ISSN: 1562-384X
Año XXVIII / Número 86. Julio-Diciembre 2024
DOI: 10.32870/sincronia
Revista semestral de Filosofía, Letras y Humanidades  
       

El ethos barroco como plataforma de superación de la modernidad.

Several aspects of the concept of time in Plato and Aristotle.

   
                  DOI: 10.32870/sincronia.axxviii.n86.2.24b    
  Alonso Nava Amezcua
Departamento de Filosofía. Universidad de Guadalajara.
(MÉXICO)
CE: alonsonava2005@hotmail.com
https://orcid.org/0000-0001-5655-0106


       
                  Recepción: 09/03/2024 Revisión: 23/04/2024 Aprobación: 02/05/2024    
 

Cómo citar este artículo (APA):

En párrafo:
(Nava, 2024, p. __)

En lista de referencias:
Nava, A. (2024). El ethos barroco como plataforma de superación de la modernidad. Revista Sincronía. XXVIII(86). 13-41 DOI: 10.32870/sincronia.axxviii.n86.2.24b

 

 

Resumen.
Podemos entender a la Modernidad como un periodo histórico de la humanidad, marcado por un proceso civilizatorio que comienza a surgir en Europa a finales del siglo XVI. Proceso civilizatorio que impone a la razón como fuente de verdades universales e incuestionables y, como medio de resolución de toda problemática humana.Las consecuencias de esta figura del mundo se imponen a lo largo y ancho del planeta, generando recciones diversas, entre ellas la rebeldía del ethos barroco. Pero la Modernidad acarrea en sí misma vastas contradicciones que resultan incongruentes en nuestra realidad contemporánea, por lo que se plantea la necesidad de deconstruir y reconstruir nuestra figura del mundo, por lo que aquí se propondrá que este ethos barroco puede ser un punto de partida ideal para dicho proceso de deconstrucción y reconstrucción.

Palabras clave: Modernidad. Ethos Barroco. Posmodernidad. Ideología. Imposición.

Abstract.
We can understand Modernity as a historical period of humanity, marked by a civilizing process that began to emerge in Europe at the end of the sixteenth century. A civilizing process that imposes reason as the source of universal and unquestionable truths and as a means of resolving all human problems. The consequences of this figure of the world are imposed throughout the length and breadth of the planet, generating diverse reactions, among them the rebellion of the baroque ethos. But Modernity carries within itself vast contradictions that are incongruous in our contemporary reality, so the need to deconstruct and reconstruct our figure of the world arises, so here it will be proposed that this baroque ethos can be an ideal starting point for such a process of deconstruction and reconstruction.

Keywords: Modernity. Baroque ethos. Postmodernity. Ideology. Imposition.

   
               
 

Introducción
Hoy en día vivimos una época a la que se suele denominar “posmoderna”, pues se habla de que estamos “más allá” de la Modernidad clásica.  El término (posmoderna) sugiere que ha habido una superación de la Modernidad, de manera particular de los principios y supuestos ideológicos que conforman el pensamiento Moderno, pero no queda claro ni, cuáles son esos supuestos ideológicos Modernos aparentemente superados, ni -por supuesto- con qué bagaje ideológico lo sustituimos, es decir, no queda claro cuáles son los fundamentos ideológicos de la posmodernidad, por lo que no queda establecida dicha superación. 

Aparte, desde hace bastante tiempo, mucho se ha hablado sobre las distintas contradicciones que yacen en el seno del pensamiento Moderno, desde Nietzsche hasta los actuales autores llamados posmodernos como Lyotard o Braudillard. Se ha señalado también -en nuestro tiempo- lo vetusto e inoperante de muchos de los supuestos ideológicos que se encuentran detrás de este movimiento civilizatorio que configuró la manera de pensar del mundo occidental desde el siglo XVI. Respondiendo a esto, se comienzan a configurar propuestas sobre cómo enfrentar este momento histórico coyuntural en que vemos con premura la rancidez e inoperancia del pensamiento Moderno, propuestas como las de Rosa María Rodríguez Magda o Enrique Dussel que proponen el término “transmodernidad” para representar la nueva plataforma ideológica que habrá de reemplazar a la Moderna, o propuestas como “el desierto de lo real” de Slavoj Zizek o “la modernidad liquida” de Zygmunt Bauman.  En fin, el debate ya ha comenzado, pero se encuentra aún incipiente, es por eso que es imperante, en nuestros días, continuar y profundizar sobre este debate, aclarando primero, cuáles son los principios ideológicos de este pensamiento Moderno para, sólo así, comprenderlo cabalmente y entonces plantear qué debemos rescatar del mismo y qué intentar corregir. Es decir, no se trata de satanizar a la Modernidad ni rechazarla de manera tajante, se trata de reconocer las ventajas que el pensamiento Moderno nos proporcionó, pero también reconocer las profusas contradicciones que se han denunciado, para intentar corregirlas y construir así el nuevo paradigma que comience a dar forma a la nueva Era de la historia humana que se avecina.

En el presente trabajo me gustaría plantear dos ideas principales: la importancia del sustrato ideológico que soporta a todo sistema socio-cultural, en particular los elementos del dogmatismo protestante que sustentan la ideología Moderna; y, segundo, la caducidad que en nuestro tiempo podemos percibir de ese sustrato ideológico, es decir, más allá de vivir una época posmoderna, vivimos una época en la que los principios de la Modernidad se muestran inoperantes, pero aún no hemos logrado construir una plataforma ideológica adecuada para suplantar dicha ideología. Se señalará, por tanto, que en el núcleo del pensamiento Moderno se encuentran elementos de carácter dogmático-religioso que configuran ciertas respuestas ante el mundo, que parecen justificadas gracias a ese núcleo ideológico, pero que resultan inverosímiles para otros sistemas de creencias. Intentaré plantear que estas condiciones o respuestas ante el mundo, se impusieron de manera violenta y arbitraria a lo largo y ancho del planeta, provocando “choques” culturales que -echando mano de la nomenclatura de Bolívar Echeverría (2005) en su libro La Modernidad de lo Barroco- derivaron en salidas alternativas, en distintas lógicas o ethos de entre los que destaca el ethos barroco propio de las comunidades tercermundistas latinoamericanas.

A manera de tesis principal, me gustaría plantear la idea de que -frente a la crisis de la Modernidad- este ethos barroco, producto del choque cultural y la imposición de las condiciones Modernas, puede ser un punto de partida adecuado para comenzar el debate y la reconstrucción pues no encontraremos en él arraigados los supuestos ideológicos que son la base del pensamiento Moderno y, por otra parte, en esta actitud barroca del continuo rebelde podremos encontrar ya algunos valores que se plantean como deseables frente a los impuestos por este proceso civilizatorio, como el comunitarismo frente al individualismo o la flexibilidad epistémica frente al reduccionismo racionalista. Esta idea, de que la realidad socio-epistémica del “tercer mundo” latinoamericano puede ser un baluarte frente a la crisis Moderna no es nueva, ya ha sido propuesta -con diversos matices y enfoques, por supuesto- por autores como el ya mencionado Enrique Dussel o incluso, Marshall McLuhan en su Aldea Global. Pero la novedad del enfoque presentado en el presente trabajo es el elemento ideológico, que parte de cuestionar que la Modernidad se sustenta en una idiosincrasia ético-religiosa no compartida por todas las culturas del mundo, para la cual, la rebeldía barroca latinoamericana puede ser el punto de inflexión.

