El concepto de escritura(s) en Desarticulaciones de Sylvia Molloy.

The concept of writing in Sylvia Molloy’s Desarticulaciones.

 
Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional DOI: 10.32870/sincronia.axxix.n88.11.25b  
 

Juan Martín Salandro
Universidad Nacional de Mar del Plata
(ARGENTINA)
CE:
salandrojuanmartin@gmail.com
https://orcid.org/0009-0004-7642-734X

       
            Recepción: 21/21/2025 Revisión: 31/03/2025 Aprobación: 06/06/2025  
         

Resumen.
El trabajo propone un recorrido de la “novela” Desarticulaciones de la escritora argentina Sylvia Molloy. Se pretende entender cómo, en este marco, escribir es hacer memoria. La textualización se pone en juego continuamente entre los órdenes de la escritura, la oralidad, la lectura, la crítica literaria para recomponer el otro ausente de la desmemorización: M.L., interlocutor esquivo de la voz narradora, padece un estadío avanzado de Alzheimer. La enfermedad no es sólo la pérdida de la memoria, sino también de los registros lingüísticos. Es por esto que Desarticulaciones pone en juego escribir por otro, escribir al otro para que perviva en la letra.

Palabras clave: Memoria. Escritura. Alzheimer. Fragmentación.

Abstract.
The paper proposes an exploration of the "novel" Desarticulaciones by Argentine writer Sylvia Molloy. It aims to understand how, within this framework, writing becomes an act of memory. The textualization is continually at play among the orders of writing, orality, reading, and literary criticism to reconstitute the absent other of dismemory: M.L., the elusive interlocutor of the narrative voice, suffers from an advanced stage of Alzheimer’s disease. The illness signifies not only the loss of memory but also the loss of linguistic registers. This is why Desarticulaciones engages with the notion of writing for another, writing to ensure that the other endures in the text.

Keywords: Memory. Writting. Alzheimer. Fragmentation.

 
 

Cómo citar este artículo (APA):

En párrafo (Parentética):
(Salandro, 2025, p. __)

En lista de referencias:
Salandro, J.M. (2025). El concepto de escritura(s) en Desarticulaciones de Sylvia Molloy. Revista Sincronía. XXIX(88). 190-200 DOI: 10.32870/sincronia.axxix.n88.11.25b

   
 
 

“Soy yo mismo, en cada instante, un enorme hecho de memoria”.
Paul Valéry

“La herida sangra dos veces, / al producirse y al recordar, / recuerdo frío, lamento insano, / grito encerrado de soledad.”
Malón. “Cicatrizando”

 

En el siguiente trabajo proponemos una lectura de Desarticulaciones (1996), de la escritora argentina Sylvia Molloy, centrada en el concepto de la escritura como práctica de la memoria. Nos interesa explorar cómo el acto de escribir se configura en el texto en forma de resistencia frente a la pérdida: pérdida de la lengua, de la subjetividad, del cuerpo, del vínculo afectivo. La narración construida a través de fragmentos discontinuos se sitúa en el umbral entre lo testimonial y lo ficcional, entre la experiencia vivida y la invención que procura otorgarle forma. La figura de M.L., interlocutora ausente afectada por un proceso de desmemorización progresiva -reconocible en el Alzheimer-opera a la manera de un catalizador del dispositivo escritural, que se despliega en un intento de reinscripción simbólica del otro en el lenguaje. Se propone así indagar en los modos en que Desarticulaciones hace del gesto de escribir una forma de sostener la existencia del otro allí donde la biografía, la identidad y la memoria se vuelven inasibles.

