíz misma del problema. Para Dennett, no existe ningún quale (Dennett, 2003, p. 220). |
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Universidad de Guadalajara Departamento de Filosofía / Departamento de Letras |
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