El trabajo comenzará con un análisis del fenómeno socio-histórico conocido como Modernidad, sus fundamentos y consecuencias y, la violenta imposición de estas últimas al resto del mundo. Se mencionarán las salidas alternativas a dicha imposición que propone Bolívar Echeverría, de entre las que destacan el ethos barroco propio del tercer mundo latinoamericano. Se realizará un análisis a los elementos dogmáticos-religiosos que sustentan la ideología Moderna, haciendo especial énfasis en su incompatibilidad con la idiosincrasia latinoamericana. Se continuará con el señalamiento de la inoperatividad de dicha ideología en nuestro tiempo, mostrando la necesidad imperante de comenzar el dialogo que nos permita construir la nueva plataforma ideológica adecuada, que posibilite enfrentar la nueva era de la humanidad que, de manera evidente, se avecina. Por último, se señalará la tesis principal del trabajo: que la actitud barroca del tercer mundo latinoamericano, es la plataforma ideal para comenzar el debate sobre la deconstrucción y reconstrucción del sustrato ideológico que habrá de soportar la civilización en esta nueva era histórica.
  
La Modernidad como figura del mundo
La Modernidad o lo Moderno podemos entenderlo como innovación, como una novedad que marca un cambio o tendencia en alguna forma de vida, un cambio –aunque pasajero– en una disciplina académica principalmente de carácter artístico. Pero también, podemos entender por Modernidad una época específica de la historia de la humanidad, una época que surge después de la Edad Media. Una época marcada por un proceso civilizatorio que comienza a surgir en Europa a finales del siglo XVI, como respuesta u oposición al contexto medieval. Esta segunda acepción es la que me gustaría rescatar en el presente trabajo, toda una época de la historia de la humanidad que, por supuesto, viene acompañada con su forma de vida y pensamiento, con su propia mentalidad que genera -como diría Luis Villoro en El Pensamiento Moderno (1992)- una propia “figura del mundo”. Partiendo de autores como Stephen Toulmin, se puede afirmar que la Modernidad tiene dos puntos de partida, uno humanista surgido en la Alta Escolástica del medievo y otro, en la racionalidad de la filosofía natural de los siglos XVI y XVII (Toulmin, 1990, p. 34). Me parece que es necesario rescatar también –más allá de la afirmación de Toulmin– algunos elementos que pueden ser tomados como puntos de partida de este proceso civilizatorio, como la apertura tanto económica como cultural que supusieron las cruzadas, desde el siglo XI hasta el XIII, que significó la llegada a Europa de un pensamiento distinto como el árabe y el judío, así como los clásicos grecorromanos de primera mano; el escepticismo producto del nominalismo de Guillermo de Ockam en el siglo XIV; pero, de manera fundamental para este trabajo, la influencia ideológica que supuso la Reforma Protestante de Lutero y Calvino.

Sin profundizar demasiado en los trasfondos o puntos de partida de este fenómeno sociocultural llamado Modernidad –pues ese no es el tema del presente trabajo–, se puede remarcar que de este proceso surge, entre otros elementos, la idea de la razón como herramienta que permite al sujeto determinar verdades universales e incuestionables, por ello, se desplaza al mito como herramienta fundamental de explicación de la realidad y a su vez, se impone la ciencia en su sentido positivista (o Moderno), como la búsqueda –en la naturaleza– de “relaciones invariables de sucesión y de semejanza” (Comte, 1875, p. 73).  Búsqueda que menosprecia toda causa, primera o última, entronando en su lugar la relación cuantitativa de sucesión y semejanza, surgiendo así, la llamada Ciencia Moderna.   Pero los cambios no son sólo en la concepción y el estudio del mundo, no son sólo de carácter epistémico, sino también cambios sociales, políticos, y económicos.  

La clase social burguesa sobresale y se comienza a imponer en el plano político, económico y social. Se deja atrás el feudo y sus ciervos, surge la Nación-Estado, y con ello, se impone una nueva relación política, la de los ciudadanos libres, sujetos de derecho, que se gobiernan en función de una carta máxima o constitución que garantiza dichos derechos, surge así el liberalismo político. Acompañando al liberalismo burgués, viene el modelo de libre mercado que sienta las bases de lo que hoy conocemos como capitalismo y con ello, una jerarquización social igual de injusta e impositiva que la feudal, pero un tanto más flexible. Es decir, a partir del humanismo premoderno de autores como Pico della Mirandola, Francisco Petrarca, Leonardo Bruni o Erasmo de Rotterdam, y también –de una manera muy particular–, de la revolución heliocéntrica de Copérnico, la esencia del hombre deja de ser el pensamiento y pasa a ser su libertad para elegir. Por ello, al momento en que la Tierra deja de ser el centro del “mundo”, y éste pasa de ser un mundo cerrado y fijo a un sistema dinámico, los actores de este mundo (entre ellos el sujeto) dejan de tener un papel fijo e irrenunciable, y se reconoce a la voluntad como el elemento transformador que le dará un lugar al sujeto en el mundo. De esta manera, parecería que el nuevo mundo Moderno y por ende la sociedad– es un modelo flexible y sin jerarquías, pero resulta que el sistema económico de clases se presenta tan sólo en teoría como flexible, mientras que, en la práctica, se manifiesta casi tan fijo e inmutable como el viejo sistema jerárquico medieval.

Así, la Modernidad consagra nuevas pautas epistémicas, sociales, económicas y políticas, que a su vez –como se mencionó– conllevan una cosmovisión muy particular, como ordenada y racional, que también vuelve a los estándares de clase racionales e incuestionables. A esta cosmovisión ideológica que define a los sujetos de una comunidad en un espacio temporal particular, es lo que se mencionó líneas arriba, que Luis Villoro denomina una “Figura del mundo”, y la define como la forma en que éste se configura ante el hombre “Una figura del mundo, entonces, es una manera, caracterizable y arraigada, de concebir el puesto del hombre en el cosmos natural y el cosmos social, en un contexto sociohistórico determinado”. (Villoro, 1992, p.8).

La Modernidad como imposición
Así, comenzando con un periodo transitorio llamado Renacimiento, esta nueva figura del mundo comienza a imponerse, primero en los países de la Europa septentrional como los principados del Sacro Imperio Romano Germánico, Holanda e Inglaterra, y posteriormente, al mundo entero. Pero si entendemos “violencia” como la imposición de condiciones a través de la fuerza, podemos decir que la Modernidad como proceso civilizatorio fue un proceso violento. La Modernidad se impuso, a lo largo y ancho del mundo, a través de la violencia en todos sus ámbitos. Se difundió a través de la colonización europea del resto del mundo, desde América y África hasta el Lejano Oriente y Oceanía. Colonización que impuso de manera violenta las condiciones al resto de la humanidad, imponiéndola a la fuerza sin importar las distintas concepciones o cosmovisiones de la realidad. Para muchos, dicha imposición resultó contradictoria, pues si entendemos ideología como un conjunto normativo de ideas, prácticas, valores, que configuran lo que de manera previa definimos como “figura del mundo”, resulta que no era, para nada, una ideología compartida en la mayoría de las regiones del orbe, más allá de la Europa septentrional, donde esta figura del mundo descansaba sobre las reformas Modernas que ya se han mencionado y, quisiera resaltar, sobre la reforma religiosa que supuso el protestantismo.

En particular, siguiendo los intereses de este trabajo, se puede señalar que sólo en algunas regiones de Europa septentrional se encontraban arraigados los dogmas de fe surgidos del cristianismo reformado, que justificaban ideológicamente la cosmovisión Moderna, la cual resultaba inverosímil para quien no partía de dichos supuestos[1]. Haciendo chocar así, dos cosmovisiones totalmente contradictorias, por un lado, esta visión Moderna de contraposición del sujeto contra la naturaleza, situando a ambos en categorías muy distintas y jerárquicamente subordinadas, donde el sujeto es libre para transformar y conducir su propia realidad, cosificándolo todo, incluso a él mismo. Y por otro, la llamada cosmovisión “oriental” o de mimetización con la naturaleza, que entiende a la humanidad como parte de esa misma naturaleza, por lo que no existen jerarquías, sino tan sólo equilibrios. Este choque provocó, por supuesto, un sentido de contrariedad en los grupos a los que se impuso violentamente estas condiciones, pues hay que aclarar, se impusieron las consecuencias de esa cosmovisión, de esa figura del mundo, no la ideología en sí misma. Principalmente a través de los procesos de colonización por parte de algunos países europeos, se impusieron condiciones que resultan como consecuencia de la ideología Moderna, como la racionalización de la realidad, la separación entre naturaleza y hombre, la cosificación de la naturaleza, las condiciones económicas y laborales del capitalismo, el liberalismo político, entre muchas otras, pero no se difundió como proceso cultural la ideología que sustentaba tales consecuencias. Es decir, no se socializa la ideología Moderna, sólo se imponen las condiciones de manera violenta, sin importar qué figura del mundo prevaleciera al interior de cada comunidad, lo que provocó -como propongo- una contradicción. De manera particular, para este trabajo, interesa el choque contradictorio entre el mundo católico latinoamericano y estas condiciones liberales y capitalistas Modernas.