Fragmentos que se desvanecen
En primer lugar, podemos detenernos en la inscripción genérica del texto. Si bien, editorialmente se la cataloga como una novela, es inmediatamente reconocible que el texto de Molloy bien podría problematizar con la noción tradicional de esta. La forma fragmentaria de la obra podría pensarse más cercana a un diario, una bitácora de la enfermedad –a pesar de no estar fechadas las secciones- o, quizás, a una serie de notas parcialmente inconexas. Esta idea se encuentra expresada lateralmente: “Eran listas sólo comprensibles para ella, pero entonces es el caso de toda lista: si falta el sujeto que la arma no hay quién le dé sentido” (Molloy, 1996, p. 34). Los fragmentos que componen Desarticulaciones cobran sentido uno en relación con el otro, sí, pero en función del sujeto que los produce y organiza. Al igual que una lista, que sólo guarda sentido para su autor, los segmentos de la obra deben leerse desde esta óptica, regidos por la intención escrituraria que los atraviesa. Definir esta intención, entonces, será central para entender la “novela”:

Tengo que escribir estos textos mientras ella está viva, mientras no haya muerte o clausura, para tratar de entender este estar/no estar de una persona que se desarticula ante mis ojos. Tengo que hacerlo así para seguir adelante, para hacer durar una relación que continúa pese a la ruina, que subsiste aunque apenas queden palabras (p. 9).

 En esta suerte de epígrafe, la voz narrativa –una primera persona singular que se hace cargo de todos los fragmentos- deja en claro el motivo que impulsa al texto: el procedimiento de la escritura está regido por el deber, la necesidad y el deseo que expresa el verbo “tengo”. Del mismo modo, el motivo es claro. La causal “para” da cuenta de cómo escribir tiene una finalidad precisa: la persistencia de una figura efímera. El campo semántico de la temporalidad desvanecente -mientras, hacer durar, continúa, subsiste, aunque apenas- imprime a la obra un carácter de urgencia notable; hay que escribir como una lucha contra el olvido. Escribir es hacer memoria.

Teniendo en cuenta esto, podemos volver sobre la forma y el género del texto. Molloy no pretende escribir una “Memoria”, en línea con la tradición de las biografías o la historiografía. Desarticulaciones reproduce las modulaciones rizomáticas del olvido, el recuerdo, la selección y la creación. Siguiendo en la línea del concepto deleuziano, recordar no hace calco, sino mapa (Deleuze y Guattari, 2014, 17). El modelo rizomático propuesto por Deleuze y Guattari permite pensar la memoria por fuera de la concepción cronológica, una línea que ordena hechos cronológicamente o, en términos de los autores, una lógica arborescente. Ellos proponen superar la lógica jerárquica: romper el centro y pensar, en nuestro caso, la memoria como una red de relaciones, de conexiones múltiples. En este sentido, la escritura de Desarticulaciones no responde al esquema de una narrativa tradicional, sino que sigue los impulsos de la evocación fragmentaria, a la manera de un rizoma que brota por asociaciones, superposiciones y desvíos. Esto habilita una estructura de la reminiscencia que no busca un origen, sino que se extiende por una multiplicidad de entradas y salidas, en la forma de listas y apuntes que carecerían de sentido sin su autora, que el texto tematiza.
“Funes el memorioso” (1942), de J.L. Borges, es un hipotexto explícito en la obra de Molloy; volveremos sobre él más adelante, pero nos resulta pertinente citar un fragmento como contrapunto ilustrativo: “Dos o tres veces [Ireneo Funes] había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero” (Borges, 1942, p. 63). Funes opera por “calco” (Deleuze y Guattari, 2014). En él habita una copia exacta del mundo, según su percepción. Ese racconto absoluto de Funes anula toda posibilidad de memoria, reproduce exactamente impidiendo todo proceso creativo/cognitivo sobre el registro, una construcción categorial y apropiación de la experiencia. Tal como señala Umberto Eco (1992) sobre este cuento, haciéndose eco del autor:[1] “recordarlo todo significa no reconocer ya nada” (p. 14). La inmediatez de detalles de “El alborotado mundo de Funes” (Borges 66) opera igual que la inmediatez evanescente de M.L. en Desarticulaciones. Uno por exceso, la otra por vacío, se encuentran alienados. Entonces, recordar es una práctica plural, abierta y dinámica que requiere un proceso de olvido y selección, de construcción y representación de la experiencia que roza la ficción –“Acaso esté inventando esto que escribo. Nadie, después de todo, me podría contradecir” (Molloy, 2010, p. 22)-; práctica que se le encuentra vedada tanto a M.L. como a Ireneo Funes. La saturación anula al sujeto, y, en el devenir objeto, se pierde la articulación del texto; el recuerdo, coherente en el sistema memoria, al igual que el sujeto continente de esta, se desarticula –de ahí el título de la novela-. Esta alienación de ambos personajes -M.L. y Funes- por esta saturación que impide recordar nos coloca en el gozne entre “memoria literal” y “memoria ejemplar” (Todorov, 1995). Mientras la primera se limita a conservar lo ocurrido sin transformaciones, la segunda busca extraer un sentido del pasado que pueda ser proyectado hacia el presente. En Desarticulaciones, la voz narradora, identificable con Sylvia Molloy, no propone una restitución exacta de lo vivido con su amiga, sino una reconstrucción afectiva y simbólica de su presencia. La escritura no registra, interpreta: no pretende guardar su recuerdo de M.L. en un archivo, busca resignificarla. Al contrario de Funes, cuya retentiva prodigiosa lo paraliza, la narradora emplea una forma del recuerdo dinámica y vital, tan frágil ante la muerte/olvido como el cuerpo mismo. Implementa una “ética del testimonio”: escribe para no olvidar, para comprender y, en ese gesto, rescatar al otro, otorgarle un lugar de pervivencia en el lenguaje.

Entonces, la forma fragmentaria del texto da cuenta del procedimiento de selección aleatorio del recuerdo y de la cita; el encadenamiento semiótico que, si bien, puede establecer pequeñas secuencias entre las entradas de la obra, se encuentra regido por la libre asociación. Molloy utiliza la metáfora del “parpadeo” (p. 31) para dar cuenta del procedimiento de la memoria en relación con la fragmentación de la novela, y esta figura puede leerse a la manera de breves momentos de luz –el impulso eléctrico neuronal en una mente/cerebro disociada- en la oscuridad.

Volviendo sobre la naturaleza literaria de la obra, la famosa metáfora del texto tejido de Barthes –en “De la obra al texto” (1971)- opera en relación con la figura de los jirones en Desarticulaciones, en correlación con la forma de la obra: “¿Cómo dice yo el que no recuerda, ¿cuál es el lugar de su enunciación cuando se ha destejido la memoria?” (Molloy, 2010, p.  19). El pronombre opera como una clase de palabra relacional (Barrenechea 1972), regida por un fuerte matiz semántico. Son unidades vacías que se llenan en la instancia de enunciación. Así, decir “yo” implica llenarse de contenido, asumir una deixis y establecer una relación con lo “no yo” –los otros elementos del paradigma pronominal-. Es decir, el pronombre está atravesado por su momento de enunciación, pero cuando el sujeto que lo porta se desvanece, se desteje, volviendo sobre la metáfora del texto, esta categoría léxica se vacía completamente de sentido y de memoria. El pronombre es un núcleo de tensión simbólica dentro del texto. A partir de ellos podemos entender el proceso de la escritura en Desarticulaciones como un ejercicio, fútil, de recomposición. La novela es un intento de asir esos fragmentos que se desarticulan: “Son notas que han sobrevivido su utilidad […] pedacitos de escritura que me dicen que una vez estuvo” (p. 41). Se busca volver a llenar la vacancia semántica del pronombre, en un acto desesperado por reinscribir a M.L. en él: se escribe por otro para restablecer su deixis.

 El texto todo está regido por el frenesí irrefrenable del prefijo “des-” que puebla la morfosintaxis de la prosa, al que, inútilmente, la voz narradora intenta oponerle el “re-”: a la desarticulación se le pretende oponer la “re-memoración” (p. 32) como procedimiento textual: “Al escribirla me tienta la idea de hacerlo como era antes […] de recomponerla en su momento de mayor fuerza y no en su derrumbe” (38; las negritas son nuestras). M.L. es el objeto de la escritura –ese “la” dativo enclítico en el verbo-, sobre ella se ejercen los procesos de escribirla y recomponerla. De nuevo se establece el juego de prefijos: re-componer-la es un intento de volver al momento previo del de-rumbe. “Esta es mi continuidad, la del escriba” sentencia la voz narrativa; ante la debacle, sólo queda escribir. Memoria e invención conforman el dispositivo ficcional por el que se hace posible la práctica de la escritura como creación y, simultáneamente, preservación.