Frente a este choque cultural, Bolívar Echeverría en su libro La Modernidad de lo Barroco propone que existen cuatro “ethos” o “lógicas” que se han desarrollado para poder lidiar con estas contradicciones propias de la realidad contemporánea. Entendiendo por “ethos” el conjunto de rasgos y modos de comportamiento que conforman el carácter o la identidad de una persona o comunidad, el autor define cuatro formas de entender y afrontar la realidad que unos pocos imponían y la mayoría debían aceptar. Lógicas o ethos que servían de principios fundamentales al tratar de justificar (o por lo menos soportar) estas contradicciones mencionadas: el ethos realista, el clásico, el romántico y el barroco.

Tenemos entonces, que existen distintas lógicas o formas modernas de concebir la realidad, la primera de ellas sería la visión propia del europeo de los países septentrionales, figura del mundo o mentalidad que tiene sus raíces -como ya se mencionó- en diversas fuentes premodernas, pero también, en la ideología que la ética protestante producto de la llamada Reforma luterana y calvinista introdujo[2], y la podemos ver concretada en el liberalismo y capitalismo reinantes desde el siglo XVIII hasta la fecha.

Este ethos capitalista o liberalista podemos llamarlo realista, porque considera que la realidad por fuerza es así y debe ser así, acepta abiertamente las consecuencias de los procesos de producción y consumo del capitalismo negando cualquier contradicción que aquí pueda ocurrir, y ve en las características de la sociedad Moderna reflejado el comportamiento positivo o real de los ciudadanos y sus comunidades. En epistemología, esta posición realista podemos identificarla con el realismo ingenuo, que propone (ingenuamente) que la realidad existe en sí y por sí, de manera totalmente independiente del sujeto que la contempla, y esa realidad es, tal cual, como la percibimos: “la realidad es así, porque así la percibo”.

Por otro lado, tenemos otra forma de afrontar dichas condiciones, ésta -siguiendo la nomenclatura de Echeverría- puede denominarse clásica, la cual no niega las contradicciones del mundo Moderno, identifica perfectamente los problemas que conllevan los procesos de producción/consumo capitalista, la contrariedad de la valorización del mismo valor de los bienes, la inevitable cosificación del sujeto y, en general, todas las contradicciones Modernas que la era posmoderna se ha cansado de denunciar. Pero acepta abnegadamente dichas contradicciones y las considera como inmodificables, teniendo sólo la resignación como camino de vida.

Una tercera forma de lidiar con esta imposición, es el ethos romántico, que también percibe la contradicción propia del mundo moderno capitalista, pero la niega y se resiste a aceptarla, es romántica porque vive en esta continua negación que le proporciona calma y tranquilidad, viviendo en un mundo imaginario de añoranza en el cual estas contradicciones no existirían. Tenemos, por último, al ethos barroco, que al igual que el clásico, reconoce como inevitable la contrariedad del mundo capitalista, pero no la niega como lo hace el romántico, sino que se resiste a aceptarla, es la actitud de rebeldía del que se reconoce impotente ante una realidad determinada pero que no le satisface. Realidad con la cual no está de acuerdo y por ello únicamente le resta quejarse e incorporar esa actitud de rebeldía e inconformidad a su forma de percibir la realidad, para de esta manera reinventarla en toda su contrariedad, reinventar la realidad -sin negar la contradicción Moderna- para de esa manera reinventarse a sí mismo. Digamos que ésta última es la opción absurda del que no tiene más que dos posibles elecciones, pero no quiere tomar ninguna de ellas y vive constantemente en esa realidad rebelde, debe elegir entre trabajar como explotado de alguien más o morirse de hambre, no elige ninguna y reinventa el modo de vida de muchos de los habitantes del llamado “tercer mundo”.

La característica primordial del ethos realista es esa necesidad de racionalizar la realidad, considerando esta racionalidad como la herramienta poderosa que conducirá al sujeto a aprehender verdades eternas, universales e inmutables, reduciendo la esencia del sujeto, la especificidad de lo humano, a esta facultad “racionalista” que -desde mi punto de vista- es mal interpretada. Reduce lo humano a esta capacidad de relacionar causas y consecuencias para así predecir acontecimientos que permitan la dominación de esa misma realidad, reduciendo -una vez más- esta capacidad racional a su aplicación práctica, a la práctica puramente técnica, reduciendo la razón humana a su facultad “instrumentalizadora” del mundo, “instrumentalizadora” de la realidad (Echeverría, 2005, p. 151). Como se mencionó líneas arriba, con la Modernidad se abandona esa concepción pasiva del hombre, cuya única función es pensar contemplativamente, y se consagra una nueva visión del hombre como creador, del hombre libre cuya esencia es actuar en el mundo. Se estipula que el hombre no tiene Ousia, la naturaleza del hombre no es Ser, sino Hacer. Pero con esto se establece un nuevo dogmatismo que reduce lo humano a su capacidad técnica, acarreando las nefastas consecuencias que en el siglo XXI tanto se ha insistido.

 El ethos realista es la lógica con la que opera el sujeto masa de nuestro tiempo. Este sujeto no tiene más razón que la razón pragmática y de transformación de la realidad, considera a la naturaleza como materia de consumo inagotable, y no tiene tiempo ni interés para preocuparse por algún asunto que no sea su propio beneficio. El sujeto masa es, entonces, un producto de la Modernidad y lidia con las contradicciones de esta particular cosmovisión simplemente ignorándolas, simplemente evitando pensar en ellas, creyendo que el mundo es así porque así debe ser. Incluso, creyendo que ésta es la mejor forma posible en que se puede presentar la realidad, no ve -por lo tanto- contradicciones en su cosmovisión y camina ciegamente hacia la autodestrucción que la era posmoderna se ha cansado de predecir.

Choque de ideologías
Como lo señaló Max Weber, para entender este ethos Moderno y capitalista debemos entender la cosmovisión del cristianismo reformado. El significado de la vida para el protestante es honrar a Dios y seguir sus designios para así conservar su lugar como elegido en la vida eterna. Pero, el único camino aceptable para honrar a Dios -para el cristiano reformado- es el trabajo cotidiano, el esfuerzo laboral que responde al mandato otorgado a Adán al ser expulsado del paraíso, por lo que el tiempo -como vida misma- se vuelve trabajo, se vuelve camino o vía para honrar a Dios, por lo que se concibe como tiempo productivo, como producción de bienes, como trabajo cotidiano. Y es éste, el único sentido que el reformista encuentra en el tiempo, tiempo de vida traducido en tiempo productivo, tiempo de trabajo como el cumplimiento de sus obligaciones morales y religiosas, descalificando todo lo relacionado con el tiempo improductivo, la holgazanería, la contemplación y la fiesta.