La pervivencia del alfabeto
Escribir -escribir a M.L., o escribirse a través de ella- funda una pervivencia.[2] Es producir un espacio textual en el que la letra fijará la experiencia. Como dice Eco: “A través de la memoria vegetal del libro nosotros podemos recordar […] El libro es un seguro de vida, un pequeño anticipo de inmortalidad” (1991, p. 18-19). En el fragmento “Identikit”, al preguntársele el nombre, M.L. responde “Petra”: “¿Petra, piedra, insensible, para describir quién es?” (Molloy, 2010, p.  19). Eco (1991) habla de “memoria vegetal” apelando a la materialidad del objeto libro –juncos, papel de celulosa, etc.- en oposición a la “memoria lítica” –los tallados en monumentos de piedra-. Para el italiano, la primera es polifónica, permite un recorrido de lectura abierto que se opone al monolingüismo de las inscripciones en piedra. Los libros tienen marca de autor, una voz que se hace cargo del discurso; los tallados en piedra, no. En este sentido, la escritura de Desarticulaciones busca preservar lo que se desvanece, transformando la experiencia inasible de la perdida en un objeto que puede ser habitado y releído. A diferencia de la piedra, que fija una única inscripción -monolítica, monológica, monolingüística-, el texto de Molloy es relectura constante, enunciado por una voz que duda, corrige, ficcionaliza. Vemos así la manera en que la construcción del libro opera en oposición a la petrificación de la enfermedad con el oscilar como gesto vital.

Se instaura un doble movimiento: la construcción activa de la memoria a través del relato y la fijación de este procedimiento en la materialidad de la palabra. Por eso, en el último fragmento –“Interrupción”- dejar de escribir implica negarle una pervivencia, “una continuidad de la que solo yo puedo dar fe” (p. 76). El juego se establece con la dedicatoria del libro: “Para M.L., que todavía está”, es decir, que perviviría en el espacio textual.

En este punto cobra particular importancia la reflexión sobre la dimensión intersubjetiva del lenguaje. Escribir, entonces, implica también intentar rescatar el espacio compartido por ambas en el exterior –los personajes, de origen rioplatense, viven en Estados Unidos-: el hábitat del lenguaje. Escribe Molloy: “La mención de mi nombre ha perdido su capacidad de convocar” (36). No hay denotación, por lo tanto, no hay semiosis; se produce un vacío del significado. A continuación: “Me habló de tú –de tú y no de vos-. Fue una conversación cordial […] en un español que jamás hemos hablado. Sentí que había perdido algo más de lo que quedaba en mí.” (p. 37). El lenguaje es un hábitat intersubjetivo. La modulación de los registros no sólo da cuenta del desplazamiento o, mejor dicho, borramiento de M.L. de todo lugar –no deixis, no lugar en el lenguaje; apela a las formas neutras y a las normas de la cortesía burguesa-, sino también de la desterritorialización que sufre la voz narradora:

Al hablar con ella me siento –o me sentía- conectada con un pasado no del todo ilusorio. Y con un lugar: el de antes. Ahora me encuentro hablando con un vacío: ya no hay casa, no hay antes, sólo cámara de ecos (p. 73).

El espacio que cohabitaban se ve completamente abolido en la lengua abolida. Y es que la lengua de M.L. es pura estructura: “No ha olvidado la estructura de la lengua, hasta se diría que la tiene más presente que nunca ahora que anochece su mente” (p. 13). Si recuperamos los modelos cognitivos chomskianos (Chomsky, 2009,1965), podemos pensar el modo en que M.L. no llega a realizar el paso desde la estructura profunda al componente semántico; su gramática generativa es pura forma sin contenido. El microcosmos discursivo que habitaba la narradora con M.L. era un punto de identificación, su subjetividad se define a partir de participar en determinados registros con su interlocutora, pero ante este vacío semiótico, la codeterminación de ambas actantes discursivas desaparece. El lenguaje, como hábitat, es un espacio compartido –intersubjetivo-, por eso la pérdida –“ya no hay”; “Vacío”- opera en una doble dimensión: para la enferma y para sí misma; ambas se encuentran desplazadas de su espacio y de su historia. Desarticulaciones se construye a partir de un intento de recomposición de ese lugar discursivo perdido.