Así mismo, la transformación de la cosmovisión cristiana producto de las reformas religiosas encabezadas más que nada por Lutero y Calvino, propone, entre otras cosas, una interpretación única e intolerante de las Santas Escrituras y sus dogmas de fe, interpretación basada en la facultad otorgada por Dios para comprender de manera fehaciente su obra y su mensaje, la razón. Así como exige rigurosidad en el análisis de las Escrituras para evitar las supuestas malinterpretaciones católicas, también rigurosamente adapta toda esta interpretación a la vida del creyente, adapta la racionabilidad del ascetismo cristiano a la vida del mundo, la vuelve por tanto metódica y positivista (Weber, 1991, p. 75).

Del otro extremo tenemos a la lógica barroca, lógica no tradicional que lucha contra las condiciones impuestas de manera violenta. Para comprender mejor esta lógica no “tradicional”, no realista, debemos prestar atención a la constitución misma de las sociedades meridionales o, para puntualizar más, de las sociedades tercermundistas, principalmente las latinoamericanas. Debemos tomar en cuenta la naturaleza cultural producto de la violenta intervención europea en estas regiones, la devastación de las culturas propias, así como la masacre masiva de pueblos, la imposición cultural y principalmente religiosa del credo católico, la amalgama ético-religioso que esto produjo, la servidumbre a que estos pueblos han sido sometidos a lo largo de todo el proceso colonial, así como el arduo y devastador mestizaje que han tenido que afrontar. Factores que han mermado principalmente la identidad de estas comunidades, a tal punto de no saber realmente quiénes son, de dónde provienen, y por ello, no saber quién es el yo y quién es el otro, sin saber qué rasgo característico tomar como elemento identificativo de los que se denominan nosotros, y así diferenciarse de aquellos, diferenciarse de los otros. Son producto de una identidad nueva (aun no acabada ni esclarecida totalmente) que ha sido resultado de este choque cultural, de este choque ideológico. No pueden aferrarse al pasado prehispánico casi desconocido y olvidado, como tampoco pueden suponer -por razones harto evidentes- que son iguales que el europeo, que piensan igual o que perciben la realidad de la misma forma, por lo que están inmersos en una vorágine de inseguridad, de desconfianza, de recelo, que indudablemente influye al tratar de responder cómo habrán de comportarse ante la realidad que se manifiesta ante ellos.

Estas comunidades son el resultado de una imposición de condiciones, de ideas que fueron impuestas a toda una sociedad, principalmente en terreno religioso. Como podemos apreciar, al principio se impuso el catolicismo, pero este catolicismo no puede entenderse como una doctrina romana homogénea que se impuso tal cual, sino como el resultado de una amalgama cultural, de una sincretización entre dogmas, concepciones y culturas diametralmente opuestas, resultado que tuvo que enfrentarse -en la Modernidad- nuevamente con una imposición de condiciones (precisamente las reformas llamadas Borbónicas) lo cual derivó -como propongo- en una salida alternativa. Se comenzó, entonces, imponiendo el catolicismo proveniente del movimiento Contra-Reformista surgido del Concilio de Trento. Proyecto de renovación y modernización de la sociedad católica emprendido principalmente por la Compañía de Jesús, que promovía profundamente la idea de lo colectivo, la idea de la necesidad de una Iglesia como institución mediadora entre el creyente y su salvación eterna, la idea de una participación conjunta en la fe, la idea de la comunidad como un sólo yo. Ideas que los seguidores de Ignacio de Loyola se encargaron de difundir a lo largo y ancho de todo el territorio colonial de España y Portugal, desde la llegada de los primeros jesuitas a la Florida en el siglo XVI hasta su expulsión a finales del XVIII por medio de las reformas borbónicas.

Dichas reformas (borbónicas por parte de Carlos III) fueron el comienzo de esta nueva imposición violenta, la imposición de la realidad Moderna, de la realidad capitalista y racionalista con todas sus contradicciones, pero que se encontró con una amalgama cultural distinta a las de las comunidades cristianas septentrionales. Se encontró una amalgama cultural que respondió de una forma diferente ante estas condiciones de producción y explotación, de racionalización y de concepción de la realidad, propias de la Modernidad capitalista. Condiciones culturales que tenían profundamente arraigada -al contrario que el protestante- la idea de la necesidad de una comunidad, necesidad que implicaba la misma salvación del alma, pero ya no de forma individual y aislada, sino a través de una experiencia mística colectiva encabezada por un representante directo de Cristo en la tierra (el Papa) y una institución coordinadora de esta experiencia y por tanto mediadora entre el alma y su salvación, la Iglesia católica, apostólica y romana.

Y estas características socio-culturales y morales que había difundido la Compañía de Jesús, principalmente a través de la educación (elemento clave de su propaganda fide) propiciaron que las reformas capitalistas Modernas fueran vistas como algo ajeno, algo sin ninguna coherencia lógica, pues la salvación del alma no dependía únicamente de la conducta individual, no se podía salvar el alma sin la mediación eclesiástica. Dios a través de su hijo repartía su gracia de manera colectiva (no individualmente), y el trabajo cotidiano para nada era la única ni la mejor forma de honrarle, por lo que resultaba incoherente esta apatía, este desinterés, esta racionalización de la avaricia, este egoísmo propio del protestante. Sin embargo, estas reformas capitalistas fueron impuestas violentamente, sin consenso ni opinión, por lo que al encontrarse el sujeto inmerso en esas condiciones le surgen distintas formas de interpretar esa realidad, entre ellas la barroca, que como ya se dijo, es una forma contradictoria y paradójica de enfrentarla, pero rechazando al mismo tiempo dichas condiciones inevitables.

Esta imposición derivó en una forma de concebir la realidad consciente de las contradicciones de la misma, que se somete a ellas, pero considerándoles como algo ajeno, algo extraño que está ahí y que hay que enfrentarlo, pero haciéndolo a un lado, trivializándolo, concediéndole vital importancia a otros elementos no propios de esta lógica capitalista, una actitud barroca propia del rebelde. Entonces, en el llamado tercer mundo, la forma arraigada y difundida de percibir la realidad es esa actitud rebelde y de rechazo a la incongruencia capitalista, es ese ethos barroco que reinventa la realidad moderna otorgando distintos valores y prioridades a los elementos que la componen. 

Podemos entender este ethos barroco como esa actitud de rebeldía ante lo impuesto involuntaria e inevitablemente, como una de las maneras de afrontar la impotencia hacia las condiciones ajenas inevitables. Condiciones que no están legitimadas por la razón, la cultura ni la religión propias de una sociedad, sino por la violencia, pero aun así son las condiciones que imperan y que forzosamente se tienen que enfrentar por más absurdas que resulten, por lo que este ethos se reinventa esas condiciones, sin cambiarlas, únicamente se las reinventa, reinventa la forma de concebir dichas condiciones. Es la actitud de no aceptar lo dado, pero adaptarse a vivir con ello, es la actitud del continuo rebelde.

Es esa actitud paradójica del esclavo que no acepta su esclavitud y se sabe libre dentro de sí mismo, pero no puede negar la fría cadena que lo mantiene sujeto por el cuello. No puede evitar su jornada laboral cotidiana en favor del enriquecimiento de algún tercero al que por necesidad debe llamar “amo”, es esa actitud de someterse a las condiciones capitalistas y de mercado que ofrece la realidad Moderna, pero manteniéndolas siempre como inaceptables y ajenas. Es un ethos que se reinventa las condiciones Modernas, que les otorga -por no poder cambiarlas- un nuevo significado, otorgándole a las cualidades que resultan primordiales para el ethos realista (como el trabajo, el ahorro o la posesión material), una importancia de “segundo grado”, relegándolas de lo más importante a lo trivial, a lo casual, a las características secundarias que vienen por añadidura a todo fenómeno sustancial. Son elementos que no determinan la conducta ni el significado de la vida del sujeto, pero forzosamente debe enfrentarlos, por lo que los mantiene siempre como lo ajeno, como la atadura impuesta, como lo no racionalmente justificado y por ello, como lo inaceptable.

Esta actitud de rebeldía y rechazo conlleva -como se señaló- la necesidad de reinventarse el mundo, pero sin pretender cambiarlo o negarlo, es esa necesidad de reinterpretarlo alegóricamente para así poder compaginar lo incompaginable, las contradicciones modernas con las ideas comunitarias y colectivas del catolicismo difundido por la Compañía de Jesús. Teatralidad absurda y contradictoria de intentar representar algo que a su vez representa lo contrario, intentar alegóricamente rescatar su realidad moral y lógica pero sometida a las condiciones contradictorias capitalistas. Intento que pretende, no negar, sino “neutralizar” dicha contradicción para así hacer llevadera esta convivencia irracional, para intentar seguir viviendo bajo su lógica y ethos arraigados cultural y dogmáticamente, pero bajo las condiciones sociales, económicas y laborales de la Modernidad capitalista (Echeverría, 2005, p. 176).

Es pues, esa necesidad de representar al mundo de una forma distinta en la cual estas contradicciones se difuminen o neutralicen, en la cual elementos excluyentes convivan, en la cual se pueda ser libre a pesar del grillete en el cuello. Es esa necesidad, que se exporta a todos los ámbitos culturales incluyendo el arte, de representar lo que es a través de lo que no es, de difuminar los límites de la realidad y la fantasía, esa pretensión del artista de exagerar la “estetización” de su obra -de ahí lo barroco- sin negar la realidad pero al mismo tiempo sin aceptarla tal como le aparece a los sentidos, para de esa forma hacer valer su propia realidad aunque sin imponer una distinta, sin negar  la realidad en la cual se encuentra inmerso, que sería la solución del ethos romántico que mencionamos anteriormente, pero no del barroco que sí se enfrenta con esa realidad (p. 195). Y es precisamente ésta, la absurdidad que Camus denuncia en El Mito de Sísifo, al mencionar el desafío interminable del hombre absurdo que solo puede afrontar de manera rebelde:

El hombre absurdo no puede sino agotarlo todo y agotarse. Lo absurdo es su tensión más extrema, la que él mantiene constantemente como un esfuerzo solitario, pues sabe que, con esta conciencia y esta rebelión, día a día testimonia su única verdad, que es el desafío (Camus, 2001, p. 74).


Y, precisamente, esta reinvención o reinterpretación alegórica del mundo tiene sus bases en la concepción no determinista de la realidad, en la concepción de lo no estático ni inmutable, sino en la concepción del continuo cambio y del eterno fluir propia de las llamadas culturas “orientales” que, a la par del ideal colectivo y comunitario católico, y de la experiencia mística colectiva -propuesta por los jesuitas- que gira en torno a la Iglesia, resignifican la idea del tiempo para el sujeto. Le dan un nuevo significado no encadenándola a la idea de la producción como el protestante, sino a la idea de la contemplación, a la idea de la convivencia y de los rituales colectivos, es la idea de honrar a Dios por otras muchas vías aparte del trabajo y la acumulación de bienes.

Este ethos barroco define la vida de honra y alabanza a Dios distinto que el ethos realista del protestante, otorgándole primacía no al tiempo de trabajo o productivo sino al denominado improductivo, ese tiempo que el sujeto emplea para la adoración de Dios y su obra natural, el tiempo que emplea para los rituales y festividades colectivas pues -como se indicó- la gracia divina para el católico se reparte colectivamente, y de igual forma, el tiempo que dedica al arte, al arte como alabanza y honra de Dios. Y son estas características pasivas ante el trabajo y esta importancia del tiempo improductivo lo que definen al católico a los ojos del protestante, lo que lo definen como holgazán, banal e idólatra. Y es pues, este ethos barroco el que tiene que reinventarse la realidad para hacer compatible estas características propias de su moral, esta necesidad de tiempo improductivo empleado en adoración y contemplación, en arte y en fiesta popular, con la necesidad imperante de las relaciones laborales y comerciales Modernas. Con la idea impuesta de honrar a Dios únicamente a través del esfuerzo laboral cotidiano, realidad que no puede negar ni abstraerse de ella, sino que tiene que afrontarla a la manera rebelde, a la manera barroca. Siendo forzosamente parte de estas relaciones de explotación, pero trivializándolas, refugiándose siempre en lo más importante para este ethos, aquello que le brinda la seguridad colectiva que el individualismo capitalista pretende arrebatarle, el tiempo improductivo compartido con su comunidad. Tiempo improductivo materializado en la adoración y la contemplación religiosa, en el hacer y apreciar arte a través de todas sus manifestaciones, y en la continua fiesta popular.

Por otro lado, producto también de las particularidades de la doctrina católica, principalmente de su interpretación del Nuevo Testamento y del sacrificio de Cristo, esta lógica que hemos denominado barroca, alberga la abnegación como uno de sus dogmas fundamentales. Como señalamos, este ethos se encuentra primordialmente en las naciones tercermundistas que otrora tiempo fueron colonias europeas, por lo que sus habitantes fueron acostumbrados violentamente a la servidumbre, al despojo de todo bien, a la humillación y a la injusticia, por ello, se fue arraigando la idea de las propiedades y bienes pasajeros. Este sujeto tercermundista no encuentra el sentido trascendente de la propiedad privada al que aboga el sujeto Moderno, para él los bienes materiales van y vienen a decisión de fuerzas totalmente ajenas a su comprensión, por lo que, de alguna manera, no siente apego a estos bienes y no considera la peor desgracia perderlos. Por su parte, la doctrina católica niega la “justificación tan sólo por la fe” que defiende el protestante, asegurando que sólo las “buenas obras” a favor del prójimo asegurarán la salvación eterna, por lo que se arraiga aún más -en este sujeto barroco- el desprendimiento de lo material a favor de los demás miembros de la comunidad, sentimiento de abnegación que se ve reforzado al recordar el sacrificio de Cristo por la humanidad.

Crisis de la Modernidad
Como vemos, el problema de la Modernidad es que en su seno se encuentran grandes contradicciones, que han sido denunciadas y han salido a flote contemporáneamente, en nuestra llamada -por algunos- época posmoderna. Una de estas contradicciones podría ser el fomento del individualismo en contra del comunitarismo, aun cuando el sujeto es cien por ciento dependiente de su comunidad, depende de sus relaciones interpersonales y -en realidad- se define en base a ellas. Partiendo de ese individualismo, tenemos también la concepción individualista de la Nación-Estado, propia de la teoría liberal, que establece fronteras arbitrarias y supuesta soberanía aislacionista, a pesar de la globalización política y económica que atestiguamos en el siglo XXI. Otra contradicción sería la concepción de una realidad natural ajena al sujeto, un mundo natural inagotable que se encuentra en una categoría inferior y muy distinta a la categoría humana, supuesto que se ha vuelto absurdo en nuestra era posmoderna. De esta misma contradicción surge una de las más preocupantes, el sujeto se reconoce libre para actuar ante el mundo, pero sin ninguna restricción crítica. Se desborda en su razón pragmática convirtiéndolo todo en “cosa”, objeto de transformación y manipulación, incluso él mismo, tarde o temprano, se vuelve objeto de manipulación. De ahí se desprende el “imperativo tecnológico”, estipulando que toda capacidad técnica se debe aplicar sin mayor criticidad, “todo lo que esté técnicamente a nuestro alcance se debe hacer”, hasta el punto de casi terminar con nuestro propio mundo. De lo anterior surge la idea, hoy absurda, de un “progreso lineal”, de que todo lo que hagamos -siguiendo, por supuesto, un proceso racional y metódico (cientificista)- será “mejor” que lo que se deja atrás, por eso nunca hay que dejar de actuar, nunca hay que dejar de intervenir en el mundo. Nos encontramos también la contradicción y absurdidad de los “centrismos”, “el hombre es el centro del universo” reza el ideal Moderno, pero cabe preguntar ¿a cuál hombre se refiere?, ¿sólo al europeo de las regiones septentrionales?, ¿sólo al “hombre” en su acepción de género? Y, cabe también preguntar, ¿Por qué el hombre?, ¿Qué pasa con la naturaleza?, ¿queda relegada a su condición de “cosa” manipulable puesta al servicio del hombre?