Antes hablamos del hipotexto borgeano. Este ingresa en la novela como un lugar común entre los personajes y, al mismo tiempo, pone en cuestión la dimensión del ejercicio de escritura puesto en funcionamiento:

La escena es una cita. No se asienta en el literal traslado de las mismas palabras de un texto a otro, sino en el encuentro no fortuito entre lo propio y lo ajeno. Y si bien no necesariamente enloquece, la cita siempre enajena. Se toma lo que se lee, y se lo reescribe para poder releerlo, pero transformado: ha sido –repito– enajenado (Amante, p.  21).

No sólo se escribe desde Borges, sino que se lo rescribe para trazar un puente entre la voz narradora y M.L., para indagar en la alteridad constitutiva de la otra habitante del lenguaje. Lenguaje que es, netamente intertextual. Es así que, al mismo tiempo que se rescribe “Funes…”, también se rescribe a M.L.

Sin embargo, M.L. da cuenta de destellos de producción textual. Vemos el fragmento “Que sí lee y escribe”. Ante la caja de alfajores “Havanna”, ella lee “Alfonsina” (p. 64). M.L. “escribe” un proceso asociativo libre; lee en “Havanna” a la ciudad de Mar del Plata –dónde se fabrican los emblemáticos alfajores-, y ante la cadena fónica /alf/ recompone “Alfonsina [Storni]”, -poeta que se suicida en dicha ciudad-. En “Lógica” realiza un proceso similar, ante lo que señala la narradora: “Creo que su explicación, en cierto sentido perfectamente lógica (juzgado, por ende, juicio), le gustaba más. Era por cierto más dramática” (p. 15). No es menor la relación dramática/drama en tanto género teatral o literario. La textualización, entonces, se pone constantemente en juego dentro de la obra en dos órdenes: la oralidad y la escritura. M.L. pierde el dominio de la escritura: “se ha ido la letra, el nombre escrito, que es otra forma de estar en el mundo” (p. 41). Sin embargo, es esta el espacio en donde ella pervivirá. La enfermedad se comprende en la novela no sólo como la pérdida de la memoria, sino también como la anulación de este registro. Por eso el motivo de Desarticulaciones es escribir por otro.

Se instaura así cierta retórica del cuerpo que acompaña el proceso subjetivo de la desmemorización de M.L.; de ahí radica la forma fragmentaria del texto. El apartado “Fractura” no sólo funciona para introducir el hipotexto de “Funes el memorioso” –los paralelismos entre la herida en la pierna, la catarata irrefrenable de recuerdos, etc.-, sino que presenta la condición material del cuerpo de M.L.: ante la no mente, la no memoria, el cuerpo deviene objeto, se despersonaliza. Ella también sufre un accidente y no reconoce su propia pierna fracturada. Cae la fantasía de la unidad del yo en la fracturación –fragmentación; nótese la polisemia del término-. Pero el procedimiento textual va más allá de lo meramente temático. Molloy emplea una sintaxis aletargada que se detiene en los detalles léxicos: “Cuando empezó a perder la memoria (digo mal: solo puedo decir cuando yo noté que empezaba a perderla) comenzó a usar mucho más las manos” (p. 44). El relato en tiempo pasado se ve interrumpido por la aclaración o la reformulación en presente, en el momento de la escritura. Molloy, al igual que M.L. en esta sección –“Como un ciego de manos precursoras”; de nuevo la referencia a Borges-, recorre los objetos, las palabras, para “orientarse en el presente” (p. 45). Pero esto produce un efecto similar al de Ireneo Funes, que no puede penetrar en el procedimiento del pensamiento porque se encuentra abrumado por los detalles inconmensurables. La escritura se detiene constantemente en sus condiciones de producción. Se cuestiona si lo que se escribe es cierto o ficción, se reformula el discurso, y, en cada impass, se suspende a M.L.; se la “abandona” (p. 76). De este modo es que la sintaxis hace a una retórica del cuerpo desmemorizado.