Resalta también lo contradictorio de la tendencia hacia la homogeneización cultural, producto de la manipulación de los medios masivos de comunicación, que despojan al hombre masa (con todo el sentido que este apelativo conlleva) de su propia identidad, suplantándola por una identidad de consumo homogénea en la que para pertenecer se debe consumir tal o cual marca, tal o cual producto, se debe aparentar una determinada apariencia y conducta, desechando la propia identidad cultural del sujeto. Proceso que destruye -de manera paradójica- la heterogeneidad cultural, que da lugar a conceptos como Multiculturalidad e Interculturalidad, suplantándola por una plana homogeneidad cultural producto de las tendencias del mercado en el momento. Otra contradicción importante, relacionada con la anterior, sobre la que hace especial énfasis Bolívar Echeverría, es la contradicción económica que atestiguamos en una economía de libre mercado. Contradicción entre una economía que debería tener como fundamentos la relación producción/consumo producto de la relación trabajo/disfrute, pero que en el libre mercado tiene como eje central la relación valorización/acumulación, que despoja de su verdadero sentido a la producción fruto del trabajo humano, y arrebata el valor no sólo de los productos, sino también del propio trabajo humano, despojándolos de su valor, pero al mismo tiempo asignándoles uno ficticio que el libre mercado estipula.

En fin, partiendo de esta “crisis Moderna” estamos en un momento coyuntural de la historia, por un lado, la Modernidad tiene su mayor expresión en el positivismo que en este momento se encuentra más que superado, por otro lado, tenemos a sus críticos, desde Nietzsche hasta el movimiento posmoderno de Braudillard, pero que más allá de la crítica y de las denuncias de las contradicciones que se mencionaron anteriormente, no definen las condiciones que se avecinan. Partiendo de eso, se dice que vivimos una época post-Moderna, pero considero que ese término es inadecuado, estamos en el momento de superar la Modernidad. Como propone Villoro, “Una época histórica dura lo que dura la primacía de su figura del mundo” (Villoro, 1992, p. 9), y me parece que la figura Moderna ha dejado de tener primacía en nuestra era digital, tecnocientífica, post-Moderna o como queramos llamarle.

Así como se mencionó que Bolívar Echeverría plantea cuatro ethos para afrontar las contradicciones Modernas, podemos decir que hoy en día tenemos tres posibles actitudes frente a la Modernidad. Una primera actitud nostálgica, que se podría identificar con el ethos romántico de Echeverría, que buscaría revivir valores y tradiciones del pasado, buscaría recobrar esos principios y supuestos que -ideológicamente- dieron lugar al surgimiento de esta figura del mundo que hemos denominado Modernidad. Pero sería una actitud peligrosa, pues supondría el resurgimiento de fanatismos religiosos, tecnofobias, nacionalismos dogmáticos, etc., significaría un nuevo regreso a la barbarie que significó la imposición de las condiciones Modernas al resto del mundo.

Una segunda actitud escéptica, que se podría identificar con los ethos realista y clásico, que propondría que, en función de un progreso lineal, todo cambio es retroceso, por tanto, no debemos hacer nada y debemos tomar a la resignación como elemento definitorio de la cultura contemporánea. Se propone un “fin de la historia” en el sentido de que el capitalismo económico y el liberalismo político son aquellas etapas teleológicamente insuperables (Francis Fukuyama), habremos llegado a un momento estático en el desarrollo histórico humano y -como podría afirmar Pirrón de Elis- es mejor no hacer nada. Esta actitud, si bien no es tan radical como la anterior, supone la perpetuidad del conservadurismo, de las posturas de derecha que, por supuesto, se identifican con los grupos y elites favorecidos por el liberalismo y el capitalismo, pero implica aceptar con resignación las desigualdades e injusticias Modernas porque “el mundo es así y no podemos cambiarlo”.

Pero podemos pensar también, como tercera opción, una actitud positiva, una actitud que proponga corregir o perfeccionar a la Modernidad, es decir, desde el comienzo del texto se ha hablado de que la intención no es satanizar a la Modernidad sino sólo denunciar su obsolescencia a través de las contradicciones que se encuentran en su seno, para intentar superarla, pero -como también ya se señaló- rescatando los elementos positivos que se encuentran en el pensamiento Moderno, sobre todo en su producción científica. Esta tercera opción, sería proponer trascender esta Edad de la humanidad, y reconocer que nos estamos adentrando en una nueva etapa, en una nueva Edad de la historia humana, que -incluso- aún no ha sido del todo identificada ni nombrada (por eso seguimos llamándole “posmoderna”), pero que nos desborda con señales sobre la obsolescencia y rancidez de la vieja figura del mundo. Figura del mundo que ya es incompatible (por las contradicciones mencionadas) con la realidad social, cultural, científico-tecnológica, económica y política del siglo XXI, por lo que nos exige -al igual que hace 500 años- un Renacimiento. Esta tercera opción propone reevaluar de manera crítica toda la ideología Moderna, reconociendo -principalmente- los dogmatismos religiosos que se encuentran en su seno, recuperar todo lo valioso, pero adaptarlo a una nueva figura del mundo propia de nuestros días, intentando -como lo propuso la modernidad en su momento- generar una figura del mundo sin dogmatismos, sin discriminaciones, sin antropocentrismo, [...] en fin, una figura del mundo propia del sujeto del siglo XXI. Y el punto central de este trabajo es señalar que el ethos barroco ya mencionado, podría ser compatible como punto de partida para este proceso de renacimiento y reconstrucción de una nueva figura del mundo. 

Primero, en las comunidades donde encontramos la actitud del ethos barroco, no encontraremos arraigada la ideología Moderna, por lo que puede ser una ventaja al plantear “superar” dicha figura del mundo. Segundo, la actitud de rebeldía barroca ante la percepción de la absurdidad del mundo Moderno, puede ser el punto de partida ideal para plantear el debate global sobre la necesidad de cuestionar los fundamentos ideológicos de la cultura contemporánea y, tercero, se puede afirmar que ciertas actitudes propias del rebelde barroco, que responde ante lo absurdo del mundo que se le impone, pueden ser rescatables como elementos de cambio ante la vieja y obsoleta figura del mundo, como el comunitarismo frente al absurdo individualismo Moderno, el escepticismo frente al racionalismo dogmático, entre otras características.

Tenemos pues, dentro de este ethos barroco producto del viejo catolicismo colonialista y el tercermundismo, un comunitarismo contrario al individualismo del ethos realista; una tolerancia y escepticismo que se contrapone al racionalismo totalitarista e impositivo del pensamiento Moderno, y permite la llamada “pluralidad epistémica” por la que algunos autores abogan hoy en día[3]; y, por último, un sentimiento de abnegación y desarraigo material, que es un sentimiento totalmente contrario al egoísmo, avaricia y afán de acumulación propios del sujeto masa mencionado anteriormente. Este sujeto masa Moderno –que ha devenido en sujeto tecnocientífico[4] en nuestros días– es el sujeto ideal del mundo neoliberal: egoísta, apático, individualista, consumista y sin criticidad. Por su parte, encontramos en el sujeto barroco propio del llamado tercer mundo características distintas que, si bien no definen tal cual, la nueva figura del mundo liberada de dogmatismos, propongo que es un buen punto de partida para, por lo menos, comenzar el debate sobre lo que nos heredó la Modernidad, ¿Cómo recuperar lo valioso de dicha figura del mundo y cómo intentar construir una nueva?, ¿Cómo construir una nueva figura del mundo liberada de ideologías dogmáticas y que permita la identificación heterogénea -y sin imposición- de la gran diversidad de culturas que cohabitamos el mundo?

Conclusión
A manera de conclusión podemos señalar, primero, que la Modernidad se puede entender como un proceso civilizatorio que surge, de manera original, como reemplazo a una vieja e inoperante figura del mundo, surge como una respuesta a lo arcaico del pensamiento medieval. Pero surge como resultado de una amalgama ideológica y dogmática muy particular que, entre otros elementos, tiene su fuente en el dogma cristiano reformado, que de alguna manera configura el pensamiento de ciertas regiones de la Europa septentrional. Proceso civilizatorio que forja una manera muy particular de concebir la realidad, dando lugar a lo que definimos -partiendo de Villoro- como una “figura del mundo”. Figura del mundo que posteriormente, producto del colonialismo e imperialismo europeo, se impone a lo largo y ancho del mundo, pero -como se mencionó- se impone de manera violenta, sin consideración ni consenso. Pero hay que recalcar que se imponen las consecuencias de esta figura del mundo, consecuencias políticas y económicas como el liberalismo y el capitalismo, pero no se difunde la ideología original que dio lugar a esta concepción del mundo. Es decir, esta figura del mundo tiene su punto de partida en una idiosincrasia muy particular, idiosincrasia que no se difunde globalmente, sino que tan sólo, de manera global, se imponen las consecuencias de esa manera de pensar y concebir el mundo, se imponen las condiciones que se derivan de esa figura del mundo, sin importar que existan “otras” figuras del mundo operantes en otras comunidades que no comparten dicha idiosincrasia.

Esta imposición -como se mencionó- genera “choques” entre las distintas figuras del mundo, generando diversas salidas alternativas para poder afrontar las contradicciones derivadas de dichos choques culturales. Salidas alternativas que Bolívar Echeverría denomina ethos, señalando que existen al menos cuatro identificables: los ethos realista, clásico, romántico y barroco. El primero, realista, es el que acepta la figura del mundo impuesta sin ver ninguna contradicción: “la realidad es así porqué así debe ser”. Un ethos clásico que reconoce las contradicciones derivadas del choque cultural y de la imposición unilateral de las condiciones, pero considera que es imposible cambiarlas, abnegadamente acepta la contrariedad del mundo que se le impone y recorre -al igual que el ethos clásico- el camino que esta figura del mundo impone. Existe un tercer ethos o lógica para afrontar las contradicciones de este choque cultural, que Echeverría denomina romántico. Este ethos reconoce también la contrariedad resultado de las imposiciones Modernas, pero no la acepta abnegadamente como el clásico, sino que recurre a la negación. Es romántico pues propone la ficticia salida de negar dichas contradicciones y vivir en un mundo de añoranza en el que dichas contradicciones no existirían.

Una cuarta salida que propone Bolívar Echeverría es el ethos barroco, ethos que reconoce la contrariedad subyacente en la Modernidad impuesta, pero que ni la niega como lo hace el romántico, ni la acepta abnegadamente como lo hace el clásico, sino que de una manera rebelde trata de luchar contra dicha realidad absurda, tratando -no de negarla- sino de neutralizarla. Se reinventa las condiciones absurdas y contradictorias del mundo Moderno para hacerlas más llevaderas, relegando lo más importante para esta figura del mundo, el trabajo y las posesiones materiales, a un segundo plano, a lo trivial y pasajero; dándole más importancia a elementos artísticos y comunitarios, priorizando -al contrario que el sujeto Moderno- lo público sobre lo privado.

Esta imposición violenta de condiciones, derivó -como se ha mencionado- en diversas contradicciones que hacen a esa figura del mundo inoperante en nuestros días, por lo que se señaló la necesidad de detenernos a revaluar los cimientos ideológicos de nuestra civilización. La pérdida de primacía del pensamiento Moderno hace que estemos viviendo un momento coyuntural en la historia, atestiguando -si no el surgimiento de una nueva figura del mundo- por lo menos la decadencia de la vieja figura imperante, lo que nos obliga a abrir el debate sobre la obsolescencia de dicha figura, sobre sus bases dogmáticas e ideológicas pero, sobre todo, el debate acerca de cómo perfeccionar dicha figura, cómo tomar lo valioso del pensamiento Moderno e incorporarlo a un nuevo modelo ideológico libre de las contradicciones denunciadas, una nueva figura del mundo que refleje de una manera equilibrada -y no sesgada- el lugar del hombre en la naturaleza.

La tesis central del presente trabajo es, entonces, proponer al ethos barroco que encontramos como salida alternativa en países latinoamericanos como México, como el punto de partida ideal para dicho debate. Primero, en estas regiones donde surge el ethos barroco para poder lidiar con las contradicciones del mundo Moderno, no se encuentra arraigadas las condiciones ideológicas y dogmáticas que son el punto de partida de dicha idiosincrasia. Segundo, la actitud de rebeldía y rechazo a la Modernidad, propias del ethos barroco -propongo- es una actitud favorable para comenzar el debate, para comenzar la deconstrucción y reconstrucción de la amalgama cultural que cimienta la civilización occidental. Y, tercero, en este ethos barroco encontramos ya algunos elementos rescatables frente a este proceso de reconstrucción ideológica al que nos enfrentamos. Nos encontramos con una actitud más comunitarista en oposición al individualismo Moderno, encontramos un desapego a los bienes materiales contrario a la avaricia y sentido de acumulación propios de la modernidad, un escepticismo ante la racionalidad del formalismo Moderno, en fin, características que podrían ser rescatables al buscar un punto de referencia para comenzar el debate mencionado.

Por último, sólo resta mencionar que no se está proponiendo a la idiosincrasia latinoamericana como la nueva Figura del Mundo que irá a suplantar al pensamiento Moderno. Únicamente se está proponiendo que la rebelión surrealista propia del pensamiento barroco nos proporciona una plataforma perfecta para comenzar con la deconstrucción aquí planteada, pues para poder deconstruir y pretender reconstruir, primero hay que rebelarse, hay que reconocer de manera crítica la incongruencia y rechazarla (no negarla). Y esta es -precisamente- la naturaleza propia del ethos barroco, en contraposición del ethos clásico de donde no puede partir un proceso de deconstrucción pues no hay contradicción percibida, no hay injusticia ante la cual haya que rebelarse.

Apéndice
Para finalizar y a manera de apéndice, de manera breve y muy superficial, me gustaría mencionar algunas de las características -que se me ocurren-, debería tener la nueva figura del mundo que suplante a la figura Moderna. Primero, como se señaló en algún apartado anterior al mencionar las contradicciones de la figura Moderna, el concepto del Estado-Nación que da forma al liberalismo político contemporáneo se encuentra completamente obsoleto frente a la realidad globalizada de nuestros días, las diversas naciones no pueden garantizar el aislamiento a través de las fronteras, logrando así la soberanía cultural, política y económica que originalmente se planteó, por lo que la idea de un mundo dividido en Estados aislados y autónomos que se relacionen entre sí sólo a través del derecho internacional, abogando precisamente al individualismo propio del pensamiento Moderno, me parece que está en crisis, es un ideal que no se puede mantener hoy en día después de aproximadamente 500 años de haberse planteado. En función de esto, me parece[5] que la nueva figura del mundo debe buscar un camino hacia la cultura planetaria y no nacionalista, debemos replantear -entonces- el modelo político que dé forma -no sólo a una “nación”- sino a nuestro mundo. Partiendo de lo anterior, me parece que algo que debemos rechazar de la ideología Moderna es el individualismo, tanto en su variante subjetiva como en la económica, que da lugar -como señala Macpherson en La Teoría Política del Individualismo Posesivo (1979)- a la actitud acumulativa propia de nuestra cultura de consumo. Se debe de cuestionar, por tanto, esta actitud individualista y subjetivista, en favor de la restauración de un sentido comunitarista, es decir, la nueva figura del mundo -me parece- debe pugnar por la construcción de un proyecto colectivo de humanidad, y no uno individual ni nacional.