Conclusión
A lo largo de este recorrido, hemos visto cómo Desarticulaciones articula una poética del fragmento como forma de resistencia frente a la disolución del sujeto y la lengua. La escritura aparece a modo de un ejercicio de reconstrucción imposible, pero necesario: no para restaurar la totalidad perdida, sino para preservar los restos, las huellas, los jirones de un vínculo que se niega a desaparecer del todo. Frente a la imposibilidad de la “memoria literal” —que condena tanto a Ireneo Funes como a M.L. a la parálisis o al vacío—, la narradora ensaya una “memoria ejemplar”, según la conceptualización de Todorov, que transforma lo vivido en relato. En ese pasaje de la experiencia al lenguaje, se juega no sólo la supervivencia de M.L., sino también la de quien escribe: escribir es el gesto que restituye un lugar en el mundo. En este sentido, Desarticulaciones puede leerse como una meditación sobre los límites de la representación, pero también como una afirmación del poder performativo de la escritura: escribir para que algo, aunque sea mínimo, permanezca. Un texto sobre la pérdida que no cede al silencio, sino que hace de la palabra un modo de sostener el lazo, de habitar el duelo y, finalmente, de sobrevivirlo.

Cabría pensar, para futuros trabajos, el vínculo memoria/política en el marco de las escrituras de exilio: qué implica recordar por otro contextualizado con la enfermedad y la disidencia, la diáspora. Resuena, por ejemplo, en Desarticulaciones, un ejercicio como el de En estado de memoria (1990), de Tununa Mercado. Ambas autoras recuperan el texto como un espacio productor de subjetividad en el exilio -político, académico, somático-. La obra de Sylvia Molloy inscribe su acto de escritura como forma de resistencia frente a la desaparición -no forzada, como los “desaparecidos” argentinos con los que dialoga Mercado, pero sí radical- del otro. Ambas autoras se enfrentan a la pérdida: Mercado, al desarraigo, al borramiento de la identidad por efecto del exilio político; Molloy, al desmembramiento simbólico producido por la enfermedad de M.L. En ambas, la escritura deviene un lugar de reinscripción de lo ausente, una tentativa de sostener, mediante la letra, aquello que no puede sostenerse en el cuerpo ni en la memoria literal. En este cruce de escritura y duelo, de evocación y exilio -físico o cognitivo-, se afirma una política de la memoria: escribir para resistir el borramiento, escribir para preservar lo que persiste en desaparecer. Como en Mercado, el texto de Molloy también puede leerse como un modo de habitar un nolugar -el del lenguaje vaciado por la enfermedad- y de restituir, aunque sea parcialmente, un espacio común a través de la evocación fragmentaria. Si en Mercado se trata de darle un lugar en la letra a los cuerpos expulsados del relato oficial, en Molloy, la letra es refugio para quien ha perdido toda posibilidad de pronunciar su nombre: escribir se vuelve, en ambos casos, un acto de cuidado y de memoria ejemplar.

 
   

Referencias

Amante, A. (2021). “La cita robada o los laberintos de la memoria de Molloy”. Revista Chuy[En línea], número especial “Todo sobre Molloy”, vol. 7. Disponible en:http://revistas.untref.edu.ar/index.php/chuy/issue/view/70
Chomsky, N. (2009). Aspectos de la teoría de la sintaxis. Barcelona: Gedisa.
Barrenechea, A.M. (1972). “El pronombre y su inclusión en un sistema de categorías semánticas”. Filología.
Borges, J. L. (1942). “Funes el memorioso”. En Ficciones. Buenos Aires: Editorial Sur.
Deleuze, G.; y Guattari, F. (2014). Mil mesetas. Barcelona. Pretextos
Eco, U. (1991) “La memoria vegetal”. En La memoria vegetal (2021). Lumen
Molloy, S. (2010 [1996]). Desarticulaciones. Buenos Aires: Eterna Cadencia.

Todorov, T. (1995). Los abusos de la memoria. Barcelona: Paidós

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NOTAS:

[1] Escribe Borges: “Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el alborotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos”.

[2] Podríamos pensar, desde otra perspectiva, a Desarticulaciones como una escritura de duelo, donde hablar de otro implica poner en cuestión la alteridad constitutiva de la narradora; se escribe al otro para escribirse a sí mismo.

 

  Universidad de Guadalajara
Departamento de Filosofía / Departamento de Letras