Al replantear el modelo político que dé forma a la nueva realidad que se avecina, tendremos que replantear también -por supuesto-, el modelo económico. Me parece que se debe replantear un sistema económico basado en la redistribución del ingreso y no en la acumulación del capital. Al igual que en el escenario político, el ámbito económico se encuentra, también, constituido en torno a una concepción individualista, posesiva y acumulativa, que al cuestionarse en favor de una visión comunitarista y global tendrá que dar pie a un nuevo modelo económico que no fomente abiertamente la desigualdad, como el modelo actual.

Una nueva figura del mundo, en oposición a la figura Moderna, debe ser ecológica. Esto es, en escenarios tanto físicos como sociales, la nueva figura del mundo debería buscar equilibrios, y no actuar de manera acrítica como el ya mencionado “imperativo tecnológico” sugiere. Se debe desterrar el dogma tan arraigado en el pensamiento Moderno de que la naturaleza está para explotarse de manera indiscriminada, de que existe un progreso lineal que nos acerca cada vez más a una “meta ideal”, y de que existen comunidades o individuos cuya superioridad cultural les permite “dirigir” e imponer en lo que al “bien común” respecta. Por tanto, sólo una mentalidad ecológica nos permitirá dejar de lado los “centrismos” (eurocentrismo, antropocentrismo, androcentrismo, etc.), y plantear legítimos equilibrios en cuanto a las relaciones de poder respecta, equilibrios entre los pueblos, equilibrios naturales, equilibrios epistémicos, equilibrios económicos, equilibrios de género, y de todo tipo.

De esta mentalidad ecológica se desprenderá también la inclusión y la tolerancia. Al buscar el equilibrio y no la jerarquización, se garantizará la plena igualdad, pero no homogénea como se podría plantear, sino la llamada “igualdad para garantizar el derecho a la diferencia”. Es decir, no se busca una homogeneización que borre diferencias y despoje al individuo de su identidad como lo hace hoy en día la cultura de masas, sino el hacer valer las diferencias individuales y colectivas, pero solo se harán valer cuando aseguremos la plena libertad para ello. Es decir, desde un punto de vista ecológico se reconocen las diferencias y se plantea como lo más valioso un equilibrio entre esas diferencias, y no la meta Moderna de borrar diferencias y homogeneizar ideológica y culturalmente.

Por tanto, la legítima libertad sólo podrá existir cuando exista la diferencia, y cuando la meta sea ese equilibrio entre diferencias que garantice el bienestar común, y no, cuando se nos asegure que somos libres porque somos todos iguales en un caldo homogéneo, pues, si todos somos iguales, no hay opinión que sostener frente a otros y, por tanto, no hay voluntad que se manifieste libremente.

Por último, quisiera resaltar que la nueva figura del mundo debe ser holista, en concordancia con los sistemas-red que conforman nuestro entorno digital, y no analítica ni reduccionista como planteaba el pensamiento Moderno. Estamos inmersos en una realidad fenoménica-sistemática, por lo que el pensamiento que identifique a esta nueva figura del mundo no puede ser menos que sistémico y complejo, y no buscar una salida “simple” descomponiendo el sistema suponiendo que “el todo es igual a la suma de sus partes”.

En fin, como mencioné, en este apéndice sólo quería mencionar de manera breve y aislada, algunas características que -sin profundizar mucho- me parece que debería tener la nueva figura del mundo, aclarando que sólo son especulaciones a las que puedo llegar partiendo de la crítica a las contradicciones Modernas señaladas a lo largo del presente artículo, pues en realidad, la tesis central del presente trabajo es esa necesidad de trabajar sobre la deconstrucción y reconstrucción del pensamiento contemporáneo, de donde -precisamente- tendrán que salir dichas características

 

   

Referencias

Camus, A. (2001). El Mito de Sísifo. Madrid: Alianza Editorial.

Comte, A. (1875). Principios de Filosofía Positiva. París: Ed. Santiago.

Dussel, E. (1999). Posmodernidad y Transmodernidad. México: Universidad Iberoamericana/ITESO.

Echeverría, B. (2005). La Modernidad de lo Barroco. México: Ediciones ERA.

Fisher, G. P. (1957). Historia de la Reforma. Costa Rica: Editorial Caribe.

Macpherson, C. B. (1979). La Teoría Política del Individualismo Posesivo: de Hobbes a Locke. España: Editorial Fontanella.

McLuhan, M., y Powers, B. R. (1991). La Aldea Global. México: GEDISA Editorial.

Nava, A. (2016). El Sujeto Contemporáneo y la Vida Democrática. En: Aguayo, A. y Santana, R. (Eds.) Retratos Psicosociales en el México Contemporáneo. México: UNEDL.

Nava, A. (2020). Elementos Dogmáticos de la Racionalidad Moderna. Revista Sincronía. XXIV(78) 104-134.

Rodríguez Magda, R. M. (2011).  Transmodernidad: un nuevo paradigma. Revista Transmodernity. 1(1). 1-13.

Toulmin, S. (1990). Cosmopolis: The Hidden Agenda of Modernity. Chicago: The University of Chicago Press.

Villoro, L. (1992). El Pensamiento Moderno. México: FCE/El Colegio Nacional.

Walzer, M. (2008). La Revolución de los Santos. Argentina: Katz Editores.

Weber, M. (1991). La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo. México: Editorial Premia


NOTAS:

[1] Para ver más sobre la reforma protestante y la cosmovisión que de ahí se desprende, ver: Weber, M. (1991). La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo. México: Editorial Premia; Fisher, G. P. (1957). Historia de la Reforma. Costa Rica: Editorial Caribe, y Nava, A. (2020). Elementos Dogmáticos de la Racionalidad Moderna. En Revista Sincronía, Año XXIV, N. 78 (julio-diciembre 2020): 104-134.Y para profundizar un poco más sobre la Modernidad como proceso civilizatorio remitirse a: Toulmin, S. (1990). Cosmopolis: The Hidden Agenda of Modernity. Chicago: The University of Chicago Press, y Villoro, L. (1992). El Pensamiento Moderno. México: FCE/El Colegio Nacional.

[2] Existen autores como Ernst Troelsch o Johan Huizinga que señalan que la Reforma y Contrarreforma son movimientos culturales pertenecientes a la cultura medieval y no Moderna, pero en algunos otros trabajos como Nava, A. (2020). Elementos Dogmáticos de la Racionalidad Moderna, en Revista Sincronía, Año XXIV, N. 78 (julio-diciembre 2020): 104-134, ya he señalado la relevancia de esta transformación ideológica como fundamento de la cosmovisión o figura del mundo Moderno. Para ver más a cerca de la influencia de la Reforma en la cosmovisión moderna remitirse a: Weber, M. (1991). La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo. México: Editorial Premia; Fisher, G. P. (1957). Historia de la Reforma. Costa Rica: Editorial Caribe; y Walzer, M. (2008). La Revolución de los Santos. Argentina: Katz Editores.

[3] Autores como Ambrosio Velasco, León Olivé o Miguel León Portilla.

[4] Para profundizar sobre la transformación del sujeto masa Moderno al actual sujeto tecnocientífico remitirse a: Nava, A. (2016). El Sujeto Contemporáneo y la Vida Democrática. En Aguayo, A. y Santana, R. (Eds.)  Retratos Psicosociales en el México Contemporáneo. México: UNEDL.

[5] Y vuelvo a recalcar que sólo es una idea que se me ocurre, sobre cómo debemos replantear el nuevo pensamiento que configure nuestra plataforma ideológica hacia el futuro, y no una tesis que de manera inamovible esté planteando en este trabajo.

 

Universidad de Guadalajara
Departamento de Filosofía / Departamento de Letras